Revista Digital Universitaria
10 de agosto de 2006 Vol.7, No.8 ISSN: 1607 - 6079
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En uno de sus libros fundamentales, Sigmund Freud habla de tres heridas claves que ha sufrido la cultura occidental, y en especial, ese singular ser, objeto de estudio de las llamadas ciencias humanas. Una de estas heridas es la llamada revolución copernicana, que provocó la caída de la imagen egocéntrica del hombre, colocándolo en una posición arbitraria en el Universo, además de ser una de las semillas de la racionalidad moderna; la segunda corresponde a la teoría darwinista, reduciendo al hombre a pariente cercano de los monos, por lo que su origen divino pareciera ser una mera falacia; la tercera herida, y que precisamente corresponde a lo que podría llamarse el estandarte del psicoanálisis, fue el descubrimiento del inconsciente, como ese Otro que habita en nosotros, y que se manifiesta de manera inesperada con un leguaje de símbolos, piedra medular de nuestras acciones. Con ello, no sólo occidente, la humanidad entera ha visto debilitarse todo un cúmulo de creencias y tradiciones que se creían parte inherente de su naturaleza, llevando al hombre a poner en tela de juicio sus creencias y valores fundamentales, afectando su condición, claro, no sólo aquella que le imprime su mundo interior, lo más curioso es cómo se ha ido permeando de manera característica su mundo exterior, pues con éste cada quien paga la parte colectiva que le corresponde, como ha ido siendo desde el siglo XIX. De esta manera, es en la epidermis de su cartografía interior donde las condiciones de humanidad se han modificado de una forma bastante efectiva, mas no por ello: fructífera.

Desde el proyecto ilustrado, Occidente no ha visto una efervescencia tan característica en diversas ramas del pensamiento, el arte y la cultura, una verdadera fe en el porvenir se instaló en la conciencia del hombre del siglo XIX, formando, en cierta medida, una parte inherente del que habría de habitar en el siguiente siglo, con tal "fe" sólo se trataba de seguir ciertos principios básicos, por lo que en éste sentido: ¿han sufrido la cultura occidental y las que se derivan de ésta, una nueva herida?, más cuando sus valores fundamentales, aquellos gritos de batalla por los que incluso el diálogo entre la caída de ciertas "ideologías modernas", y la tendencia a rehabilitar la tradición, no han podido cubrir todas las expectativas que inicialmente se impuso la cultura moderna, a partir del establecimiento del proyecto de la modernidad, para muchos trunco, y su consecuencia: el posmodernismo, el hombre ha ido perdiendo los últimos atisbos de lo humano que hay en él.

Hoy, a inicios del tercer milenio, la cultura occidental padece una especie de metástasis irreversible, pues el hombre de esta época, que algunos llaman posmoderno, ha perdido poco a poco la última dimensión íntima que le quedaba, aquel sitio en las entrañas del Ser que sólo a éste le es posible explorar, como cada vez que se detiene y descubre que está frente a un mundo que fluye a un ritmo vertiginoso, ese en el que antes no había recaído; el hombre de nuestra era es un ser que nada tiene esencialmente de sí mismo, tan sólo es una proyección, como dijeran los matemáticos: ad infinitum, parecido al efecto de la luz blanca pasando a través de un prisma; nada sustancial habita ya en nosotros, vivimos en una era donde para sobrevivir únicamente es necesario estar deshabitado, asumir una postura de espectador alienado, y donde nuestra patología es ahora parecida a la de una comunidad de virus, moviéndose sin motivo, padeciendo una especie de instinto de sistema, la pérdida incuestionable de la caída en sí mismo.

 
   

 

 

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