30 de septiembre del 2001 Vol.2 No.3

Semblanza de Teodoro González de León

 

El arquitecto Teodoro González de León afirma que la historia es azar, así como lo es la historia de cada quien. "Se tiene la voluntad para llegar a realizar ciertas cosas, pero el azar se presenta para modificar esa ruta", agrega.

Teodoro González de León es para la arquitectura contemporánea mexicana, el creador de nuevas propuestas arquitectónicas, es decir, testigo y hacedor de la nueva urbe mexicana. Nació en la Ciudad de México en 1926. De 1942 a 1947 realizó sus estudios de arquitectura en la Escuela Nacional de Arquitectura, donde obtuvo mención honorífica en su tesis profesional. Mientras estudiaba participó en el proyecto de la Ciudad Universitaria. El Gobierno de Francia le otorgó una beca, país donde trabajó en el taller de Le Corbusier. Su talento y dedicación han sido recompensados con premios y reconocimientos que ha recibido en México y el extranjero, entre los que sobresalen: el Premio Nacional de Artes 1982, el Gran Premio de la Bienal de Sofía, Bulgaria de 1988 y el Premio de la Bienal de Buenos Aires, Argentina, de 1991.

Nació en el Distrito Federal el 29 de mayo de 1926, en una casa que se localizaba en la esquina de Tíber y Reforma, frente a la columna de la Independencia. De allí su familia se mudó a San Angel, a una casa muy grande, que en la actualidad es propiedad del chelista Prieto, contigua a la de Diego Rivera. Considera que para él fue una experiencia muy bonita en su niñez, ver construir la casa estudio de Diego Rivera y Frida, que hizo Juan O'Gorman entre 1929 y 1930. Dice que tiene el recuerdo muy presente porque su madre se escandalizó de colores como el rojo, azul y negro con que estaba pintada la casa de Diego. Era "una casa vanguardista, que todavía lo sigue siendo".

Recuerda a su madre como una persona muy religiosa. Su padre era abogado, a quien evoca en su tarea de abogado civil, en la que nunca tuvo grandes trabajos. Su ingreso era "tan medio, que después de la gran casa de San Angel, nos fuimos a vivir a la calle de Nuevo León y Campeche, a una bastante pequeña, porque nuestra familia era muy grande. Eramos 6 hijos, dos mujeres y cuatro hombres. La infancia en San Angel para mí fue como un sueño, pues todo pasaba bien, como en un paraíso, con un jardín enorme. Todo era bellísimo".

Al arquitecto González de León le viene a la memoria que desde los once años dibujaba y que sobre naturalezas muertas le hacía a su madre cuadros en pastel. Al respecto afirma que el dibujo le gustaba más que todas las materias, pero que también le gustaba la historia y las matemáticas. Aunque nunca encontró nuevas soluciones a problemas geométricos, cuenta que se ocupó de algunos de ellos hasta durante una semana, porque tenía una fascinación por la geometría, es decir, una propensión por los problemas matemáticos y geométricos. Continuando por este rumbo, se inició en el estudio de la arquitectura, olvidándose de la pintura e incursionando en el grabado. Su interés por la arquitectura, entonces, lo calificó de brutal. La pintura la retomó en la década de los años setenta, "ya como práctica más o menos diaria".

De su época como estudiante, el arquitecto González de León revive a la de México como una ciudad "peatonal, porque la caminábamos todos los días". Considera insustituible que desde la calle de Moneda, donde se ubicaba su escuela, regresaba a pie hasta su colonia, la Hipódromo, platicando con sus compañeros. Esa ciudad, compartida a pie, es una cosa que se ha perdido y es lamentable, dice.

Para él fue muy grata la escuela, sobre todo los primeros años, que lo apasionaron "bárbaramente", pues es un sitio que recuerda con idílio: "la academia con su patio, con las culturas clásicas, era un lugar maravilloso". Afirma que durante sus estudios de arquitectura le dio importancia a la práctica desde el primer año, es decir, los talleres como realmente debían darse, explicó. Desde ese primer año trabajó con Carlos Lasso y posteriormente, con Carlos Obregón Santacilia y Mario Pani. De esta forma se encontró con el ideal, expresa, de las grandes academias como la de Francia, que exigían a los alumnos inscribirse en el taller de un arquitecto y, al mismo tiempo, trabajar con él en su práctica profesional. En el origen de la academia, sostiene, la práctica y la enseñanza teórica estaban unidas, pero después predominó la teoría. Admite "que lo más importante para un joven que estudia, es trabajar con la gente que admira y eso para mí fue una fortuna. Lo logré y lo logré de una forma insospechada".

En su brillante trayectoria, el arquitecto González de León se ha dedicado, además, a los ensamblajes de volúmenes de diversas dimensiones, lo que lo mantiene ocupado actualmente. Considera que su paso por esta tarea no ha sido fácil, debido a su ansia de no copiarse a sí mismo, que en todo caso, afirma, es lo más fácil en lo que uno puede caer, pero a la vez lo más triste. Explica que sus ensamblajes obedecen a los realizados en el siglo XX, entre los años diez y veinte, por los grandes pintores cubistas, como Picasso, quien hizo ensamblajes de volúmenes, materiales distintos y chatarra en muchos casos. Para él el cubismo y el cubismo volumétrico, han sido las expresiones más emocionantes del arte moderno y opina que todavía no se les ha sacado el jugo suficiente. "Somos herederos de ese gran salto mortal de la historia del arte, que todavía podemos explotar", agrega.

En relación con uno de los elementos fundamentales de la arquitectura: la luz, opina que ésta es todo. Asegura que se necesita toda una vida para aprender a usarla, no sólo la natural, sino también la artificial, porque es muy difícil manejarla. La arquitectura es luz, son formas bajo la luz, afirma. Cuando una arquitectura, prosigue, se vuelve sombría, sórdida, no importa su apariencia, se empobrece, pues la luz hace vibrar todas las formas.

En cuanto al color, dice que prefiere verlo en los materiales, porque los de la arquitectura lo tienen: el concreto, la madera y los aceros. Para el arquitecto González de León, ese es el color de la arquitectura. En este sentido, afirma que no le gusta la pintura en la arquitectura.

Por otra parte, señala que hay problemas por atacar en forma fundamental. Ejemplifica que si trabaja en la construcción de un Palacio de Justicia, está haciendo un inmueble que representa la justicia de un país. Por esta razón rechaza cualquier afirmación que niegue la monumentalidad de un edificio. Con base en esta aseveración, cree que en México existe una animadversión hacia lo monumental, esto, debido a que la ciudad de México no se terminó en el siglo XIX, como algunas ciudades latinoamericanas: Buenos Aires, Montevideo, Caracas y Bogotá, con todas sus instituciones, una gran biblioteca central, su palacio de justicia, el palacio legislativo, las plazas, es decir, estructurando ciudad, mientras que "en México nos la pasamos todo el siglo XIX peleándonos. Llega el XX y entra la Revolución, cuando había un clima porfiriano que iba a empezar a hacer las instituciones".

Las obras públicas son para enaltecer la ciudad y para hacerla monumental, pues son la expresión de nuestros mitos republicanos. El arquitecto González de León agrega que cuando le encargan una obra, le preocupa tanto sacarla a flote que no tiene más alternativa que ponerle todo su esfuerzo. Opina que la arquitectura es muy lenta: "desde que se madura el proyecto, se genera y se desarrolla, hasta que se inicia la obra y empiezan las luchas porque se termine bien". Un tanto reflexivo, el arquitecto González de León admite que culminar una obra es la mayor satisfacción y también, el gran vacío, porque acabar una construcción, así como se concluye un cuadro, significa para él sentirse un poco con un sentimiento de oquedad. Siempre es eso, agrega: una gran satisfacción cuando algo se acaba y el gran vacío, en medio de una complejidad de elementos y personas.

Dice que un cuadro lo puede rehacer o cambiar en una tarde, mientras que en la arquitectura los resultados se ven poco a poco, aunque a veces son sorpresivos positiva o negativamente. En este sentido, al estar frente a algunos espacios, expresa que en algún momento se ha preguntado: "cómo pensé en esto". Reconoce, además, que se dan sorpresas muy desagradables y a veces irremediables.

El arquitecto González de León se considera muy ligado a una práctica diaria, resolviendo etapas en turno. Manifiesta que tal vez su meta es conocer arquitecturas que aún no ha visto, tanto modernas como del pasado: "No he ido a Japón, por ejemplo, y no conozco la India, cosa que Octavio Paz siempre me recriminó: no conocer esa forma distinta de vida y de concebir la arquitectura". Expresa que esa inquietud tal vez la tenga como un sueño, pero que en el campo de la pintura y la arquitectura está ligado a su práctica. Su meta es acabar con los compromisos que tiene, pues "la vida es lo único que tenemos. Yo no veo otra cosa que poseamos. Por lo menos nadie ha comprobado que exista otra cosa. Yo creo que es lo único que tenemos y hay que vivirlo".

Para el arquitecto González de León la amistad es uno de los factores más importantes de la vida: "He guardado desde hace mucho tiempo amigos queridísimos, como el inolvidable Octavio Paz, Alejandro Rossi, Ramón Xirau y Juan Soriano. Juan, además, ha sido un compañero en viajes, pues anualmente hacemos un recorrido desde hace cinco años. Escogemos una área de un país y la cruzamos poco a poco. Para hacer eso se necesita gente que se lleve muy bien durante todo el día".

Por otra parte, señala que la vida es un misterio completo. Quién sabe qué es la vida, pregunta. Nadie sabe, responde él mismo. Si supiéramos, continúa, no habría filósofos, no habría nada, ni ciencia. La ciencia se dedica a investigar qué es la vida. Por eso cada vez que investigamos, nos vemos más alejados del conocimiento verdadero, añade. "Es como penetrar en algo, que, descubrimos, es cada vez más profundo. Creo que nadie puede responder qué es la vida", insiste.

En relación con los estudios de la carrera de arquitectura, explica que en la década de los cincuenta se dio un cambio: se suprimieron materias básicas como geometría, historia del arte, historia de la arquitectura y dibujo. Se sustituyeron por otras materias de preparación "disque" social, pero que por la falta de tiempo difícilmente llegaban a profundizar. Para tener un acercamiento con la arquitectura, es importante que en México haya una educación que oriente a la gente, sugiere el arquitecto González de León, porque tal vez una persona que no está entrenada, no tiene la posibilidad de apreciar, al grado de que se le puede escapar algo importante. Es necesaria, continúa, una buena divulgación de la arquitectura, para que la gente vaya entendiéndola y contribuya en su fomento. Pensando en los estudiantes, a ellos considera importante hacerles saber que "la arquitectura es una tarea en la que se trabaja mucho y que las cosas salen sólo trabajando, aunque también con el azahar. Hay que juntarse con las estrellas. Azahar y trabajo es lo que está bien".

La arquitectura, prosigue, no se aprende a la primera, igual que la pintura. Es a través de reiteradas visitas como se empieza a entender. Hay que ver a la arquitectura reiteradamente, "es lo que aconsejo a la gente, a los mismos estudiantes: ver, ver mucho y ver con ojos generosos, sin egoísmo. En esta incursión, el arte moderno tiene la gran dificultad de romper con dos mil años de costumbre en la representación de la figura y el mundo natural, advierte. Hay que saber que lo nuevo es espíritu y que lo agresivo en el fondo es un contraste, una exaltación nueva. No tiene que verse como algo agresivo, sino como una nueva manera de enaltecer". El arquitecto González de León finaliza diciendo que la más profunda responsabilidad es hacer lo mejor posible eso que sabemos hacer: "esa es la verdadera responsabilidad".


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