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El inevitable cambio en la lengua. Entrevista con la Dra. Marcela Flores Cervantes, investigadora del IIFL-UNAM
Libia Brenda Castro R.
 
 

Introducción

Hace veinte años yo iba con mi familia al camposanto, si me tardaba mucho en salir de mi recámara mi abuela me decía: “no te hagas guaje, apúrate para que nos ayudes con las cubetas”. Cuando llegábamos cerca de la entrada me mandaban por flores y, si no me sobraba cambio, la bisabuela desconfiaba de la honradez de mis sumas: “¿cómo diez?, a mí se me hace que me quieres ver la oreja”. Hace apenas diez años tres expresiones tan cotidianas para mí como “camposanto” (panteón), “hacerse guaje” (equivalente, más o menos, a hacerse tonto) y “ver la oreja” (querer engañar o aprovecharse de alguien) desaparecieron totalmente de mi habla cotidiana, dejé de usarlas y ahora sólo las recuerdo vinculadas con mis dos abuelas.

En cambio, en la última década, he ganado vocablos que nunca imaginé que usaría: chateo un día sí y otro también, a veces escaneo alguna foto de mi abuela, porque nunca llegamos a tomarle fotografías con cámara digital y, por mi trabajo, manejo diariamente archivos zipeados, para que sea mas fácil mandarlos por mail. ¿Cuántos otros cambios en mi forma de hablar experimentaré en los años venideros? ¿Es bueno o es malo que se den estos cambios? ¿Será que perdemos vocabulario? Muchos padres se quejan de que no entienden la manera de hablar de sus hijos, pero, acaban aprendiendo las palabras de uso común de los jóvenes, para hacerse sus cómplices y comunicarse con ellos. Internet, por ejemplo, aportó, como medio de comunicación, una serie de palabras que se adaptaron fácilmente a nuestro vocabulario cotidiano, sin embargo, muchos de los términos que hoy usamos, quizá terminen por desaparecer dentro de algunos años, tal vez nos toque ver esa desaparición o tal vez no.

En esta charla, la Doctora Marcela Flores Cervantes, Investigadora del Centro de Lingüística Hispánica "Juan M. Lope Blanch", del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM, nos explica cómo funcionan estos cambios y por qué, en el caso de nosotros como hablantes, es importante conocer las reglas de la comunicación escrita, aunque nuestro uso de las palabras no se apegue a las normas.

Revista Digital Universitaria: En el habla cotidiana hay cambios constantes, sin embargo, parece que últimamente los cambios se han multiplicado, especialmente en ciertas áreas, vinculadas con la tecnología, ¿a qué crees que se debe esto?

Marcela Flores: Sí creo que eso tiene que ver directamente con los cambios tecnológicos; ha habido una revolución en ese ámbito, entonces se da la emergencia de nuevas áreas de conocimiento que requieren de nueva terminología. Lo que sucede normalmente en estos casos es que la cultura que ha creado el desarrollo impone también su terminología, y así pasa a los demás países; es el caso, por ejemplo, de la computación: los Estados Unidos, al ser líderes mundiales de los avances cibernéticos, están exportando esa tecnología junto con todos los vocablos que ésta implica. Entonces, si nosotros estamos, por ejemplo, trabajando con una computadora y vemos en el teclado la tecla que dice “Del”1 es mucho más fácil para el hablante la palabra delete y termina diciendo ‘deleteale’ o ‘enterale’, que es más accesible, porque está a la mano.

Pero esto ha ocurrido a lo largo de toda la historia de las lenguas del mundo, cuando una lengua importa tecnología, bienes, cultura o conocimiento, ese conocimiento, esos bienes, esa tecnología, vienen acompañados de las palabras en el idioma original de la cultura que las produjo. Esa es una de las causas por las cuales toda lengua tiene palabras provenientes de otras, a las que llamamos préstamos: no existen lenguas puras, tampoco es ideal su existencia. El español tiene cientos de palabras que no pertenecen originalmente a la lengua madre del español, el latín. Tenemos palabras de muchísimas lenguas: palabras del griego (muchas fueron ya préstamos en latín); tenemos palabras del árabe; palabras francesas, incluso germánicas; tenemos, también, en el caso del español americano, gran cantidad de palabras procedentes de lenguas indígenas. La introducción de palabras extranjeras está reflejando la historia de contacto de culturas, de lenguas, y su movimiento; además, es absolutamente inevitable, es natural. Es algo que sucede, ha sucedido siempre y seguirá sucediendo. ¿Por qué lo notamos ahora como algo que está ocurriendo muy rápidamente? Porque así el movimiento mismo de la tecnología: la importación contemporánea de tecnología, de conocimientos que vienen de fuera, hace que los usuarios importen también las palabras del idioma de origen de esas tecnologías.

RDU: No sé como lo veas tú pero, por ejemplo, José G. Moreno de Alba, dice que usamos términos extranjeros, cuando hay palabras en español. Por ejemplo delete: hay teclados que dicen supr2; podríamos usar, también, la palabra ‘borrar’.3 Qué pasa cuando sí existe el término en español y de todas formas los usuarios, como dices tú, un poco por este uso cotidiano, se inclinan más por el término en inglés. ¿Tú crees que sería mejor mantener la palabra en español?, porque se usa indistintamente, pero en algún momento supongo que tendrá que haber como una especie de decantación: o usamos ‘suprimir’ o usamos ‘borrar’ o, en la lengua escrita, se usa el término más oficial y en el habla cotidiana se sigue usando cualquiera de los dos. ¿Tú qué crees que sería más adecuado?

MF: Lo primero que habría que preguntarse es si “es adecuado” para qué o para quién. Si nosotros pensamos en los términos de lo que es una lengua, independientemente de las valoraciones que podamos tener los hablantes acerca de lo que es esa lengua. Las lenguas son sistemas relativamente autónomos, que tienen como característica básica el cambio, no hay manera de detener el cambio lingüístico, si hubiera manera estaríamos hablando todavía latín. El español fue el resultado de los cambios introducidos por cientos de generaciones de hablantes que lo fueron modificando. Entonces, no hay forma de detener el cambio lingüístico, es parte esencial de la naturaleza de las lenguas.

Luego, tenemos la visión normativa, la norma lingüística, la fijación de “una forma correcta de hablar”, “una forma correcta de escribir”. Casi siempre, la “forma correcta de hablar” tiene que ver con la norma escrita, lo que se considera como la mejor versión de una lengua, en estos términos normativos, la de los escritores prestigiosos. Entonces, ¿para qué nos sirve conocer como hablantes comunes y corrientes la norma lingüística?, es importante, porque haciendo una analogía de la norma lingüística con el “vestido”, la forma de vestir, podemos decir que si nosotros vamos “bien vestidos” a un banco, o a solicitar trabajo, nos van a recibir mejor que si vamos con la que usamos sólo para estar en casa; si vamos en pantalón de mezclilla o con pijama, por ejemplo, pues seria muy visible, nos marcaría socialmente y seguramente recibiríamos un trato indeseado. Conocer la norma lingüística nos permite tener acceso a todos los ámbitos de la sociedad, siendo bien acogidos, nos permite movilidad social, porque imaginen que alguien va a solicitar trabajo, y dice “ansina no se hace” o “me caí en un joyo” que es una forma de hablar rural, campesina —forma de hablar igualmente eficiente que cualquier otra, desde un punto de vista comunicativo, porque se entiende, sabemos qué quiere decir la persona, aunque no lo diga en una forma normativamente correcta. Inmediatamente se ubica su origen social, su procedencia y posiblemente le den un trabajo, pero de barrendero nada más. Nuestro uso de la lengua es parte de nuestra identidad, es como la ropa: nos presenta ante la sociedad. Si nosotros no atendemos a la norma lingüística, corremos el riesgo de ser marcados negativamente o valorados negativamente por esa sociedad. En ese sentido, como educadores, tenemos la obligación de presentar la norma lingüística a los hablantes y permitir que la conozcan, porque es una norma que implica prestigio social, para que tengan acceso, por una cuestión de justicia social, a todos los niveles y beneficios de esa sociedad. Pero, si lo vemos desde un punto de vista estrictamente lingüístico, el hablar o no de acuerdo con la norma es irrelevante, porque desde un punto de vista comunicativo es igualmente eficiente usar las formas que ofrece la norma que las formas que corren entre los usuarios de la lengua que no tienen demasiada preocupación lingüística, es lo mismo.

RDU: Te lo preguntaba porque, por ejemplo, como decíamos hace rato (cuando mencionamos a moreno de Alba), es común el uso de extranjerismos, aunque existan equivalentes en nuestro idioma; es decir, incluso ya en otro nivel, los comunicadores, los articulistas o los escritores, gente conoce la norma lingüística (o se supone que la conoce) y que teóricamente también tiene que tener otro nivel de comunicación escrita, es floja y no utiliza necesariamente la norma, podría ser más adecuado o podría ser mejor que la aplicaran, no nada más para la comunicación sino también para el buen uso de las reglas.

MF: Bueno, hay que poner todo en su contexto: el Dr. Moreno de Alba habla como miembro de la Academia, precisamente la institución encargada de establecer y salvaguardar la norma lingüística. Él es el representante de la Academia, es obvio que defenderá esta postura, porque es parte de su tarea. Todos estamos de acuerdo en que la norma lingüística tiene una función, una de las tareas del doctor, como académico, es defender esta norma y decir: tenemos estos vocablos en español; y hacer una invitación a los hablantes para que traten de utilizar los términos en español. Pero esa siempre ha sido la tarea de los normativistas; yo estoy segura de que el Dr. Moreno, como lingüista, tiene la conciencia clarísima de que las lenguas cambian, de que el cambio lingüístico es inevitable. Él maneja dos aspectos: como lingüista lo sabe y seguramente no tiene ningún problema con el cambio lingüístico, estoy convencida de eso; pero como normativista, como representante de la Academia, es su función hacer notar las faltas. Si yo estuviera en la Academia haría lo mismo, porque ése sería mi papel y lo haría con toda honestidad. Tenemos que ver esto como una tarea loable también, en el sentido de que la norma es la que nos permite la uniformidad dentro de la lengua; nos permite además, no solamente movilidad social o la posibilidad de tener igualdad social a partir de nuestra identidad lingüística, a partir de conocer los diferentes registros con los que podemos jugar, sino porque nos permite también entendernos con hablantes de otras naciones. Si no fuera por la norma lingüística, la variación lingüística (que es espontánea, es natural, inherente a toda lengua) se dispararía en todas las direcciones posibles, obedeciendo a múltiples tendencias presentes en el sistema. Entonces, si sucede algo así, empezaríamos a no entendernos; he escuchado a algunos mejicanos que se quejan de que no entienden el español de otras variedades, por ejemplo, el español de Cuba, o el de Andalucía. En estos casos no es que el español cubano, o el andaluz sea mejor o peor que el español mexicano, son igualmente eficientes desde un punto de vista comunicativo, pero son diferentes, el punto es la diferencia. Entonces, a medida en que se profundizan las diferencias se profundizan las dificultades de entendimiento, así es como surgen lenguas distintas de lo que era una sola lengua. La norma tiene también la función de uniformadora, mantiene la unidad lingüística. En ese sentido es interesante, de alguna manera, mantener la unidad lingüística que nos permite el entendimiento entre naciones, es importante sentir que somos parte de una misma cultura, de una misma historia, que nuestro uso de la lengua es mucho más extenso, y nuestra capacidad comunicativa va más allá de los límites de nuestro propio dialecto.

RDU: Es decir, sería también como una especie de identificación de hermandad, en el sentido de “yo hablo español mexicano y no hablo español argentino, pero también hablamos español”, entonces, eso es lo importante.

MF: Claro, y lo importante aquí también, como hablantes y como estudiosos de la lengua, es este reconocimiento de que no existen formas mejores o peores de hablar, son simplemente diferentes. Pero también hay que reconocer que existe la conveniencia, desde cierta perspectiva, de tener una norma ligüística y de dejarnos de alguna manara regir por ella, sobre todo a la hora de escribir. Lo que no quiere decir que nosotros podamos hacer gran cosa para convencer a la gente de usar las alternativas que ofrece la norma, porque voy a decirte algo: por mucho que tratemos de decir “usen la palabra ‘borrar’, que existe en español, o ‘suprimir’, por qué decir deletear o enterar o shift” no es español, eso está totalmente fuera de nuestro control, la gente va hacer lo que le resulte más fácil y más directo y si empezó a usar teclados en inglés hay ya una costumbre establecida y contra la costumbre [no hay norma que valga], incluso los juristas reconocen la costumbre como ley: algo se hizo costumbre pasa a ser ley.


 

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