10 de junio de 2004 Vol. 5, No. 5 ISSN: 1607 - 6079

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Otros emigrantes, otros errabundos,
otros muertos, otros fracasos, otras desolaciones.
Uno se exilia para salvar la vida del terror
que es la represión y que es, también,
la falta de esperanza.
Cristina Peri Rossi

El dolor por lo ausente

Dicen que quienes han sufrido la mutilación de una parte del cuerpo todavía, al despertar a la media noche, o en los momentos más cotidianos, pueden sentir la presencia del miembro ausente, inclusive el dolor de esa herida que pensaban que hace tiempo había cicatrizado. Los miembros fantasmas, esas partes mutiladas, se hacen presentes, dolorosos, incluso mucho tiempo después de haber sido cercenados. Porque tras la mutilación no es sólo que se pueda sentir, físicamente, el brazo, la pierna, el dedo que ya no está, que fue arrancado por la fuerza, con la violencia de la tortura, de la agresión contra la integridad del cuerpo humano. Es que el mutilado sabe que ese miembro ausente todavía duele, que el brazo, la pierna, el dedo, que ya no están, causan dolores, tienen manifestaciones físicas. Al mismo tiempo, lo que duele es la mutilación misma, el acto violento, ese lugar, la juntura donde empezaba el brazo, donde surgía la pierna, donde el dedo salía de la mano. Tras la mutilación, lo que duele es pues tanto la presencia ausente del miembro fantasma, el recordatorio presente de su falta, de su robo, como el lugar mismo de la mutilación, el lugar que aunque se vea ya cicatrizado, aunque ya no sangre sin parar, es en sí mismo la huella de la herida, y de una herida abierta, presente y por lo tanto inevitable. Puede que el mutilado logre integrarse, asimilarse en la vida “normal” del resto de la humanidad, caminar por las calles sin siquiera ser mirado. Y sin embargo, el mutilado está condenado al perpetuo recordatorio de su condición, de su diferencia. Al mutilado le falta algo. El mutilado se ve obligado a suplir esa carencia, a trabajar con ella, a encontrar maneras de interactuar en el mundo en que la falta sea menos dolorosa, a descubrir herramientas que permitan no sólo suplir la falta, sino incluso superarla. A quien se le mutila el cuerpo no se le puede hacer olvidar: su duelo es infinito.

 


TRAVERSO, Enzo, Cosmópolis: Figuras del exilio judeo-alemán, México, UNAM, Col. Ejercicios de Memoria, 2004, 275 pp.