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Una
de las tareas fundamentales de todo músico
es escuchar. Ésta, es una habilidad
que conviene desarrollar desde las etapas
más tempranas en la formación
profesional, ya sea que se trate de un maestro,
un compositor, un intérprete, un
etnomusicólogo o un crítico
musical, en el amplio sentido en que todo
público informado debería
serlo. No es posible considerarse competente
en cualquiera de estas áreas a menos
que se tenga lograda, a la medida de las
capacidades de cada uno, la audición
discriminada y crítica del producto
de la actividad musical, cualquiera que
ésta sea.
Esta
capacidad auditiva es una de las más
difíciles de desarrollar y desgraciadamente
una de las que menos atención recibe,
en la práctica, durante la formación
musical del alumno. Si las diversas asignaturas
que se contemplan dentro de la formación
profesional básica, tales como lenguaje
musical, deniminado solfeo en nuestro actual
curriculum, armonía, contrapunto,
análisis, historia o estética
de la música, se abordaran principalmente
desde el punto de vista auditivo, el desarrollo
de los futuros músicos resultaría
mucho más integrado y eficiente de
lo que es en la actualidad (Rogers, 1984).
Aun cuando parece elemental decirlo, cualquier
concepto que se enseñe desde el punto
de vista musical debe abordarse en primer
lugar a través del oído y
a partir de ahí, se puede derivar
su explicación teórica, su
dominio técnico y su contenido emocional.