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Urbanismo sostenible, urbanismo estacionario: Ideas para la transición

Fernando Gaja i Díaz
 
 

Urbanismo sostenible

 

Hablemos de Urbanismo, ¿cuándo podemos afirmar que el Urbanismo propone modelos susceptibles de evolucionar hacia una mayor sostenibilidad?4 Nuestro criterio central, derivado de los planteamientos de la Economía Estacionaria, es que un modelo urbanístico es sostenible si es estacionario, si no propone crecimientos que supongan aumentos en el consumo de recursos per cápita, lo que denominamos un Urbanismo Estacionario. El primer recurso cuyo consumo no debe aumentar es el suelo, y junto con él, el agua, la energía, el transporte…

Una precisión: en aquellas sociedades donde el crecimiento demográfico, vegetativo o inmigratorio, sea una realidad, la anteriores consideraciones deben matizarse, aunque, y excediendo el ámbito de la reflexión estrictamente urbanística, cabe recordar la perentoria necesidad de detener, y posteriormente invertir, el aumento de la población del planeta.5 En una segunda fase habrá que plantear modelos que vayan más allá de los estacionarios, intervenciones que reduzcan el consumo de recursos, de decrecimiento en sentido estricto.

Las mixtificaciones del urbanismo sostenible

En la práctica, el Urbanismo Sostenible (o el Ecológico) es, en gran medida una etiqueta, poco más. Reducido a una preocupación superficial, biempensante, “políticamente correcta”, sin cuestionar el orden, ni la ideología dominante, el Urbanismo Sostenible va camino de convertirse en todo lo contrario: en doctrina oficial e institucional. Presionados por los movimientos críticos y alternativos, los poderes públicos han tomado algunos elementos de esa contestación, intentando, como siempre ha hecho, diluirla, asimilarla y neutralizarla. Pese a aportar elementos positivos, las propuestas oficiales para un Urbanismo Ecológico no dejan de ser un simulacro o un sucedáneo, una idea para consumo y sedación de conciencias alarmadas por la cada vez más innegable crisis ecológica planetaria, o una fantasía bienintencionada, pero sin base, porque no atacan el núcleo de la cuestión: el decrecimiento de los impactos, de los consumos, de la expansión urbana.

Las formas en que se presenta el pseudo Urbanismo Sostenible son, como mínimo, tres. En primer lugar el Urbanismo Cosmético. Esta falsificación se limita a los aspectos más estéticos, entendidos de la forma más banal, como pura apariencia. Un ecologismo “cosmético” que no pasa, las más de las veces, de “esconder el polvo debajo de la alfombra”, o lo que es lo mismo exportar los residuos, mientras sigue deglutiendo bulímicamente recursos que se toman y traen de tierras bien lejanas. Lo que finalmente se consigue es maquillar la imagen de los nuevos desarrollos urbanos con abundantes ajardinamientos, zonas peatonales, empleo de materiales con buen aspecto ambiental, “eco-friendly”, y muchas láminas de agua, con cisnes y nenúfares incluidos.

La segunda falsificación es la del Urbanismo Tecnológico, aquel que ha hecho de la eficiencia bandera. Esta versión del pseudo Urbanismo sostenible opta por la técnica, por la tecnología como tabla de salvación. No se trata de cambiar nada, sino de mejorar técnicamente nuestro mundo: la tecnología tiene la llave, la varita mágica. ¿Qué agotamos los combustibles fósiles en un absurdo derroche? “No problem”: la fusión nuclear, la recreación del Sol en la Tierra, nos permitirá disponer ilimitadamente de energía, y quizás como paso previo, las pilas de hidrogeno o los biocombustibles suplirán la transición (aunque ello suponga condenar al hambre a millones de personas); ¿qué consumimos mucha más agua de la que la naturaleza en su proceso cíclico nos puede suministrar? Con desalinizadoras por doquier nuestra demanda no conocerá límites (ya veremos de donde sacamos la energía necesaria para su funcionamiento); ¿qué los alimentos y otras materias primas (minerales, maderas,…) no son suficientes para una demanda insaciable?: la tecnología agraria o industrial podrá aumentar en paralelo su producción, reciclando infinitamente la disposición de bienes. Una utopía propia de los principios de la era industrial, pero insensata en el siglo XXI. Por encima de cualquier avance tecnológico es preciso apremiar la necesidad de la eficiencia, aunque de la paradoja de la eficiencia, o de Jevons, ya dio cuenta el matemático inglés hace más de un siglo.6

Satisfacer la demanda o gestionar la oferta. Centrarlo todo en el aumento de la eficacia lleva implícita la asunción de la obligación de satisfacer la demanda, por más que ésta pueda ser permanente creciente. Un planteamiento desde la sostenibilidad debe sustituir la satisfacción de la demanda por la gestión de la oferta disponible. Porque las estrategias que persiguen como objetivo la satisfacción de la demanda no pueden ser ni sostenibles, ni ecológicas, ni viables. Estamos ante un corolario del cambio de paradigma propuesto (del crecimiento a la finitud): no podemos satisfacer la demanda, cualquier demanda, por insensata que sea. Neguemos directamente la mayor: que seamos capaces de suministrar todo los recursos (p.e. el agua que se demanda para todos los usos, para todas las actividades: campos de golf, piscinas privadas, regadíos en cualquier sitio,…, y sin límite). Si los recursos son limitados, y lo son, por más mejoras tecnológicas que introduzcamos, tendremos que gestionar lo que tenemos, la oferta razonablemente disponible. Lo que hemos estado haciendo en la últimos años del siglo XX es propio de derrochadores, de nuevos ricos. Retomo una palabra puesta en circulación por Campos Venutti (1971): austeridad, y la refuerzo con otra, sensatez.

La tercera impostación, la del Urbanismo Ambientalista se presenta de la mano de la mano de un cierto “conservacionismo”, de la voluntad de proteger algunos espacios. Un fraude difícil de desenmascarar, porque el “medioambientalismo” parte de diagnósticos críticos y acertados del proceso de deterioro del ecosistema planetario, pero autolimita las medidas a ámbitos cada vez más acotados y reducidos. Fuera de ellos, de los parques naturales, de los espacios preservados a modo de santuarios, de los suelos protegidos, menguantes sin tregua, pareciera que todo está permitido. Los planes urbanísticos, oficiando un ritual litúrgico acotan ámbitos objetos de protección, reservas, zonas francas, parques... mientras fuera se permite casi todo.

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