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Falacia de la crisis económica y los valores humanos
José David Lara González
 



 
 

La inexistente crisis económica

No hay una crisis económica. Jamás había existido una riqueza económica tan grande como la hay en la actualidad. Nunca unos cuantos habían sido tan ricos como hoy. Sus fortunas amasadas son tan enormes como desconocidas y absurdas. Con la riqueza económica y los recursos y elementos (naturales y otros) actuales, el mundo bien podría ser muy otro. La supuesta crisis económica es el decurso común del proceso de acumulación capitalista impulsado por situaciones de crisis (como lo señaló Marx) entre ellas las económicas, repetidas en ciclos (Altvater, 2006). Es el ejercicio del poder en un sistema donde la especulación económica sustenta carta de naturalización y eje central, difícilmente alcanzable por otros hitos del mismo.

Si se aceptara la existencia actual de una crisis económica no sería otra que una más de las muchas etapas donde se presentan crisis económicas, reconociendo que es posible encontrar varias crisis económicas en una sola época. Pero explícitamente nos estamos refiriendo a que hay una falacia en el suponer que el deplorable estado actual de las relaciones socioambientales y con ellas, las del propio ser humano y su íntima humanidad son derivaciones directas de la más o las más reciente-s de tales crisis económicas. No es la carencia-escasez de recursos económicos la causal del malestar mundial sino la inequitativa e injusta (Boron, 2006) distribución de los recursos y medios económicos dada por una plataforma de egoísmo, avaricia, codicia, ansias de poder y dominación, monopolismo, insolidaridad, inconsciencia e irresponsabilidad. Esta es la falacia a la que nos referimos aquí.

Las distintas crisis económicas han castigado a la naturaleza dentro y fuera del ser humano, lo han impactado de modos graves con lesiones perdurables, pero al mismo tiempo, tenemos que destacar que no han alcanzado obrar de manera definitiva: la humanidad ha logrado sobrevivir los embates y reincorporando sus potenciales se remonta a cada impacto.

La denominada crisis económica actual es una permanente y añeja lucha de los poderosos por mantener el poder y sostener sus dotes hegemónicas; no es una crisis del desnudo sustrato económico, del capital, lo es de las contradicciones que tal sistema funda, mantiene y se esfuerza por extender en tiempo-espacio. Recordemos como lo señalan distintas tesis marxistas, que el mismo capitalismo (hoy neoliberalismo) es un sistema contranatural, autodestructivo (Altvater, 2006). ¿Podría hablarse de una verdadera crisis económica cuando el país “rector” del mundo ha gastado desde 1945 más de 4 billones de dólares (más que su deuda nacional) en armas nucleares cuya “utilidad” humana sería tan difícil de comprobar? (Chomsky y Dieterich, 2004). ¿Podría decirse que hay crisis económica cuando la Pepsi Cola, que aparece en el lugar 35 de las 60 marcas más “valiosas” del mundo, para el año 2000 era estimada con un valor de 6600 millones de dólares y, la marca líder Coca Cola era estimada con un valor de 72500 millones de dólares para el mismo año? (Werner y Weiss, 2006).

¿Sería válido hablar de esa crisis económica cuando el hombre más rico del planeta tiene en sus haberes más millones de dólares que muchos de los países existentes que en contraparte tienen millones de pobres en sus poblaciones?

Cuando menos en el caso de Pepsi Cola con tan elevados recursos económicos en lugar de mejorar las condiciones laborales entre sus trabajadores, hoy, en el 2008 se dispone a dejar sin empleo a más de 3000 miembros de su personal, parte de ellos en México.

La supuesta crisis económica es una suerte de distracción, pues parecería cierta la aseveración de J. Giraudoux “hay verdades que pueden matar a un pueblo” enrocada a la pregunta de Nietzsche ¿cuánta verdad soporta un espíritu? Lo que en el fondo se encuentra en una condición lamentable es la distribución de la riqueza mundial, insistimos, (aunque puedan indicarse otros aspectos como las formas en que se obtiene tal riqueza y los costos ambientales y humanos que acarrea el lograrla): nunca los ricos habían sido tan ricos y no habían existido tantos pobres ni tan pobres. No podemos hablar de que esta sea una crisis porque esta situación es demasiado larga, duradera y sostenida, es más bien un estado.

Los modelos existenciales que se han ido sucediendo en los últimos siglos no han generado más que un desarrollo incipiente que no ha conducido al progreso. Boron (2006) es categórico concluyendo: Marx se sentía urgido por trascender el régimen capitalista habida cuenta de su radical IMPOSIBILIDAD de construir un mundo más justo, humano y sostenible.

El desarrollo ha sido en los ámbitos económico, científico y tecnológico; se han desarrollado los objetos no los sujetos. Se ha presentado un desarrollo de grupos minoritarios muy reducidos, elitistas. En cambio el deterioro de los grandes conglomerados humanos, de la naturaleza y de los interiores del ser humano son manifiestos y lacerantes. Esos modelos de vida no son modelos de desarrollo humano sino deseos materializados de sus gestores, bajo los códigos centrales del sistema acusados por Luhmann: poder, dinero,... de un sistema anonimizado por sí mismo: la denominación “capitalismo” es dada por los opositores de tal modelo, el sistema de acumulación totalitario no se reconocía así por él mismo.

Podemos tomar como indicador del desarrollo-progreso a la calidad de vida. Este indicador es reciente, podría datarse su arranque en las décadas de los años cincuentas y sesentas del siglo XX en parte como concientización de los problemas ambientales y expresión del deterioro acelerado que la vida en las grandes urbes iba teniendo por el desequilibrio socioambiental que se presentaba por la vehemente industrialización y materialización de la vida. En la década de los años setenta se asienta el uso de este indicador y para los ochenta se consolida como una idea más o menos clara que hasta nuestros días no logra una definición absoluta, que quizás no se alcance en lo breve.

El concepto de calidad de vida ha recorrido su camino y se lo ha plasmado de modos distintos hasta irse volviendo más integrador. Primero recogía componentes de tipo objetivo sobre lo económico-social para después incorporar cuestiones subjetivas. Por ejemplo, se ocupaba de la obtención de un trabajo pero no de su calidad socioambiental. Ahora con las consideraciones subjetivas el tener un trabajo no basta sino que hay que vigilar las condiciones en que se da. Calidad de vida es un concepto complejo y multidimensional (Norzagaray, 2007).

En general podemos considerar a la calidad de vida como la combinación de las condiciones de vida y la satisfacción personal ponderadas por la escala de valores, aspiraciones y expectativas personales, que si son ambientalizadas llevarán una porción de elementos socializados, es decir, en la sustentabilidad no se puede hablar de calidad de vida si la misma calidad no se presenta en nuestros congéneres.

La calidad de vida no es fácil de conceptualizar, si sus puntos objetivos no son sencillos de plantear y manejar, los subjetivos son más ariscos aún. Contribuye a su complejidad, su vinculación directa al tema de las necesidades humanas, que tampoco se dejan manejar con sencillez, tiran su propio contenido de subjetividad y relatividad y entonces no se logra un consenso “universal” sobre ellas. Maslow (1954) aporta una clasificación de ellas y después Max Neef (1993) las enrola al desarrollo a escala humana, pero las necesidades humanas permanecen bajo discusión y análisis y tal vez se persista en ello. Entonces, las necesidades (junto con los satisfactores y bienes) aliadas a la propia problemática de la calidad de vida determinan una irresolución del caso: son instrumentos incompletos en transformación que a su vez dan cuenta del dinamismo de la sociedad. Pero también cabe lo indicado por Sen (2000) “no basta con definir el desarrollo puramente en términos de satisfacción de necesidades”.

Sin embargo, aunque no se dé un acuerdo teórico ni práctico sobre tales conceptos, la calidad de vida es un indicador importante del proceso evolutivo de las sociedades y sus Estados de gobierno y de derecho.

El economicismo-desarrollismo ha garantizado, incluso a perpetuidad, un muy alto nivel de vida para unos cuantos privilegiados, pero ese alto nivel de vida no necesariamente significa una vida de calidad, ya que los privilegiados pueden tener todo lo material que el mundo da, pero son sabidas sus carencias en lo elementalmente humano: de no ser así no tendrían el valor de llegar a tales niveles de acumulación de riqueza y poder y se desprenderían de ellos, algo inimaginable: “... son tan pobres que sólo tienen dinero (y poder)” evidencia la filosofía común. Esto se puede apreciar en la lista que Werner y Weiss (2006) presentan: para 1999 el Instituto de Estudios Políticos de Washington reportaba que dentro de las cien potencias económicas más grandes ya había más empresas que países. Es más, en el lugar 23 de dicha lista aparece la primera empresa, General Motors, es decir, que tan sólo 22 países presentaban economías más poderosas que ésta empresa, cuando en el mundo tenemos más de 200 países, esto sin dejar de estimar la estrecha vinculación entre tales empresas y los Estados incluso bajo el sentir, por ejemplo, de: “what is good for General Motors, is good for USA”.

El indicador de la calidad de vida suele demostrar que esos modelos existenciales aplicados no han impactado favorablemente a los grandes grupos sociales que son vistos en lugar de sociedad, como un público espectador, audiencia para los medios y adictos al consumo.

s condiciones que en aquellos tiempos). Hay condiciones de vida actuales que no pueden compararse con las de entonces, donde las sociedades no eran más que una especie de cúmulos de esclavos que valían menos que una res (etimológicamente, cosa), pero las diferencias entre poderosos y pobres son tan obvias que podrá hablarse de un cierto desarrollo, pero éste se mantiene aun muy distante del progreso socializado: de acuerdo a la revista Fortune y al Banco Mundial, entre 1983 y 1999, las ganancias de las 200 empresas más importantes del mundo se incrementaron un 362.4%, mientras que en el mismo periodo la cifra del empleo sólo creció un 14.4%. La participación de esas empresas en el PIB mundial ascendió en este lapso al 27.4% pero su participación en el empleo es ese 14.4%. Números que cobran mayor relevancia cuando se ve que en América Latina el 45-75% de la población económicamente activa sobrevive con apenas 150 dólares mensuales, cuando en las grandes ciudades del área se requiere un mínimo de 500.

Cuando se consideran los costos que la humanidad del ser humano y que la naturaleza han pagado por el precario avance del desarrollo, se ve que el progreso no sólo no se ha alcanzado sino que se ha alejado más: se le está imposibilitando.

Estos patrones de vida tienen su propia base teórica de sustentación, la cual incluye personajes distinguidos, entre ellos premios Nobel, contra los cuales no es fácil disentir y se crea una línea nueva de trabajo, el campo del “capital humano”.

Schultz, premiado así en Economía, argumentaba: “en el aumento de las capacidades adquiridas de la gente en el mundo entero, y en los adelantos del conocimiento útiles está la clave de la futura productividad económica y de sus contribuciones al bienestar humano” (Schultz, 1985). Se aprecia la correlación que le establece a la productividad económica y al bienestar humano inclusive en su priorización, así como su pensamiento alineado al utilitarismo, medular en estos modelos. Otra fuente de teoría del capital humano, Becker (1964) asevera: gastos empresariales y gubernamentales en formación, educación o salud son inversiones de capital que no producen capital físico o financiero sino humano.

Si bien estos y otros enunciados tienen su lucidez, requieren ser convalidados en la realidad donde se enfrentan a situaciones ya no teóricas ni retóricas. Pierden solidez cuando para ser validados hacen “petición de principio”, es decir, plantan momentos hipotéticos donde se quiere la universalidad de la actividad económica separándose de las muy distintas “realidades” de cada sitio, pueblo, nación, país, grupo social y momento, es más, se llega a idealizar tanto que tampoco el tiempo juega un papel en esos postulados los cuales se suponen atemporales si no que eternos.

Schultz (1985) dice: “la teoría económica fundamental es de aplicabilidad general”. Agregando: “el incremento en los ingresos de la mano de obra depende básicamente de que se obtenga incremento en el valor de productividad de ésta”. Sin embargo, como indican Chomsky y Dieterich (2004), tal teorema sólo es correcto si los incrementos de productividad son pasados total o parcialmente hacia los trabajadores, lo que a su vez, depende de la correlación de fuerzas entre el capital y la fuerza laboral. La realidad cruda indica que los incrementos de la producción-productividad no pasan a la planta laboral sino que son absorbidos por el capitalista, de ahí que en lugar de cobrar ventaja el trabajador de la explosión de la productividad, haya visto un estancamiento o reducción de su salario con la mutación de sueldos a salarios. Además, se puede reforzar esta situación dolorosa para el no pudiente en la interminable pérdida de puestos de empleo. México no queda al margen y cada día vemos como la gente va siendo eliminada de su trabajo o se encuentran bajo tal amenaza que se expande continuadamente sobre nosotros mismos.

La realidad de una crisis en lo económico no estaría en la producción de la riqueza; la ganancia está asegurada desde hace mucho tiempo; aunque esa “seguridad” esté coludida con mediocridad e insensibilidad de la existencia, como lo apunta Hume. La mácula verídica de una crisis en el cosmos económico está dada en la distribución de la riqueza de las naciones que ha sido tan desequilibrada hasta niveles de hambre y penuria que llega a la muerte temprana y muerte cruelmente evitable de muchos congéneres, no se diga de otras especies no humanas, constitutivas del ecosistema Tierra.

En la aurora del siglo XXI en América Latina el 19% de su población era “extremadamente pobre” mientras que el 44% de la misma “solamente” era pobre (Cecchini, 2005). Para 1995 en la Ciudad de México del total de la población empleada el 11.4% ganaba menos de un salario mínimo; el 36.2% ganó entre 1 y 2, sin categoría para gente que ganara 3 salarios, mientras que el 5.5% no recibió ingresos. Agregando a ello la tasa de desempleo abierto de ese momento resulta que la población precaria urbana era del 60%. Y esto para un país con riqueza petrolera, entonces ¿qué se puede esperar para países como Haití, Bolivia, etcétera sólo en nuestra América? (Chomsky y Dieterich, 2004). Pero en 2007 Norzagaray concluye en su investigación que un considerable porcentaje de la población mexicana en “edad productiva” (15-64 años) se encuentra desempleado: todavía peor que esto, la autora determina que se carece de seguridad social.

Agravando la agudeza del problema económico surgente de la mala distribución de la riqueza que no ha llevado al Estado del Bienestar sino de precariedad, apuntamos lo mencionado en la Constitución Política mexicana: “los salarios mínimos generales deberán ser suficientes para satisfacer las necesidades normales de un jefe de familia, en el orden material, social y cultural y para proveer la educación obligatoria de los hijos”. Empero, en un estudio de la UNAM, 1995, se llegó a la conclusión de que el salario mínimo nominal de ese entonces sólo cubría el 30% de la canasta obrera indispensable. A esto debemos sumar que estamos hablando de las personas que tenían trabajo, la situación de las desempleadas sería peor.

En la lista de Werner y Weiss de las 100 potencias económicas más grandes del mundo (2006) México figura en el lugar 11. Lo cual se pudiera considerar como gran logro, pero en otras referencias comunes aparecemos como uno de los países con mayor inequidad económica donde las citas “descuidadas” ubican una población de la cuarta o quinta parte de pobres y “pobres “extremos” (como si no fuera “suficiente” ser pobre) mientras que otras cifras declaran hasta una tercera parte, o en el caso extremo, la mitad de la población batallando con la pobreza. Dentro de un país que cuenta entre sus ciudadanos con la segunda persona más rica del mundo cuya riqueza material es de miles de millones de dólares. ¿No es acaso una falacia la crisis económica asumida así, sin mayores referentes?

 

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