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Cortázar y Escher ante el recurso literario y gráfico de la metamorfosis de identidades

María Antonieta Gómez Goyeneche
 
 

Metamorfosis e identidades disyuntivas en Cortázar


Julio Cortázar

En Cortázar se encuentran obras como “No se culpe a nadie” y “Axolotl”, incluidas en su colección de relatos titulada Final del Juego (1956), 7 que evidencian el recurso de la metamorfosis de sus protagonistas bajo trastornos de su identidad. El principio de la identidad “A es A”, según Heidegger en términos generales, implica “él mismo consigo mismo lo mismo”, una unidad. 8 No obstante, la autopercepción identitaria de los protagonistas, en los dos relatos de Cortázar, se experimenta por el contrario: de manera escindida, irreconciliablemente dicotómica, suscitándose a partir de allí una acepción metamórfica de sí.

En “No se culpe a nadie”, un individuo no puede cumplir una cita con su esposa para ir a comprar un regalo de matrimonio, debido a sus insólitas dificultades para ponerse un pulóver y su desenlace en este intento: introducir la cabeza y los brazos en las correspondientes partes se convierte en un forcejeo y un sofocamiento al interior de la prenda de vestir, al término del cual el protagonista percibe que su mano derecha se le ha transformado en una especie de garra sobre la que ya no tiene ningún control y ejerce una amenaza de agresión, frente a la cual su mano izquierda trata de protegerlo, hasta que finalmente cae al abismo desde la ventana de su departamento.

Poco a poco va avanzando la mano hasta que al fin asoma un dedo fuera del puño de lana azul, pero a la luz del atardecer el dedo tiene un aire de arrugado y metido para adentro, con una uña terminada en punta. De un tirón se arranca la manga del pulóver y se mira la mano como si no fuese suya, pero ahora que está fuera del pulóver se ve que es su mano de siempre y él la deja caer al extremo del brazo flojo y se le ocurre que lo mejor será meter el otro brazo en la otra manga a ver si así resulta más sencillo. […] Toda su voluntad acaba en la mano izquierda, quizá ha caído de rodillas y se siente como colgado de la mano izquierda que tira una vez más del pulóver y de golpe es el frío en las cejas y en la frente, en los ojos, absurdamente no quiere abrir los ojos pero sabe que ha salido fuera, esa materia fría, esa delicia es el aire libre, y no quiere abrir los ojos y espera un segundo, dos segundos, […] entreabre los ojos y ve las cinco uñas negras suspendidas apuntando a sus ojos, tiene el tiempo de bajar los párpados y echarse atrás cubriéndose con la mano izquierda que es su mano, que es todo lo que le queda para que lo defienda desde dentro de la manga, […] mientras se endereza para huir a otra parte, para llegar por fin a alguna parte sin mano y sin pulóver, donde solamente haya un aire fragoroso que lo envuelva y lo acompañe y lo acaricie y doce pisos (Cortázar, 1974: 13, 18).


Se trata así de la experiencia metamórfica de un fragmento corporal de sí, una mano, mientras que en “Axolotl”, la experiencia es aún más extraordinaria. El protagonista entra a un zoológico donde queda fascinado en el acuario frente a un grupo de peces de origen mexicano, axolotl o ajolotes,9 y al cabo de un tiempo bajo continuas visitas, llega a obsesionarse con la especie, hasta que un día se siente uno de estos peces y, ya dentro del acuario bajo su misma forma, termina mirando su cuerpo humano desde el interior del vidrio, y, a su vez, es observado desde el exterior en su originaria apariencia humana que se aleja finalmente de sí. En palabras textuales:

No hubo nada de extraño en lo que ocurrió. Mi cara estaba pegada al vidrio del acuario, mis ojos trataban una vez más de penetrar el misterio de esos ojos de oro sin iris y sin pupila. Veía de muy cerca la cara de un axolotl inmóvil junto al vidrio. Sin transición, sin sorpresa, vi mi cara contra el vidrio, en vez del axolotl vi mi cara contra el vidrio, la vi fuera del acuario, la vi del otro lado del vidrio. Entonces mi cara se apartó y yo comprendí.

[…] Yo era un axolotl. [...] Él estaba fuera del acuario, su pensamiento era un pensamiento fuera del acuario. […] Se me ocurre que al principio continuamos comunicados, que él se sentía más que nunca unido al misterio que lo obsesionaba. Pero los puentes están cortados entre él y yo, porque lo que era su obsesión es ahora un axolotl, ajeno a su vida de hombre (Cortázar, 1974: 162, 167).

En la peculiaridad de estos dos relatos, ya sea a través de los miembros de la mano, metamorfosis parcial del cuerpo o, total, en el protagonista de “Axolotl” opera igualmente una lógica disyuntiva o de incompatibilidad entre opuestos en la autopercepción identitaria: mano derecha como garra, mano izquierda humana, hombre-pez axolotl. Las radicales dicotomías se expresan en ambas obras por igual, bajo fabulaciones metamórficas, en las que subyace la concepción sobre la existencia de un verdadero yo identitario y, por otra parte, un falso yo identitario partiendo, sin embargo, de un mismo haz individual.

En el caso de “No se culpe a nadie”, lo que se reconoce como el verdadero yo identitario es el cuerpo, y la psiquis que se experimenta como propia al ejercer un dominio y sentido de autoprotección de sí, mientras que lo que se percibe como un falso yo identitario es la extensión corporal de la mano derecha, sobre la cual ya no puede ejercer un control y se aprecia como ajena, extraña, inclusive como una monstruosa garra que lo agrede y precipita finalmente a la autodestrucción. Mientras que en “Axolotl”, el protagonista llega a concebir a su “yo interior” en un cuerpo de pez ajolote, como su verdadero yo identitario, mientras que a su corporeidad humana la experimenta como ajena, extraña y autónoma; un falso yo identitario. En ambos casos, el falso yo identitario es concebido, por tanto, como una experimentación en la irrupción de algo ajeno, autónomo y extraño de sí, estableciendo las bases de una peculiar relación consigo mismo, como un: yo, tú, él, ese, al mismo tiempo.

En un par de estudios anteriores, correspondientes a cada uno de estos relatos ―que aquí se ponen en relación para luego contrarrestar con las metamorfosis gráficas de Escher, aspecto que no se había tratado―,10 se aprecia una concepción de los protagonistas que extralimita completamente los cauces normales en la experimentación física y psíquica de sí. Sólo en la psicopatología es posible encontrar casos verdaderamente análogos, tal como se puede correlacionar con estudios pertinentes:

Particularmente, los individuos esquizoides presentan una estructura mental entre cuyas características figura una acusada tendencia a perder el sentido de la unidad o identidad de sí como un todo físico-psíquico, a través de una escisión en dos o más concepciones del yo, a manera de subsistemas, bajo la característica igualmente, en la estimación de un verdadero-yo y, por otra parte, de un falso-yo que se estima como ajeno, y que se vuelve cada vez más autónomo, constituyendo la base de una clase de alucinación. 11

El psicólogo R.D. Laing observa, en términos generales, para la psicopatología esquizoide, que “en vez de que el individuo salga al encuentro del mundo con un yo integral, desconoce una parte de su propio ser”.12 Pero, aunque ambos relatos de Cortázar comparten esta dimensión que se vierte en la concepción dicotómica de un verdadero y un falso yo identitario bajo una fabulación metamórfica, las motivaciones, en cada uno de los protagonistas, obedecen a diversas vertientes en torno a una misma manifestación: las identidades escindidas.

En efecto, dentro de las metamorfosis e identidades disyuntivas hemos distinguido, en la literatura y en las artes visuales, cuatro grandes manifestaciones que revelan motivaciones matizadamente diferentes:

1.- Puede darse el caso de que las pasiones humanas susciten en ciertas obras efectos metamórficos de la identidad.13

2.- Que la transgresión de normas sociales desemboque en cambios identitarios en los personajes.14

3.- En otros casos, las tensiones sexuales pueden hacer aparecer al futuro esposo/a metamorfoseado/a en un animal.15

4.- Puede darse el caso de metamorfosis bajo identidades escindidas, con tres sub vertientes: identidades escindidas y metamorfosis a partir de actitudes y comportamientos contrarios;16 metamorfosis y escisiones de la identidad a partir de las pulsiones de vida y de muerte; y, doble identidad y metamorfosis a partir de la dicotomía cuerpo-psiquis.

Los dos relatos de Cortázar, “No se culpe a nadie” y “Axolotl”, corresponden cada uno a las dos últimas tendencias señaladas dentro de la vertiente de las identidades escindidas. En “No se culpe a nadie”, la percepción dicotómica e irreconciliable entre las dos manos, derecha e izquierda, es motivada por dos de las grandes pulsiones: pulsión de vida y pulsión de muerte.17 Y, tal como se observa sobre este relato:“Los miembros de las manos bajo la propiedad simétrica de ciertos órganos tanto internos como externos que van por pares (pulmones, riñones, brazos, piernas, ojos, oídos…), facilita el que, en este caso, una mano termine por polarizarse de manera antagónica bajo un poder nefasto y la otra bajo un poder de protección benéfica”.18

Este mecanismo de absoluta dualidad de sí, en este caso, a través de las manos representando cada una pulsiones opuestas, es típico en las dificultades de asimilación de la ambivalencia de una misma entidad. Las manos tienen el poder tanto de construir y proteger, así como de destruir y agredir, en un doble poder ambiguo. Sin embargo, su concepción, escindida bajo mediación del recurso de la metamorfosis en uno de estos miembros, manifiesta la dicotomía de un yo disgregado, desintegrado en su identidad y precipitado finalmente hacia un estado caótico dentro de una tensión de tipo esquizoide.19

En “Axolotl” la identidad dividida del protagonista bajo su singular experiencia metamórfica, por medio de la cual concibe que su “yo interior” transmigra –como en una especie de metempsicosis-, al cuerpo de un ser completamente extraño: en este caso a un cuerpo de pez axolotl que considera como su verdadero yo identitario; en tanto que su cuerpo humano originario es observado como un mero cascarón, insólitamente vaciado e independiente de sí: un falso yo identitario, proviene de un fracaso en la auto percepción de sí como una unidad indisoluble entre mente y cuerpo. Disociación que se agudiza bajo el trastorno de tipo esquizoide, en donde se manifiestan múltiples personalidades, o donde seres animados o cosas inanimadas (animales, sillas, calles…), pueden experimentarse en ciertos individuos, como si ellos fueran exactamente estos mismos objetos de su atención, bajo la misma materialidad y formas que les rodea, en una fuerte tendencia a convertirse en lo que se percibe; lo que se ha llamado una carencia de frontera ontológica total, una incapacidad de discriminar entre lo que objetivamente se-es y no se-es, adoptándose una pseudoidentidad.20

Partiendo de una drástica disyuntiva entre cuerpo y mente, que hace viable allí la peculiar experiencia metamórfica, se expresan múltiples caracterizaciones en el protagonista de este relato. En términos espaciales se trata de una negativa a participar de la corporeidad humana y de su propio hábitat espacial, como referentes básicos en la consolidación del sentimiento de identidad. Al percibir lo que considera su “verdadero yo” en una corporeidad diferente: un axolotl, y en el espacio de un acuario. Por otro lado, en lo que considera ahora como un “falso yo” bajo corporeidad humana, vaciado al respecto de un sentimiento de pertenencia, el personaje desarrolla lo que se ha llamado una “identidad de vidrio”. 21 Este tipo de identidad, propia de trastornos en la personalidad, se manifiesta a través del deseo de algunos individuos de estar en dos lugares de manera simultánea, escindiéndose bajo una tensión de duplicidad de ser y, consecuentemente, bajo una aguda disyuntiva en la percepción de la propia identidad.

En la dimensión temporal hay un deseo de suspender el tiempo, la ilusión de una eternidad ingrávida en un medio acuático, donde el agua puede ser símbolo de vida pero también, en este caso, de muerte por estancamiento, de tal manera que este hombre-axolotl se precipita inexorablemente hacia un letargo físico del ser, a una muerte en vida donde las pulsiones de vida y de muerte están también presentes contribuyendo a la experimentación de una identidad dividida bajo un recurso metamórfico, en este caso, a partir de la concepción dicotómica entre cuerpo y psiquis.22

La metamorfosis, además, expresa en el protagonista de este relato, un coeficiente extremadamente bajo de contacto con la realidad exterior...

tanto desde lo que estima como el verdadero yo –que sólo se entrega a una actividad psíquica de especulación y fabulación bajo un nuevo físico-, así como desde el punto de vista de lo que considera como su falso yo, el cuerpo humano, concibiendo su existencia en una duplicidad de ser, mediante entidades igualmente fantasmales. […] Adolece de una ‘ensoñación mórbida’; esto es, dista ya de ser normal, al manifestar un desequilibrio que afecta a toda la percepción de sí, como un todo psíquico físico y bajo relaciones solidarias entre lo interior y lo exterior. […] Es lo que se ha llamado también, en términos generales, como un ‘autismo rico’ en contraposición a un autismo pobre’.23 […] En el primer caso, donde se encuentra el hombre-axolotl, el individuo se entrega febrilmente a la construcción de un mundo imaginario y vive absorto y finalmente inmerso en él, aislándose del mundo o bien, como en el caso del personaje de Cortázar, desdoblándose en dos.24

En términos sociales, otro aspecto que llama la atención es que la autoidentificación, la autoconciencia identitaria en los seres humanos sólo se posibilitan y construyen, de manera real y significativa, a través del contacto social con los congéneres. De manera pertinente, uno de los aspectos que suele llamar la atención en múltiples metamorfosis de protagonistas literarios, sobre todo en aquellos que se representan bajo una conversión animal, o peor aún: en plantas u objetos, consiste en la privación –ya sea previa o consecuente con la transmutación-, de vínculos sociales y comunicativos a través del lenguaje. La dificultad de intercambio social y lingüístico es visible al pasar, en este caso, a una conversión animal, donde la palabra, el lenguaje humano no opera en su articulación bajo la nueva condición física. Y tanto los vínculos sociales como comunicativos, a través del lenguaje, forman parte de la configuración cultural de la identidad; sin ellos, la personalidad humana es abocada, fácilmente, a una perturbación identitaria del yo.

Estas caracterizaciones simbólicas, entre otras, de los protagonistas de los dos relatos de Cortázar se articulan así bajo una lógica disyuntiva en el recurso de la metamorfosis: mano izquierda y derecha, hombre y axolotl, pulsión de vida y de muerte, mente y cuerpo, verdadero y falso yo, y una serie de implicaciones semánticas dentro de una acepción dicotómica. Muy distinto es el panorama ofrecido por M. C. Escher en sus obras gráficas, bajo este mismo recurso que aquí contraponemos de manera drástica dentro de los valores propios en el procedimiento creativo.

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