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La
geometría tradicional, aquella estudiada
inicialmente por Euclides dio cuenta de una
serie de regularidades en la naturaleza, precisamente
realizando importantes simplificaciones en
la descripción de la naturaleza. Desde
esta perspectiva, un cuerpo en el espacio
se encuentra en una peculiar dimensión
topológica y, en consecuencia, se ha
enseñado que éstas son las siguientes:
Es 0 si es un punto aislado o un número
finito de puntos.
Es 1 si es una recta o cualquier curva
estándar.
Es 2 si es un plano y cualquier otra superficie
ordinaria.
Es 3 si es un espacio o un objeto con
volumen.
No
obstante, en un período crítico
que va desde 1875 hasta 1925, iniciado por
Georg Cantor (1845-1918) en 1977, seguido
posteriormente por Giuseppe Peano (1858-1932)
en 1890, Helge Von Koch (1870-1924) en 1904
y Felix Hausdorff (1868-1942) en 1919, los
matemáticos se fueron percatando de
que no era posible una comprensión
apropiada de las formas irregulares y fragmentadas
a través de las dimensiones descritas
por la geometría tradicional.
Freeman
Dyson, en 1978 (crf. Mandelbrot, 1982/1997),
afirma que la naturaleza ha gastado una broma
a los matemáticos. Es probable que
a los matemáticos decimonónicos
les haya faltado imaginación, pero
no así a la naturaleza. Las mismas
estructuras “patológicas”
que inventaron los matemáticos para
escapar del naturalismo del Siglo XIX resultaron
ser inherentes a muchos de los objetos que
nos rodean.
Esta
necesidad de incorporar los aspectos más
irregulares de la naturaleza no era posible
de satisfacerse con la matemática clásica,
vinculada a las estructuras regulares de la
geometría de Euclides y a la evolución
continua propia de la dinámica de Newton.
Se hacía imperioso el surgimiento de
una matemática y una geometría
nueva, que diera cuenta no sólo de
estas raras figuras inventadas por los matemáticos
de fines del Siglo XIX, sino que de los objetos
naturales que nos rodean. Desde esta necesidad
comienza a surgir la Geometría Fractal.
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