Lo
público aparece entonces no como un atributo que encubre
la diferencia bajo la máscara de un “interés
general” predeterminado; al contrario, éste se construye
mediante la expresión de los intereses privados. El territorio
es el ámbito donde se manifiestan estos intereses. Esta
perspectiva plantea el problema fundamental de la historicidad
de la gestión pública: lo público y con ello
las políticas públicas, no se definen de una vez
y para siempre, se estructuran a través de las interacciones
sociales. El territorio ofrece de esta forma, el ámbito
privilegiado para la construcción de las políticas
públicas regionales.
El
uso de la aproximación territorial para el diseño
de políticas públicas regionales sugiere una
salida al debate sobre la universalidad del paradigma de
las políticas públicas como método
de gestión pública. El problema que plantea
esta discusión hace referencia a su restringida capacidad
de adecuación en contextos caracterizados por el
cambio y, con ello, rechaza su pretendida universalidad. |
En
las sociedades que transitan hacia nuevas formas de organización
política y que han estado regidas por sistemas autoritarios
proclives al control mediante mecanismos corporativos, suele desencadenarse
una dinámica de fragmentación del tejido social
ante la pretensión de hacer más permeable el proceso
de definición de la agenda de la política pública.
Ello obedece a la ruptura o al debilitamiento de los mecanismos
de control que otorgaban las organizaciones corporativas y que
eran los espacios de expresión de los intereses de los
particulares (Cabrero, 2000). Las políticas públicas,
concebidas como método de gestión, operan en contextos
estables con una institucionalidad definida. De ahí que
su carencia principal parece ser su incapacidad para sugerir formas
de interacción que faciliten la construcción de
un nuevo dispositivo
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institucional
y con ello la construcción de consensos. Se requiere crear
una nueva institucionalidad, no suponer que existe. La incorporación
de la dimensión territorial en la construcción de
las políticas públicas regionales contribuye a situar
espacial y temporalmente dicho proceso y por ello, a contextualizar
tanto las propuestas de creación de una nueva institucionalidad
como la construcción de consensos. Ambos elementos son
indispensables para la promoción del DRS.
Según
Landau, la infinidad de aspectos que involucra el campo de las
políticas públicas dificulta integrar su análisis
en una unidad coherente. “La política pública,
vasta y complicada como ha llegado a ser, se extiende a cualquier
área de la vida. En consecuencia, para ser fiel a su objetivo,
el analista de políticas pronto tendría que incluir
todas las ciencias sociales e incorporar, por añadidura,
todo un montón de tecnología dura. Llevar a unidad
un dominio de indagación tan amplio es una empresa destinada
al desorden” (Landau, 1996).
En
este sentido, la aproximación territorial ayuda a precisar
el ámbito de competencia de las políticas públicas
para el DRS, con ello facilita su estudio y fortalece sus posibilidades
de éxito. Al referirse a territorios y no a sectores de
actividad o grupos de población, las políticas públicas
pueden reconocer el carácter multidimensional de la promoción
del desarrollo sustentable y, al mismo tiempo, situarse en un
contexto determinado que le da sentido a todas esas dimensiones.
“El problema con la forma tradicional de hacer políticas
es que ésta es apropiada sólo para sistemas no complejos.
Para enfrentar los sistemas ecológicos y sociales, los
procesos de diseño de políticas tendrán que
referirse a realidades múltiples, sistemas caóticos,
no linealidades y no predecibilidad” (Pretty, 1995).
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