10 de octubre de 2004 Vol. 5, No. 9 ISSN: 1607 - 6079    
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El atuendo de la reinvención

Andrade concibe un mundo de teatralidades: máscara, atuendo, escenario, rol aparecen constantemente en sus imágenes. Sabe muy bien que la vestimenta es una forma de reinventarse, que es una creación de la persona para dar la cara al mundo social, para presentarse frente a el otro (y si fuera necesario, aclaremos que en español, la palabra "persona" proviene de la griega que designa "máscara"). Congruente con ello, a manera de prefacio, la primera fotografía de este tomo nos muestra el retrato de un conchero ataviado con un peto lleno de lentejuelas, portando en su mano izquierda enguantada un penacho y una máscara de hombre blanco y barbado; el rostro del retratado se emboza con un paliacate y una mascada le cubre el cabello y el cuello, sólo dejando visibles los ojos de un rostro moreno que mira de frente. Andrade nombró a esta imagen Yo soy. Pero, ¿qué yo se afirma? ¿El de los ojos?, ¿El conchero que baila una danza ancestral para preservar sus raíces, y al mismo tiempo ostenta en su pecho al Correcaminos y el Coyote primorosamente bordados en chaquira?, ¿el criollo que será cuando porte la máscara y cumpla el rol en la representación?, ¿o acaso este yo soy es complejamente todos estos?

Vale pues, sospechar esto último, la complejidad de una sociedad como la mexicana, sometida a una modernidad a fuerzas, pero arraigada a sus rituales, a sus íconos, a sus creencias, a sus filiaciones, a sus posturas que parecen desafiar cualquier medición del tiempo, cualquier intento de taxonomía; si bien esta sociedad adopta nuevos ídolos, persisten antiguos dioses y a ambos venera.