A
la luz de las fiestas En ese horizonte debe situarse la arrolladora popularidad del Amadís de Gaula, del Orlando Furioso, de la Jerusalen Libertada de Tasso o de Faerie Queen de Spencer —para no hablar del mismo Don Quijote unos años más tarde— ya que estos textos no se leían por así decir “en seco” y aislados de toda práctica social sino que florecían en las aguas espumosas y espejeantes de las fiestas que en Florencia organizaban los Medicis, en Londres los Estuardos, en París los Borbones y los Valois, y en buena parte del mundo hispánico y germánico los Habsburgo. La fiesta se alimentaba de estos textos, reelaboraba sus lugares imaginarios y a partir de estas re-escrituras ornamentales del orden de las ideas caballerescas se hacía música, teatro, danza, justas deportivas, concursos y batallas donde el Estado se daba en espectáculo a sí mismo y a sus sirvientes y secuaces a través del arte efímero de la fiesta. El personaje y la novela misma de Don Quijote recobran parte de su sentido a la luz de esta resurrección festiva de la caballería que no sólo comprometía una ideología sino también un inmenso mercado de proveedores para el espacio festivo. Sólo recordemos, por vía de ejemplo, que en 1610 —una fecha intermedia entre la publicación de los dos Quijotes— Ben Jonson escribe un guión dramático titulado Barriers para la corte de los Estuardos donde el protagonista era presentado como el “salvador de la Caballería” y el rey Arturo aprecia entre las “ruinas de la Casa de la Caballería”. En un momento dado, la “Dama Caballería” que se encontraba dormida en una caverna se despierta y exclama: “Abríos, puertas oxidadas que durante tanto tiempo habéis estado clausuradas: pues de cada orilla y de todo el mundo avanza ya la caballería como una marea”. |