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Introducción Hace veinte años yo iba con mi familia al camposanto,
si me tardaba mucho en salir de mi recámara mi abuela me decía: “no te hagas
guaje, apúrate para que nos ayudes con las cubetas”. Cuando llegábamos cerca
de la entrada me mandaban por flores y, si no me sobraba cambio, la bisabuela
desconfiaba de la honradez de mis sumas: “¿cómo diez?, a mí se me hace que
me quieres ver la oreja”. Hace apenas diez años tres expresiones tan cotidianas
para mí como “camposanto” (panteón), “hacerse guaje” (equivalente, más o
menos, a hacerse tonto) y “ver la oreja” (querer engañar o aprovecharse
de alguien) desaparecieron totalmente de mi habla cotidiana, dejé de usarlas
y ahora sólo las recuerdo vinculadas con mis dos abuelas. Pero esto ha ocurrido a lo largo de toda la historia de las lenguas del mundo, cuando una lengua importa tecnología, bienes, cultura o conocimiento, ese conocimiento, esos bienes, esa tecnología, vienen acompañados de las palabras en el idioma original de la cultura que las produjo. Esa es una de las causas por las cuales toda lengua tiene palabras provenientes de otras, a las que llamamos préstamos: no existen lenguas puras, tampoco es ideal su existencia. El español tiene cientos de palabras que no pertenecen originalmente a la lengua madre del español, el latín. Tenemos palabras de muchísimas lenguas: palabras del griego (muchas fueron ya préstamos en latín); tenemos palabras del árabe; palabras francesas, incluso germánicas; tenemos, también, en el caso del español americano, gran cantidad de palabras procedentes de lenguas indígenas. La introducción de palabras extranjeras está reflejando la historia de contacto de culturas, de lenguas, y su movimiento; además, es absolutamente inevitable, es natural. Es algo que sucede, ha sucedido siempre y seguirá sucediendo. ¿Por qué lo notamos ahora como algo que está ocurriendo muy rápidamente? Porque así el movimiento mismo de la tecnología: la importación contemporánea de tecnología, de conocimientos que vienen de fuera, hace que los usuarios importen también las palabras del idioma de origen de esas tecnologías. RDU: No sé como lo veas tú pero, por ejemplo, José G. Moreno de Alba, dice que usamos términos extranjeros, cuando hay palabras en español. Por ejemplo delete: hay teclados que dicen supr2; podríamos usar, también, la palabra ‘borrar’.3 Qué pasa cuando sí existe el término en español y de todas formas los usuarios, como dices tú, un poco por este uso cotidiano, se inclinan más por el término en inglés. ¿Tú crees que sería mejor mantener la palabra en español?, porque se usa indistintamente, pero en algún momento supongo que tendrá que haber como una especie de decantación: o usamos ‘suprimir’ o usamos ‘borrar’ o, en la lengua escrita, se usa el término más oficial y en el habla cotidiana se sigue usando cualquiera de los dos. ¿Tú qué crees que sería más adecuado? MF: Lo primero que habría que preguntarse es si “es adecuado” para qué o para quién. Si nosotros pensamos en los términos de lo que es una lengua, independientemente de las valoraciones que podamos tener los hablantes acerca de lo que es esa lengua. Las lenguas son sistemas relativamente autónomos, que tienen como característica básica el cambio, no hay manera de detener el cambio lingüístico, si hubiera manera estaríamos hablando todavía latín. El español fue el resultado de los cambios introducidos por cientos de generaciones de hablantes que lo fueron modificando. Entonces, no hay forma de detener el cambio lingüístico, es parte esencial de la naturaleza de las lenguas. Luego, tenemos la visión normativa, la norma lingüística, la fijación de “una forma correcta de hablar”, “una forma correcta de escribir”. Casi siempre, la “forma correcta de hablar” tiene que ver con la norma escrita, lo que se considera como la mejor versión de una lengua, en estos términos normativos, la de los escritores prestigiosos. Entonces, ¿para qué nos sirve conocer como hablantes comunes y corrientes la norma lingüística?, es importante, porque haciendo una analogía de la norma lingüística con el “vestido”, la forma de vestir, podemos decir que si nosotros vamos “bien vestidos” a un banco, o a solicitar trabajo, nos van a recibir mejor que si vamos con la que usamos sólo para estar en casa; si vamos en pantalón de mezclilla o con pijama, por ejemplo, pues seria muy visible, nos marcaría socialmente y seguramente recibiríamos un trato indeseado. Conocer la norma lingüística nos permite tener acceso a todos los ámbitos de la sociedad, siendo bien acogidos, nos permite movilidad social, porque imaginen que alguien va a solicitar trabajo, y dice “ansina no se hace” o “me caí en un joyo” que es una forma de hablar rural, campesina —forma de hablar igualmente eficiente que cualquier otra, desde un punto de vista comunicativo, porque se entiende, sabemos qué quiere decir la persona, aunque no lo diga en una forma normativamente correcta. Inmediatamente se ubica su origen social, su procedencia y posiblemente le den un trabajo, pero de barrendero nada más. Nuestro uso de la lengua es parte de nuestra identidad, es como la ropa: nos presenta ante la sociedad. Si nosotros no atendemos a la norma lingüística, corremos el riesgo de ser marcados negativamente o valorados negativamente por esa sociedad. En ese sentido, como educadores, tenemos la obligación de presentar la norma lingüística a los hablantes y permitir que la conozcan, porque es una norma que implica prestigio social, para que tengan acceso, por una cuestión de justicia social, a todos los niveles y beneficios de esa sociedad. Pero, si lo vemos desde un punto de vista estrictamente lingüístico, el hablar o no de acuerdo con la norma es irrelevante, porque desde un punto de vista comunicativo es igualmente eficiente usar las formas que ofrece la norma que las formas que corren entre los usuarios de la lengua que no tienen demasiada preocupación lingüística, es lo mismo.
MF: Bueno, hay que poner todo en su
contexto: el Dr. Moreno de Alba habla como miembro de la Academia, precisamente
la institución encargada de establecer y salvaguardar la norma lingüística.
Él es el representante de la Academia, es obvio que defenderá esta postura,
porque es parte de su tarea. Todos estamos de acuerdo en que la norma lingüística
tiene una función, una de las tareas del doctor, como académico, es defender
esta norma y decir: tenemos estos vocablos en español; y hacer una invitación
a los hablantes para que traten de utilizar los términos en español. Pero
esa siempre ha sido la tarea de los normativistas; yo estoy segura de que
el Dr. Moreno, como lingüista, tiene la conciencia clarísima de que las
lenguas cambian, de que el cambio lingüístico es inevitable. Él maneja dos
aspectos: como lingüista lo sabe y seguramente no tiene ningún problema
con el cambio lingüístico, estoy convencida de eso; pero como normativista,
como representante de la Academia, es su función hacer notar las faltas.
Si yo estuviera en la Academia haría lo mismo, porque ése sería mi papel
y lo haría con toda honestidad. Tenemos que ver esto como una tarea loable
también, en el sentido de que la norma es la que nos permite la uniformidad
dentro de la lengua; nos permite además, no solamente movilidad social o
la posibilidad de tener igualdad social a partir de nuestra identidad lingüística,
a partir de conocer los diferentes registros con los que podemos jugar,
sino porque nos permite también entendernos con hablantes de otras naciones.
Si no fuera por la norma lingüística, la variación lingüística (que es espontánea,
es natural, inherente a toda lengua) se dispararía en todas las direcciones
posibles, obedeciendo a múltiples tendencias presentes en el sistema. Entonces,
si sucede algo así, empezaríamos a no entendernos; he escuchado a algunos
mejicanos que se quejan de que no entienden el español de otras variedades,
por ejemplo, el español de Cuba, o el de Andalucía. En estos casos no es
que el español cubano, o el andaluz sea mejor o peor que el español mexicano,
son igualmente eficientes desde un punto de vista comunicativo, pero son
diferentes, el punto es la diferencia. Entonces, a medida en que se profundizan
las diferencias se profundizan las dificultades de entendimiento, así es
como surgen lenguas distintas de lo que era una sola lengua. La norma tiene
también la función de uniformadora, mantiene la unidad lingüística. En ese
sentido es interesante, de alguna manera, mantener la unidad lingüística
que nos permite el entendimiento entre naciones, es importante sentir que
somos parte de una misma cultura, de una misma historia, que nuestro uso
de la lengua es mucho más extenso, y nuestra capacidad comunicativa va más
allá de los límites de nuestro propio dialecto.
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