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Escenarios del teatro en México. Miradas en torno a la creación, difusión y docencia teatral

Teatro para las nuevas infancias

Verónica Maldonado
Joligud Broders
  • Uno
  • Dos
  • Tres

Introducción

Quiero compartirles, no lo que ha sido la experiencia de escribir teatro para niños, sino lo que el teatro para niños puede lograr: lo primero, cambiar un punto de vista, el propio. Escribir teatro para niños ha modificado, en mi hacer como autora, temáticas y estructuras, haciendo que transitara desde lo que llamo el teatro de la evasión hasta llegar al punto de pensar en la posibilidad de un teatro político específico para la infancia.


Hay un derecho que va en pro de un teatro político para la infancia: el derecho del niño a la diversión...
La sola enunciación de las palabras teatro y política pareciera un oxímoron, una suerte de contradicción chocante, pero si se le suma la palabra “niño” o “infancia” aquello se convierte en una obscenidad ¿Qué tiene que ver el teatro infantil, ese inocente divertimento -formador de valores, útil herramienta pedagógica- con la política? ¿Por qué enfangar con esa palabra a tan inocente divertimento? ¿Para qué mover las aguas de los límites? ¡Tan atractivo que resulta ese mundo mágico al que solamente tienen acceso los colores, las hadas, los gnomos, la ecología, alguna bruja inocua y una que otra leyenda! ¿O será que esta idea del teatro infantil, la que ha prevalecido por décadas, es la que el adulto ha sostenido como la más conveniente para la infancia? ¿Y los niños?, ¿y sus necesidades?, ¿y los principios fundamentales en los que se apoya la Convención mundial? Papeles y letra muerta en las agendas culturales, gubernamentales, legislativas y educativas de los Estados. Peor todavía: las necesidades de los niños ignoradas en el teatro que se escribe para la infancia.

El teatro de la evasión

Hay un derecho que va en pro de un teatro político para la infancia: el derecho del niño a la diversión, misma que el adulto ha confundido como la obligación de proporcionar al niño mecanismos para la evasión.

Divertir no es lo mismo que evadir. La diversión transita el camino alterno de la cotidianidad para comprenderla mejor. La evasión evita confrontar la realidad, y lo hace desde la mentira. La mentira de un teatro que le promete al niño un mundo seguro y feliz… pero el problema con esta promesa es que, al terminar la función, al salir del teatro, la realidad estará afuera, esperándonos a todos, adultos y niños. Y de ella no nos libra ni la varita mágica del más grueso calibre.

En un mundo donde, según datos de UNICEF, cada año, 275 millones de niños y niñas en el mundo sufren violencia en sus propios hogares (LARRAÍN y BASCUÑAN, 2009), es decir, entre cuatro y ocho de cada diez niños, según país que les toque vivir... ¿Con qué cara se escribe una obra en la que los padres son hadas y reyes que protegen a sus pequeños y todo es felicidad, canciones y flores? Esa es una suerte de traición, porque así como la televisión se lo hace a los adultos, el teatro estaría ignorando olímpicamente una realidad que duele y que se sufre con cifras indignantes. El teatro de la evasión se convierte en un mero distractor, en un teatro que no le habla al niño de lo que le sucede, de sus emociones más fuertes y profundas, y peor todavía: de lo que precisa saber para no volverse víctima.

Pero más deleznable que ese teatro que traiciona, es la existencia de otro teatro al que no le importa hacerse cómplice de un sistema que somete y violenta. Un teatro que, por ignorancia, por pereza o porque, sabiéndolo, prefiere no meterse en problemas con los padres de familia, que son, a final de cuentas, los que pagan la entrada; o con maestros y autoridades, que son quienes deciden qué obra deben ver los niños de acuerdo con las políticas culturales en boga o bajo los dictados de su propia moral.

Y entonces, se tiene la presencia un teatro mercenario, una suerte de brazo armado de cierto sector del sistema educativo, más preocupado por ponerle una “palomita” al plan cumplido que por las necesidades de su alumnado. Burócratas felices en convertir a niñas y niños en obligados espectadores del peor teatro teñido de falsa pedagogía, repleto de mensajes edificantes que en nada le competen a la infancia: “Cuida a la naturaleza” le espeta este teatro su público infantil… ¡qué enorme tarea la de hacerse cargo de cuidar los bosques, limpiar los ríos, no contaminar, usar sustentablemente la riqueza natural, entre muchas otras más! Tan enorme que ni el conjunto de adultos que somos en todo el mundo, lo hemos logrado. Pero, claro, siempre es más fácil lanzar la responsabilidad sobre los hombros de la generación en ciernes. “Cambia al mundo” le instruye este teatro a los niños… y la pregunta es: ¿cómo?, ¿lo hemos cambiado los adultos? Desde hace por lo menos cuatro décadas, ese discurso está presente en la educación y en el teatro, y cada año, las cosas empeoran para la naturaleza.

Teatro Infantil - Cia Falbalá em Campinas
Título: Teatro Infantil - Cia Falbalá em Campinas. Autor: Rodrigo Cancel

La primera condición para cambiar al mundo es creer que se puede hacerlo y luego poner manos a la obra para lograrlo. No se puede pensar en un cambio del mundo si se sigue educando a los niños para el sometimiento y el conformismo, para portarse bien sin cuestionar, para seguir los mismos patrones de conducta que nos han llevado al punto en donde estamos como sociedad. No se puede cambiar nada desde la continuidad de sistemas sociales inhumanos y totalitarios. El teatro no puede volverse cómplice de esto.

El teatro mercenario, además, se mueve en los cómodos territorios de los temas de moda en el ámbito escolar. Hace una década, dichos temas fueron el VIH y el aborto, los de hoy son el bullying y las adicciones, que siempre venden. Y con el tinte de lo necesario, esas temáticas se vuelven botín de este teatro, más preocupado por generarse recursos que por acudir a la niñez como su aliado. Temas, formas y vicios que se replicarán en el aula bajo la batuta de un maestro bien intencionado y preocupado, quien, también, creerá necesario hablar al niño de asuntos edificantes que “formen valores”; pero, ¿qué valores?, ¿los de la clase gobernante?, ¿los que correspondían a las necesidades de la moral vigente hace treinta años? Y no es que no sea necesario tratar desde la escena este tipo de temas. Lo realmente delicado es que, en aras de lo emergente, sean tratados desde la superficie, bajo la óptica de la moral reinante, siguiendo los dictados de una política cultural que busca tranquilizar su conciencia y que tendría que ser interpelada por docentes, padres de familia y niños y niñas.

Quienes se dedican a la docencia saben por qué áridos paisajes transita el tema educativo en el territorio de la política. La educación se ha convertido en una carga onerosa para casi todos los sistemas de gobierno del mundo; maestros y educación son palabras que generan un sudor frío que corre por la espalda del Poder, ante la sensación de inminente peligro que le representan en tanto cuestionan, interpelan, reflexionan. Hace poco, se impuso una “reforma educativa” desde la cúspide del poder. Una reforma que no es otra cosa que una reforma laboral al servicio de los intereses del Fondo Monetario Internacional, del Banco Interamericano de Desarrollo y demás monstruos financieros que mueven al mundo.

Ante el nebuloso panorama de la incongruencia, ¿cuál será entonces la labor del teatro en los territorios de la infancia? La misma que ha tenido siempre en los tiempos oscuros: cantar… y cantar fuerte la canción de la revelación y la rebeldía, compartirle a niñas y niños que el estado de cosas que están viviendo no siempre fue así y que puede cambiarse.

Pero la apuesta no es por el panfleto ni por el mensaje directo y básico para convencer de una idea a los jóvenes espectadores. Ya Vigotsky apuntaba en lo que él llamó el teatro pionero para la infancia que no se trataba de “actuar por actuar”, sino también de mostrar hechos históricos o políticos pero siempre desde la perspectiva artística (VIGOTSKY, 2003). El teatro para la infancia está obligado a la metáfora y, con ello, a la poesía, por más que, como les aseveró un funcionario de cultura en Colombia a un grupo de creadores teatrales: “Los niños no entienden de metáforas”. ¿Entonces, de qué entenderán? ¿De ver televisión y guardar silencio? Si no entienden de metáforas, ¿por qué cuando termina una función, los niños hablan de los miedos del personaje y no de las piedras o de las pelotas que les dieron cuerpo en la escena?, ¿por qué dibujan cíclopes gigantescos que en escena sólo eran sugeridos por cuatro pequeños objetos?

En efecto, uno de los grandes problemas de nuestro teatro para la infancia es que una vez que pasa del texto al hecho escénico, tiene que vérselas, muchas veces, con funcionarios que no funcionan y que ni siquiera entienden la dimensión de importancia que el teatro tiene para la infancia.

Un teatro político

Político es el teatro que le habla al niño de lo que le compete y lo que le preocupa, que le comparte la experiencia de lo humano, que le revela su importancia dentro de la estructura social, pero sobre todo, que le comparte, desde la escena, cuáles son sus derechos: a estar informado, a que se escuche su opinión, a vivir en condiciones dignas, a ser alimentado y protegido por los adultos, a ser salvaguardado de la violencia, y a que su cuerpo y su pensamiento deben ser respetados. Un teatro que le traiga la realidad de otras infancias en su país y en el mundo, que lo mueva a desear cambiar la injusticia y las condiciones de desigualdad, que abra las puertas a la posibilidad de un mundo mejor.

Teatro Infantil - A Princesa e o Sapo em Campinas
Obra: Teatro Infantil - A Princesa e o Sapo em Campinas. Fotofrafía: Wagner Moraes
Ahora bien, la opinión del niño es, gran parte de las veces, la opinión de sus padres; la construcción de su individualidad y de su propia opinión tendría que ser otra de las tareas de este teatro.

No se trata de una especulación ni un ejercicio de retórica: como dramaturga tengo la fortuna de saberme acompañada por grupos como La Valentina, de Guadalajara, Jalisco. Un grupo cuyo espíritu guerrero me ha inspirado en más de un sentido y me regaló una experiencia trascendental para la reflexión en torno a lo que el teatro para niños que escribo, tiene que decir y cómo tiene que decirlo.

En una de las zonas más pobres y marginales del estado de Jalisco, la población de Oblatos, minada por la violencia, el olvido y la pobreza, dieron una función de “Valentina y la sombra del diablo”. Después de la función, dos niñas, pequeñas espectadoras, se armaron de valor para, cada una a sus respectivas madres, decirles: “Mi papá -mi padrastro- me hace lo mismo que la sombra a Valentina”. Sus madres que, contra toda estadística, no se acomodaron en el silencio cómplice, levantaron las denuncias correspondientes y hoy, dos abusadores están en la cárcel. Y esa acción nos dio el regalo, a todos los que de alguna manera participamos, de experimentar cómo el teatro puede trasponer los límites que le impone la realidad, tocarla y cambiarla, al menos para dos niñas que decidieron hablar tras ver una función. Y su decisión de hablar no sólo detuvo el indignante abuso: ahora ya saben que hablar es una manera de liberarse, de dejar de ser víctimas. Este suceso fue un parteaguas en mi búsqueda. No podría, ni como ocurrencia, volver a la escritura de textos de la evasión, no después de lo que el teatro me ha mostrado respecto a su poder para cambiar un estado de cosas.

El teatro es una de las experiencias humanas más potentes y, con todo, lo más que puede hacer es compartir, no enseñar ni enunciar verdades absolutas. El teatro para nuestras infancias debería renunciar a enseñar, es decir, a señalar, a decir “esto es así y no de otra manera”. Sería más potente si fuera un teatro que comparta, que entrene, que provoque la acción, que pida el movimiento de emociones e ideas, un teatro que invite al niño a correr junto con él.

El teatro político no es un teatro de lo estático ni de lo pasivo, es el teatro del cambio y de la pregunta. No es el teatro del consenso, sino que admite y busca la diversidad en la reacciones y opiniones de los niños. No busca complacer al adulto ni convencer a las autoridades educativas de sus bondades, sino hablar de lo que al niño le interesa y le es necesario, incluso si es doloroso. La realidad espera fuera, hay que prepararse para navegar en sus aguas, peligrosas, sí, pero también asombrosas y deslumbrantes.

¿Y la risa, los colores, los duendes y las hadas quedan exiliados de este teatro? No, porque este teatro no es la totalitaria república platónica. La risa y la fantasía son tremendas posibilidades si avanzan en el sentido de las necesidades y preocupaciones de los niños. Si las hadas y los duendes recuperan su calidad de imagen metafórica, son bienvenidos.

Dice Primo Levi (1987) en su impactante testimonio como sobreviviente del exterminio nazi: “En el campo de concentración, los que obedecían en todo, los que procuraban pasar desapercibidos, los que no protestaban ni se metían en problemas, los que aceptaban el estado de cosas sin pestañear… eran los primeros en morir”. Qué importante saberlo, desde un libro o desde la escena. Qué importante saberlo como autora. Ahora, aspiro a escribir un teatro que le comparta al niño lo que Primo Levi revela en su testimonio: alinearse, conformarse, obedecer sin cuestionar, mata.

Nuestro arte olvida a menudo su sagrado carácter de revelación, y es que nosotros también olvidamos con frecuencia que las cosas no han sido así siempre y que podemos cambiarlas. Pero, como me dijo un niño en la sierra de Sinaloa, el pequeño hijo de un sembrador de amapola y mariguana en una de las zonas más violentas del país: “Nos podemos deshacer del monstruo… pero tenemos que ser todos, todos juntos… si no, no se podrá” (el monstruo, él no lo sabía, era la metáfora del narcotráfico con la que habíamos estado trabajando, pero su joven inconsciente sí que intuía sobre lo que estábamos hablando).

La propuesta es de un teatro político y poético para la infancia, para compartirle el mundo con su horror y su belleza, siempre desde lo que le interesa y necesita, que le permita accionar en lo que sí puede cambia. Un teatro que revele, que mueva, que haga partícipes a niños y niñas de lo que está pasando en su sociedad y en otras latitudes, con otras infancias. fin

Bibliografía

LARA, Lola, “Esconder a los niños lo malo es argumento para la censura: Suzanne Lebeau, autora de teatro”, en Cuadernos de Pedagogía, 2011, núm. 409, Madrid: Wolters Kluwer Educación.

—————————La representación de la realidad en el teatro para la infancia, en Las puertas del drama, 2013, núm. 42, Madrid. Asociación de Autores de Teatro.

LARRAÍN, S., Bascuñan, C. “Maltrato infantil, una dolorosa realidad puertas adentro”, en Desafíos, Boletín de la infancia y adolescencia sobre el avance de los objetivos de desarrollo del Milenio, 2009, número 9, Santiago de Chile: CEPAL-UNICEF.

LEVI, P., Si esto es un hombre, Barcelona: Muchnik Editores, 1987.

VIGOTSKY, Lev, La imaginación y el arte en la infancia, Madrid: Akal Ediciones, 2003.

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2015 Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons
Verónica Maldonado
Dramaturga, actriz y directora de teatro.

Verónica Maldonado Entre sus textos para jóvenes públicos se encuentran: El Yeitotol (Col. El mejor teatro para niños, editado por Corunda- CONACULTA y en segunda edición por SEP-CONACULTA para la colección los libros del rincón, biblioteca en aula “Hacia un país de lectores”), Valentina y la sombra del diablo (Paso de gato, Dramaturgia para jóvenes públicos #8), misma que va en su montaje número 22; El viaje de Ulises, bajo su dirección, que formó parte del proyecto de teatro itinerante Xanharati del Centro dramático de Michoacán y bajo, y Rojos puntos de vista, el cual fue publicado en la antología de textos teatrales para la formación actoral, editorial Paso de Gato/Toma/Conaculta.

Entre el 2012 y el 2015 se estrenaron sus obras: Tutoriales, bajo la dirección de Ignacio Escárcega (México, D.F); Las batallas en el desierto, Dir. Ghalí Martínez, (México, D.F.), Un teatro Xico, Dir. Arnaud Charpentier, (Tlaxcala), La otra guerra de los pasteles Dir. Susy López, (Puebla), Looper Dir. Luis Eduardo Yee/Isael Almanza (México, D.F.), El viaje de Ulises Dir. Beto Ruiz (Guadalajara), Checkpoint, Dir. Rocío Carrillo (México, D.F.) y Paka, Dir. David Hurtado (Michoacán).

Ha obtenido 10 premios en guionismo, narrativa, crítica y dramaturgia, otorgados por diferentes instituciones entre las que se encuentran TV UNAM, Gobierno del DF, IMCINE, CIGSITE, Gobierno del Estado de Yucatán y La Jornada, entre otras. Su cortometraje Insomnes ganó como mejor guión y mejor corto el I Rally Espreso Film Fest-Mórbido y se presentó en Madrid en 2010, en el marco del II UniFest, en la sección invitada.

Otros trabajos de dramaturgia bajo su dirección son: Máquina 30000 (Beca producción proyectos centenario-bicentenario Instituto Tlaxcalteca de Cultura), y Segiz o la historia del príncipe dormido (Beca producción, Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Aguascalientes).

Actualizado hasta julio, 2015.


MALDONADO, Verónica, "Teatro para las nuevas infancias", Revista Digital Universitaria, 1 de julio de 2015, Vol. 16, Núm. 7. Disponible en Internet: <http://www.revista.unam.mx/vol.16/num7/art52/index.html> ISSN: 1607-6079.

Teatro para las nuevas infancias

Verónica Maldonado

En este texto se propone un teatro político y poético para la infancia, para compartir el mundo con su horror y su belleza, siempre desde lo que le interesa y necesita, que le permita accionar en lo que sí puede cambiar. Un teatro que revele, que mueva, que haga partícipes a niños y niñas de lo que está pasando en su sociedad y en otras latitudes, con otras infancias.

Palabras clave: teatro infantil, dramaturgia, México.