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El
tema de la muerte interesó a Sigmund
Freud y a otros psicoanalistas, entre ellos,
a Jacques Lacan. El psicoanálisis
se encarga de las interrogantes desplegadas
por la muerte, pues suele ocurrir que ella
afecta a quienes están en el diván;
es decir, la muerte en psicoanálisis
no es de un orden general, afecta a quien
sostiene la experiencia de un psicoanálisis.
Acaso, ¿sería
posible encararlo de otra manera?
El
psicoanálisis se ocupa de la muerte
de los seres queridos, es ésta la
que nos afecta y en ocasiones conduce a alguien
a analizarse y lograr de esa manera llevar
a cabo su duelo. Nótese un hecho que
subrayo: el duelo que toca el cuerpo, la
imagen y las palabras de tal o cual analizante.
Convendrá subrayar que esa circunstancia
no se muestra bajo el aspecto de llevar a
cabo "un trabajo del duelo". El duelo que
nos aqueja se impone, sin que el doliente
lo haya buscado, y quizás, por eso,
no es un horizonte que requiera efectuarse
bajo el dominio obligatorio de un trabajo
llamado "psíquico".
Los
estudios psicoanalíticos se han ocupado
de otras formas de la muerte, por ejemplo,
aquella que es convocada por la guerra, una
actividad sólo desempeñada
por los humanos. Como bien ya lo indicó Sigmund
Freud en "Consideraciones de actualidad sobre
la guerra y la muerte" (1915), artículo
donde Freud es tocado por los efectos de
la Primera Guerra Mundial (1915-1920), pues
tenía un hijo en el frente de batalla,
allí vuelve a citar una frase: "Cada
uno de nosotros debía a la naturaleza
una muerte" (Henry IV, Shakespeare). Para
nuestro estudio conviene destacar que Shakespeare
escribió algo un poco diferente: "Debes
a Dios una muerte".
En
la actualidad, vivimos la época del
despliegue de la muerte de Dios y de sus
consecuencias, no sólo como una toma
de posición de Nietzche, sino como
el espacio y el tiempo de su realización
en la vida cotidiana. Convengamos que hacer
frente a la muerte de un ser querido en estos
tiempos carece del apoyo que otrora brindaba
Dios para el creyente y los no creyentes1.
Le
propongo al lector ubicar en el horizonte
de cada duelo efectivo las consecuencias
de la muerte de Dios sobre el contenido,
la expresión y el componente real
de vivir la pérdida de algo en esa
muerte, perder un algo del que "no se sabe " a
ciencia cierta, qué se perdió con él
o si con esa pérdida gana algo el
doliente.
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