El hecho de que el conocimiento humano se haya acrecentado de manera continua
desde los albores de la humanidad, en civilizaciones distintas, con idiomas
e idiosincrasias que variaron en tiempo y geografía, nos indica que
el avance de la ciencia es independiente del lenguaje que se use. La
historia nos dice que los conceptos físicos que usamos hoy en día primero
fueron nombrados por los babilónicos, griegos, egipcios y árabes,
y —aunque de manera un tanto local— lo mismo sucedió en las
culturas china y mesoamericana. Al establecerse firmemente la ciencia
como actividad profesional, los idiomas dominantes llegaron a ser los romances,
italiano y francés, y los anglosajones, inglés y alemán. En
la actualidad, y desde mediados del siglo anterior, el inglés se ha
convertido de facto en el lenguaje de transmisión de conocimientos.
Pero independiente del idioma que se use para publicar descubrimientos científicos,
la ciencia continúa su avance en todas las culturas y en todos los
idiomas. En el caso del español y, particularmente, en el caso de
la física, nuestro idioma adopta los nombres de conceptos descubiertos
en otras lenguas y contribuye con algunos propios.
En este artículo iremos de lo general a lo particular, relatando primero
cómo el lenguaje de la ciencia se ajusta al método de pensamiento
científico e intenta ser una representación lingüística
de la lógica matemática. Después haremos la conexión
con la evolución de la terminología física usada en
español, para luego terminar con algunas irregularidades y conceptos
que aún esperan llegar a tener vocablos propios en español.