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Urbanismo sostenible, urbanismo estacionario: Ideas para la transición

Fernando Gaja i Díaz
 
 

Sostenibilidad y límites

 

Hablar de sostenibilidad cada vez tiene menos sentido. Porque el término se lo han apropiado las instituciones que más contribuyen a la insostenibilidad, vaciándolo de contenido. Hoy cualquier cosa es “sostenible”; desde un automóvil que no presenta ninguna diferencia con otro “insostenible”, hasta un elitista hotel en algún rincón hasta entonces virgen del planeta. Es una fórmula que vende imagen, que añade valor a cualquier producto; pero nada más. No vale la pena pugnar en una constante reivindicación de una ortodoxia nominalista, es preferible discutir su sentido e intención, y a partir de ahí elaborar una propuesta clara. Para empezar, yo preferiría hablar de límites, no de sostenibilidad, como reclamaba Bettini (1998). Pero, además, ¿tiene algún sentido, alguna viabilidad hablar de sostenibilidad urbanística en el actual contexto social y económico?, ¿no estamos condenados a recibir a cambio alguno de sus sucedáneos?, ¿pueden aisladamente fructificar las propuestas en pos de la sostenibilidad urbanística, sin ser algo más, en el mejor de los casos, que especulaciones disciplinares o académicas?

Si la sociedad “global” (mundial) no adquiere conciencia de que el modelo desarrollista está agotado, y que su perpetuación nos conduce al auto-ecocidio, es estúpido e inútil pensar en cómo transformar las ciudades para hacerlas más sostenibles, más “ecológicas”. Me temo que las cosas no van por ahí, que el sueño de ese Urbanismo Sostenible de fábula, va a chocar con la pesadilla de una realidad que se deteriora día a día, que no tendremos más remedio que plantearnos el Urbanismo Sostenible como una estrategia para la supervivencia.2

Un modelo agotado: el crecimiento no es posible

La crisis ecológica es consecuencia directa del modelo social y económico vigente, fundamentado en la explotación de los recursos del planeta más allá de todo límite. Un modelo económico que se construye sobre la absurda creencia de que el crecimiento perpetuo e ilimitado es posible. Éste el autentico nudo gordiano que hay que cortar.

Hablemos pues de crecimiento. La cuestión clave está en el concepto de finitud, de la existencia de límites, en la inviabilidad del crecimiento continuo, permanente. Hay una simple regla matemática que lo demuestra, la regla de oro de la refutabilidad del crecimiento constante, la regla del 69, que permite calcular el tiempo en una variable se duplica. “El tiempo que cualquier magnitud sometida a tasas de crecimiento constante tarda en duplicarse es aproximadamente 69 dividido por la tasa anual de crecimiento”, o sea [T2≈69/i] (donde i es la tasa o porcentaje de crecimiento anual).3 Cuando se adopta esta perspectiva las tasas de crecimiento, del PIB v.gr., invariablemente celebradas como la mejor noticia, se revelan como lo que son, como el camino más rápido hacia la devastación del planeta.

Sorprende la fuerza de la fe en la viabilidad del crecimiento permanente, un credo que trasciende las diferencias ideológicas, y que sólo muy reciente ha sido puesto en cuestión. Lo acaecido en los dos o tres últimos siglos, el desarrollismo desenfrenado y sin límite, debe ser conceptuado como algo excepcional, incluso patológico. La única forma de invertir este estado de cosas, que nos lleva directa y rápidamente a la colapso, o para no asustar al “deterioro” del ecosistema planetario, es mediante la formulación de modelos estacionarios, modelos sin crecimiento, tanto en Urbanismo como en Economía, y en toda aquella actividad que implique un consumo de recursos.

El fin del crecimiento: el estado estacionario

Asumiendo como nuevo axioma, alternativo al desarrollismo, el de la inviabilidad del crecimiento perpetuo, se ha propuesto la construcción de modelos sin crecimiento, basados en lo que se ha dado en llamar de Estado Estacionario. La idea, expuesta por Herman Daly (1973), surge inicialmente en el campo de la Economía. Sus fundamentos son sencillos, su implementación casi imposible, al menos hoy en día. Como todas las propuestas transformadoras parte de una idea en origen muy simple, un concepto elemental, casi una perogrullada. La idea de igualdad jurídica de las personas fue el motor que impulsó la democracia moderna; la propiedad colectiva de los medios de producción, o la ampliación del concepto de igualdad jurídica, y los de justicia social y equidad, al ámbito económico es el argumento central del socialismo. El axioma de la inviabilidad del crecimiento continuo es la clave de la Economía Estacionaria, un planteamiento derivado del reconocimiento de la finitud del planeta. Daly, retomando las ideas de Malthus, corroboró que la población humana debía estabilizarse, para así contribuir a la reducción de la tasa de procesamiento de materiales y energía, y minimizar lo que denominó el “transumo” o el coste entrópico sobre ecosistema.

Pero reconozcámoslo hay de entrada una dificultad casi insalvable, y no me refiero a la resistencia o rechazo del modelo dominante a unos planteamientos como los que estamos enunciando, aludo a la propia debilidad de la propuesta, que por ahora es apenas un punto de partida, una evidencia ab initio. Lo cual tampoco debe sorprendernos ni desanimarnos: estamos en la etapa inicial de su formulación. Al contrario, debería motivarnos a su construcción, a su “desarrollo”, en el buen sentido de la palabra, siendo conscientes de que todo está por hacer, pero al mismo tiempo de la urgencia del proyecto.

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