10 de junio de 2004 Vol. 5, No. 5 ISSN: 1607 - 6079

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Marte en 24 cuadros por segundo

Quizá la primera película sobre Marte de mayor impacto haya sido la estadounidense The War of The Worlds (1953), dirigida por Byron Haskin y producida por George Pal, la cual a mi juicio no merece mayor crédito ya que, aunque se dice basada en la novela homónima de H.G. Wells, poco tiene que ver con la imaginativa obra de Wells. Al personaje principal, interpretado por Gene Barry, lo edulcora y le vuelve soso, torpe e ignorante; los marcianos llegan de súbito en un platívolo sin ningún antecedente narrativo, son una suerte de mantarrayas con cabezas de televisor. Este filme estuvo más inspirado en la histeria de la Guerra Fría donde los marcianos parecen haber sido sustituidos por rusos. La película ganó el Oscar por los mejores efectos.

Para 1964 los vuelos espaciales ya no eran ninguna ficción. Desde 1960 los soviéticos ya habían enviado cinco artefactos con destino al planeta rojo. El 5 de noviembre de aquél año los estadounidenses habían fracasado con el Mariner 3, pero el Mariner 4 lanzado el 28 de mismo mes tuvo un vuelo exitoso, llegando a su destino a mediados de julio del año siguiente, enviando 21 fotografías. Una de las fotos de la superficie de Marte de alguna de las misiones norteamericanas presentaba una meseta que la incidencia de los rayos solares en cierto ángulo la hacían parecer un rostro.

Los Jaimes Maussanes se desataron y emulando al empresario Percival Lowell se inventaron seres inteligentes que habrían esculpido aquél rostro. El cineasta Brian de Palma no pudo dejar pasar la ocasión y para el año 2000 diseñó una película, Misión a Marte, donde los protagonistas, después de una serie de vicisitudes y catástrofes, un tornado inteligente y malvado que se carga a tres astronautas dejando a uno vivo, caen en cuenta que todo aquello proviene de la meseta con carita que es una fortaleza donde los marcianos (estilo Roswell) estaban esperando a que los terrícolas se identificaran como tales para describirles que la vida había comenzado en el planeta rojo. Luego de que un meteorito marca Chichxulub impactara a Marte, los marcianos salieron despavoridos en sus naves rumbo a probablemente Andrómeda, todas menos una, cuyos tripulantes prefirieron enviar la semilla de la vida a la Tierra hasta que cuajara en Homo sapiens norteamericanus y esperarlos hasta que enviaran una nave tripulada, darles la nueva y llevarse a uno hasta donde huyó la marcianopalomilla.

Otra marcianada hollywoodense digna de comentarse, también del año 2000, es Planeta rojo. En el futuro la Tierra se queda sin agua, colonizar Marte parece la única esperanza. Un grupo de astronautas (norteamericanos, por supuesto), especialista cada uno en diversos campos realizan una expedición al planeta vecino, teniendo que lidiar con sus diferentes personalidades, contextos e ideologías para llevar a buen término la misión. Sus equipos quedan dañados y se ven obligados a sobrevivir en la superficie hostil de Marte. Sus preocupaciones, temores y preguntas acerca de Dios, el destino del hombre y la naturaleza del universo se convierten en elementos sustanciales para el diseño de una nueva fe. No tenían que ir tan lejos, podían haber ido a la catedral de San Pedro en el Vaticano para llegar a las mismas conclusiones.

Hacer una película o escribir una novela basada en los hechos que hasta ahora conocemos, no cabe duda que resultaría un fracaso de taquilla, a no ser que hiciéramos de las maquinitas como el Pathfinder una suerte de Toy Story.

En el Museo de Ciencias Universum, cada miércoles a las 16:30, en el auditorio de La casita de las ciencias, proyectamos películas que, junto con Filmoteca UNAM y la Sociedad Astronómica de la Facultad de Ciencias Nibiru, organizamos en ciclos mensuales. La idea es “Ver cine y hablar de ciencia”. En efecto, proyectamos la película y al finalizar tenemos un debate con el público. No tenemos que tragarnos todo lo que el cine nos receta sin dejar de disfrutarlo.