10 de septiembre de 2004 Vol. 5, No. 8 ISSN: 1607 - 6079
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Salud y Formación

Formación y perspectiva humanística

Si la cultura humana es cultura del espíritu, cuando el espíritu, la “res cogitans”, el entendimiento humano, toma el cuerpo como objeto de consideración, aparecen frecuentemente dos actitudes intelectuales: (i) la que entiende la corporeidad como una ensomatosis, una zona desde la que el espíritu es atacado por la rebelión de los bajos fondos pulsionales que, si no se someten, serán fuente de patogenia mental; (ii) así degradada la corporeidad, como consecuencia de la dicotomía, queda abandonada a una consideración de máquina, “res extensa”, un mecanismo de precisión(A. Koyré, 1973). En los siglos XVI y XVII el mundo astronómico y físico (Copérnico), pero también el mundo de la vida (Galileo), fueron concebidos como un magnífico e inmenso sistema mecánico.

El mundo de la vida va mostrando su entraña, al mismo ritmo que progresaba el conocimiento del mundo físico neutoniano. Todo el espectro lingüístico de la mecánica se convirtió en fuente de recursos metafóricos para alimentar la concepción del mundo vivo: el universo y los organismos se vislumbran como un complicado reloj, capaz de marcar infinidad de diferentes ritmos. “El cuerpo no es más que un reloj” anunciaba Julien Offray de La Mettrie, convirtiendo este enunciado en lema para una cosmovisión. La notoria “diferencia” de la vida frente al mundo físico y la inmensa diversidad que genera a partir de un número limitado de elementos puede explicarse como consecuencia de leyes físicas y químicas (La Mettrie, 1748)2. Todo es reductible a mecanismo, incluso el cuerpo de los humanos.

La cultura, pues, se pensaba como el espacio donde opera el espíritu y el cuerpo el sistema mecánico donde el espíritu se aposenta para mandar. Una máquina poco fiable respecto a la información que proporciona a través de los sentidos y una fuente de pasiones que, como en el caso de la energía mecánica, el objetivo es su control. La racionalidad no se presenta como una categoría que florece evolutivamente en la corporeidad, sino una categoría exclusiva del espíritu. El espíritu mira hacia el cuerpo como si fuera cosa de la que es dueño y señor el YO. De hecho, en la tradición occidental, que se emparenta con Descartes, se privilegia la “escena” en la que el sujeto observa su conciencia; esta es “ojo” del sujeto que mira a los “objetos” y entre todos los objetos hay uno especial que es el propio cuerpo. El cuerpo aparece como descentrado y sobrepuesto al propio sujeto (D. Breton, 1990). Merleau-Ponty reaccionaba contra el planteamiento invitando a reconsiderar la propia experiencia de la corporeidad.

Tal vez los ámbitos de reflexión que quedaron más afectados por aquel escenario espiritualizado haya sido la corporeidad, el cuerpo, y la emoción, como su manifestación más inmediata. Para muchos, todavía es dominante respecto a la emoción la perspectiva enunciada por Kant en su Antropología; allí, las emociones son las enfermedades del alma. Consecuencia de esa niebla intelectual ha sido que los campos de formación que guiaban objetivos de sensibilidad y corporalidad, han sido tradicionalmente los más menospreciados y los más desestructurados: el ámbito de la cultura corporal y el ámbito de la estética.

Sin embargo, los dominios antropológicos de la afectividad, la emocionalidad, la corporeidad, juegan un papel tan decisivo en la historia personal y en las inquietudes colectivas como los que juega la esforzada razón científico-técnica. Mucho debiera preocuparnos, en un mundo de dominancia económica y de intereses por beneficios a cualquier costa, las consecuencias de una tala de emociones ya que “el equilibrio emocional sano es primordial para la inteligencia y para la solución creativa de problemas” (R. W. Picard, p. 16, 1998). Como también debiera preocupar una cultura del probarlo todo, capaz de reconciliarse con la planta y el animal, pero que pierde facultades de reconciliación con el propio cuerpo, reduciendo buena parte de la cultura corporal al ejercicio físico, a la terapia medicamentosa y a la lucha a brazo partido con la apariencia corporal. El deporte y el ejercicio físico es solamente una parte de la experiencia corporal, el medicamento es sólo un instrumento de reparación y la apariencia y estado corporal un rasgo más de la identidad personal a la que debe alcanzar el sentimiento de solidaridad, en vez de la crueldad del estigma.

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