Posmodernidad y lenguaje medial

También los divulgadores profesionales de noticias pecan de actitudes irresponsables. El muy carismático Ramón Fregoso suele acompañar los comunicados que salen de la Casa Blanca con un incrédulo “¡Hágame usted el favor!” Estoy de acuerdo con Fregoso, yo tampoco le creo a la administración Bush, pero no necesito de estas exclamaciones un tanto coloquiales para percatarme de lo ficticio del imperio norteamericano. Creo que muy pocos televidentes las requieren, y si prefieren confiar en lo verídico de los discursos de Bush, ningún presentador tiene el derecho de insinuar que cometen un error. Si lo hace un comentarista, el asunto cambia, ya que se crea un espacio de opinión personal que el espectador puede percibir como tal.

De la misma manera, los redactores de la Deutsche Welle hubieran debido tener la decencia de averiguar las circunstancias geográficas de un país que en Alemania se asocia en primer lugar con Speedy González, y en segundo con Tequila, antes de desalojar a millones de poblanos y capitalinos.

Quizás estamos atrapados en el discurso posmoderno. Después de la deconstrucción y de las acrobacias intelectuales de Lyotard, cada quien se puede sentir autorizado para armar su propia verdad. Pero, por favor, no en los noticieros. La verdad se (de)construye en Washington, Moscú y Bagdad, y esto es suficiente. Los que presentan las noticias deberían darse cuenta de que muchos arquitectos excelentes, si trabajan en un proyecto común, probablemente construirán una casa chueca. No deberían caer en la trampa posmoderna que abrió la herramienta de un lenguaje medial a todos los que se sentían excluidos del discurso político e intelectual, porque no sabían manejar bien los instrumentos lingüísticos preposmodernos. Cualquier carpintero sabe que no puede dar martillazos a ciegas, pero parece que muchos profesionales de la comunicación creen que sí pueden dar palabrazos y no pasa nada, porque la verdad de todas maneras es muy relativa. Gabriel Zaid, en la edición de septiembre del 2003, de Letras Libres, cita una encuesta de Reforma:

el 70 % de capitalinos mayores de 16 años admitió en ella que prácticamente nunca lee por gusto, pero un 52 % dijo que sí le gustaría escribir un libro.2

La herramienta para crear un texto es el idioma. Éste parece ser parte de nuestros cuerpos y por ende a nuestra disposición ilimitada siempre. En realidad es un útil cuyo empleo eficaz hay que aprender. Algunos llegan más lejos en el aprendizaje, otros permanecen en un nivel inferior, sin que esto los descalifique. ¿El qué sabe divertir con la guitarra a sus amigos en una fiesta, se cree Paco de Lucía?