|
Inicio
En
el siglo XIX, en la época denominada romántica,
destacados poetas como Jean Paul, Novalis y Hölderlin,
se ocuparon de representar en palabras la naturaleza,
la noche, el sueño, el recuerdo, el devenir,
el absoluto. Entre las principales características
del Romanticismo se destacó una tendencia a la
identificación de contrarios, al rompimiento
de barreras y límites, al predominio por lo velado
y lo desconocido; donde lo oculto era más atractivo
que lo visible, lo implícito que lo explícito
y lo interno que lo externo.
Frente
al primado de la razón, producto de la Modernidad,
la época romántica1
acentuó su interés en la intuición
y el sentimiento; asimismo mostró una profunda
tendencia a la vida autocreadora y al movimiento infinito,
a la vez que una frecuente disposición a la nostalgia
por el pasado, por lo otro, por lo desconocido. En la
poesía romántica, dicha tendencia autocreadora
se puede traducir como un eterno devenir en el que se
cede a la imaginación un espacio para su libre
juego.2
De
los poetas alemanes que pertenecen a esta época
¿por qué habría que centrar nuestra
atención en Hölderlin? Además de
encontrar en él las características románticas
que se han esbozado, Hölderlin (1770-1843) merece
especial atención porque presenta, a mi consideración,
un rasgo distintivo que se advierte, por poner un ejemplo,
en el poema Quejas de Menón por Diótima.
Este rasgo es la presencia y convivencia de Logos,
Eros y Poiésis o reunión de pensamiento
y palabra, deseo y anhelo, inspiración y creación:
tres instancias mediadoras (entre dioses y hombres)
o daimones característicos de Platón
en sus Diálogos.
Hölderlin
es un poeta profundamente influenciado por la antigüedad
griega, la historia de la cultura y la educación
helénica; fue traductor de las tragedias griegas
y gran lector de Platón: el poema Quejas
de Menón por Diótima da constancia
de ello.
Recordemos
que Menón participa en los Diálogos3
haciendo preguntas a Sócrates acerca de lo que
es la areté (virtud). Menón se
encuentra en la búsqueda de la más alta
virtud (que para Platón es sophía
o la sabiduría), una búsqueda que se traduce
en anhelo4
de saber y conocer. Este anhelo es una motivación,
procedente de su interior, que le impulsa a querer alcanzar
dicha virtud, es deseo y aspiración de sabiduría.
Recordemos
que Diótima, para Platón5,
es el anhelo de eros pero también el
prototipo del amor. Diótima, personaje central
en el Banquete, describe lo que entraña
el eros filosófico: hijo de Poros
y Penia, la abundancia y la riqueza, es una
instancia intermedia entre la sabiduría y la
ignorancia (porque es amante y anhelante de la sabiduría),
mediador entre lo mortal y lo inmortal: daimon
que interpreta y comunica a dioses y hombres.6
El diálogo entre Sócrates y la sabia Diótima
muestra que Eros representa el deseo en sí
y no su objeto. Asimismo, Diótima muestra que
el impulso último que está detrás
del deseo erótico, es el anhelo natural de inmortalidad
para lo cual se precisa la procreación.
|
|