Antropología ecológica: ¿mezcla de ciencias o déjà vu?

Vol. 23, núm. 2 marzo-abril 2022

Antropología ecológica: ¿mezcla de ciencias o déjà vu?

María Esther Nava-Bringas Cita

Resumen

El presente artículo narra las asombrosas similitudes que encontré entre una ciencia ambiental y una ciencia social. Como bióloga, estudiar antropología ecológica se convirtió en un déjà vu al descubrir que compartía los conceptos, intereses, percepciones e incluso esfuerzos de dicha disciplina, al estudiar aquellos fenómenos que nos permitirán construir un mundo mejor, mediante la educación para la sustentabilidad. Comprender que necesitamos unos de otros para la generación de nuevos saberes y compartir los existentes es el inicio de una visión real multidisciplinaria en la academia, lejos de vicios y egoísmos arraigados, que sólo han obstaculizado los esfuerzos hasta ahora realizados para alcanzar la aún utópica sustentabilidad de nuestro planeta.
Palabras clave: antropología, ecología, sustentabilidad, educación.

Ecological anthropology: science combination or déjà vu?

Abstract

This article recounts the striking similarities I found between an environmental science and a social science. As a biologist, studying Ecological Anthropology became a déjà vu as I discovered that both disciplines share concepts, interests, perceptions and even efforts, to study those phenomena that will allow us to build a better world through education for sustainability. Understanding that we need each other to build new knowledge and share the existing one is the beginning of a real multidisciplinary vision in the academy, far from ingrained vices and selfishness that have only hinder the efforts to achieve the still utopian sustainability in our planet.
Keywords: anthropology, ecology, sustainability, education.

Viviendo un déjà vu

¿Te ha pasado que experimentas un episodio y tienes la sensación de haberlo vivido antes? A mí me sucedió en una práctica de campo, en la que, desde que bajé del autobús escolar hasta que subí una pequeña colina, experimenté sensaciones que parecía haber vivido anteriormente en ese mismo orden. No obstante, donde me encontraba era un sitio que no había visitado nunca (ver figura 1).

Laguna Atexcac, Puebla

Figura 1. Laguna Atexcac, Guadalupe Victoria, Puebla. a. Mi primer déjà vu hace 20 años. b. Mismo lugar, 2020.

Cuando me inscribí al curso de Antropología Ecológica, estaba bastante nerviosa y un tanto renuente. Ahora sé que se debía, principalmente, a lo poco que sabía hasta hace unos meses sobre la antropología como una ciencia. Al existir un Museo de Antropología en mi ciudad y haberlo visitado innumerables veces desde mi niñez, según yo, era algo que no tenía relación alguna con mis gustos, aptitudes o habilidades. Me llevé una gran sorpresa cuando, con el avanzar de las clases, descubrí que ésta tenía más cosas en común con mi formación de lo que creía.

Como bióloga de profesión y maestra de la materia de Ecología en mi universidad, siempre he tenido muy claro cuál es el objetivo de las ciencias ambientales. Al entrar a un posgrado cuyas raíces son netamente sociales, me vi en la necesidad de escoger entre las materias optativas que me entregaron al iniciar el semestre. De inicio, y sin pensarlo, descarté Antropología ecológica y Sustentabilidad, sin embargo, debíamos acordar con nuestros asesores qué materia nos ayudaría más en nuestro proyecto, por lo que, casi por mero requisito, mandé un correo con la lista de las materias ofertadas, solicitando el aval de aquellas que consideraba serían las mejores opciones para mí. El correo de respuesta me cayó cual balde de agua fría: leí que debía entrar a la materia de Antropología, pues me ayudaría con mi “visión social”. No me quedó de otra y, entonces, me inscribí a dicho curso (ver video).



Introducción a la materia de Antropología ecológica (Divulgando el Patrimonio, 2022).


Para una bióloga inquieta como yo, el inicio fue un tanto lento, pero era necesario comprender la historia, así como las bases de la antropología para poder ligarla con la ecología. Fue cuando abordamos la definición de antropología ecológica me enganché. Al escuchar el objeto de estudio como ciencia, pedí la palabra y comenté que así, tal cual, estaba oyendo el concepto de ecología “pura”, casi para promover una pelea desde la tercera cuerda de un ring entre estas dos ciencias. Así continué un par de clases más, cerrada a la idea de que se trataba más de un plagio o un déjà vu de conceptos.

Con el paso de las clases empecé a visualizar que, si bien tenían evidentes similitudes conceptuales, los biólogos hacemos ecología con bichos y plantas, mientras que los antropólogos hacen lo mismo con humanos. ¡Entonces, no era un plagio, mucho menos un déjà vu! Comencé a visualizar a la antropología ecológica como una ciencia perfectamente mezclada, en donde se comparten los sabores de los ingredientes para generar un resultado maravilloso.

Lo maravilloso de esta ciencia es que se basa justamente en estudiar a los humanos: esos seres que se distinguen de los demás por tener la capacidad de razonar y que, además, ¡conforman el grupo al cual pertenezco! Resultó una sensación muy extraña el despertar de una bióloga a las ciencias sociales, pues, ¡nunca me había visualizado como un objeto de estudio! Podía, en consecuencia, exponerles a mis alumnos cómo nosotros, un grupo de seres racionales, hemos hecho tanto daño a nuestra única casa, nuestro planeta, al grado de experimentar daños en todos los sentidos de nuestra vida, ya que, no me había detenido a pensar que justo la antropología estudia nuestros comportamientos, acciones y consecuencias).

La clave está en los conceptos

Revisemos juntos las definiciones de ambas ciencias, estoy segura de que con ello comprenderán mi sentir. La antropología es definida de manera general como la ciencia que estudia, analiza y diagnostica la variabilidad cultural y biológica del hombre en el espacio y en el tiempo (Jiménez, 2016). Por otro lado, tenemos a la ecología, definida como la ciencia que estudia las relaciones de los organismos o grupos de organismos con su medio (Odum, 1972). En ambas ciencias el objeto de estudio son los seres vivos y su relación con el espacio/ambiente en el cual se desarrollan, es decir, ambas se preocupan por la vida como punto de partida.

Entre la década de los cincuenta y los setenta, de manera paralela al surgimiento de la preocupación mundial por la crisis ambiental, se desarrolló la antropología ecológica en respuesta a la ecología cultural,1 un subcampo de la antropología dirigido por el antropólogo Julian Steward. Al mismo tiempo, el antropólogo Roy Rappaport recuperó de la ecología el concepto de ecosistema para la antropología ecológica, considerándolo como “el total de las entidades vivientes y no vivientes íntimamente relacionadas en intercambios materiales dentro de una porción definida de la biósfera” (Rappaport, 1971:238).

La antropología ecológica surge, entonces, como una disciplina académica en torno a los debates para superar la dicotomía naturaleza + cultura en el estudio de las relaciones humanas y ambientales. Su objeto de estudio son las interacciones entre el sistema ambiental y el sociocultural en un territorio determinado (Jiménez, 2016). Los primeros estudios de la antropología ecológica exploraban la idea de que los humanos, como poblaciones ecológicas, debían ser la unidad de análisis de estudio. Así, la cultura se convirtió en el medio por el cual la población altera y se adapta al ambiente (Ingold, 2021). Por lo tanto, lo que los biólogos hacemos con las poblaciones de aves, cícadas, hormigas, orquídeas o serpientes, los antropólogos lo han visualizado con los humanos. Entonces, nosotros (los biólogos) únicamente hemos estudiado las consecuencias de nuestro existir.

Quienes estudiamos biología tenemos la necesidad de comprender qué hay y qué sucede en el ambiente, a veces a nivel micro (bacterias, hongos) o a nivel macro (cualquier bicho o planta). Algunos otros hemos incluso estudiado la conducta de los animales, cuyos resultados nos han ayudado a comprender cómo los humanos nos comportamos con nuestro ambiente, con otros seres vivos y entre nosotros mismos. Con ello, es inevitable que los biólogos tengamos “en la punta de la lengua” el cambio climático global, sus consecuencias y el cómo podemos revertirlas si adoptamos en nuestras acciones cotidianas el concepto de desarrollo sostenible.2

Figura 2. Escultura de estrella en el Museo de sitio de Xochicalco, Morelos.

Sin embargo, para variar, el nacimiento de la antropología ecológica tiene mucho en común con el concepto de desarrollo sostenible: los dos surgieron por la preocupación de las acciones de los humanos en su entorno y en ambos casos se busca comprender las relaciones entre los humanos (humanos–humanos), así como su entorno (humanos–otros seres vivos y humanos–entorno) en el tiempo y espacio, de modo que este medio perdure y se mantenga. Lo anterior fue otro golpe a mi ego ambientalista y ecologista: ¿por qué los antropólogos sí pudieron construir una disciplina que sumara a ambas ciencias y los ecólogos no? ¿No podía ser ecología antropológica en lugar de antropología ecológica?

Otro impacto se dio cuando entramos al tema de la cultura: la antropología ecológica hace evidente la necesidad de comprender e integrar la cultura en sus estudios, entendida como un conjunto de reglas, comportamientos y cosmovisiones, en la cual las personas dan forma a su acción social. En este sentido, al contrario de lo que ocurre con el concepto inicial de desarrollo sostenible —en el cual no se contempló integrar a la cultura como el elemento social más importarte—, el concepto actual de sustentabilidad incluye cuatro ejes principales: ambiental, social, económico y cultural.

Cabe mencionar que el concepto de cultura es flexible y depende de las particularidades de cada población. No podríamos terminar este artículo si tratáramos de definir su importancia, pero puedo introducirles que fue Marvin Harris quien, a finales del siglo xx, la definía como adaptativa, con la cual el ser humano es parte de la naturaleza que lo rodea y, por ello, debe seguir sus normas, lo cual le permite sobrevivir y, al mismo tiempo, desarrollarse dentro y con ella. Con Harris nació, a finales de los sesenta, una corriente denominada materialismo cultural, que centra su atención en la interacción entre la conducta y el entorno físico establecido a través del organismo humano y de su aparato cultural (Harris, 2001). Se trata de un pensamiento contemporáneo al creciente movimiento ambiental que daría origen a la concepción de desarrollo sostenible, en donde se buscaban las causas de las diferencias y similitudes del pensamiento humano, reelaborando las perspectivas teóricas de Marx, White y Steward. El materialismo cultural de Harris puede contribuir a la búsqueda de posibles soluciones para alcanzar el desarrollo sostenible.

Hoy comprendo que la antropología ecológica y el concepto de desarrollo sostenible nacieron en el mismo contexto, buscando analizar las acciones de los humanos, conceptualizándonos como los seres vivos que, siendo parte de un ambiente, hemos generado impactos negativos e irreversibles, los cuales podrían llevarnos a nuestro fin si no se toman acciones integrales reales. Es curioso que una de mis justificaciones sobre la importancia de la ecología en mis clases consistía en decirles a mis alumnos que debemos visualizarnos como parte de una cadena, en donde si falta un eslabón, ésta se rompe y es difícil componerla para que quede igual que al principio; allí estaba yo metiendo las ideas de antropología en mis clases de ecología sin darme cuenta.

Educación ambiental

Dentro de todo este despertar entre la ecología, la antropología y el desarrollo sostenible, es inevitable hablar de otro tema fuertemente relacionado con la antropología ecológica: la educación ambiental. De acuerdo con Macedo y Salgado (2007), la educación ambiental focaliza los problemas ambientales derivados de las actividades humanas, enfatiza la necesidad de conservar el ambiente y, en cierta manera, individualiza las acciones y comportamientos para el ambiente, al separar los problemas en temas específicos.

Resulta que la educación ambiental surgió en el mismo período que la antropología ecológica y el desarrollo sostenible, también como resultado de la preocupación mundial por el medio ambiente, y ha sido usada como un proceso mediante el cual todas las personas pueden adquirir conciencia de la importancia de preservar su entorno para realizar cambios en sus acciones y conductas. Así comenzaron diversos esfuerzos a nivel mundial por integrar el conocimiento ambiental en las escuelas, inicialmente en el nivel básico y con un eslogan que todos hemos escuchado alguna vez: “los niños son el futuro del mundo”. Por ello, la educación ambiental se focalizó en los infantes.

Sin embargo, como Jiménez (2016) menciona en su libro Antropología ecológica: “educar es aprender a criticar” (Jiménez, 2016: 23). Esta premisa nos permite considerar que es posible cambiar las cosas. Haciendo referencia a Lewis Mumford, Jiménez (2016) también nos dice que “las ideas son el motor real de las transformaciones de la humanidad” (Jiménez, 2016:35). Con el paso de los años la educación ambiental ha evolucionado y hoy se habla de educación ambiental para la sustentabilidad, que, a diferencia de la educación ambiental, contempla una educación en todos los niveles, a lo largo de toda la vida (o sea, que se sostenga por todos en todo momento), de manera participativa, incluyente, equitativa y segura, certificando el desarrollo humano y contribuyendo a cambios sociales o culturales (Dieleman y Juárez-Nájera, 2008; Maldonado Salazar, 2018).

Actualmente se observan los problemas ambientales de modo integral, no como resultado de las acciones humanas, sino como consecuencia del conflicto existente entre los objetivos y las necesidades de la humanidad. Esta educación integra a la diversidad cultural, social, económica y biológica, tratando de alcanzar una meta: calidad de vida. Además, “desarrolla sus acciones para el ambiente y busca la participación de todos los niveles” (Macedo y Salgado, 2007; Maldonado Salazar, 2018). Si bien, estos conceptos y procesos de cambio se han planteado desde hace más de treinta años, no nos hemos acercado al fin de construir un planeta sostenible. ¿Entonces, en qué hemos fallado?

Perspectivas integrales para la contemporaneidad y el futuro

Hoy en día seguimos enfrentando la contaminación, los desequilibrios insostenibles, el agotamiento de recursos y la violencia. Éstas se encuentran asociadas al individualismo, con el que solamente se desea obtener beneficios particulares a corto plazo, dejando de lado la responsabilidad colectiva con el presente y el futuro (Sarmiento Medina, 2013), así como lo busca la sustentabilidad.

Si pensamos en un planeta sustentable, veremos que sigue siendo una meta difícil de alcanzar. La antropología ecológica nos muestra que la sustentabilidad necesita ser flexible y adaptarse regionalmente, lo cual puede ser estudiado a través de la cultura de cada pueblo, de cada región. Es a través de la cultura que seguramente podremos descubrir cómo en los saberes tradicionales continúan presentes las ideas de respeto por el ambiente. Si retomamos esos saberes y los replicamos, seguramente podríamos observar poblaciones, comunidades y regiones sustentables en menor tiempo.

Figura 3. Zona arqueológica de Quiahuiztlán, Villa Rica, Veracruz.

La educación como herramienta de cambio debe, entonces, ser siempre visualizada de manera integral y transversal; el eje ambiental les compete a todos los seres vivos del planeta, pero los seres humanos somos quienes transformamos los ecosistemas para satisfacer nuestras necesidades. Por ello, debemos tomar acciones que nos ayuden a mitigar y también a compensar los efectos dañinos en nuestro entorno. La educación debe ser concebida bajo una perspectiva por la dignificación humana, partiendo de las necesidades o intereses del propio proceso de desarrollo humano (Martínez Gómez, 2017).

Debemos entonces desaprender, dejar ir ciertos conocimientos, supuestos, destrezas, modos de pensar, y permitir que afloren y se desarrollen nuevos marcos mentales o destrezas que nos permitan retomar el rumbo hacia la sustentabilidad. Resulta importante desaprender en este mundo que hemos cargado de egoísmo, en donde cada uno de nosotros, en algún momento, nos hemos sentido mejores o superiores a algo o a alguien, donde seguimos creyendo que al estudiar en cierta área o profesión no necesitaremos de nadie y de nada más.

El pedagogo y filósofo brasileño Paulo Freire visualizó la educación como la herramienta que enseña a las personas a pensar, pues somos quienes cambiamos el mundo. Freire decía que nadie podía educar a otra persona si primero no se educaba a sí misma y que, además, la educación se lleva a cabo entre las personas, siempre con la mediación del entorno en el cual se desarrollan (Freire, 1971). Por eso debemos comprender que nadie puede ser todólogo, siempre necesitaremos de los conocimientos, capacidades, habilidades y destrezas de los demás; hay que aprender a trabajar en equipos multidisciplinares para sobrevivir y salir adelante.

La educación es —y debe ser— un tema transversal que integre el manejo de valores con una visión holística y que proporcione así elementos sólidos para cubrir los cuatro pilares de la educación: aprender a ser, aprender a conocer, aprender a hacer dentro del ámbito personal, y, aprender a vivir juntos en el ámbito social (Martínez Gómez, 2017).

Desde la escuela se puede contribuir a la generación de la cultura y, por lo tanto, a la demanda de cambio hacia la sustentabilidad. La tarea de las escuela consiste en formar personas con conciencia de los límites del planeta conocidos y que sepan que existe otra manera de relación con el sistema natural: la relación sustentable (Luffiego García, M., y Rabadán Vegara, 2000). Debemos formar personas que posean conocimientos acerca de los sistemas complejos del ambiente que nos rodea, pero buscando un cambio actitudinal y de estilo de vida.

Conclusión

La antropología ecológica me ha permitido comprender que, si visualizamos todos los aspectos particulares de una región, es posible alcanzar la sustentabilidad en ella, pues su análisis permite encontrar de manera estructurada e integral los componentes sociales, ambientales, económicos y culturales de una población en particular y de ellos se pueden encontrar los saberes que necesitan ser reaprendidos y reconocidos por sus integrantes, desechando, por otro lado, aquellos conocimientos que con la globalización se han arraigado y no toman en cuenta el respeto por el ambiente.

Sólo si consideramos cambiar nuestros comportamientos hacia una concepción integral y holística, seremos capaces de alcanzar la aún útopica sustentabilidad en nuestro planeta. De este modo, construiremos sociedades capaces de trabajar en conjunto, al aprovechar los conocimientos, capacidades y destrezas de cada uno de nosotros, y dejar a un lado el egoísmo personal y profesional que nos mantiene ciegos ante nuestra catastrófica realidad.

Referencias

  • Dieleman, H., y Juárez-Nájera, M. (2008). ¿Cómo se puede diseñar educación para la sustentabilidad? Revista Internacional de Contaminación Ambiental, 24(3), 131-147. https://cutt.ly/FAe73Mb.
  • Freire, P. (1971). La educación como práctica de la libertad. Siglo XXI.
  • Divulgando el Patrimonio. (2022, 25 de enero). Antropología ecológica. Introducción . YouTube. https://youtu.be/xLSaX23fmY8.
  • Harris, M. (2001). Cultural materialism: The struggle for a science of culture. AltaMira Press.
  • Ingold, T. (2001). The Perception of the Environment. Essays on Livelihood, Dwelling and Skill. Routledge. https://doi.org/10.4324/9781003196662.
  • Jiménez, F. (2016). Antropología ecológica. Dykinson.
  • León Estrada, X.A. (2022). Enmarcando el desarrollo y la sustentabilidad desde la antropología y la cultura. Interconectando Saberes, (13),141-150. https://doi.org/10.25009/is.v0i13.2722.
  • Luffiego García, M., y Rabadán Vegara, J. M. (2000). La evolución del concepto de sostenibilidad y su introducción en la enseñanza. Enseñanza de las ciencias: revista de Investigación y Experiencias Didácticas, 18(3), 473-486. https://raco.cat/index.php/Ensenanza/article/view/21701.
  • Macedo, B., y Salgado, C. (2007). Educación ambiental y educación para el desarrollo sostenible en América Latina. Revista de la Cátedra Unesco Sobre Desarrollo Sostenible, 1, 29-38.
  • Maldonado Salazar, T. del N. J. (2018). Educación ambiental para la sustentabilidad. didac, 71, 13-20. https://cutt.ly/OAe6Qgt.
  • Martínez Gómez, M. Y. (2017). Educación Ambiental para el desarrollo humano. x Congreso Nacional de Investigación Educativa. https://cutt.ly/DAe69Lw.
  • Odum, E. P. (1972). Ecología. Nueva Editorial Interamericana.
  • ONU. (1987). Nuestro futuro común. Alianza Editorial
  • Rappaport, R. (1971). Nature, Culture and Ecological Anthropology. En H. L. Shapiro (ed.) Man, Culture and Society, pp. 237-267. Oxford University Press.
  • Sarmiento Medina, P. J. (2013). Bioética ambiental ecopedagogía: una tarea pendiente. Acta Bioethica, 19(1), 29-38. https://doi.org/hjcx.

Material de interés

  • Antropociencia (Revista La Ciencia y el Hombre, Universidad Veracruzana)

Agradecimientos

Agradezco infinitamente el apoyo e impulso brindado por la Dra. Xochitl León-Estrada, Profesora Investigadora de El Colegio de Veracruz, quien gracias a su entusiasmo académico y su visión transdisciplinar, generó un verdadero cambio en el pensamiento de la autora.



Recepción: 12/9/2018. Aprobación: 4/10/2018.

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Revista Digital Universitaria Publicación bimestral Vol. 18, Núm. 6julio-agosto 2017 ISSN: 1607 - 6079