31 de Marzo de 2000 Vol. 1 No.0


Dr. Pablo Latapí Sarre

Un Concurso Multidisciplinario, la Investigación Educativa.

f.Pablo L.En la profesión tan peculiar de llegar al fondo de los problemas de la educación, se tiene que volver a un método artesanal, un poco medieval, que implica una relación entre maestro y discípulo. En la medida que un maestro es capaz de asombrarse y transmitir el sentido de asombro a su alumno, es un buen maestro, señala el Dr. Pablo Latapí Sarre, quien nació en la Ciudad de México en el año de 1927.

    Es un investigador que ha incursionado en el campo de la filosofía y la axiología; los problemas de la educación superior; la elaboración de planes institucionales, y la promoción de proyectos rurales de educación. Fundó y dirigió el Centro de Estudios Educativos de 1963 a 1973. Fue delegado adjunto de México ante la UNESCO en París, Francia. En 1996 se le otorgó el Premio Nacional de Ciencias y Artes de Filosofía, Historia y Ciencias Sociales, como reconocimiento a su trayectoria y aportaciones a la investigación educativa.

    El doctor Pablo Latapí afirma que los valores más profundos de los seres humanos, los que marcan intensamente su manera de ser para toda la vida, son los que vive cada persona desde su infancia, los valores de su hogar. El mismo recuerda cómo fue su infancia y su hogar: en la colonia Santa María la Ribera, que se construyó desde finales del siglo XIX, es donde pasó su infancia y juventud. Ubicado en la calle Mirto, entonces empedrada, rememora que en ella jugaba de niño y en sus banquetas corría en bicicleta y patines, como todos los niños entonces de su edad. Era una colonia muy orgánica, dice, como deben ser las colonias, un verdadero barrio.

    Tenían la alameda de Santa María, donde está el kiosco Morisco que presentó México en París, en una exposición internacional celebrada en 1897. Recuerda que oyó decir que un tío abuelo por parte de su madre fue el arquitecto que diseñó ese kiosco. En el número 25 de la calle Mirto está la casa que su padre construyó, precisamente en 1927, cuando él nació.

    Es el cuarto de ocho hermanos. Rememora que en su familia había mucho cariño, un clima de respeto entre todos los hermanos, así como los "pleitos" cotidianos y los "altercados" normales en una familia grande, que considera también un factor de educación, pero agrega que también había una disciplina, no autoritaria y no impuesta.

    Observa que su padre tenía tres características: por una parte, era una persona muy cariñosa con su esposa y sus ocho hijos, cuatro hombres y cuatro mujeres, entre quienes el doctor Latapí ocupó el cuarto lugar. En otras palabras, su padre consideraba a su familia como el centro de todos su afanes. En segundo lugar, tenía una inteligencia muy clara, una mente muy inquisitiva. Le interesaban temas como la ciencia, la astronomía y la biología, de las que sacaba conclusiones con mucha facilidad. En tercer término, era un hombre muy metódico, que sabía priorizar sus objetivos y distribuir su tiempo, aspecto que formaba parte de la disciplina que había en su propia casa. El Dr. Pablo Latapí recuerda que su padre se preocupó porque sus hijos aprendieran lenguas, motivo por el cual, con sus ingresos, que, explica, no han de haber sido muy extraordinarios, logró enviarlos a estudiar a Estados Unidos. Su madre, continúa, fue una mujer muy valerosa, magnánima, y generosa, que para su tiempo era una mujer muy moderna, con un espíritu muy abierto. La visión del futuro que tenían sus padres, es decir, la importancia y la confianza en el porvenir, fueron los valores que aprendió en los muros de su antigua casa.

    El doctor Pablo Latapí Sarre menciona que las dificultades educativas de los años treinta motivaron a sus padres para enviarlo a él y todos sus hermanos por un tiempo a estudiar a Estados Unidos. Señala que a él le tocó viajar con sus dos hermanos mayores a una escuela del norte de Estados Unidos, donde estudió dos años de primaria. De ésta guarda recuerdos "muy hermosos" porque era una magnífica escuela, dice.

    Posteriormente decidió ingresar a la Compañía de Jesús, para seguir los estudios de la orden religiosa, lo que considera una gran fortuna porque adquirió una formación fundamental para su vida profesional. Comenta que los estudios de humanidades eran muy profundos. Leían autores latinos, griegos y castellanos. Llegaron a dominar el latín, lengua que hablaron y leyeron continuamente durante algunos años en discursos de Cicerón y la obra de poetas como Virgilio y Ovidio. También incursionó en la filosofía, aunque el acceso a los filósofos contemporáneos fue relativamente restringido. Afirma que esos años, de mucha disciplina intelectual, fueron muy importantes para su formación.

    Una vez concluidos sus estudios y su estancia en la Compañía de Jesús, decidió viajar a Alemania para estudiar su doctorado. Ya contaba con la maestría en filosofía, que había realizado en Texas, Estados Unidos, donde se encontraba la Casa de Estudios Jesuíticos. Su decisión de estudiar en Alemania, fue motivada por el deseo de buscar una universidad en que reinara un ambiente de libertad, es decir, un verdadero ambiente de debate intelectual.

    La universidad alemana, tradicionalmente, a raíz de la gran reforma de Humbolt en 1808 en la universidad de Berlín, había adoptado como su gran lema la "Libertad Académica". Por este motivo y por el rigor y disciplina de la vida intelectual en Alemania, decidió iniciar sus estudios de doctorado en Munich, pues más tarde, después de dos semestres, se trasladó a la universidad de Hamburgo, al norte de Alemania, debido a que esa institución era la única que impartía la cátedra de educación comparada. Aunque el doctorado era en filosofía, entre paréntesis se inscribía ciencias de la educación.

    Tiene especial satisfacción por haber hecho su doctorado en Alemania. El doctor Latapí reconoce que fueron años muy difíciles, no sólo por las distancias culturales entre México y Alemania, sino también porque eran palpables todavía los efectos de las penurias durante la posguerra. Recuerda que él y algunos de sus compañeros pasaron hambre, pues aunque tenían dinero para su manutención, no había qué comprar. Las grandes ciudades estaban semidestruidas.

    Terminado su doctorado regresó a México, donde decidió fundar el Centro de Estudios Educativos, aprovechando el contacto que tenía con varias personas interesadas en la investigación a fondo de los problemas de la educación. Al ocuparse primero en el estudio del panorama de la investigación educativa en México, descubrió que casi no había nada, sólo un pequeño núcleo de investigadores cuyo trabajo giraba más bien en torno a la psicología aplicada a la educación. Elaboraban sólo pruebas de inteligencia para su aplicación en grupos de escolares, en lo que se llamaba Instituto Nacional de Pedagogía. A esta actividad se agregaba la publicación de una revista.

    El doctor Latapí tenía entonces una idea muy distinta de la investigación educativa. Sus estudios en Alemania lo habían hecho profundizar en la filosofía de la educación, la psicología y la sociología. Le fue útil, sobre todo, haber visitado dos instituciones europeas durante sus estudios: el Instituto Internacional de Planificación de la Educación, de la UNESCO, que estaba en París, y la Oficina Internacional de Educación, en Ginebra, en cuyas bibliotecas fue a estudiar para preparar su tesis doctoral. El contacto con las corrientes internacionales de planificación de la educación le había dado una concepción multidisciplinaria de la investigación educativa.

    Considera que la educación, más que una ciencia, es un punto de encuentro entre muchas ciencias. En el desarrollo del Centro de Estudios Educativos, opinaba que como pedagogo él bastaba. Contrató entonces economistas, sociólogos, antropólogos sociales, administradores, estadísticos y, posteriormente, un historiador y un jurista. Afirma que era necesario el concurso de todas estas disciplinas para ver con muchos "reflectores" los fenómenos de la educación, tanto los individuales, que están relacionados con el desarrollo de la persona a través de su educación, como los inherentes a los sistemas educativos, es decir, los propios del conjunto de escuelas e instituciones que forman un sistema de educación.

    En esos años el gobierno difundía una imagen muy triunfalista y gloriosa del desarrollo educativo. Decía que estaban resolviendo el problema de la educación mexicana, pero no era así, afirma. Manifiesta que en su papel de investigadores del Centro de Estudios Educativos, fue un hecho un tanto insólito el que tuvieran que demostrar con las propias cifras oficiales, muchos de los aspectos deficitarios del entonces desarrollo educativo: las grandes desigualdades entre el medio urbano y el rural; el abandono o deterioro de la educación indígena, y el problema del analfabetismo, visto con mayor profundidad, no sólo a través de las cifras censales, entre muchos otros aspectos.

    Su voz como investigadores, expresa, fue crítica, por lo que empezó a despertar un nuevo interés por la educación en México. Asegura que el Centro de Estudios Educativos, al que se refiere como pequeña institución, fue un semillero de investigadores, entre actuarios, sociólogos, antropólogos sociales, economistas y demógrafos. Poco importaba su especialidad, pues en el Centro había un método, una exigencia y en la medida de lo posible, un sistema de formación de investigadores que permitía llevar a los jóvenes hacia tareas de creciente complejidad. El doctor Latapí manifiesta que ésta fue la tarea del Centro de Estudios Educativos, y que durante sus más de treinta años ha sido una referencia indispensable para la investigación educativa del país y tal vez el centro de investigación pionero en este campo.

    No obstante la profundidad con que el doctor Latapí abordaba los problemas de la educación, recuerda que en cierto momento sintió que le faltaba un contacto más directo con la educación indígena. Para él no sólo era un imperativo profesional el tener un contacto mayor con la realidad, sino un imperativo "valoral" o ético. Dice que no podía estar hablando de los indígenas sin haber tenido un contacto más cercano, más real y más comprometido con ellos. Entonces, con su esposa tomó la decisión de dejar todo, hacer aparentemente un corte en su biografía y carrera profesional como investigador, para irse en febrero de 1983, por seis años, a trabajar con las comunidades campesinas de Querétaro.

    Su esposa expresa que el platicar y estar cerca de personas sencillas, con poca educación o instrucción, le es muy fácil, pues siempre ha tenido una simpatía muy natural y muy cercana hacia la población indígena. Cuenta que a su esposo le costaba un poco más de trabajo conversar con los campesinos. Después, continúa, lo quisieron y reconocieron tanto que para él mismo también fue muy gratificante y una gran aportación a su propia experiencia. El doctor Latapí reconoce que esa experiencia lo marcó profundamente, porque eran modos de actuar, formas de concebir el tiempo y maneras de entender las ocupaciones, costumbres muy distintas a las suyas. Recuerda que un campesino, al verlo estudiar en su casa en Tequisquiapan, le dijo: "pues usted no trabaja, usted nada más piensa". Comprendió que el concepto de trabajo del indígena era estar con el azadón y la pala. Fue ese contraste de culturas lo que le enseñó muchas cosas. Sobre todo sintió una enorme satisfacción al contribuir para que un grupo de jóvenes terminaran su primaria, sobre todo gracias a la labor educativa de su esposa, en una comunidad muy pobre de 330 habitantes.

    Revive una anécdota: "Al terminar un curso de alfabetización, había entre los adultos una persona, un campesino de 72 años, don José. Cuando él cayó en la cuenta de que ya podía escribir, se soltó llorando y yo creo que yo lloré con él, porque decía entre sus lágrimas: ya soy persona. Escribir su nombre, era para él una experiencia muy profunda en toda su vida". La convivencia con las comunidades indígenas fue para él muy útil, pues aconsejaba a los funcionarios del Instituto Nacional para la Educación de los Adultos (INEA) para que alfabetizaran, primero que nada, por lo menos a un grupo de campesinos y a un grupo de adultos en las ciudades.

    El doctor Latapí sigue creyendo que si no se entiende la alfabetización por su significado; no se manejan los materiales en el contexto concreto; no se ven los condicionamientos culturales de un adulto que no sabe leer ni escribir, y no se entienden los bloqueos psicológicos, es imposible tomar decisiones sobre un asunto tan importante como la educación.

    Desde que enseñaba en una escuela en Guadalajara, le intrigaba el porqué de los problemas educativos: "por qué no llega una educación eficaz a las comunidades rurales; por qué la desnutrición bloquea la posibilidad de aprender del niño; por qué se cambia a los maestros con tanta facilidad, tan repetidamente de una comunidad a otra, y por qué no se logran con frecuencia maestros con verdadera vocación y compromiso".

    Poco a poco fue llegando a la conclusión de que las decisiones sobre estos grandes problemas de la educación no estaban bien tomadas, pues no se abordaban con un conocimiento cabal de la realidad. Había que hacer una buena política educativa. La política educativa para el doctor Latapí, tiene que ver con el futuro de las nuevas generaciones. Este factor, dice, le da un rango muy distinto a la política educativa. Esto hace que sea el centro de la demás política del Estado. Señala que no se puede comparar la política educativa con la labor, por ejemplo, de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes en la construcción de puentes, o de la Comisión Federal de Electricidad al levantar torres de electricidad. Se trata de aspectos más importantes, que van a afectar el futuro del país mucho más a fondo.

    Opina el doctor Latapí que modernizar la Secretaría de Educación Pública y las secretarías de educación de los estados, no consiste en llenarlas de computadoras; en agilizar su operación con modelos de eficiencia y calidad, y en romper el entramado de rutinas que se resisten a los cambios. Su modernización consiste en capacitarlas para pensar, pues son ministerios del futuro cuya función fundamental es filosofar sobre el ser humano.

    A este respecto cita el concepto de hombre de Nietzsche, como una especie no fijada, porque el ser humano todavía no encuentra su forma fija, como las demás especies ya predeterminadas. Añade que el hombre está siempre en proyecto y que es un ser histórico que acumula experiencias. Es un ser inquieto, inquisitivo, volcado hacia el futuro, que siempre piensa en una realización, en una conquista. Sabe ponerse metas que lo superan y sabe fracasar. Es una especie abierta.

    A juzgar por él, si el maestro tiene la imagen del hombre como una especie fijada, como ya cerrada, él está cerrado e impide el desarrollo hacia otras dimensiones como el arte, los símbolos, la literatura, la fantasía y la música. "Esas dimensiones del hombre, como proyecto del hombre abierto al futuro, creo que son muy importantes para quien se ocupa en formar a otros seres humanos".


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