10 de agosto de 2004 Vol. 5, No. 7 ISSN: 1607 - 6079
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El árbol de la lengua maya

Las primeras evidencias de ocupación humana en el territorio maya (figura 3) se remontan más de diez mil años antes de nuestra era. Bandas nómadas de cazadores recolectores deambularon, a lo largo y ancho de este espacio, por más de ocho mil años antes de que se hicieran agricultores y sedentarios.

Es difícil saber qué lenguas hablaban esos primeros pobladores, pues los contextos y los materiales arqueológicos (figura 4) recuperados en sitios de esas fechas, como son hachas, cuchillos, raspadores, perforadores, puntas de proyectil y muchos otros artefactos punzo cortantes, no permiten inferir alguna identificación lingüística de quienes los fabricaron. Podemos suponer, por la continuidad de algunos patrones tecnológicos en su realización, que estos artefactos de piedra fueron manufacturados por comunidades hablantes de una lengua maya en formación, que través de los siglos se fue diferenciando dentro del tronco lingüístico mesoamericano.

Figura 4. Entre las evidencias temprana del área maya contamos con hachas, cuchillos, raspadores, perforadores, puntas de proyectil y muchos otros artefactos punzo cortantes.

Los lingüistas, basados en métodos glotocronológicos2, proponen que todas las lenguas mayas actuales derivaron, a través de un largo proceso histórico y cultural, de una lengua común hoy extinta, denominada protomaya. (figura 5) Ésta, con una personalidad propia ya consolidada hacia 2 500 a.C., inició un proceso de diferenciación interno que dio como resultado las 31 lenguas que actualmente reconocemos como mayas. De éstas, solamente dos, el chicomucelteco y el choltí, son lenguas muertas. Las otras veintinueve continúan siendo la principal vía de comunicación entre los pueblos mayas contemporáneos. Algunos con sólo trescientos hablantes, como el lacandón, pero otros como el yucateco y el quiché cuentan con casi un millón de hablantes cada uno.

Durante el segundo milenio antes de la era cristiana surgieron los primeros asentamientos humanos permanentes, producto de una economía basada en la agricultura, especialmente en el cultivo del maíz. Fue entonces cuando las comunidades aldeanas iniciaron la fabricación de vasijas, figurillas y muchos otros objetos de cerámica. (figura 6) El análisis de estos materiales arqueológicos, sobre todo el de los numerosos fragmentos de vasijas denominados tiestos o tepalcates, nos permiten diferenciar tradiciones alfareras particulares, propias de culturas prehispánicas específicas y, en algunos casos, identificar la lengua o la familia lingüística de la población que produjo dichos artefactos.

Figura 6. Diversos trabajo de cerámica producto de comunidades aldeanas.

Continua