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Fuera de los circuitos de artistas involucrados con los medios de expresión sonoros (y en algunos casos dentro) es común que una presentación de música experimental se confunda con una pieza de arte sonoro y viceversa. Esto se da, probablemente, porque poco a poco, ciertas similitudes estéticas de ambos campos se han interrelacionado y al hecho verdaderamente obvio de que comparten la misma materia prima: el sonido. Existen suficientes factores de fondo que delimitan los contextos correspondientes de cada disciplina, pero se suelen traslapar porque las fronteras de ambas son cada vez más libres y los medios y herramientas que comparten más extensas. Sin entrar en detalles, se puede decir que a lo largo de los últimos 100 años el desarrollo de la música occidental ha sufrido cambios radicales desde puntos de vista teóricos y filosóficos, como las propuestas futuristas de principios del siglo pasado que desde entonces, compositores como Luigi Russolo (1885-1947) ya planteaban al ruido como arte; o la ruptura de las tonalidades armónicas tradicionales con las tesis de Arnold Schoemberg (1874-1951), Antón Webern (1883-1945) y Alban Berg (1885-1935); así como las ideas de John Cage (1912-1992): claras influencias en las formas, estructuras y conceptos de la música contemporánea.
La tecnología
también
ha formado parte importante de este desarrollo y provoca que,
actualmente, el arte sonoro y la música se entrecrucen
a niveles miméticos. Con la aparición del magnetófono
y la cinta magnética, por primera vez se tuvo la oportunidad
de registrar y manipular sonidos no musicales, como se refleja
en la obra de Pierre Schaeffer (1910-1995), quien también
contribuyó de manera importante a los conceptos musicales
de la actualidad. A partir de entonces la música cobra
una cualidad plástica, pues deja de ser una noción
efímera para convertirse en un objeto trascendente y
maleable. El hecho de poder grabar cualquier sonido para después
moldearlo deliberadamente, se convierte en uno de los factores
con mayor relevancia dentro de la transición conceptual
de la música y es, a grandes rasgos, una de las razones
por la cual sus fronteras con el arte sonoro se disuelven fácilmente. |
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El uso de nuevas tecnologías
Con las nuevas herramientas, ya
sean aparatos análogos o digitales, las posibilidades
de manipulación sonora han crecido exponencialmente
y, sumadas a los nuevos enfoques conceptuales, se ha llegado
a modificar el sentido conservador y tradicional que durante
siglos enmarcó a la música.
Es en este punto que convergen ambas disciplinas, el lenguaje musical cambia por completo su sintaxis y se entrega de manera fortuita a otro espacio. El sonido en toda su extensión se ha convertido en la materia. El orden tradicional de pensar la música ha cambiado y sus parámetros se han extendido; lo que antes funcionaba bajo ciertas reglas primitivas, estrictas y relativamente limitadas - como ritmo, estructura y armonía - ahora opera de manera casi anárquica, sin límites aparentes y en renovación constante. |
Ahora la música es como el barro y por eso cobra tanta plasticidad,
porque se esculpe desde sus elementos atómicos, se manipula
con precisión desde sus entrañas y, si se quiere, se
compone a partir de las frecuencias fundamentales del sonido para
modificar sus timbres y convertirlos en algo más que notas.
La música ha roto sus propias barreras e invade otros terrenos,
por eso se desvanece y se confunde. El arte sonoro y la música
se dividen por una línea tenue, que se acentúa, más
por la devoción que le tenemos a las etiquetas, que por las
diferencias reales entre ambas definiciones.
La dificultad de la delimitación
La diversidad de criterios alrededor del tema es enorme y, en muchos
casos, la idea que se tiene al respecto continúa sumergida
en una ambigüedad que con frecuencia confunde al espectador.
Entonces ¿cómo diferenciar uno del otro? ¿Es
relevante delimitarlos? La clasificación radica principalmente
en el contexto y aunque probablemente aquí hay varios puntos
donde se puede discernir, hay otras convenciones implícitas
que permiten definir los lineamientos, por ejemplo: los medios y
espacios que se emplean para publicar o presentar una obra; es decir, ¿el
formato de una pieza implica ejecución, instalación
o simplemente se muestra como objeto contemplativo? O bien, ¿la
manera en que se piensa su estructura hace énfasis en una
idea lineal? como sucede en los términos de la música
tradicional, o la temporalidad es indefinida y su intención
cumple otros objetivos de atención y percepción. El
concepto define el objetivo y éste último el contexto.
Concretar barreras no resta importancia ni valores artísticos, pero es necesario trazar fronteras. Es aquí que la rotulación cobra importancia, ya que encasillar las características de algo en una sola definición facilita su entendimiento, porque predispone y anticipa las expectativas para reconocer cualquier objeto; es entonces que se manipula y se comprende para ubicarlo en el espacio correspondiente. La necesidad de establecer las diferencias importa desde el punto de vista creativo, no cualitativo, pero también afecta a las expectativas y por lo tanto a la apreciación. Si nos ofrecen un helado de vainilla y al momento de probarlo nos invade una explosión de hígado encebollado, probablemente éste último, en su contexto adecuado nos encante, pero seguramente ese sabor, bajo esta circunstancia, nos cause repulsión y nos confunda. Inclusive para lograr deliberadamente algo así, hay que tener claros los contornos, hay que conocer el objeto y su materia para poder manipularlos y darles intención. |
Probablemente la confusión sea eterna o, quizá, con el paso del tiempo, se defina y se reubiquen los parámetros conceptuales para acomodar las ideas en los confortables y aburridos cajones convencionales, que históricamente nos hacen sentir muy bien. Pero en este momento, el hecho es que todo el sonido, comprendido con sus infinitos matices, es música, la música es arte y éste, a su vez, también es música y sonido. ¿Nos conviene tal ambigüedad? No lo sé, pero seguro es infinitamente más divertido.
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