Revista Digital Universitaria
10 de abril de 2006 Vol.7, No.4 ISSN: 1607 - 6079
Publicación mensual
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Para leer la invención…

Para qué ojos
si falta inventar
lo que hay que mirar


Paris, mayo de 1968


Era de mañana, temprano, “vístanse y suban al camión”, así fueron trasladados en silencio más de tres mil hombres y mujeres de la ciudad a la periferia, y el lugar que los albergó durante casi seis décadas fue demolido sin pena ni gloria.

...un buen manicomio cuya existencia reclama hace tiempo la cultura de esta capital.

Porfirio Díaz, Informe presidencial, 1 de septiembre de 1888.33

El Manicomio General de la Ciudad de México inaugurado con pompa y sonaja por Porfirio Díaz, en la celebración del centenario de la independencia de México, fue demolido unos días antes del movimiento estudiantil del 68, ese “enloquecido movimiento de la pureza”, como le llamara José Revueltas, y, a unas semanas de la inauguración de las Olimpiadas. La llamada Ruta de la Amistad -el periférico-, pasaba por la puerta principal del manicomio, que ya no estuvo, que ya no está más.

Quienes sí están son los cuerpos, algunos, que lo habitaron, que fueron contenidos en su espacio, en el hablaron, gritaron, comieron, defecaron... soñaron.

La tradición arquitectónica, recuerda Legorreta, para los árabes era el contener un espacio, la Alhambra es una muestra de este afán humano, advierte.

Una mujer vivió dos años en dicho manicomio vivió el traslado y el silencio, vivió más de tres décadas en un hospital psiquiátrico y en él decide continuar aún. Hace dos años nos encontramos. En el marco de un proyecto de testimoniar la vida en el manicomio, me cuenta lo que ella vivió. Su paso por el manicomio resulta ser un pretexto para destacar lo que vivió antes de ser internada, lo que vivió en el seno de una comunidad de Tehuantepec, Oaxaca. Lo que ahí vivió logró ser contenido en las paredes del Palacio de la locura, sin ser advertido por sus trabajadores. Se contuvo un acto que tocó la estructura materna de una comunidad organizada por las mujeres. Otro acto por esos años, el movimiento estudiantil, tocaba otra estructura, la del poder de una revolución instituida.

Después de cuatro décadas se abren los expedientes. Petra abre el suyo y me pide regresar a su pueblo, regresar de visita. Regresar para volver a Tepexpan, como dijo ella, sin más. Esta petición fue recibida. Conviene al testimonio de este viaje, leerlo en esa perspectiva, la de un viaje a un lugar donde una comunidad vio nacer y crecer a una niña a la que de adolescente rechazó; la que llegó a una ciudad que en esos años limpiaba de jóvenes, de estudiantes de preparatoria, sus calles; la que en el abandono no rechazó ni abandonó lo que vivió y, por ello, decide hacer un viaje de visita y mostrar con su cuerpo, el testimonio de lo ocurrido y que con ello, mostrar su no renuncia a un derecho, al derecho de vivir.

 

 
   
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