Ética: razón de ser

Ahora bien ¿por qué la ética especula sobre lo humano, su ser, su hacer y su razón de ser? ¿a qué obedece esta interrogante en la que, al igual que en el caso de la moral, se busca la verdad acerca de lo bueno o el sustento que nos permita justificar y/o condenar todo acto humano?

La ética, con sus interrogantes, busca el sustento de aquello que nos convierte en mejores personas y su búsqueda obedece a la posibilidad que tenemos como humanos de pensar nuestra propia vida y tomar conciencia de nuestra autoconciencia. Así, la ética se constituye a partir de la reflexión, a partir de la comprensión que tengo sobre mi vida, mis costumbres, e incluso, o sobretodo, a partir de la libertad con la cual puedo trazar mi propio camino e instaurar mis propios hábitos.

La ética, por lo tanto, no puede separase de una práctica de vida en la cual la autocomprensión de mi ser, mis conductas y todo lo que me rodea, me mantengan atento hacia lo que deseo, hacia los límites de lo que puedo hacer, hacia la posibilidad de hacer mi propio camino sin por ello desvincularme del mundo al que pertenezco. En tanto es el estudio de la conducta humana, su actividad no tiene descanso e involucra todo aquello susceptible de ser valorado, mejorado, elegido, involucra todo lo que puede ser hecho, dicho, sentido, pensado. Involucra todo el ser del hombre. El interés por esta especulación, es el interés por la vida misma. Que toma forma a través de la moral como respuesta que me permite llevar a la práctica el resultado de lo que, desde la práctica, me interrogo.

El carácter no restrictivo de la ética como ciencia de la conducta le viene dado por ocuparse de la libertad. Ligada a ella, la responsabilidad sobre mis actos y la plena congruencia entre mis ideas y mis hábitos. Finalmente, toda especulación ética lleva inherente la instauración de una nueva práctica posible, o ése debería ser el compromiso que dicha teorización se pusiera como meta. Al menos para mí así lo es.

La ética se erige, entonces, como la posibilidad de “ser” a partir de una deliberación responsable tanto de mis actos como de las consecuencias de los mismos. La moral, en cambio, se entiende como el canon de reglas que asumimos como buenas y que nos permiten integrarnos como personas respetables en un determinado grupo social. La ética se inclina más al ámbito de la búsqueda filosófica por la buena vida, la moral juzga la vida buena. La ética es autónoma, la moral heterónoma. La ética se constituye de hábitos, la moral de costumbres10.

La ética también nos remite a los principios fundamentales de la práctica cívica, político-social e incluso profesional, frente a lo cual, la moral hace eco en el mundo de lo privado y en cuán valiosos son mis actos en mis asuntos personales; ya que al parecer lo bueno se restringe cada vez más a la vida privada y la responsabilidad a la vida pública. En lo privado queremos consagrarnos como “buenos” seres humanos, en lo público como personas “responsables”. Y en este último sentido, se invierten los términos, pues la moral, cuya función es básicamente social, se entiende como individual y la ética, que parte de la toma de conciencia del individuo, se asume como el apego a los intereses comunes antes que a los de la propia persona. Tal derivación en los discursos colectivos hace aún más difícil establecer una clara distinción entre ambas.

De manera antitética, ambas se instauran en la posibilidad de hacernos cada día, en virtud de una práctica que pretende ser congruente con aquellos principios que anhelamos perpetuar. En este territorio, el de la cotidianidad, ambos conceptos se entrelazan confundiéndose hasta el punto en que, hoy por hoy, nos ofrece muchas dificultades tratar de expresar el significado de cada uno y determinar sus diferencias fundamentales.