Revista Digital Universitaria
10 de mayo de 2006 Vol.7, No.5 ISSN: 1607 - 6079
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En el siglo XIX, en la época denominada romántica, destacados poetas como Jean Paul, Novalis y Hölderlin, se ocuparon de representar en palabras la naturaleza, la noche, el sueño, el recuerdo, el devenir, el absoluto. Entre las principales características del Romanticismo se destacó una tendencia a la identificación de contrarios, al rompimiento de barreras y límites, al predominio por lo velado y lo desconocido; donde lo oculto era más atractivo que lo visible, lo implícito que lo explícito y lo interno que lo externo.

Frente al primado de la razón, producto de la Modernidad, la época romántica1 acentuó su interés en la intuición y el sentimiento; asimismo mostró una profunda tendencia a la vida autocreadora y al movimiento infinito, a la vez que una frecuente disposición a la nostalgia por el pasado, por lo otro, por lo desconocido. En la poesía romántica, dicha tendencia autocreadora se puede traducir como un eterno devenir en el que se cede a la imaginación un espacio para su libre juego.2

De los poetas alemanes que pertenecen a esta época ¿por qué habría que centrar nuestra atención en Hölderlin? Además de encontrar en él las características románticas que se han esbozado, Hölderlin (1770-1843) merece especial atención porque presenta, a mi consideración, un rasgo distintivo que se advierte, por poner un ejemplo, en el poema Quejas de Menón por Diótima. Este rasgo es la presencia y convivencia de Logos, Eros y Poiésis o reunión de pensamiento y palabra, deseo y anhelo, inspiración y creación: tres instancias mediadoras (entre dioses y hombres) o daimones característicos de Platón en sus Diálogos.

Hölderlin es un poeta profundamente influenciado por la antigüedad griega, la historia de la cultura y la educación helénica; fue traductor de las tragedias griegas y gran lector de Platón: el poema Quejas de Menón por Diótima da constancia de ello.

Recordemos que Menón participa en los Diálogos3 haciendo preguntas a Sócrates acerca de lo que es la areté (virtud). Menón se encuentra en la búsqueda de la más alta virtud (que para Platón es sophía o la sabiduría), una búsqueda que se traduce en anhelo4 de saber y conocer. Este anhelo es una motivación, procedente de su interior, que le impulsa a querer alcanzar dicha virtud, es deseo y aspiración de sabiduría.

Recordemos que Diótima, para Platón5, es el anhelo de eros pero también el prototipo del amor. Diótima, personaje central en el Banquete, describe lo que entraña el eros filosófico: hijo de Poros y Penia, la abundancia y la riqueza, es una instancia intermedia entre la sabiduría y la ignorancia (porque es amante y anhelante de la sabiduría), mediador entre lo mortal y lo inmortal: daimon que interpreta y comunica a dioses y hombres.6 El diálogo entre Sócrates y la sabia Diótima muestra que Eros representa el deseo en sí y no su objeto. Asimismo, Diótima muestra que el impulso último que está detrás del deseo erótico, es el anhelo natural de inmortalidad para lo cual se precisa la procreación.

 
 
   
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