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El amor cortés Centrémonos en el tema del amor cortés: ¿fue ahí realmente donde nació nuestra actual idea de amor? Sí y no. El tipo de amor que se expresa en la poesía
de trovadores, Minnensänger y juglares o en leyendas celtas cristianizadas
(como la de Tristán e Isolda), ciertamente trasluce ya las valencias románticas
del amor, la elección libre y fiel a un solo amado, la pasión que se debe
alimentar incluso con obstáculos artificiales, la lucha contra la moral,
la deshonra que conlleva la desatención de la pasión amorosa, la melancolía
aunada al apego excesivo, etcétera. Todas estas son características que,
si bien acotan la proximidad con nuestra noción de “amor”, realmente no
nacen ahí, nacen en tradiciones diversas. Puede resultar asombroso o exagerado
remontar hasta sufíes como al-Hallaj, a juristas musulmanes como Ibn Hazm,
a herejías dualistas como el bogomilismo, para dibujar los orígenes de
la amatoria cortés; pero quien haya estudiado tales fuentes queda convencido
de este hecho. Fue el filósofo francés Denis de Rougemont quien, en su
libro clásico L'Amour et l'Occident, había insinuado tales tesis.
No es
necesario quedarse con todas las provocaciones a las que incita pero es
irrebatible que nuestra actual idea de amor mucho debe a una transformación
cultural que se atrevió a incorporar elementos francamente heterodoxos,
al menos en tanto el gnosticismo, el sufismo, los movimientos dualistas
y las tradiciones europeas precristianas pueden ser considerados ajenos
al corpus de la ortodoxia cristiana de la Baja Edad Media. Son estas fuentes
de donde surge, por ejemplo, la consagración de la patología del amor pasional
como verdadero amor, amor deseable hasta la muerte no obstante el dolor
que ocasiona. Tal idea supone una transformación de los valores que hacían
ver el mórbido amor hereos (síndrome mortal caracterizado por
la cogitatio
inmoderada, la consunción y la melancolía) como algo deseable. Otro
ejemplo está en la extensión de la concepción cabalística del beso de Dios
(recuérdese el Cantar de los Cantares) que nadie puede recibir sin morir,
o bien la trágica historia contada por sufíes sobre Layla y Qays, amantes
que fueron separados durante años y que al momento de encontrarse muestran
ya los efectos de la locura, historia tan pasional como sacra (recuérdese
que Qays rechaza unirse a Layla porque toma conciencia de que la verdadera
Layla no es la externa sino la que vive en él). Estos ejemplos, y otros
más que podríamos relatar, son modelos que anteceden y dan forma al ideal
cortés del amor y, por tanto, a nuestra actual noción romántica del mismo. Parece un poco absurdo pensar que nuestra idea profana de amor romántico posea raíces religiosas. De acuerdo, no afirmo que nuestra actual concepción de amor sea religiosa, por el contrario, es demasiado profana, sin embargo posee una estructura irrefutablemente simbólica, y recordemos que las mejores formas de expresión del pensamiento dualista y simbólico son las que se dan en el seno de las creencias religiosas. La mítica lucha cósmica entre la luz y las tinieblas no sólo adquiere sentido en el ámbito de los mitos y las doctrinas, también se logran filtrar hasta las prácticas cotidianas más profanas, es decir, los procesos amorosos que vivimos, si es cierto lo que hemos dicho antes, traslucen las ancestrales luchas simbólicas entre el bien y el mal. Basta atender el último capítulo de la telenovela de moda, las fotonovelas románticas quincenales, la cartelera cinematográfica de la semana o una canción de música popular para darse cuenta que aún llevamos las cargas que impuso el amor cortesano. El “amor verdadero” es amor pasional, de nada sirve expresar las nimiedades del amor filial, se impone un imperativo dramático que coloca a los amantes en las peores situaciones, son presa fácil de un funesto destino que no logran comprender ni aplacar, aquí se instauran todas las retóricas del obstáculo, los amantes no logran satisfacer su unión más que a costa de muchos sacrificios, la muerte, la enfermedad, la ruina moral, la calumnia, y un sin fin de obstáculos suelen acechar a los amantes, quienes constantemente están frente a la tentación de abandonar todo y retornar a la paz del orden moral. Es curioso, pero debemos recordar que una de las primeras parejas que posee este desgarro existencial no surge de la fantasía literaria sino de la vida real, hablo del filósofo Pedro Abelardo y de su alumna Eloísa, ambos atravesaron las pasiones amorosas más intensas pero se expusieron a la purga moral correspondiente, Abelardo termina castrado y expulsado, Eloísa tomará los hábitos de la vida religiosa. Y este patrón se reinaugurará múltiples veces, Tristán e Isolda, Romeo y Julieta, Laura y Petrarca. Aún hoy se deja sentir esta inercia en el imaginario amoroso, que pensamos como puramente secular pero que sigue siendo tan profundamente religioso como los antiguos mitos hierogámicos, donde el amante estaba condenado a una serie de pasiones trágicas (piénsese por ejemplo en la relación Tammuz-Innana, o Isis-Osiris). |
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