31 de octubre de 2003, Vol. 4, No. 6. ISSN: 1607-6079
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Jose Marín jk_marin@hotmail.com María Usache mariauseche@yahoo.es

Introducción

En el nuevo orden del mercado mundial, caracterizado por economías globalizadas y marcados ciclos de recesión, se encuentra que la tendencia del sector servicio es a convertirse en la principal actividad económica a nivel mundial; en tal sentido, las empresas de servicio dedicadas al adiestramiento también se encuentran inmersas en una lucha por mantener e incrementar su participación en el mercado nacional e internacional, lo cual las ha llevado a revisar sus estrategias organiza-cionales para mantener la lealtad de sus clientes y diferenciarse de la competencia, ante las alternativas que ofrece el mercado a las personas, según Costa (1989), todas las percepciones y experiencias que son significativas para un individuo se registran en su cerebro, las cuales son posteriormente utilizadas junto a sus valores como referencia para formar la imagen mental que determinará su reacción o comportamiento final, tanto para la decisión de compra como para su nivel de satisfacción luego de recibido el servicio. Por lo que, la imagen empresarial es la representación mental, en la memoria colectiva de un conjunto significativo de atributos configurando un estereotipo que es capaz de influir o determinar comportamiento.

Los clientes tendrán una imagen positiva de una empresa cuando su producto y/o servicio cumple la promesa realizada, por el contrario, cuando una organización incumple su promesa básica el cliente no se siente satisfecho, en consecuencia su imagen es negativa y débil.

 

 

Al respecto, Kotler (1998), manifiesta que “satisfacer al cliente con una compra, dependerá del rendimiento del producto (servicio) con relación a las expectativas del comprador”, donde las expectativas se funda-mentan en las experiencias que ha tenido un cliente para comprar, en la opinión de amigos y compañeros y en la información y promesas de las comercializadoras, en consecuencia el consumidor se forma una imagen de la empresa, la cual será reforzada o distorsionada según la identidad de la misma.

Por su parte, Berry (1996), explica que los clientes emplean sus expectativas como patrones de comparación para juzgar el desempeño de las empresas en los diversos atributos del servicio. Sin embargo, “los atributos no tienen la misma importancia para todos los clientes por lo cual conviene medir específicamente su importancia relativa”.

Las empresas se han percatado que prestar un servicio de calidad o vender un buen producto no garantiza en su totalidad el éxito, y mucho menos si la influencia de ese servicio no es alta sobre el bienestar del consumidor, quien le otorga un valor intrínseco en función de sus necesidades y expectativas, por lo que establece una valor a lo que desea recibir a cambio de su dinero.