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de abril de 2004 Vol. 5, No. 3 ISSN: 1607 - 6079 |
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El hombre visto desde Las pasiones del alma Descartes no define al hombre ni de una ni de otra forma, y sí afirma preferentemente que el hombre "real o verdadero" es una unidad compuesta de alma y cuerpo en interacción constante y recíproca. En Las pasiones del alma Descartes analiza la naturaleza humana como unidad. De la diversidad de pensamientos que tiene el alma, son precisamente sus pasiones -también llamadas sentimientos- las que dan cuenta de la peculiaridad de la esencia humana porque... "de todas las clases de pensamientos que el alma puede tener, ninguno la agita y la conmueve tan fuertemente como estas pasiones (4)". Ellas resultan, pues, de la estrecha alianza del cuerpo con el alma, punto de partida en el que habrá que situarse para acceder al análisis de la conducta humana. Dice Descartes enfáticamente en Las pasiones:
Descartes está poniendo de manifiesto la existencia de una estructura psicofisiológica bastante peculiar en cada uno de los sujetos, y tal es lo que los distingue unos de otros al condicionar sus diversos temperamentos y caracteres; por ejemplo, afirma éste:
Se trata de la base originaria de la determinación de la individualidad, base que es empírica y corporal; las impresiones sensoriales, vía los nervios y los espíritus animales (7) contenidos en ellos, hacen sentir en las almas de los sujetos distintas pasiones o emociones que la voluntad se encargará de fortalecer o rechazar. En la medida en que determinada pasión sea conveniente al sujeto resulta benéfica, y hay que fortificarla, mientras que si ésta adviene nociva lo que resta es rechazarla. Aquí se hace patente el carácter subjetivo e individual de las respuestas y comportamientos humanos, no pudiéndose por ello establecer una verdad universal al modo geométrico, tal es lo que sostiene Descartes en su carta a Hyperaspistes, de agosto de 1641, la imposibilidad de encontrar para la acción humana una certeza como la lograda en el conocimiento. Las respuestas ofrecidas frente a la espontaneidad y premura de los hechos de la vida ordinaria, desde los más inmediatos que no admiten espera alguna, hasta aquellos que tienen que ver con valores, costumbres e instituciones, suponen una inclinación, las más de las veces, de un examen cuidadoso de sus fundamentos. |