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Nosotros, de un vistazo, percibimos tres copas en una mesa; Funes, todos los vástagos y racimos y frutos que comprende una parra. Sabía las formas de las nubes australes del amanecer del 30 de abril de 1882 y podía compararlas en el recuerdo con las vetas de un libro en pasta española que sólo había mirado una vez y con las líneas de la espuma que un remo levantó en el Río Negro la víspera de la acción del Quebracho.
Jorge Luis Borges, Funes el memorioso
La
apertura a la Psicopatología de la vida cotidiana1 está a
cargo de un olvido. El olvido de nombres propios2 es
para Freud una experiencia vivida por él, se trata
de un episodio trivial, el fracaso de una
función psíquica –el
recordar–3. Fracaso
del que extraerá el esclarecimiento de un
motivo4 reprimido.
Un siglo después, a guisa de recordar a la Psicopatología
y brindarle un breve homenaje; y a más de un siglo
de la primera publicación de una operación
fallida, nos proponemos transitar en la posibilidad –no
tan cotidiana– de lograr un
olvido.
Apoyados en el recorrido que hace Freud a través de un acertijo gráfico: del olvido de aquello que insiste en ser recordado, al recuerdo de lo que insiste en ser olvidado, proponemos otro, otro recorrido. Aquel que nos permita insertar un motivo en la función psíquica, según las palabras de Freud, esta vez, no del fracaso del recordar, sino del olvidar.
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