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El amor como concepto filosófico y práctica de vida, entrevista con Edgar Morales
Libia Brenda Castro R
 

El amor en la filosofía occidental

¿Qué otros cuestionamientos del amor podemos encontrar en la filosofía occidental?

Es necesario hacer una aclaración importante, nuestra noción de amor no se puede aplicar de manera precisa y unívoca a otras matrices culturales o históricas, quiero decir que el “amor” puede implicar para nosotros relaciones románticas o sexuales, pero no necesariamente encontramos un solo término análogo en otras culturas, por ejemplo, entre los mismos griegos se podían hacer separaciones entre eros, filia, aphrodisia, epithemia (amor pasional, filial, sexual, deseante) y otras tantas acepciones que hoy podríamos cómodamente englobar bajo una sola palabra: amor. Por ejemplo, Aristóteles nunca aborda la temática erótica como tal, pero en él encontramos brillantes ideas respecto al amor entre amigos y las responsabilidades éticas que la amistad implica, es decir, si partiéramos sólo de los textos aristotélicos para hacernos una idea de la noción de “amor” que tenían los griegos, seguramente concluiríamos que eran demasiado conservadores.

El amor cristiano no siempre ha sido presentado como armonía de perfección divina, los cristianos antiguos pronto separaron el ágape de la cupiditas, polos de afecto entre los cuales se instauró una tensión que llegó a perfilar escenas tan dramáticas como las que escribió San Agustín en su libro VIII de las Confesiones o como el caso de Orígenes, quien prefirió castrarse a tener que vivir un día más con las pulsiones concupiscentes. Podríamos deducir que el “amor” en la Antigüedad tardía no implicaba, por supuesto, ninguna polución corpórea, que el verdadero y genuino amor se debía de dar en el marco de la moral ascética, es decir, en el contexto de una conciencia religiosa que había transformado el ágape de las comunidades cristianas del primer siglo en charitas, es decir, en amor moral, en prelación afectiva por los seres humanos desprovistos de cualidades “amables”, enfermos, afligidos, menesterosos, extranjeros... a la luz de este contraste es que toma sentido lo que afirmaba Simone Weil “debe ser considerado un milagro que exista amor por quien sufre”. De esto se trata el Amor Dei, amor a Dios, que funda una comunidad moral, justa y bella, la civitas Dei, la ciudad de Dios, opuesta a la civitas diaboli, ciudad del diablo, fundada en el amor sui, amor de un sí mismo interesado y egoísta. Y a pesar de tales maniqueísmos San Agustín logró llegar a la refulgente conciencia cristalizada en su dictum: “ama y haz lo que quieras”. Pero tampoco es para ponerse demasiado contentos, dicha noción de “amor” suponía la existencia de los márgenes morales propios del “verdadero” amor, amor puro que no está motivado por intereses egoístas o concupiscentes. De hecho la tradición cristiana pronto conoció la propuesta de un “amor puro” (con pensadores como Clemente, Madame Guyon o Fenelon), amor tan perfecto y divino que derivó por un lado en el quietismo heterodoxo, y por otro en el desprecio jansenista al amor a otro ser humano puesto que cualquier apego a otro ser que no fuese Dios implicaba un robo de atención al único que lo merecía. Pero la tradición cristiana es aún más compleja que lo que acabo de mencionar, en ella también aparece asimilado y procesado el eros de la cultura pagana, un claro ejemplo es lo que sucede en las ramificaciones de la mística occidental, en ellas se puede encontrar una peculiar amalgama con la erótica, muchos místicos cristianos (piénsese en Teresa de Ávila, Juan de la Cruz, Johanes Tauler, Angela de Foligno, entre otros) expresaron sus profundas experiencias espirituales en lenguajes llenos de retóricas emocionales: dolor, sufrimiento, éxtasis, desfallecimiento, gozos divinos, etcétera.

En fin, estos son ejemplos de cómo han evolucionado las ideas en torno al amor en la cultura occidental, los matrices se han cruzado, han irrigado campos diversos y aparentemente antagónicos; de hecho es curioso que la primer encíclica del papa Benedicto XVI esté dedicada al tema del amor de Dios, y en la cual, sorprendentemente (recuérdese la alineación conservadora de Ratzinger), se atestigua una reivindicación del eros en el seno de ágape. Pero regresando al punto de las variedades que podemos encontrar en los cuestionamientos que se han dado en la filosofía occidental, debemos recordar la gran revolución de valores que se dio en la Baja Edad Media con la difusión del patrón cortesano del amor, a partir de entonces surge una novedosa forma de entender este fenómeno, ahí se teje la cuna de nuestro actual ideal romántico, desde entonces los filósofos han sesgado su comprensión del amor al encuadre pasional, tal como sucede en Descartes o en Hobbes, en quienes ya vemos algunos esfuerzos por encuadrar la temática amorosa en el espectro de una antropología psicológica, o en pensadores como Rousseau o Schopenhauer quienes ofrecen una perspectiva más bien irracional de las pasiones amorosas, el amor como trampa, como cárcel y como engaño de la naturaleza para lograr sus propios fines.


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