Análisis

Hay muchos estudios sobre la relación establecida con Horacio como alter ego de Cortázar y mucha literatura acerca de la relación de dualidad y duplicidad manejada en las obras de éste, en especial en los cuentos, pero este texto no pretende profundizar en ese aspecto. Lo que sí podemos hacer es trazar una serie de líneas,8 uniendo personajes de ficción y de diferentes obras, tanto de Julio como de Stevenson, en la obra arriba citada. En Rayuela es clara la relación de doble que tiene el protagonista Horacio Oliveira con Traveler; en El perseguidor puede verse también la relación de doble que tiene el personaje principal, Johnny, con Bruno, su biógrafo y el personaje que narra en primera persona y va desgranando observaciones e intercalando opiniones sobre su biografiado.

El perseguidor es un texto publicado como parte de una antología de cuentos: Las armas secretas,9 está basado parcialmente en la vida del trompetista Charlie Parker (the Bird). Julio era melómano y sentía especial afición por el jazz, pero el punto que aquí nos interesa se aleja de la música. El protagonista de este cuento es Johnny Carter: un jazzman que está, digamos, fuera de el orden moral de las cosas, fuera de las convenciones y de la vida decente; es un genio que toca el saxofón maravillosamente, dice el narrador: “Nadie sabe ya cuántos instrumentos lleva perdidos, empeñados o rotos. Y en todos ellos tocaba como yo creo que solamente un dios puede tocar un saxo alto, suponiendo que hayan renunciado a las liras y a flautas” (8). Y es a la vez un inadaptado, una especie de Edward Hyde aunque no asesina ni hace cosas terribles: Johnny hace jazz, hace música como los dioses pero está loco. Bebedor, adicto a la marihuana, y maniático, Carter es un hombre que vive en su propio mundo, mundo que parece no entender nadie, ni él mismo. En contrapartida con Johnny tenemos a Bruno, el otro (protagonista) del relato. Bruno (sin apellido, a lo más una inicial: M.) escribe la biografía de Johnny Carter, es crítico de jazz y es un hombre profundamente convencional, amigo de Johnny, aunque amigo en la medida que puede serlo estando (aparentemente) tan lejos de él, porque primero están sus intereses: como crítico de jazz, como escritor y biógrafo, como persona a la que le repugna todo lo que no sea limpio y ordenado. Y es, sin embargo, el que mejor podría comprender al músico, porque habla con él, lo escucha, en parte para ver qué puede añadir a la biografía y en parte porque tiene un buen corazón. El elemento de unión entre ellos no es exactamente la música, ni tampoco el hecho de que sean amigos, el elemento que los une, que une en especial a Bruno con Johnny, es algo más intangible y al mismo tiempo más importante: un sentimiento, un sensación que Bruno tiene pero no acaba de racionalizar (acostumbrado como está a llevar todo al terreno de lo comprobable); el hecho de que cuando Johnny toca el saxo el mundo y el tiempo, parecen desaparecer. Johnny se lo dice a Bruno en la visita que le hace éste al principio del relato: “En mi casa había siempre un lío de todos los diablos, [ ... ] La música me sacaba del tiempo, aunque no es más que una manera de decirlo. Si quieres saber lo que realmente siento yo creo que la música me metía en el tiempo” (14). Y luego, de otro lado, desde otra perspectiva y otro modo a Bruno lo asaltan también ciertos atisbos y se asoma del lado de Carter que le habla de sus obsesiones: “Pero esto ocurre siempre al otro día, no cuando Johnny me lo está diciendo, porque entonces siento que hay algo que quiere ceder en alguna parte, una luz que busca encenderse, o más bien como si fuera necesario quebrar alguna cosa, quebrarla de arriba a abajo como un tronco metiéndole una cuña y martillando hasta el final.” (24). Un algo que Bruno no mira sino de soslayo, pero que le deja la sensación de estar mirando algo más que la ejecución musical de Johnny o el desastre que es su vida, un algo que Bruno es incapaz de comprender ni de asir, pero que lo inquieta y lo fascina. Y así trazamos una línea (o tendemos un piolín), si está ya esa línea que une a Manolo Traveler (“Manú”, le dice su mujer y luego el propio Oliveira) con Horacio, podemos trazar también una cuerda que une a Johnny con Bruno. En el caso de Rayuela el contraste entre estos dos personajes puede ser menor, por muchas razones, después de todo Traveler y Oliveira han sido amigos en la juventud, antes de que Horacio se fuera a París y, cuando regresa a Argentina, se reencuentra con él y, además de su amistad, hay una especie de rivalidad (amistosa, sí, pero rivalidad al fin y al cabo) basada parcialmente en el hecho de que Traveler —aunque distinto, quizá en menor medida— es también un hombre “culto”. En El perseguidor el contraste entre los dos protagonistas es enorme. Ahora podemos trazar otra línea: la que une a Horacio Oliveira con Johnny Carter: Johnny y Horacio buscan, ambos persiguen (ya lo apunta Cortázar en su entrevista con Picon, vid supra 8). Sólo que en el caso de Horacio él realiza la búsqueda de manera consciente y en el caso de Johnny... bueno el pobre de Johnny no tiene idea. Curiosamente eso nos deja con otras dos líneas que se unen casi de modo automático: la línea que une a Traveler con Bruno. Traveler, el hombre de familia (casado), comedido, negociante, responsable, que no ha salido nunca del terruño y también tiene buen corazón. Se menciona arriba la rivalidad entre Horacio y Manú, en el caso de El perseguidor no hay tal, a Johnny no le interesa competir en nada con Bruno, el saxofonista vive en su propio mundo, ve las cosas a su particular manera, salida de lo que la gente “normal” entiende por realidad, y su búsqueda está más allá de lo convencional. A primera vista a Bruno tampoco le interesa, en lo más mínimo, competir con Johnny, pero creo que más bien Bruno intenta entender a Johnny, no compite con él, pero sí se siente irremediablemente atraído por él, por eso, porque se siente atraído hacia el terreno de Johnny, es que le asusta: “(porque a lo mejor le tengo un poco de miedo a Johnny, a ese ángel que es como mi hermano, a este hermano que es como mi ángel)” (24-25). A la relación que tiene el crítico con el músico bien puede aplicarse la definición que usa Horacio para definir su relación con la Maga:10 “Y por todas esas cosas yo me sentía antagónicamente cerca de la Maga, nos queríamos en una dialéctica de imán y limadura, de ataque y defensa, de pelota y pared”. (Cortázar, Rayuela: 23). Es posible que Bruno se sienta antagónicamente cerca de Johnny: se siente atraído por él, al tiempo que se siente repelido (“de pelota y pared”). Bruno es exactamente lo contrario a Johnny, es ordenado, limpio, pulcro, convencional, erudito, estudioso y —hay que reconocerlo— cobarde: “Es fácil decirlo mientras soy todavía la música de Johnny. Cuando se enfría... ¿Por qué no podré hacer como él, por qué no podré tirarme de cabeza contra la pared?” (39); el músico vive en un desorden permanente, es sucio, está loco, no le interesa tener una “cultura”, apenas y entiende cómo ven sus música los otros, Johnny no toca el saxofón porque crea que tiene un valor cultural o porque es necesario revolucionar la música (eso lo hace sin querer y son los demás quienes juzgan), Johnny hace jazz porque necesita hacer jazz, porque lo saca de algo y lo mete en otro algo, porque mientras está parado allí, con el sax en las manos, en trance, no existen la hipoteca ni el tiempo ni las urnas ni la muerte de Bee. A Johnny no le interesa —como a Bruno— intelectualizar lo que hace o conferirle un valor, simplemente lo hace porque no tiene otro remedio, porque (aunque no sepa qué diablos persigue) es un perseguidor. Y por todo esto Bruno se siente antagónicamente atraído por él: lo juzga, lo atrapa y lo analiza, en su biografía, en sus notas, en sus críticas eruditas; a veces casi lo entiende y logra un atisbo de lo que es Johnny, de eso que ni él mismo se explica (y que, por otro lado, no le interesa explicarse): “—En el pan es de día —murmura Johnny, tapándose la cara— y yo me atrevo a tocarlo, a cortarlo en dos, a metérmelo en la boca. No pasa nada, ya sé; eso es lo terrible. ¿Te das cuenta de que es terrible que no pase nada? Cortas el pan, le clavas el cuchillo, y todo sigue como antes. Yo no comprendo Bruno” (53). Y es justo en ese tipo de momentos cuando Bruno se siente cerca de él, encuentra en su interior una empatía que crece hacia Johnny y que nunca acaba de concretarse, claro, pero que al mismo Bruno lo fustiga: tiene un sentimiento de estarse perdiendo algo, porque no está en el plano de Johnny, no le importa meter el cuchillo en el pan o definir el tiempo como. Y, pese a todo, Bruno lo envidia a él y a los que son como él, que parecen entender un poco mejor ese plano o ese otro nivel: “[ ... ] Y no digo todo, y quisiera forzarme a decirlo: los envidio, envidio a Johnny, a ese Johnny del otro lado, sin que nadie sepa qué es exactamente ese otro lado [ ... ] pero aun en su dolor tiene que haber algo que me es negado” (34), envidia esa lucidez más allá de toda razón, envidia esa libertad que tiene de poder quitarse los zapatos en el estudio “porque necesita sentir el piso con su piel”, envidia esa especie de superioridad metafísica en la que Johnny está instalado, buscando algo más que una vida segura, un prestigio “mi prestigio [dice Bruno] sobre todo mi prestigio”; esa honestidad de la que él —tan metido como está en un mundo de reglas y de máscaras— carece y que a veces le pasa la mano por la cara, despacio como si quisiera ubicarlo en el mundo; justamente él, el otro, Johnny, que alude al poema de Dylan Thomas y que muere diciendo “O make me a mask”. Entonces Bruno, sin quererlo y, más posiblemente, sin saberlo, es también un perseguidor, es la contraparte de Johnny, la otra cara de la moneda, es el Doctor Jekyll, lleno de galardones morales y de una vida proba e instalado en una especie de bienestar moral que le confiere la autoridad para juzgar lo que es el bien y los que es el mal. Admira y persigue a Edward Hyde porque es libre, porque puede cometer los actos más impuros sin mancharse, porque es inocente, con una inocencia terrible y cegadora, no de aquel que desconoce el mal, sino de quien está más allá de él y más allá del bien, por eso es inocente, porque no tiene el mismo parámetro ni mide las cosas con la misma vara. Y aquí acabamos por trazar otras líneas, un poco más tenues: de Traveler - Bruno al Dr. Jekyll y de Horacio - Johnny a Mr. Hyde.

Bruno persigue a Johnny (sin ser por completamente consciente del hecho), que a su vez persigue algo más, que no se alcanza a ver pero que se intuye:

Es curioso ha sido necesario escuchar esto [ apunta Bruno, luego de escuchar Amorous ], para que yo me diera cuenta de que Johnny no es una víctima, no es un perseguido como lo cree todo el mundo [ ... ]. Ahora sé que no es así, que Johnny persigue en vez de ser perseguido [ ... ] en todo lo pobre diablo que es Johnny y que lo agranda y lo convierte en un absurdo viviente, en un cazador sin brazos y sin piernas, en una liebre que va detrás de un tigre que duerme (58).

Bruno no aceptará nunca esa persecución que él mismo realiza, no lo va a aceptar fuera de él y de algunos atisbos que a veces le avientan en la cara su falta de honestidad y de vida, su blandura y su tibieza; persigue a Johnny porque Johnny es todo o nada, está en los extremos porque no puede estar en un punto medio, es un ángel (¿caído?) hermoso y terrible; Bruno, en cambio, se queda seguro detrás de una valla, debajo de un paraguas que lo protege de cualquier irrupción, un paraguas que le sirve de escudo entre la locura y la razón, aunque hay instantes en que quisiera poder mandar al diablo el paraguas y mojarse, a veces, mojarse para sentir que está del otro lado, pero sin atreverse, por eso es que hace notas, entre paréntesis, que hablan de su hipocresía contenida o soslayada: “(A la realidad: apenas lo escribo me da asco. Johnny tiene razón, la realidad no puede ser esto, no es posible que ser crítico de jazz sea la realidad, porque entonces hay alguien que nos está tomando el pelo. Pero al mismo tiempo a Johnny no se le puede seguir así la corriente porque vamos a acabar todos locos.)” (53). Bruno se queda detrás de la valla, con su paraguas, por miedo, por comodidad o por que se siente rebasado. Bruno persigue, sin saberlo, a Johnny porque Johnny es —el mismo Bruno lo dice, aunque también rechaza la idea— como su espía, como su hermano, como su ángel.

Al final cada quien se queda de su lado, el orden no es roto y la cordura prevalece, pero en esas notas que el narrador-personaje logra redactar, al vuelo, tratando de alcanzar cierta decencia, se deja ver ese testigo y ese compañero de Johnny Carter, que es un testigo y un traductor, que a veces se erige como juez (a sabiendas de que su papel como juez tiene todo de injusto) y a veces quisiera ser su cómplice. El William Wilson que es Johnny se anula a sí mismo, se mata a fuerza de vivir al borde, se quema como polilla que se acercó demasiado a la luz, revienta como un caballo que en la recta final de la carrera hace un esfuerzo que está más allá de sí mismo y le falla el corazón; ese William/Johnny que justamente le decía a Bruno: “Y yo no soy más que un pobre caballo amarillo, y nadie, nadie limpiará las lágrimas de mis ojos”(64). Ese Wilson quizá no anula al otro a Bruno, pero sí lo deja más vacío que antes, más solo que antes. La muerte del saxofonista es debidamente registrada y al crítico de jazz, al hombre racional, al doctor Jekyll, no le queda más que redactar a toda máquina una nota necrológica sobre Mr. Hyde. William Wilson le hablaba a su doble, en una voz como un susurro, acerca de lo que está más allá de él y trata de convencerlo de que eso que está más allá es lo que vale la pena explorar. Pero en este caso el Wilson que es anulado o borrado (Johnny) deja un eco de sí en su doble (Bruno) y, al contrario del cuento de Poe, El mundo, el cielo y la esperanza tal vez no lo olvidarán, en parte gracias a ese registro cuidadosamente redactado, tal vez gracias a ese testigo que se queda, aunque no lo sepa, con las manos más vacías que antes.

8. Podemos formar una de esas “figuras” que tanto le gustaban a Julio Cortázar.

9. La primera edición de Las armas secretas es de 1959, publicado en Buenos Aires por Editorial Sudamericana. Para este trabajo se ha utilizado la edición de Alianza Cien. La ficha completa en la bibliografía al final del trabajo. Todas las citas están entrecomilladas y sólo se apunta la página, entre paréntesis, para facilitar su ubicación.

10. Guardando, desde luego, las respectivas distancias, porque la relación Maga-Oliveira era amorosa y, en este caso, la relación Bruno-Johnny es, si se quiere (simplemente),  humana, ni más, ni menos.

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