La importancia de considerar las dimensiones afectivas de la enseñanza

En los últimos tiempos, diversos países del mundo están incorporando sistemas de evaluación del aprendizaje de los alumnos que se basan en pruebas estandarizadas de rendimiento. Los pobres resultados alcanzados por países como el nuestro, han traído como consecuencia una preocupación por las habilidades docentes, particularmente las habilidades cognitivas, señalándose que se requiere un mayor dominio de los contenidos particulares de las asignaturas, mayores habilidades para impartir esos contenidos, así como mejores destrezas para evaluarlos. Sin embargo, poca atención se ha prestado a los componentes afectivos de la docencia.

En estudios realizados sobre maestros universitarios ejemplares (Hativa, Barak y Simhi, 2001), se ha encontrado que en los maestros eficaces, están presentes una serie de características que se relacionan con diversas medidas de logro en los estudiantes. Entre ellas se encuentran: 1) La preparación de las clases y la organización del profesor 2) La claridad con que presenta los contenidos 3) Su capacidad para estimular el interés de los estudiantes y el impulso a la motivación para el estudio, mediante la manifestación de expresiones de entusiasmo,4) El establecimiento de relaciones positivas con los alumnos 5) Demostrar altas expectativas, y, en términos generales 6) Mantener un clima positivo dentro del salón de clases. Una reflexión cuidadosa sobre estas características revela que la mayor parte de las características de los maestros eficaces (3, 4, 5 y 6) constituyen dimensiones afectivas de la enseñanza del profesor.

La UNESCO por su parte (Delors, 1996) ha señalado la necesidad de que el logro de los estudiantes vaya más allá de los aspectos cognitivos. En el conocido documento titulado “La Educación encierra un tesoro” se plantea lo que la UNESCO denomina “pilares del aprendizaje” aprender a conocer (la materia de estudio), aprender a hacer (habilidades), aprender a convivir y aprender a ser (dimensiones sociales, afectivas y éticas).

El punto de vista de la UNESCO ha influenciado el diseño de planes y programas de estudio de diferentes niveles educativos en diversos países, incluido el nuestro, en el sentido de que los aprendizajes esperados que se proponen en dichos planes y programas de estudio, como evidencia de logro académico, no sólo incluyen conocimientos, sino también habilidades y actitudes. El recientemente introducido enfoque por competencias para el diseño de planes y programas de estudio, así como para la evaluación de los aprendizajes, coincide con el planteamiento de la UNESCO respecto de la necesidad de desarrollar en el alumno una variedad de aprendizajes o “recursos”. No es sin embargo suficiente con desarrollar dichos recursos para poder actuar de manera competente, sino tener la capacidad de “movilizarlos” ante una demanda específica de acción e interacción en un contexto determinado (Denyer, Furnémont, Poulain y Vanloubbeeck, Perrenoud, 2004).

El enfoque de la Educación basado en competencias (EBC) ha sido ampliamente debatido. Kerka (1998) señala una serie de razones que subyacen a las posturas que se han manifestado en contra de la adopción del enfoque por competencias, que incluyen:
• Lo confuso de su conceptualización.
• Las dificultades empíricas de su adopción como eje articulador de acciones de intervención y evaluación educativas.
• Su falta de adecuación para responder a las necesidades sociales de la población.

Como respuesta a estas críticas se han propuesto enfoques integradores en los que se considera a la competencia como una compleja combinación de conocimientos, actitudes, destrezas y valores, que se manifiestan en el contexto de la ejecución de una tarea. La competencia se considera, desde los enfoques integrales, como algo más que una respuesta aceptable; alguien competente debe ser capaz de demostrar un desempeño eficaz y eficiente, que sea susceptible de ser mostrado y defendido en múltiples contextos (García, 2008).

La adopción del enfoque de competencias en la educación puede resultar una herramienta heurística poderosa para identificar los aprendizajes esenciales de los alumnos integrados en entramados complejos (competencias), así como las habilidades que deberán dominar los maestros para apoyar a los alumnos en el logro de dichas competencias. Es en este contexto que surge el modelo de evaluación de competencias docentes (ECD) (García, Loredo, Luna y Rueda, 2008) producto de las actividades de la Red de Investigadores sobre Evaluación de la Docencia (RIED). Para desarrollar el modelo, se retomó el conocimiento acumulado sobre las prácticas de evaluación del desempeño docente en diversas universidades públicas y privadas, así como la experimentación de estrategias novedosas de evaluación del desempeño docente, tales como el análisis del pensamiento pedagògico, el portafolios docente y el análisis de la interacción en el aula, entre otros. El modelo contempla dimensiones afectivas de la enseñanza, por considerarse que éstas constituyen elementos esenciales de las competencias de los profesores, que deben ser integrados tanto en la formación del profesor como de los alumnos.

 

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