Revista Digital Universitaria
10 de mayo de 2006 Vol.7, No.5 ISSN: 1607 - 6079
Publicación mensual
RDU
 
 

 

La seducción como laberinto y como vacío

 


La exigencia verbal donjuanina por el “vivir poéticamente” debe ser leída como poiesis en el sentido expuesto por el arte dramático. Esto es, la obra de arte debe ser entendida como ascesis existencial y contemplación estética: la seducción no puede perseguir una forma conclusa o postular una arquitectónica conceptual, pues su quehacer no es otro que dilatar el arte en la existencia.

Paralelamente, el donjuanismo solo puede concebirse como una negación del instinto, donde la razón –bajo la premisa de servir a una construcción estética- es elevada al rango de absoluto. Juan el seductor nunca puede conseguir “dejar de pensar; conseguir ser por apenas un instante besar sin ser más que su propio beso”. 13 En la erótica donjuanina el sentio sólo se consigue a partir del cogito. Nada escapa al desideratum de la razón seductora y es allí donde encontrará su pathos, pues el ejercicio de la seducción tiene como desenlace el vértigo interior.

Efectivamente, Juan el seductor no tolera el agotamiento espiritual de la otra, tan pronto la omnipresente razón seductora encuentra de poco valor a su seducida decide abandonarla a su suerte. El donjuanismo kierkegaardiano se nos revela como un espiral alimítrofe que se recicla infinitamente tras el agotamiento de “cada Cordelia”:

Ahora, empero, todo se acabó. No deseo volver a verla nunca más. Cuando una muchacha se ha entregado por completo, se queda débil y desguarnecida, lo ha perdido ya todo. 14

Y en otra parte:

Amar a una sola es muy poca; amarlas a todas denota superficialidad, pero conocerse a sí mismo y amar a tantas como se pueda, concentrando en el alma las fuerzas infinitas del amor y dando a cada muchacha su parte alícuota, mientras la conciencia abarca la totalidad… ¡he ahí el placer y la vida! 15

La erótica seductora contempla a las mujeres como infinitas posibilidades de “construcción estética”, que, como hemos visto, constituye un modo de exaltación psicológica que aniquila el yo de la seducida. La desolación, las lágrimas, la desesperación: los terrores de Cordelia son la catarsis de Juan el seductor. En la maldad también hay belleza.

El extravío espiritual de la erótica de la seducción consistiría en esta suerte de “estética de la culpa”, de la construcción meditada del engaño y la máscara. En este sentido, Unamuno señala que la seducción responde a una profunda necesidad interior: “Tengo para mí que nuestros Don Juanes, siguiendo al inmortal Don Juan Tenorio, se dedican a cazar doncellas para matar el tiempo y llenar un vacío de espíritu.” 16 En el caso de Juan el seductor, las doncellas se suceden una tras de otra indefinidamente; todo es un intento de recrear el propio vacío espiritual de manera alícuota en tantas doncellas como se pueda.

 
 
   
D.R. © Coordinación de Publicaciones Digitales
Dirección General de Servicios de Cómputo Académico-UNAM
Ciudad Universitaria, México D.F.
Se autoriza la reproducción total o parcial de los artículos aquí presentados,
siempre y cuando se cite la fuente completa y su dirección electrónica.