Efectos del terreno

El tipo de suelo en el que asientan los edificios, su relieve, la pendiente del terreno, la geología superficial y en profundidad y en general las características de las últimas decenas de metros influyen notablemente en la percepción del movimiento sísmico y pueden ser determinantes en los daños originados. Ya vimos anteriormente como el terremoto ocurrido en 1518 destruyó la ciudad de Vera, que estaba situada sobre una colina. En este caso el llamado efecto topográfico por la forma del relieve hizo que la energía generada por el movimiento vibratorio se concentrase en la colina y que por tanto el daño fuese mayor.

Los suelos blandos amplifican el movimiento, por lo que muchas veces el daño que produce un sismo no es debido a la mala calidad de la construcción, sino a la poca solidez del suelo. En el terremoto de Lisboa de 1755, se consideró la posibilidad de desplazar la ciudad de Lisboa hacia la zona de Belén, donde la dureza del suelo era más favorable. Un fenómeno bastante curioso que generó este terremoto fue el de la licuefacción, o pérdida de la capacidad de transmisión de esfuerzos motivada por la acción sísmica, lo que hace que el suelo se comporte como si se tratara de un lodo inestable. Aunque se observó en el campo y por tanto no ocasionó ningún daño, podemos citar como ejemplo paradigmático de este fenómeno el terremoto de Niigata (Japón) de 1964, donde los edificios se inclinaron completamente sin que llegase a romperse la estructura.

En el terremoto de 1806, los daños en Santa Fe (Granada) se atribuyeron a que el terreno sobre el que se asentaba la ciudad era "cenagoso, flojo y desigual". También, al analizar la reconstrucción de Torrevieja, por el terremoto de 1829 se planteó el efecto del suelo al considerarse por algunos la necesidad de trasladar la ciudad a una nueva ubicación situada a poco más de media legua (aproximadamente 3 kms) ya que en ese lugar no habían caído las casas.

Para la elección del emplazamiento de las nuevas casas destruidas como consecuencia del llamado terremoto de Andalucía de 1884, se tuvieron en cuenta las causas que habían contribuido al daño, como fue la estabilidad del terreno, pendientes máximas del cinco por ciento y sobre todo que no hubiese sido afectado gravemente por el terremoto, lo que podría demostrar que el suelo era bueno (López Arroyo, et al. 1980).

Además de las características del terreno situado bajo los edificios, los terremotos, a partir de una determinada magnitud pueden producir efectos en la naturaleza que de forma indirecta ocasionan gravísimos daños en las construcciones. Uno de los más destructivos, como recientemente se ha puesto de manifiesto, son los tsunamis u olas gigantescas capaces de destrozar aquellos edificios cuya estructura resulte más endeble. Asimismo, otros efectos geológicos de origen sísmico como los deslizamientos de ladera o la caída de grandes rocas sobre las ciudades, pueden aumentar notablemente los daños que por si mismo ha ocasionado el terremoto.

 

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