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Julio Cortázar, la prosa de Moebius

Yanna Hadatty Mora
 
 

Luminoso como una estrella

A veinticinco años de la partida de Cortázar, se antoja revisar este texto en lugar de aquellos más conocidos, a los que ya resulta difícil añadir una nueva afirmación.


El material fotográfico de Prosa del observatorio. Imágenes tomadas de: http://bibliotecaignoria.blogspot.com/

El problema literario estriba justamente en que como si se tratara de enfrentar un remolino de agua, Prosa del observatorio nos sumerge y hace suyos, y la crítica exige el movimiento contrario, retrotraerse para tomar distancia. Pudiendo subrayar el texto y detenernos para tomar aliento, sin embargo, vemos cómo aparecen núcleos de sentido a lo largo de las tres partes y en los catorce párrafos que lo componen. Muchos de ellos resultan opuestos complementarios, que enlistamos resaltados con cursivas:

1. Estar entre opuesto a estar fuera

2. Las anguilas enfrentadas a las estrellas del observatorio

3. Jai Singh, sultán de Jaipur, opuesto a los especialistas en anguilas (profesor Fontaine, etc.)

4. Hölderlin leyendo a Marx, opuesto a Marx leyendo a Hölderlin

5. El anillo de Moebius como símbolo de los opuestos que coexiste

6. Este escrito como anillo de Moebius

7. Anguilas-escritura-relación amorosa-escritura-estrellas del observatorio

El texto —aparentemente lapidario, en tanto asoma sin posibilidad de insertarle palabra alguna, incluso cerrada su posibilidad dialógica de tan trabado sobre sí que parece— inicia con una oración que parece formar parte de un discurso que empezó tiempo atrás, pero que apenas percibimos desde donde inicia: “Esa hora que puede llegar alguna vez fuera de toda hora, agujero en la red del tiempo, esa manera de estar entre, no por encima o detrás sino entre”, (p.9).

De esa manera, se nos inserta como lectores en el primer tópico, “estar entre”, lo que necesariamente ocurre en una hora extraña en que la realidad pierde los bordes y se vuelve porosa, permitiendo que lenguaje y lector la traspasen. El acierto de la concordancia “fondo-forma” es claro: el mismo lenguaje parece crear la hora del estar entre, con los extensos párrafos de largas oraciones, y la acumulación de objetos que éstos presentan.

Vale la pena resaltar que la profundidad se introduce desde estas líneas, rechazo al fundamento ontológico occidental (“el ser es, el no ser no es”, o principio de identidad): se puede ser una cosa u otra, anguila o estrella, escritura u hombre, estar en un sitio u otro; no en ambas partes. Las palabras delimitan, se asignan para denominar conceptos que deslindan el resto de lo nombrable como ajeno a lo ya nombrado.

Pero este pequeño mundo de las palabras que es el texto, este observatorio del prosista, establece en pocas líneas otras convenciones de lectura, que nos permiten “estar entre”, pues es un mundo ordenado como el autor, el pequeño demiurgo, quiere, y no “como dios manda”:

[…] y sin aviso, […] un arrimo a lo que ya no se ordena como dios manda, acceso entre dos ocupaciones instaladas en el nicho de sus horas, en la colmena día, así o de otra manera (en la ducha, en plena calle, en una sonata, en un telegrama) tocar con algo que no se apoya en los sentidos esa brecha en la sucesión, y tan así, tan resbalando, las anguilas, por ejemplo, la región de los sargazos, las anguilas y también las máquinas de mármol, la noche de Jai Singh bebiendo un flujo de estrellas, los observatorios bajo la luna de Jaipur y de Delhi, […]; tan simplemente anillo de Moebius y de anguilas y de máquinas de mármol, esto que fluye ya en una palabra desatinada, desarrimada, que busca por sí misma, que también se pone en marcha desde sargazos de tiempo y semánticas aleatorias, la migración de un verbo: discurso, decurso […] (pp. 9-11).

Más adelante, la tácita interdicción de este principio, ser (también) lo otro, lo que no se es, será el anhelo que se sublime en la construcción del observatorio, el seguimiento de las anguilas, o la escritura de esta prosa.

[…] Jai Singh quiere ser eso que pregunta, Jai Singh sabe que la sed que se sacia con el agua volverá a atormentarlo, Jai Singh sabe que solamente siendo él agua dejará de tener sed. (P. 55).

Las numerosas alusiones extraliterarias —Jai Singh en Jaipur, Acteón y Diana, Hölderlin y Marx, Thomas Mann y Lukacs, el mito de Pitón; Baudelaire, Novalis, Remedios Varo, Nietzsche, las películas de Papst, la banda de Moebius— enriquecen la significación del texto cuando consultadas o conocidas, pero no impiden un primer nivel de comprensión si se las desconoce. El texto las hace propias, su valor se infiere de la forma en que se usan literariamente.

La construcción estética de un texto asentado en el aquí y ahora, que además tiene una carga política en la valoración del presente. Aparece igualmente en otros textos híbridos en prosa de Cortázar. Podemos citar como ejemplos el “ensayo de viaje” “Turismo aconsejable” (Último round, 1974), en que el viaje a la India de Cortázar para asistir a una conferencia convocada por Indira Gandhi es el pretexto para una visita a la Howrah Station de Calcuta; y para la reflexión sobre la revolución necesaria en países de desigualdades tan extremas. Lo mismo ocurre con la “Carta a Roberto Fernández Retamar” (fechada 10 de mayo de 1967, y publicada el mismo año en la revista cubana Casa de las Américas), en que en esta modalidad reflexiona sobre la situación del intelectual latinoamericano, aparentemente en forma privada y a título personal, aunque se trata de una carta abierta, en lo que se vuelve la palabra de un escritor latinoamericano emigrante en Europa a un amigo representante de la Cuba revolucionaria (fundador de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, UNEAC; y director de Casa de las Américas a partir de 1965), si bien el texto constituye otra vez un híbrido epistolar y ensayístico. Los tres textos comparten la característica de ser enunciados a partir de un yo individualizado dirigido a un tú cómplice, en tono íntimo.

En todos estos casos, podría operar la máxima que aparece en Prosa del observatorio: “[…] alguna vez Thomas Mann dijo que las cosas andarían mejor si Marx hubiera leído a Hölderlin”; y que el autor completa poco después “yo creo con Lukacs que también hubiera sido necesario que Hölderlin leyera a Marx […]”, (p.77). Pero para completar la banda de Moebius de la prosa, el camino es de ida y de regreso. El arte se compromete con su momento histórico (Hölderlin lee a Marx), y el momento histórico toma como referencia al arte (Marx lee a Hölderlin).

El texto concluye, como los otros de Cortázar, epifánicamente, anunciado el tiempo nuevo, en el que “la conciliación será posible”, y en el que se acabará el desgarro de anverso y reverso:

[…] habrá que seguir luchando por lo inmediato, compañero, porque Holderlin ha leído a Marx y no lo olvida; pero lo abierto sigue ahí, pulso de astros y anguilas, anillo de Moebius de una figura del mundo donde la conciliación es posible, donde anverso y reverso cesarán de desgarrarse, donde el hombre podrá ocupar su puesto en esa jubilosa danza que alguna vez llamaremos realidad. (Pp. 83-84)

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