Evolución del urbanismo

Cuando se analizan los efectos que producen los terremotos, la configuración urbanística de las ciudades adquiere un notable interés. A lo largo de la historia la forma de las ciudades ha ido transformándose, pasando de trazados con calles irregulares, en particular correspondiente a la época islámica en España, a otras con calles más amplias, rectilíneas y perpendiculares entre sí. Este cambio ha estado motivado fundamentalmente por la propia evolución de los conceptos urbanísticos, pero en algunos casos también por la necesidad de trasladar a otros lugares las ciudades destruidas por terremotos. Así lo podemos apreciar a consecuencia de un notable terremoto ocurrido en 1518 que destruyó la ciudad de Vera, en la provincia española de Almería. Como consecuencia de la catástrofe, la ciudad quedó reducida a escombros, planteándose la necesidad de trasladarla a un lugar más adecuado, ya que dado su carácter medieval, y también como elemento defensivo, estaba ubicada en una colina, por lo que se planificó su traslado hasta un emplazamiento llano, de acuerdo con la tendencia general de la época para configurar las ciudades modernas. También la desaparición de la fuente que suministraba agua o la gran cantidad de escombros acumulados y la poca solidez del terreno, aconsejo su traslado. Un informe sobre cómo se debería reedificar la ciudad indicaba que debía tener un trazado regular, configurándose alrededor de una calle principal, una serie de secundarias y bordeada por un perímetro defensivo (figura 1).

Figura 1. Esquema del trazado de la planificación urbana de la ciudad de Vera tras el terremoto de 1518 (Villanueva Muñoz, 1986).

Esta forma de planificación fue con buen criterio trasladada para las nuevas ciudades fundadas por los españoles en el Caribe, produciendo un notable beneficio al aminorar los daños, tanto directos como indirectos, ocasionados por los terremotos, tal y como ocurrió con el terremoto de 1594 en San Salvador (Muñoz y Udias, 2006).

Como el ser humano se suele olvidar con el tiempo de las catástrofes sufridas, sobre todo si los periodos de recurrencia de estos fenómenos son largos, tal y como sucede en España, vemos como adentrados ya en el siglo XIX todavía se continuaba discutiendo sobre como diseñar el nuevo trazado de calles en ciudades destruidas por terremotos. A causa de uno ocurrido en el sureste de España, un ingeniero de minas (Larramendi, 1829) realizó un informe en el que aconsejaba que las nuevas calles se dispusiesen con regularidad y espaciosidad, las secundarias con un ancho de al menos 40 pies (12 m) y las principales de 50 pies (15 m). Asimismo, propone que los edificios emblemáticos como iglesias, escuelas o casas consistoriales dado su mayor tamaño se localizasen en las plazas, que estarían situadas en el centro urbano.

La anchura de las calles puede ser un factor crítico a la hora de favorecer los daños. En terremotos como el anterior, se observó que en pueblos como Torrevieja (Alicante), con calles estrechas, la caída de casas habría podido afectar a las contiguas como si se tratase de un castillo de naipes. Desde un punto de vista de la protección civil, este tipo de calles pueden quedar colapsadas, con lo que el acceso de las ayudas y suministros puede dificultarse enormemente.

 

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