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El mundo es mi pantalla
Horst Matthai Quelle
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Mímesis de la vida
El cine es una versión de la vida. Como otros medios e instancias, el cine es un productor de sentido. Revela o encubre, pero su acción siempre es producir sentido. Los académicos y la industria cinematográfica han intentado determinar los tipos de cine, ya sea por género, por época, por origen, por intención, por contenido, por ideología, por raza, por religión, etcétera. Los tipos cinematográficos son definiciones que simulan la existencia de un orden en la producción de sentido: el cine de acción, documental, fantástico, negro, de comedia, musical, propagandístico. Como ocurre con la mayoría de los esfuerzos taxonómicos en el terreno de las artes y las humanidades, los géneros son pálidas referencias que, sin embargo, delatan la evidente afinidad del cine con eso que llamamos vida y que, cuando intentamos definir, se descompone en muchas, infinitas interpretaciones.
Los
tipos de cine también han dado lugar
al cultivo especializado, a la devoción
por el western o el road movie,
a la alquimia de géneros, a la hibridación
intencional, al posmoderno vintage.
Sentidos que producen otros sentidos. Siguiendo
a Ricoeur1,
el cine podría constituirse
como un ejemplar modo de vincular la experiencia
humana y el tiempo. El cine, en este sentido,
es mímesis; no podría pensarse
en un cine aislado de la vida. Un cine que no
fuera versión de la vida no sería
cine ni sería nada.
El recuerdo de las primeras exhibiciones trae a cuenta el extrañamiento de los espectadores: lo que vieron sus ojos les pareció algo real. Quizás por ello se cuenta que los atemorizó la imagen del tren aproximándose. La diferencia entre la representación y la realidad era, para aquellos noveles ojos, nula. Y el encanto que suscitaron las imágenes de las películas de Melies tuvo su origen en la ilusión de que aquello que veían era, en efecto, real. El cine snuff comparte con el cine documental (o noticioso, que va desde Dziga Vertov a Michael Moore) la condición de veracidad de lo mostrado; el cine invadido de efectos especiales es una muy elaborada metáfora de la vida vista a través de la imaginación.
El cine ambiciona hacer eco de la vida, ser su caja de resonancia, su microscopio o su telescopio. El expresionismo, caracterizado por la intensidad gestual y mímica, se asomó al drama del individuo; el cine de guerra, ahora superado por las transmisiones en vivo de los noticieros desde las zonas en conflicto, intenta restituir la deteriorada imagen del héroe o de la historia épica, o, en la mayoría de los casos, denunciar tropelías y abusos.
El cine es un productor de sentido relativamente nuevo. Integrista, se jacta de tener la capacidad de incluir en sí mismo a otras artes: la música, la danza. Pero sin dejar de ser cine. En su joven historia ha conseguido tutelar a la era mediática; el lenguaje audiovisual ha sido el vehículo predominante de comunicación e interpretación social.
El
cine es un ratificador de la linealidad de
la vida, no obstante las propuestas que desarticulan
el orden de la historia. Puede comprenderse
la intención de romper la secuencia
progresiva del modo de narrar una historia,
pero esto no puede hacerse sin acudir a una
instancia referencial: la historia, aunque
contada de modo fragmentado, es una línea
progresiva. No es difícil imaginar
un ejercicio que “deconstruya” la narrativa
cinematográfica; podría ser
análoga a ciertas producciones hipertextuales2; es
decir, historias sin principio ni fin. Esta
posibilidad, sin embargo, diluiría
uno de los atributos del cine como experiencia
comunitaria al recluirla en el estrecho espectro
de la experiencia individual.
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