30 de septiembre del 2001 Vol.2 No.3

El racismo en el Pensamiento de José Ingenieros

Dr. Angel Rodríguez Kauth.

Palabras Clave : racismo, miedo, pensamiento, xenofóbico, .

Resumen

José Ingenieros fue sin duda alguna, un librepensador. Pero eso no obsta para que, como todo ser humano, haya tenido sus defectos. El mayor de ellos fue su posición racista, ya que consideraba a los negros como seres inferiores e indignos de la especie humana. En el presente artículo, el autor hace un recorrido sobre una de las obras de Ingenieros en donde mejor se deja ver esta faceta: Crónicas de Viaje.

[English]

Artículo

"Quien contradice no es peligroso.

Peligroso es quien es cobarde para contradecir".

Napoleón Bonaparte

De lo que he venido escribiendo sobre José Ingenieros, éste es, sin duda alguna, el artículo que más me ha costado escribir y presentar. Se me aparece como un incordio, debido a que encontré páginas ignoradas del maestro, en las que se revela una enorme y dolorosa contradicción. [1]. Se trata, en definitiva, de la posición oligárquica, racista y prejuiciosa con que se expresa Ingenieros, en un ir y venir contradictorio, acerca de sus concepciones que, en última instancia, pueden ser consideradas de contenido racista.

He elegido, para este tratamiento tan particular, trabajar con sus Crónicas de Viaje (1908a), ya citadas en otros artículos. Se podría recurrir a otros textos más conocidos, como la Sociología Argentina, [2], la Evolución de las Ideas Argentinas, etcétera, pero estos textos han sido por demás vapuleados e inmerecidamente atacados por los sectores clericales y más reaccionarios de nuestra intelectualidad, y, aunque parezca exagerado decirlo, los mismos no reflejan una respuesta tan acabada a la interrogante.

Crónicas de Viaje es una obra poco difundida y es, quizá, la que mejor refleja este aspecto sobre el cual quiero discurrir. En dichas Crónicas se encuentran relatos de naturaleza más afectiva y emocional, que los que se encuentran en sus clásicos textos con fuertes raigambres "racionalistas", ya mencionados, en los que el que habla es el científico positivista, para quien, aunque lo haya negado sistemáticamente, el mundo se construía desde la Europa clásica.

Ingenieros, al hacer la crónica del Quinto Congreso Internacional de Psicología, dedica en un profundo análisis un par de páginas a la exposición que, en la Sección Criminológica del Congreso, hiciera el célebre profesor italiano de criminología Nicéforo, sobre "las clases pobres". A continuación voy a transcribir textualmente esta larga pieza: "El estudio de éstas se ha limitado, hasta hace poco, a investigaciones de economía social o de estadística; el autor (Nicéforo) propone ensanchar ese campo aprovechando los conocimientos de la antropometría, la psicología y la higiene. Antaño los economistas y sociólogos estudiaban las clases pobres desde el bufete y frente al silencio tranquilo de las bibliotecas; después los agitadores líricos han declamado en su oratoria torrencial la infelicidad y la injusticia que gravita sobre los pobres; hoy la ciencia intenta aplicarles el método de la observación y el experimental. Además de estudiar el pauperismo abstractamente, haciendo como Proudhon la "filosofía de la miseria", conviene estudiar al pobre de carne y huesos, haciendo su estudio natural..." (Crónicas de Viaje, Vol. VIII, pp. 159/161). Hasta acá se puede leer un discurso progresista, en el cual solamente se encuentra una referencia despreciativa hacia "los agitadores líricos", aquéllos que fueron, precisamente, los que tuvieron un papel protagónico en cuanto hace a la generación de los profundos cambios sociales que se produjeron entre los siglos XIX y XX.

Continúa así Ingenieros: "Los juristas clásicos limitábanse a encarar el delito como entidad jurídica; el delincuente no se estudiaba, era un maniquí inanimado e incoloro... una categoría metafísica sobre la cual se prendía con alfileres un artículo del código penal... entonces se estudiaron los caracteres físicos y psicológicos de los delincuentes, al mismo tiempo que las condiciones del medio social donde ellos delinquen. Nicéforo, por un camino paralelo, estudia al hombre pobre como exponente concreto de la miseria". Sobre esto puedo afirmar que, tanto Ingenieros como Nicéforo, se adelantan en más de 30 años a la criminología social de Sutherland y a la moderna criminología crítica, tan en boga en algunos espacios latinoamericanos como, por ejemplo, Caracas, México y en ambientes progresistas de Buenos Aires, representados estos últimos, fundamentalmente, en el aquí y ahora de esa ciudad, por el Dr. Eugenio Raúl Zaffaroni.

Y ahora viene lo más interesante, en cuanto a ser objeto de dolorosa crítica, del discurso de Ingenieros: "El examen de los caracteres físicos, fisiológicos y psicológicos, minuciosamente realizados, demuestra la inferioridad física e intelectual de los hombres pertenecientes a las clases sociales inferiores... Resulta que el grado de civilización de las clases pobres, étnicamente considerado, equivale al de los pueblos primitivos. En ellas encuentra Nicéforo las primitivas formas violentas de criminalidad, el animismo, el culto de los fantasmas, (etc.) ... Las manifestaciones estéticas de las clases pobres recuerdan los sentimientos similares de los primitivos, los salvajes y los niños". De esta parrafada, cargada de ideología racista y clasista, no quiero más que alertar críticamente sobre la última afirmación, en que hace la comparación entre los niños y los salvajes.

Y sin hesitaciones continúa Ingenieros de esta manera: "La literatura de las masas populares... su gusto por el folletinesco novelón de aventuras a fuertes tintas, así como todo el arte manifestado en sus danzas, canciones (etc.)..., forman la última parte de estas investigaciones y confirman la misma conclusión: las clases pobres constituyen una verdadera raza atrasada dentro del medio en que viven".

"Las causas de este hecho han sido estudiadas en el ambiente social y en las condiciones de vida de los pobres: alimentos, nutrición, fatiga, alojamiento, talleres, instrucción, etcétera. Se deduce que la inferioridad de los pobres es el resultado del medio económico en que viven, antes que el índice de una inferioridad orgánica original". Sigue Ingenieros haciendo algunos comentarios sobre el trabajo de Nicéforo, para concluir en lo siguiente: "He aquí algunas inducciones que podrían someterse al criterio de los estudiosos: 1°) La modificación previa del medio económico es indispensable para corregir o atenuar la inferioridad física, intelectual y moral de las clases pobres; 2°) Su actual inferioridad les impide propender al propio elevamiento; sólo pueden elegir entre los buenos y los malos pastores..., y 3°) La modificación de las condiciones económicas, indispensable para el mejoramiento de las clases pobres, sólo puede ser la obra de hombres pertenecientes a la clase considerada superior desde el punto de vista físico e intelectual".

"La conclusión política de las tres premisas podría ser un socialismo aristocrático, donde los hombres física e intelectualmente superiores propendiesen a mejorar las condiciones de vida de los pobres, de la raza inferior". Todas estas palabras, que parecen un monumento aristocratizante y oligárquico, no son más que la expresión del imaginario social de una clase privilegiada en un momento histórico dado. Momento aquél que hoy se califica como de socialismo decimonónico para el Buenos Aires de fin e inicio de siglo, época para la cual el protagonismo del proletariado [3], es inexistente o, mejor aún, inconcebible. Solamente los pobres podían trascender su situación como tal, llevados de la mano de aquellos preclaros vanguardistas que estaban iluminados por un socialismo y que, por tener esas características que el propio Ingenieros les adjudica, podían sacarlos caritativamente [4] de la condición subhumana o infrahumana que padecían. Para Ingenieros todos los hombres eran iguales, pero con la salvedad de que habían algunos, los superiores, más iguales que los otros.

Me atrevo a aventurar el supuesto de que esta posición aristocratizante de Ingenieros no sólo es el producto de una época, sino que fundamentalmente representa el proceso de falsa conciencia por el que estaba atravesando nuestro protagonista. No se puede responsabilizar a la ignorancia, de la temática clasista, ni a que no tenía en su presencia a los más altos elementos revolucionarios de un momento histórico, que se caracterizó por la violencia lírica, y no tan lírica también, de los militantes en el anarcosindicalismo. Simplemente se puede interpretar que Ingenieros, producto infantil de una familia de inmigrantes, [5], intenta trascender sus orígenes proletarios, utilizando un recurso que no le era en modo alguno escaso, la inteligencia y el talento, y que para entonces era un instrumento de ascenso y movilidad social. Es por demás elocuente aquella observación suya que transcribiera casi al inicio del capítulo, donde desprecia a "... los agitadores líricos (que) han declamado en su oratoria torrencial...". Es notable que él, justamente él, un lírico y romántico social por excelencia, que gustaba por declamar con oratoria torrencial, se exprese de una manera en exceso irónica, y hasta despectiva, frente a los agitadores y revolucionarios de barricada que, en su época, eran los que iban transformando a las "clases pobres" en una clase proletaria. Esta clase asumía ese protagonismo revolucionario frente a la historia, la cual era robada a los monopolizadores librescos de la historiografía, para convertirla en algo vivo y propio. Sospecho que la respuesta a esta expresión incongruente de acciones, pensamientos y sentimientos, obedece probablemente al estado de disonancia cognitiva (Rodriguez Kauth, 1987) por el cual transitaba Ingenieros, producto posiblemente de las angustias propias de la contradicción expresada en diferentes registros de su prolífica actuación cotidiana.

Quizá sean necesarias unas palabras que pongan a cubierto al Maestro. Es muy difícil llegar a comprender la situación de esclavitud que vivía nuestra América, cuando tampoco lo veían claro los mentores que teníamos en el destino final de nuestras avezadas miradas. El propio Marx, con su particular interpretación de la historia desde una lectura no hegeliana, fue incapaz de comprender el problema por el que atravesaban aquellos "desclasados" geográficos que estaban más allá de Europa, espacio geográfico monopolizador de la atención de todo conocimiento que se precie de intelectualmente válido. Algo así como que el "piolín" de la historia pasaba por Europa. En consecuencia, hubiera sido mucho pedirle a Ingenieros que mirara un poco más lejos que los otros. Debe destacarse, aunque en detrimento del Maestro, que pocos años después de su muerte, apareció brillando en Perú un hombre con menor nivel cultural -dicho esto en términos educativos formales- y con menor alcance de miras hacia las Europas, pero que fue capaz de comenzar a visualizar esta particular condición de los latinoamericanos, hoy como ayer, de indefensión y fatalismo (Martin-Baró, 1987). Me estoy refiriendo al inefable e inolvidable político peruano José Carlos Mariátegui, quien vivió, luchó y murió por la liberación de su América, sin tener mayormente conocimientos teóricos sobre filosofía marxista, pero que con un excelente Manual de Lecciones, de su autoría, para la praxis de la lucha transformadora y revolucionaria, conmocionó a nuestra América toda, y particularmente a su Perú natal.

Al igual que Mariátegui, Ingenieros fue un romántico, pero no desde el punto de vista del idealismo filosófico, sino en el sentido de tener una esperanza, una utopía (mal que le pese a algunos socialistas duros, como el ya mencionado Petras), que es contemplada y estimulada por otros socialistas de condición tan meritoria como la de Petras, como es el caso de M. Lowy (1994), quien caracteriza esencialmente ese romanticismo como "...la crítica de la sociedad burguesa moderna a partir de valores sociales, culturales, éticos, estéticos o religiosos precapitalistas".

No obstante, es quizá en su Crónica de Viaje por el Archipiélago de Cabo Verde, en la Isla de San Vicente, fechada en 1905, en donde se desprende de su obra el "tufillo", de lo que me atrevo a llamar el prejuicio racial de Ingenieros. Hubiera sido preferible que no hubiese escrito dichas Crónicas. Lamentablemente así lo hizo y con ellas confirma y profundiza toda su convicción de que existen en la especie humana diferentes razas, algunas de las cuales son de menor calidad y por lo tanto no merecen ser llamadas humanas. De ahí a la propuesta de Mein Kampf, hay un solo paso.

Luego de hacer una descripción casi poética del paisaje y de los sentimientos de los pasajeros, por ver de nuevo tierra firme, tras una agotadora travesía marítima, escribe: "El espectáculo ya harto vulgar, de la turba de negros zambulléndose en el mar transparente para atrapar una moneda, es indigno de ser descrito. El más elemental orgullo de la especie queda mortificado al presenciar por primera vez ese ejemplo de laxitud ofrecido por las razas inferiores. Todos los ingenuos lirismos de fraternidad universal se estrellan contra estas dolorosas realidades" (pág. 167).

El propio Ingenieros considera la imposibilidad de comparar las leyes de las ciencias naturales con las pretendidas leyes de las ciencias sociales o, más precisamente, como él mismo dice, de la sociología. Para esto reconoce que mientras aquéllas tienen una ley general y válida universalmente, [6], ésta depende de lo que acontezca en cada espacio en particular. En consecuencia, se necesitan miles de interpretaciones para cada caso, según sea el lugar desde donde sean observados. Asimismo, no deja de reconocer la influencia de la lectura ideológica de los hechos sociales, al señalar que cada científico social tiene como precisa y segura su propia observación, aunque la misma entre en contradicción con la de otros y con la propia realidad.

Sin embargo, critica las lecturas que hicieran, entre otros, Mitre y López sobre la importación de esclavos negros a América. Incluso, llega a decir que la simpatía y los dolores que compartimos en esa lectura, es una relación equívoca que asumimos frente a los negros. Dice textualmente: "Los negros importados a las colonias eran, con toda probabilidad, semejantes a los que pueblan San Vicente: una oprobiosa escoria de la especie humana" (el subrayado en el texto es mío). Pero ahí no termina: "Juzgando severamente, es fuerza confesar que la esclavitud -como función 'protectiva' y como organización del trabajo- debió mantenerse en beneficio de estos desgraciados, de la misma manera que el derecho civil establece la tutela para todos los incapaces y con la misma generosidad con que asila en colonias a los alienados y se protege a los animales. Su esclavitud sería la sanción política y legal de una realidad puramente biológica" También aquí el sobrenotado es de mí responsabilidad.

Para concluir con toda esta serie de dislates que me provocan escozor y hasta llegarán a producir indignación en el lector menos sensible, remataré con esta frase de la misma Crónica: "La solidaridad humana resulta aquí una preocupación lírica e irracional. Los 'derechos del hombre' son legítimos para los que han alcanzado una misma etapa de evolución biológica; pero, en rigor, no basta pertenecer a la especie humana para comprender esos derechos y usar de ellos. Los hombres de las razas blancas, aún en sus grupos étnicos más inferiores, distan un abismo de estos seres, que parecen más próximos de los monos antropoides que de los blancos civilizados".

El tristemente célebre jerarca del nazismo, el SS Heinrich Himmler, pudo haberse inspirado seriamente en estas afirmaciones. Afortunadamente, ni Himmler ni el máximo ideólogo teórico del nazismo, Rosemberg, se atrevían a leer lo que podía haber escrito un negrito "sudaca" que estaba lejos fisonómicamente de la raza aria y de hablar en favor de los individuos de raza superior. Su concepción de la esclavitud está muy distante de la que tuvo en su momento Darwin (1982), cuando se disgustó frente a la apología del esclavismo que hiciera el Comandante Fitz Roy en el Puerto de Bahía: las expresiones que tuvo frente a nuestros indígenas de la Tierra del Fuego, cuando dijo que ver a estos individuos totalmente desnudos, en su tierra natal, le dejaron una fuerte impresión favorable.

En Ingenieros no sólo hay una lectura prejuiciosa de la realidad africana que percibía en esos momentos, que podía ser producto de una deformación profesional o intelectual, sino que también está presente un desagrado visceral por esa escoria, como se desprende de este breve relato: "La primera impresión al ver sus barquillas mugrientas bogando hacia el vapor, es nauseosa" (pág. 168) [8]

Pero entre todo aquel fárrago de conceptualizaciones racistas, es posible rescatar en Ingenieros una crítica social a las características perversas de los pasajeros (sus iguales racialmente), en cuanto que divierten sus espíritus frívolos al arrojar monedas a los nativos, al igual que hacen los chicos con los animales en el Jardín Zoológico, tirándoles golosinas. Y no disculpa a sus compañeros de viaje, debido a que éstos no son niños, a la par que no encuentra consuelo alguno frente a "... los que se divierten a expensas de tanta miseria moral y material... Las personas que consideran decorosa la limosna podrían ejercerla en otra forma, ahorrando a la especie humana esa humillante exhibición de su propia indignidad" (pág. 168).

Hasta renglones más arriba Ingenieros había asumido el discurso de lo que se puede llamar "la reacción política", pero, y sin ánimo de justificarlo, rápidamente se coloca en la posición crítica y enjuiciadora de dicho discurso característico, de una frivolidad caritativamente limitante y vocinglera.

En 1987, el ya citado jurista y ardoroso defensor de los Derechos Humanos en todo el mundo, el Doctor Eugenio Raúl Zaffaroni, hizo una presentación en una reunión sobre, precisamente, Derechos Humanos, recordando que justamente en aras de aquella Ciencia Positiva, que merecía un casi "culto religioso", es la que, según palabras de Zaffaroni, "... se ocupó de dar por sentado que fuera de ella todo es salvajismo y barbarie..." (1987).

Para terminar con estas líneas despiadadas para con los dislates intelectuales y afectivos del maestro, voy a intentar traspolar su pensamiento a la situación del Africa negra y árabe, posterior a 1950, momento en que se producen los episodios de liberación nacional, ¿y social?, de la misma. Si se sigue el hilo de las afirmaciones racistas de Ingenieros, es muy comprensible que hubiese aplaudido la balcanización que se hizo con los territorios negros por parte de las fuerzas colonialistas en retirada. Es el propio Imperio (llámese británico, francés o belga) el que arma la estructuración y/o desestructuración del mapa africano. De esa forma se justifica el pensamiento de Ingenieros acerca de la necesidad y forzosidad de la esclavitud. Es una forma de proteger a los salvajes. El Imperio hizo lo mismo cuando desarmó el espacio de las tribus africanas enfrentándolas en luchas fratricidas (Rodriguez Kauth, 1993). Vuelvo a insistir en lo que dijera más arriba, respecto a la posible inspiración de los nazis en nuestro protagonista; no es que en la metrópoli se hayan inspirado en el pensamiento de Ingenieros, más bien sospecho -y con certeza histórica y racional- que era éste quien estaba imbuido del espíritu intelectual e ideológico de la metrópoli.

Pero hasta aquí el análisis de un momento de su vida impregnada de biologismo sociológico, como fueron las exposiciones recogidas de sus Crónicas de Viaje. También Ingenieros era un ser proteico, no era inmutable no sólo por su propia condición humana, sino fundamentalmente porque él permanentemente quería cambiar. Y así Ingenieros nos demuestra este movimiento del pensar en las ya analizadas Fuerzas Morales. El mismo confiesa, poco antes de morir, la necesidad de revisar ¡una vez más! sus escritos de juventud. Entre las Crónicas... y Las Fuerzas Morales median más de 10 años, que fueron los que necesitó Ingenieros para descubrir la maquinaria magnífica y siniestra con que el Imperialismo operaba sobre nuestros destinos. Ingenieros redescubrió su error, pero ya fue tarde para rectificaciones por lo hecho o dicho. En la década de los noventa estuvo de moda un moderno científico y filósofo de la ciencia, Ilya Prygogine, quien demostró materialmente la irreversibilidad de los hechos en el ámbito de la fisicoquímica, con la reformulación de la segunda ley de la termodinámica. Sus hallazgos son, necesaria y perfectamente, trasladables al estudio de las ciencias sociales, particularmente de la historia.

Pero no todas son lecturas oscuras en el tema del supuesto racismo de Ingenieros. El mismo tuvo la oportunidad, como consecuencia de los tristes y lamentables episodios de la Semana Trágica de 1921, de expresarse con respecto a la persecución de judíos en Buenos Aires. Este episodio fue el que dio lugar a la caza de rusos, [9], como eufemísticamente fue llamado por el periodismo vernáculo que se asociaba, consciente o inconscientemente, con el imaginario perseguidor y "persecutorio" que habían establecido los miembros de la Liga Patriótica Argentina. Los conceptos que al respecto vertiera Ingenieros, han sido publicados en un reportaje escrito que le hiciera la Revista Vida Nuestra (febrero de 1919), que editaba en aquella época la comunidad israelita de Buenos Aires. La misma fue transcrita poco después por la Revista de Filosofía (Año IX, N° 1, 1919), en la que Ingenieros se extendió largamente en consideraciones denostativas contra la xenofobia y el racismo imperante.

Sobre la consideración de que los causantes de los episodios revoltosos de la Semana Trágica fueron los judíos porteños, Ingenieros lo califica directa y sencillamente de imbecilidad. Al referirse a tan triste acontecimiento, Ingenieros no dejó de poner su dedo acusador sobre los auténticos actores del hecho, es decir, los jóvenes cajetillas porteños que fueron seducidos ideológicamente en colegios jesuitas, que responden a la política clerical y conservadora del Régimen. Añade Ingenieros que estos jóvenes no sólo participaron en estos actos de persecución, sino que también fueron los instigadores y actores materiales de otros hechos de xenofobia contra "... estudiantes argentinos hijos de judíos". Asimismo, Ingenieros responsabilizó al Gobierno de no haber dado las suficientes garantías a la población judía, tal como lo establece la Constitución Nacional. A estos actos de persecución política, racial y religiosa, el periódico La Vanguardia los llamó, en su edición del 13 de enero de 1919, como "... el terror blanco o la caza de sospechosos". No puede dejar de anotarse aquí que en la Liga Patriótica Argentina, en lo que hace a su estructura militar de brigadas, se inscribió una brigada israelita, constituida fundamentalmente por socios de la Bolsa de Comercio de Buenos Aires, la cual "... tuvo corta vida y escasa actividad" (Caterina, 1995). Es obvio que se trató de un frustrado intento por mimetizarse con la aristocracia vernácula de un grupo de judíos que deseaban mantener sus posiciones de privilegio en la actividad financiera y comercial del país.

Agrega Ingenieros que los judíos extranjeros y sus descendientes, deben ser respetados como los ciudadanos de cualquier otra nacionalidad. Pero aquí se le escapa nuevamente el componente racista del que vengo hablando, cuando señala que: "... la nacionalidad argentina no está formada por indios, sino por descendientes de europeos y la experiencia enseña que las únicas regiones del país que merecen el nombre de civilizadas, cuentan en su población un noventa por ciento de sangre europea".

Sin embargo, Ingenieros no pierde tiempo en despacharse contra la xenofobia, calificándola de "... simple farsa de políticos oligárquicos que temen perder sus privilegios". Entiendo que la xenofobia, ciertamente, se expresa en general como aversión u odio hacia el o lo extranjero; pero no se me escapa que también tiene una vertiente interna, que es aquélla que considera a algunos grupos dentro del propio país como extranjeros en el sentido xenófobo, es decir, despreciativo.

Termina Ingenieros con sus respuestas al mencionado cuestionario, invitando a los judíos que viven en Argentina a participar activamente en las luchas sociales y políticas para la construcción de un nuevo país. Más aún, les recuerda que no solamente tienen el derecho de reclamar, sino fundamentalmente la obligación de hacerlo, aun a costa de sacrificar la tranquilidad de todos los días. Finaliza la nota con palabras que estimo no pueden ser olvidadas en contexto alguno: "Las culpas más graves son la servidumbre y la cobardía; ofenderíamos a los hombres de una confesión determinada si los alabáramos por ellas. Son hombres. Tienen todos los derechos de los hombres. Todos los deberes de los hombres".

Como descargo final sobre la condena al racismo, debo hacer una reflexión acerca de lo que se puede definir como racismo en los principios del siglo, hasta el nacimiento del nazismo, y cómo se lo puede considerar en la actualidad después del holocausto producido por Hitler y sus secuaces. Hasta la aparición del nazismo, las concepciones racistas no significaban necesariamente un holocausto para quienes caerían en desgracia. En todo caso, el racismo se testimoniaba en desprecio oligárquico o aristocrático, pero no tenía el sentido trágico con que se revistió desde la experiencia nazi en Alemania y su continuación perversa en otros lugares del planeta, entre los que, como es obvio, no ha estado ni está exenta Argentina.





[1] ) Actual, para el hoy del pensamiento que transita la última década del siglo XX.
[2] Donde llega al extremo de trazar las características de una raza argentina.
[3] ) De los pobres, como gusta llamarles Ingenieros, lo cual es una forma de sacarlos de la categoría social de clase y poder incluirlos en la categoría biológica y también, inconscientemente, en la categoría social de raza.
[4] Palabra ésta que hubiera hecho enojar en demasía al Maestro.
[5] No obrera a nivel de lumpenaje o semejante, sino especializados en un quehacer por demás intelectual, como lo era el trabajo gráfico por aquel entonces.
[6] Cosa hoy cuestionable, hasta desde la más ingenua epistemología.
[8] Por eso de nauseoso es que hablé renglones más arriba de desagrado visceral, hacerlo no fue antojadizo en modo alguno de mi parte.
[9] Es de hacer notar que comunmente se les llamaba rusos a los emigrantes judíos. Esta confusión posiblemente tenga su origen en que los primeros inmigrantes rusos a nuestras playas eran también judíos, lo cual da lugar a la confusión cuando no se tienen conocimientos acabados de geografía y de historia de la cultura. Un fenómeno semejante ocurrió con llamarles turcos a los inmigrantes de países árabes. Ambas confusiones perviven hasta nuestros días.
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