10 de junio de 2004 Vol. 5, No. 5 ISSN: 1607 - 6079

[Regresa a la página principal] [Visita nuestros ejemplares anteriores] [Realiza una búsqueda en nuestros archivos] [Recomienda esta pagina] [Sitios de interes] [¿Que es la Revista Digital Universitaria?]

 

 

Apuntes arqueológicos sobre la tauromaquia

Recordemos lo que José Solé nos dice en “De Mixcoac a Creta, pasando por Pastejé”, texto incluído en Tauromaquia Mexicana.

De esta misma época (III a.C.) se tienen datos de un ritual más evolucionado en los centros ceremoniales de la gran cultura creto-micénica, testimonios en pinturas murales como las de Tirinto y Cnossos y con mayor número en figuras de cerámica de Festos y de Agia-Triáda.

La cultura cretense continúa siendo, a pesar de lo que la arqueología y Arthur Evans han descubierto, un fascinante misterio para occidente. Constantes representaciones femeninas, rito al toro y al hacha doble, avanzada arquitectura, delicadas pinturas, una flota naval importante (llamada por los historiadores thalasocracia, o etimológicamente, “poder marítimo”), una riquísima mitología y un fin desconcertante.

El ritual al que se refiere José Solé es la tauro-catapsia, palabra con que los griegos, ajenos a la cultura catense (Homero, en la Odisea, llama a Creta el lugar de las 100 lenguas, y a su lengua autóctona, que los griegos no comprendían, eteo-cretense) nombraron un ritual sorprendente, e inexplicable para muchos. La palabra griega significa literalmente “la cogida del toro” y no, como el autor refiere “correr al toro”. Consistía, como lo muestran las representaciones, en enfrentar al toro en franca embestida, correr hacia sus cuernos (difícilmente existía en Creta la costumbre, que José Alameda lamenta, de “afeitar” al toro) asirlos, y aprovechar el movimiento del toro, al querer zafarse, para realizar un salto a su lomo, e inmediatamente otro más para llegar a donde otro “acróbata” –como gusta llamárseles- lo reciba. Los frescos del palacio de Cnossos nos harían creer que los acróbatas son únicamente mujeres, pero un estudio de la plástica cretense ha demostrado que era una ceremonia realizada tanto por hombres como por mujeres.

En Creta confluyen los orígenes de la civilización griega, el mito de Teseo, Ariadna y el Minotauro, el de Ícaro, el nacimiento de Zeus (recordemos que el monte Ida, donde Rea oculta a Zeus de Cronos, se encuentra en la milenaria isla), la figura del mismo Minos, el legislador más justo de que los griegos tenían noticia, y su esposa Pasifae. Lugar crucial para el nacimiento de Occidente. Por los testimonios literarios de Homero y Heródoto, se presume que la civilización cretense no pertenecía a la rama “indoeuropea”, era una civilización distinta, tanto por sus costumbres como por su idioma, del que el griego antiguo conservó algunas palabras. Los lectores familiarizados con La diosa blanca de Robert Graves saben al punto al que quiero llegar. El culto a la tierra, la mujer, como eje de la vida familiar, etc.

Pues bien, esta cultura “ajena”, dejó constancia de su adoración al toro. El mismo Minotauro, el laberinto, la taurocatapsia. Una de las tantas explicaciones de este culto, nos remite al Poseidón de Hesíodo, a la posición geográfica de Creta; nos habla de un vínculo entre el toro y el mar, y sorprendentemente, a los terremotos (una de las posibles causas de la destrucción de Creta fue un maremoto). Remito al lector curioso a la Arqueología de Creta, de Pandlebury y al Toro de Minos de Leonard Cotrell, ambos publicados por el FCE.

Este culto al toro, dejó también en los delicados vasos de Vafio su constancia; eran vasos de bronce o de oro, adornados con ingeniosos repujados de escenas de campo, que tienen al toro como principal protagonista. Homero, en la Ilíada nos describe uno:

Y aúreos pastores con las vacas se enfilaban, a una Cuatro y nueve perros de veloces pies los seguían. Y, espantosos, dos leones entre las vacas primeras A un toro gimiente tenían, y él era, con magno mugido Arrastrado, y perros y mancebos tras él acudían. Esos, en verdad, del gran buey habiendo rasgado la piel, Sus entrañas y negra sangre tragaban, y los pastores. Los perseguían en vano, excitando a los rápidos perros.

(XVIII, 577-584, trad. Rubén Bonifaz Nuño)


Finalicemos con un breve apunte de la Hispania pre-romana. Francisco del Villar y otros estudiosos han sacado a luz más datos acerca de los iberos, conocidos vagamente en la antigüedad, sus costumbres y características, pueden ser divisadas el la Geografía de Estrabón, y en lo que los historiadores romanos nos dicen de la colonización de Hispania. También se supone que esta cultura, al igual que la cretense y la etrusca, era de una filiación diferente a la Indoeuropea. Aquí es donde debemos empezar a buscar los orígenes de la tauromaquia, sin embargo esta no es la ocasión. Perdón por el final precipitado (¿alguien, por ventura, conoce otro tipo de final?). Permítaseme terminar esta mínima arqueología taurina con una reflexión, perfectamente aplicable al matador, del primer escritor hispano -ya que de su padre se nos conserva tan poco- el filósofo Séneca.

Odiamos a los gladiadores, como dice Cicerón, que a toda costa desean conservar la vida, y los aplaudimos si hacen bien claro que la desprecian. Entérate, que los mismo nos sucede a nosotros, porque con frecuencia la causa de morir es el miedo a la muerte (…)

(De tranquilitate animitrad. de J.M. Gallegos Rocafull).