Conclusión

A todo se acostumbra uno, menos a no comer

Malena se rebela, de manera vital y erótica —en un sentido puramente relacionado con el erotismo amoroso, pero también erotismo entendido como la pulsión vital de la que hablaba Freud y que abarca todos los aspectos de la vida— contra la dieta, los cánones, el mundo y contra su propio (supuesto) amor. Esta rebelión se da al relacionarse de manera atípica con la práctica de lo culinario. La relación de Malena con la comida se vuelve erótica, en el momento de su descubrimiento sensorial. Erótica en el sentido freudiano de la palabra, pero también en el sentido más lato del término. Su cuerpo se negaba a no comer. Padecía hambre y, como había decidido seguir la dieta, se dedicó a sustituir el sentido del gusto por los otros cuatro. Al menos los cuatro sentidos “oficiales”: el tacto, el olfato, el oído y la vista. Aunque también está clara su relación con el sentido generador de que hablaba Brillat-Savarin; siguiendo esa lógica dieciochesca Malena no renunció a ninguno de los sentidos. Lo anterior implica que Malena, aunque no coma, más que ser anoréxica o simplemente dejar de comer como negación de sí misma, no puede escapar de sus propios impulsos vitales. No puede, ni desea, negarlos, por lo tanto su transgresión es la resultante de su resistencia a negarse a sí misma.

El arte es transgresor. La gastronomía, entonces, puede serlo. En este cuento Almudena Grandes hace que su personaje lo sea: transgrede los cánones de todo tipo. Primero, porque es gorda, lo que transgrede los cánones de belleza; segundo, porque sus prácticas gastronómicas son excesivas y poco comunes. Pero al final todo lo que hizo fue por puro instinto de supervivencia. Quizá habría que preguntarse qué es, entonces, más saludable: matarse de hambre a fuerza de polvos de talco saborizados (como hizo Malena durante décadas) o trasladar una práctica común y corriente a ámbitos poco comunes, pero, al fin y al cabo, vitales.