Vol. 23, núm. 2 marzo-abril 2022

Microrreservas: una alternativa para las zonas áridas y semiáridas de México

David Brailovsky Signoret Cita

Resumen

La conservación biológica es compleja. Aunque existen avances sustanciales en cuanto al establecimiento de áreas naturales protegidas, falta mucho por hacer en cuanto a zonas áridas y semiáridas en México. La selección de dichas áreas frecuentemente se basa en atributos paisajísticos, cercanía a poblaciones importantes y especies animales carismáticas o icónicas. En el Desierto Chihuahuense no sólo se tiene una densidad de protección menor a la del lado estadounidense, sino que únicamente dos reservas consideran significativamente a las plantas y en específico a las cactáceas: Mapimí y Real de Guadalcázar, y quizá la nueva reserva de Huiricuta. El problema de la representatividad de especies desérticas se incrementa debido al fenómeno de microendemismos y a las distribuciones disyuntas, tan frecuentes en los cactus. La integración de microrreservas es una buena opción para complementar el actual panorama de conservación, que requiere más que decretos y visitas ocasionales.
Palabras clave: conservación in situ, áreas naturales protegidas, microrreservas, riqueza, microendemismos.

Micro-reserves: an alternative for the arid and semiarid zones of Mexico

Abstract

Biological conservation is complex. Although there are substantial advances regarding the establishment of protected natural areas, much remains to be done in terms of arid and semi-arid zones in Mexico. The selection of such areas is often based on landscape attributes, proximity to important populations, and charismatic or iconic animal species. In the Chihuahuan Desert, not only is there a lower density of protection than on the United States, but only two reserves in Mexico consider plants significantly, specifically cacti: Mapimí and Real de Guadalcázar, and perhaps the new reserve of Huiricuta. The problem of representativeness of desert species increases due to the phenomenon of micro-endemisms and disjunct distributions, so frequent in cacti. The integration of micro-reserves is a good option to complement the current conservation landscape, which requires more than decrees and occasional visits.
Keywords: in situ conservation, protected natural areas, micro-reserves, richness, micro-endemisms.

¿Cómo se pueden conservar o preservar los ecosistemas?

Existen dos enfoques básicos para la conservación natural: la conservación in situ 1, en las zonas naturales o Áreas Naturales Protegidas (anp), y la conservación ex situ 2, en los bancos de germoplasma, jardines botánicos y zoológicos. La conservación en anp es considerada la forma más eficiente de conservación in situ de la biodiversidad, con más de 12% de la superficie de la tierra protegida (Brailovsky, 2018). Dichas áreas habitualmente extensas comprenden: las reservas de la biósfera, los parques nacionales, las Áreas de Protección de Flora y Fauna (apff), los parques estatales y los monumentos naturales. Todas ellas, quizá con la excepción de algunos parques y monumentos, suelen cubrir áreas muy grandes que, a pesar de todo, no comprenden a la mayor parte de las especies endémicas. Esto sucede con mayor frecuencia en las amplias regiones áridas y semiáridas del centro y el norte de México, donde, de hecho, existe una fuerte carencia de anp en contraste con la protección de otros tipos de vegetación en climas más húmedos de México. La necesidad de establecer microrreservas surge, pues, del problema de conservar las plantas y animales con distribuciones disyuntas3, poblaciones pequeñas o presencia en sitios muy específicos que no quedan englobados en las grandes áreas.

¿Qué se entiende por microrreserva?

Se trata de reservas de pequeñas dimensiones, concepto que puede divergir dependiendo del área geográfica implicada. Frecuentemente se considera microrreserva como un anp menor a 10 km2. Un área de 100 km2 ya es considerada de carácter intermedia, pero se pueden valorar algunas posibilidades entre ambas áreas. Las microrreservas bien manejadas y efectivamente protegidas son óptimas tanto en utilización de recursos económicos y naturales, como en baja fragmentación y mejor protección de especies con distribuciones disyuntas. Esto las hace altamente interesantes para proteger especies endémicas y microendémicas, pero, a su vez, presentan bajas riquezas y representatividad limitada de otros elementos bióticos (ver tabla 1, donde las principales ventajas y desventajas de las microrreservas se contrastan con reservas tradicionales de mayor dimensión). Es prometedor que las microrreservas puedan incentivarse a través de esquemas multifacéticos que integren inversión privada y pública; además de que, por su extensión, resultan fáciles de cuidar si cuentan con un buen programa y personal.

Tabla 1. Ventajas y desventajas de las microrreservas.
* Se muestran en letras rojas las desventajas y en azul las ventajas, al contrastarlas con reservas de tamaño intermedio y reservas de gran tamaño. Elaboración propia.

Flora mexicana, endemismos y microendemismos

Si caminaran a través de México, encontrarían una gran diversidad de flora y fauna, y notarían la gran diversidad florística del país, que Rzedowski (1993) y otros botánicos han estimado en 220 familias, 2,410 géneros y 22,000 especies, pero del cual se tienen nuevos estimados algo superiores. México es un lugar de endemismos: esto significa que casi 60% de las especies de plantas que habitan en el país sólo existen aquí y no se encontrarán en ningún otro lugar del mundo de manera natural. ¿Pero, qué es un endemismo? Podemos entenderlo sólo en relación con el área de ocupancia4 o distribución con la que es comparada una especie.

Así, por ejemplo, el peyote (Lophophora williamsii) es casi endémico del Desierto Chihuahuense, pero no estrictamente, pues algunas poblaciones ocurren en la planicie costera de Texas y de Tamaulipas, fuera de este desierto. No obstante, si es completamente de Norteamérica. Si nos enfocamos en su especie hermana, el L. diffusa, tenemos que es verdaderamente endémica al Desierto Chihuahuense y también endémica —se puede decir microendémica— al estado de Querétaro, pues sólo ocurre en esos lugares se trata de un área relativamente pequeña. Sin embargo, preferimos emplear el término microendémico para designar áreas aún más pequeñas, como podría ser la distribución disyunta de Echinocactus grusonii (Biznaga Dorada) en el cañón del río Tula y río Moctezuma (presa “Fernando Hiriart” de Zimapán) y una población encontrada hace pocos años en el sudoeste de Zacatecas (ver figura 1).

Figura 1. El caso de Echinocactus grusonii.

Las regiones áridas y semiáridas abarcan cerca de dos terceras partes de la república y comprenden enormes extensiones con escasas anp, que están separadas unas de otras por grandes distancias. Son ricas en especies de agaves, cactáceas, nolinas y fouquerias (ocotillos o cirios) y los casos de microendemismos son relativamente comunes. Existen numerosos ejemplos de plantas microendémicas, particularmente en lo que respecta a las cactáceas. Los cactus son plantas suculentas, con formas sui géneris y extrañas, que caracterizan el paisaje de las regiones áridas y semiáridas de América (Bravo-Hollis, 1997). Los agaves o magueyes, junto con las yucas o izotes y los amoles pertenecen a la familia Agavaceae, mientras que los sotoles y palmillas se agrupan en la familia Nolinaceae. Éstas y otras familias están presentes en los extensos desiertos Chihuahuense y Sonorense, la región de Tehuacán-Cuicatlán, y en zonas semiáridas de la república mexicana. En ellas se encuentran ciertos microendemismos, que se caracterizan por la extrema restricción geográfica, pues ocupan áreas reducidas (10 km2) y no se presentan en ningún otro lugar, por lo que deben ser considerados prioritarios dentro de los esquemas de conservación de la biodiversidad.

Como ejemplo, en lo que respecta al Desierto Chihuahuense5 (ver figura 2), gran parte de su flora es considerada endémica (Hernández y Gómez-Hinostrosa, 2011). En el caso particular de las cactáceas, se cuentan 329 especies y 39 géneros, de los cuales 70% de las especies y 43% de los géneros son endémicos, y de ellos una tercera parte son considerados microendémicos (Hernández et al., 2010; Hernández y Gómez-Hinostrosa, 2011). Muchas especies microendémicas han sido poco estudiadas y se conoce relativamente poco sobre la rareza y la especialización de hábitat. Hacen falta más estudios que integren estos conceptos en el diseño de reservas (Brailovsky Signoret y Hernández, 2021).

Figura 2. Presa Zimapán. Crédito: D. Brailovsky Signoret.

Las áreas de endemismo constituyen la unidad básica de clasificación en la biogeografía (Espinosa-Organista et al., 2002; Posadas y Miranda-Esquivel, 1999). Un área de endemismo se define a partir de la superposición de las áreas de distribución de dos o más taxa distintos (Morrone, 2001). Varias áreas de endemismo se traslapan, pero en la mayoría de las especies microendémicas esto no sucede, y no por ello se les resta relevancia en los esfuerzos de conservación. Por mencionar un ejemplo interesante, en el caso del Desierto Chihuahuense, 829 localidades se encuentran en anp y éstas están contenidas en un 7% de la superficie de este desierto. Esto significa que 93% del desierto no está protegido de ninguna forma; no está considerado en el marco de protección de la conanp, a pesar de que está repleto de especies endémicas y microendémicas.

No obstante, diversas especies de las familias ya citadas sí están presentes en algunas anp, entre las cuales cabe destacar la Reserva de la Biosfera de Mapimí6 (ver figura 3), el Refugio de Vida Silvestre de Cuatro Ciénegas, parte de la Reserva de la Biosfera Sierra Gorda y la Reserva de la Biosfera Barranca de Metztitlán (conanp, 2022), así como la reserva estatal de Guadalcázar, las apff del Cañón de Santa Elena y Maderas del Carmen (Hernández y Gómez-Hinostrosa, 2011). Por su parte, en los Estados Unidos de América existen los monumentos naturales de Chiricahua y White Sands, los parques nacionales de Guadalupe Mountains y Big Bend, así como el parque estatal de Big Bend Ranch, el campo experimental de La Jornada y el área de manejo de vida silvestre de Black Gap (Hernández, 2006). Recientemente se estableció una reserva en Huiricuta, en Real de Catorce, pero ésta se enfoca sobre todo al carácter cultural de la zona.

Figura 3. Bordo y cerro San Ignacio, Bolsón de Mapimí, Durango. Los bordos pueden ser tanto caminos elevados de terracería como los más típicos embalses de agua estacional, los encontramos en gran cantidad en los desiertos mexicanos, pues son la base para mantener hatos de ganado en sitios secos. Cuando ocurren fuertes sequías es posible que se pierda el ganado en regiones amplias, como sucedió en el Bolsón de Mapimí hace un par de décadas.
Crédito: D. Brailovsky Signoret.

Microrreservas de flora

Las microrreservas de flora (mrf) son pequeñas extensiones de tierra de hasta entre 20 hectáreas y menos de 10 km2 (para el caso de México podrían ser algo mayores), que presentan valores pico de riqueza, endemismo o rareza, y que son asignadas al monitoreo y conservación a largo plazo de las especies, el sustrato y los tipos de vegetación (Fos Martín y Laguna, 2021). Fueron implementadas en un principio como una red en la provincia de Valencia, en España, para complementar a las anp tradicionales que no alcanzan a incluir a las especies microendémicas (Laguna et al., 2004 y 2021). En España fueron creadas por medio de decretos oficiales, que les confieren un estatus permanente y proveen protección para las plantas y los sustratos a la vez que permiten el desarrollo de actividades tradicionales compatibles con la conservación.

Las mrf se han ubicado especialmente en terrenos públicos, aunque también pueden establecerse en propiedades privadas mediante acuerdos o contratos permanentes e irrevocables con los propietarios, en los que se busca proporcionar incentivos para la conservación (Laguna et al., 2004; Laguna, 2008; Kadis et al., 2013). Las mrf no se tratan como las anp convencionales, sino como parcelas en las cuales la protección del sustrato es un medio para lograr la conservación de las plantas. No requieren de la aprobación de laboriosos planes de manejo, aunque dentro de ellas se desarrollan programas activos de manejo y monitoreo, que incluyen la colecta y almacenamiento de semillas, refuerzos y reintroducciones de las poblaciones, exclusión de los herbívoros, manejo de la vegetación y monitoreo de las poblaciones. Además, sirven para probar y desarrollar métodos de conservación activos que llevan a la implementación de acciones in situ o ex situ (Laguna et al., 2004; Kadis et al. 2013; Fos y Laguna, 2021).

Las mrf se han probado con éxito en varios países, especialmente en Rusia, islas del Mediterráneo y los países del centro y este de Europa. Se propone enfatizar la atención de los investigadores y autoridades mexicanas para que este prometedor acercamiento pueda ser contemplado y aplicado a la realidad mexicana, pues prácticamente no se ha empleado hasta la fecha.

El primer paso para designar una mrf es la revisión de las distribuciones de especies microendémicas y la búsqueda de áreas críticas. Se pueden utilizar métodos como el pae7 (Posadas y Miranda-Esquivel, 1999), mismo que permite determinar endemismos en función de la parsimonia8 entre las áreas que cubren los taxones9. Existen numerosas herramientas de información geográfica que pueden resultar útiles, algunas de las cuales abarcan mapeos de los tipos de vegetación, el uso de la tierra, la propiedad y las áreas naturales (Laguna et al., 2004).

La Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza o International Union for the Conservation of Nature (iucn, 2022) está realizando un gran esfuerzo para valorar el estado de conservación de las especies de flora y fauna en riesgo, a través de la lista roja de especies amenazadas, por lo que también puede aportar importantes datos sobre las especies microendémicas. De igual manera, se puede revisar que las áreas delimitadas tengan más en común en cuanto a los tipos de hábitat y características ecológicas de lo que tienen con áreas contiguas, como lo sugiere la Alianza para Cero Extinciones (Alliance for Zero Extinction, 2010). En caso de que exista traslape en las áreas de ocupancia de las especies microendémicas se puede emplear el método de complementariedad para la asignación de prioridades de conservación.

Una vez analizada la información es necesario delimitar la mrf en conjunto con información poblacional y económica, la participación de las autoridades locales, municipales, estatales y federales, así como la intervención de individuos y empresas relevantes. Si se pone énfasis en la participación de las comunidades y poblaciones adyacentes al fomentar acciones para promover el cuidado de la vida (ver Brailovsky, 2021), se optimizarán las posibilidades de éxito. En una mrf se pueden establecer elementos museográficos y la posibilidad de recibir visitas tanto del sector turístico de manera controlada, como de investigadores y especialistas.

Conclusiones

Las mrf pueden contribuir de manera importante a la conservación de la flora e incluso de la fauna relacionada a diversas zonas áridas y semiáridas del país, especialmente en las extensas regiones del norte de México, como sucede en los casos del Desierto Chihuahuense y el sonorense. Las anp de grandes extensiones con frecuencia no logran cubrir la distribución disyunta y/o reducida de algunas especies endémicas. Por ello, el manejo a través de programas locales, propiedades privadas y actividades municipales puede facilitar la protección de tan relevante forma de diversidad biológica. Las mrf han sido probadas con éxito en diversos países europeos y son prometedoras para la realidad mexicana. El conocimiento en torno a las reservas y zonas prioritarias no solamente se debe integrar y compartir, sino que los programas deben involucrar a la gente de las regiones en el manejo de sus recursos. Las prohibiciones han mostrado reiteradamente su escaso valor para la conservación y se necesita más conocimiento biogeográfico para mejorar y ampliar la visión para la conservación natural.

Referencias

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Bibliografía de interés

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Recepción: 08/12/2021. Aprobación: 06/03/2022.

Vol. 23, núm. 2 marzo-abril 2022

Redes de interacciones para el estudio de la biodiversidad

Ek del Val de Gortari Cita

Resumen

La biodiversidad puede medirse de muchas formas, en este artículo se aborda la idea novedosa de utilizar las redes de interacción entre especies como un método para evaluarla. Las redes de interacción son una herramienta analítica que describe cómo se relacionan las especies en un ecosistema. Las redes de interacción nos permiten ir más allá de conocer a los participantes —las especies— de una puesta en escena —el ecosistema—. A través de ellas podemos saber el rol que está jugando cada participante y cómo se relacionan entre sí para que la puesta en escena pueda desarrollarse bien. Nos dan una fotografía de cómo se asocian las comunidades de especies en un lugar y tiempo determinado, y permiten evaluar el funcionamiento de un ecosistema. Con su estudio podemos identificar cuáles son las especies más importantes de un ecosistema, y esta información puede usarse para llevar a cabo acciones de restauración ambiental enfocándose en las especies centrales.
Palabras clave: interacciones bióticas, mutualismo, antagonismo, funcionamiento del ecosistema.

Interaction networks to study biodiversity

Abstract

Biodiversity can be measured in many ways; this article addresses the novel idea of using interaction networks between species as an assessment method. Interaction networks are an analytical tool that describes how species in an ecosystem are related. Interaction networks allow us to go beyond knowing the participants —the species— of a staging —the ecosystem—. Through them we can know the role that each participant is playing and how they relate to each other, so that the staging can develop well. They give us a picture of how communities of species are associated in a given place and time, and allow us to evaluate the functioning of an ecosystem. With their study we can identify which are the most important species in an ecosystem, and this information can be used to carry out environmental restoration actions focusing on the central species.
Keywords: biotic interactions, mutualism, antagonism, ecosystem functioning.

La biodiversidad y las redes

Los seres humanos hemos estado interesados en la vida que nos rodea desde el inicio de los tiempos. Las investigaciones para conocer y entender la biodiversidad datan de los griegos, con Aristóteles, e históricamente se han enfocado en contabilizar el número de especies que existen en un lugar. Esta aproximación nos ha permitido entender quiénes son las especies habitantes de un sitio en particular, si son muchas o pocas, cuáles son los lugares más biodiversos de la Tierra y qué tan diferentes son entre sí dos ecosistemas.

Hoy se sabe que la mayor diversidad de especies se alberga en los ecosistemas cercanos a los trópicos, pero también que existen algunos grupos que tienen otros patrones de diversidad, como las abejas que presentan un mayor número de especies en las zonas mediterráneas. Sin embargo, todavía existen lugares poco explorados en los que no se conoce en su totalidad la diversidad local, éstos pudieran ser una excepción a la regla, aunque parece que los patrones generales de distribución a nivel planetario sí los conocemos.

No obstante, el conocer la diversidad no es equivalente a entender el funcionamiento del ecosistema, es decir, qué hace cada especie y como se asocian entre sí para mantener el ecosistema funcionando. Entender el funcionamiento de los ecosistemas se ha vuelto una pregunta relevante dado el panorama actual de su modificación y destrucción a nivel global. Muchos nos preguntamos cómo podemos restaurar o reestablecer los ecosistemas que han sido transformados: ¿necesitamos reintroducir todas las especies que han desaparecido para que el ecosistema siga funcionando?, ¿en qué medida los bosques y selvas fragmentados y perturbados son capaces de mantener un buen funcionamiento ecosistémico?

Para contestar dichas preguntas, se puede estudiar cómo las especies que conviven en un lugar se asocian o interactúan entre sí. Esta aproximación utiliza las llamadas redes de interacción entre especies, una metodología que ha ganado popularidad en los últimos 30 años. Las redes de interacción tratan de entender cómo se conforman las comunidades de especies para poder coexistir en el tiempo y el espacio. Pese a que su aplicación en la ecología es reciente, sus fundamentos surgieron mucho antes en el ámbito de las matemáticas y de las ciencias sociales, con la teoría de sistemas.1 Dado que para el análisis de redes se requiere una capacidad de cálculo importante, no fue hasta que las computadoras personales se volvieron comunes que las redes de interacción comenzaron a ser una aproximación analítica utilizada en diferentes campos de conocimiento (Ings y Hawes 2019).

Construyendo redes de interacción

¿Pero cómo se construye una red de interacción? Bueno, vamos por partes. En primer lugar, hay que identificar qué tipo de interacción es la que estamos interesados en investigar. Las interacciones entre especies son múltiples y van desde antagonistas, como la depredación o la competencia; pasando por el comensalismo, que implica que algunas especies son beneficiadas por la presencia de las otras; hasta llegar al mutualismo, donde ambos grupos de especies interactuantes se benefician entre sí. Con este contexto en mente, podemos estudiar, por ejemplo, una red de interacciones mutualistas entre plantas y hongos micorrízicos (hongos que viven asociados con las raíces de las plantas), una red de interacciones entre carnívoros y sus presas, o una red comensalista entre plantas nodrizas (que protegen a otras) y plantas que son facilitadas por la presencia de éstas. ¿A ti qué otra se te ocurre?

El segundo paso es hacer un muestreo sistemático para establecer qué especie se relaciona con cuál otra y qué tan frecuente es esta asociación. Es importante realizar el muestreo varias veces, para poder captar el mayor número de interacciones posibles, considerando que éstas pueden cambiar a lo largo de las estaciones o con la variación interanual climática. En este punto siempre nos enfrentamos a un problema: establecer cuándo hemos identificado todas las interacciones posibles de una red. Por suerte, existen técnicas que nos permiten determinar el momento en el que tenemos un muestreo suficiente, para ello, se emplean curvas de acumulación de interacciones, que cuantifican cuántas interacciones nuevas encontramos cada vez que muestreamos, e identifican el punto en el que ya no encontramos nuevas, es decir, cuando tenemos la mayor parte de las interacciones de una comunidad.

Al fin, cuando contamos con la información suficiente, podemos pasar al siguiente paso, donde se construye la matriz de interacciones (ver figura 1A). Aquí cada especie se representa como un nodo y la interacción o vínculo se puede graficar con una línea, para observar fácilmente cuál es el patrón de la red de interacciones que encontramos en un sitio en particular (ver figura 1B). Además de la visualización, se pueden calcular diferentes parámetros de la red de interés, por ejemplo, su estabilidad, especialización o susceptibilidad a la extinción, así como reconocer las especies que son centrales o secundarias a la red.



Figura 1. A) Matriz de interacciones entre plantas y hongos. El cuadrado azul representa que se observó una interacción. B) Red de interacción entre plantas y hongos, cada cuadrado representa una especie, en verde las plantas y en morado los hongos.

Pasemos ahora a un ejemplo: podemos pensar en una red de interacciones de polinización entre plantas con flores e insectos nectarívoros (que se alimentan de néctar) o polinívoros (que comen polen). Desde las primeras observaciones naturalistas, se sabe que no todos los animales visitan todas las plantas con flores presentes en un lugar, ni todas las plantas son visitadas por los mismos animales, o sea, existe cierta especialización. Además, hay algunas plantas que se asocian con muchos animales, mientras que otras con pocas. Si seguimos los pasos que comentamos anteriormente, primero vemos que este tipo de redes son consideradas como mutualistas, puesto que ambos grupos de participantes se benefician de la asociación: en este caso las plantas se logran reproducir gracias al transporte de polen de los animales que visitan, mientras que los visitantes se alimentan ya sea del néctar o polen de las flores. Ahora podríamos ir a muestrear a las abejas, abejorros y flores, cosa que los ecólogos han hecho miles y miles de veces. En este caso, la mayoría de las redes de interacción de polinización que se han estudiado tienen una estructura anidada, donde hay insectos generalistas que visitan muchas especies de planta (como algunas mariposas) o insectos especialistas que solamente visitan una o dos especies, y hay plantas que son visitadas por muchas, y otras por pocas especies de insectos (ver figura 2A).

Figura 2. Ejemplos de redes de interacción. A) Red anidada donde se muestran las interacciones entre polinizadores (mariposas) y plantas con flores. B) Red modular donde se muestran las interacciones entre herbívoros (orugas) y plantas. Los íconos pertenecen a thenounproject.com bajo la autoría de oruga (Kaitlin Chassagne), planta (Ecem AfacanTR) y mariposa (Oliver Kittler SK) y la planta con flores a Flaticon.com.

Te voy a contar otros ejemplos. Un caso interesante son las redes de interacciones antagonistas, como una de herbívoros que se alimentan de plantas. Se ha visto que éstas tienen una estructura modular: pocas especies de herbívoros se alimentan de pocas especies de plantas, y existen algunos herbívoros generalistas. Esto se debe a que, dado que las plantas son afectadas negativamente por la interacción, a través del tiempo se han seleccionado diferentes métodos de defensa, que impiden que un gran número de herbívoros pueda alimentarse de ellas, por lo que existe una mayor especialización de comedores y sólo algunos linajes de herbívoros pueden alimentarse de ciertas plantas (ver figura 2B).

Aplicaciones

Tal vez el punto más importante del estudio de la biodiversidad a través de las redes de interacción es que nos permite identificar a las especies clave para el funcionamiento del ecosistema. Por ejemplo, aquellas que tienen un mayor número de interacciones pueden ser consideradas como especies núcleo o centrales. Esta información resulta muy útil cuando queremos restaurar un ecosistema que ha sido degradado, ya que las especies centrales pueden ser reintroducidas a los sitios deteriorados y, con ello, se puede propiciar el que lleguen las especies asociadas.

Así, como estábamos interesadas en el punto anterior con mi grupo de trabajo, pusimos a prueba esta metodología en el bosque tropical caducifolio de la costa de Jalisco. Por varios años estudiamos las redes de interacción entre plantas y orugas, de tal manera que detectamos qué especies de planta se asociaban con un mayor número especies de orugas. Estas especies de planta se seleccionaron para ser sembradas en una restauración de parcelas que habían sido deforestadas para la producción ganadera y posteriormente abandonadas. Después de dos años de siembra, evaluamos qué orugas estaban colonizando las plantas sembradas. Tuvimos una grata sorpresa porque, efectivamente, las plantas que habíamos identificado como especies clave, por la diversidad de orugas que albergaban, fueron las que en el sitio restaurado también tuvieron una mayor diversidad asociada. En otras palabras, logramos replicar la red de interacción y así fomentar la restauración del sitio.

Además, el conocer las redes de interacción de un ecosistema permite evaluar cómo es afectada la biodiversidad con los disturbios naturales o con las perturbaciones antropogénicas. Al comparar las redes de interacción de un sitio perturbado con el ecosistema de referencia, se puede evaluar en qué medida la perturbación afectó las asociaciones entre las especies y si los atributos de la red de interacción se modificaron. Esto nos permitiría ayudar a la pronta recuperación del sitio, al fomentar la proliferación de las especies que sabemos son claves en el ecosistema.

Nuevas avenidas de investigación

Una de las innovaciones más emocionantes en el campo es la identificación de especies por técnicas moleculares, al utilizar métodos como el código de barras (ver figura 3). Con él, las redes de interacción serán más sencillas de estudiar, sin necesidad de realizar muchas observaciones en campo y por mucho tiempo. Por ejemplo, se puede saber qué hongos están asociados con las raíces de las plantas al secuenciar una muestra de suelo asociada a las raíces, o cuál es el alimento de los escarabajos bupréstidos (escarabajos que se alimentan del interior de los árboles en su etapa larvaria) al secuenciar su contenido estomacal. De esta manera, si se realiza una buena colecta de raíces o de escarabajos en un lugar determinado podríamos conocer la red de interacciones que establecen con los hongos y las plantas, sin necesariamente observar la interacción. Incluso, hay quien sugiere que podemos evaluar todo un ecosistema muestreando el adn que se encuentra flotando en el aire.

Figura 3. Código de barras de la vida.

Otro camino en la investigación moderna es el estudio de redes de redes. Es decir, no solamente redes bipartitas de quien se asocia con quién, sino redes mas grandes que evalúan cómo esas especies se asocian con otro nivel trófico, por ejemplo, plantas con herbívoros y con depredadores. (ver figura 4). Esta aproximación permite una visión más detallada del funcionamiento de un lugar, pero evidentemente también es mucho más difícil de desarrollar. Se necesitan realizar un trabajo multidisciplinario para que los expertos en diferentes grupos puedan aportar las identificaciones de las especies interactuantes, así como muchos años de estudio para poder recabar toda la información.



Figura 4. Red de interacciones múltiples. Imagen elaborada por Manuel Lobato.

Como puedes ver estas nuevas aproximaciones al estudio de la diversidad nos permiten ir más allá de conocer a los participantes (las especies) de una puesta en escena (el ecosistema). A través de las redes podemos saber el rol que está jugando cada participante y cómo se relacionan entre sí para que la puesta en escena pueda desarrollarse bien. Espero que con esta probadita te animes a conocer más sobre el tema o incluso que utilices a las redes de interacción como parte de tu investigación.

Referencias

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Recepción: 14/12/2021. Aprobación: 01/03/2022.

Vol. 23, núm. 2 marzo-abril 2022

Los superpoderes de las plantas: los metabolitos secundarios en su adaptación y defensa

Hermes Lustre Sánchez Cita

Resumen

Los metabolitos primarios de las plantas están implicados en su crecimiento, desarrollo y reproducción, mientras que los metabolitos secundarios juegan un papel muy importante en su adaptación ante el estrés ambiental y en la defensa frente a potenciales depredadores y patógenos (organismos que causan enfermedades). Las plantas producen y liberan estos metabolitos cuando se encuentran en condiciones de estrés, ocasionadas por otros organismos vivos, factores no vivos o por desastres naturales. Esto ha llamado la atención de investigadores de distintas áreas de ciencia y tecnología, y se han descubierto los enormes beneficios de los metabolitos secundarios en los sectores de la industria farmacéutica, cosmética, agrícola y nutracéutica (alimentos), principalmente.
Palabras clave: compuestos químicos, crecimiento vegetal, estrés ambiental, funciones ecológicas, metabolismo secundario.

Plants’ superpowers: secondary metabolites in their adaptation and defense

Abstract

Primary metabolites of plants are involved in their growth, development and reproduction, while secondary metabolites play a very important role in their adaptation to environmental stress and in defense against potential predators and pathogens (organisms that cause disease). Plants produce and release these metabolites when they are under stress conditions, caused by other living organisms, non-living factors, or natural disasters. This has drawn the attention of researchers from different areas of science and technology, therefore the enormous benefits of secondary metabolites have been discovered in the pharmaceutical, cosmetic, agricultural and nutraceutical (food) industry sectors, mainly.
Keywords: chemical compounds, plant growth, environmental stress, ecological functions, secondary metabolism.

No tienen manos, pero sí superpoderes

¿Alguna vez has escuchado o dicho la frase “me van a salir raíces de tanto esperar”? Esto hace alusión a las plantas, las cuales no son capaces de desplazarse; sin embargo, tampoco pueden esperar a que venga alguien y las alimente, o las proteja. Si tú tienes hambre, vas a la cocina. Si te enfermas, vas a la clínica o al hospital. Si tienes frío, te pones un suéter. Si te da calor, te pones ropa fresca, pero… ¿Has pensado como le hacen las plantas para alimentarse y defenderse?

Mientras los seres humanos necesitamos de algunas plantas y animales para alimentarnos, las plantas son capaces de producir su propio alimento, al convertir el dióxido de carbono, el agua y los minerales del suelo en azúcares, a través de un proceso llamado fotosíntesis. ¿No es esto maravilloso? Además, para defenderse de los daños de otros organismos y de las condiciones ambientales adversas, las plantas cuentan con mecanismos para su protección, que funcionan como “superpoderes vegetales”.

Un ejemplo de estos superpoderes es el de la col silvestre (Brassica oleracea), que al sentirse amenazada por el ataque de larvas de la polilla de las coles (Plutella xylostella) produce compuestos volátiles que atraen a insectos parasitoides que se alimentan de dichas larvas (Zavala, 2010). No obstante, no todas las plantas utilizan de igual forma sus superpoderes. En este sentido, el romero (Rosmarinus officinalis) acumula sustancias para protegerse del daño por la excesiva radiación uv que afecta su desarrollo (Molina, 2018; Sharma et al. 2011). Vale la pena resaltar que estos superpoderes de las plantas han sido descubiertos gracias a las técnicas bioquímicas y el auge de la biología molecular.

¡Las plantas sí se defienden!

Las plantas, al igual que los animales, incluyéndonos, poseen infinidad de células. En cada una de ellas se llevan a cabo una serie de reacciones químicas para sintetizar sustancias complejas a partir de otras más simples, o para degradar las complejas y obtener las simples (Ávalos y Pérez-Urria, 2009). A este conjunto de reacciones se le denomina metabolismo.

Una característica importante de las plantas es que realizan dos tipos de metabolismo: el primario y el secundario. El primero se lleva a cabo en las células de todos los seres vivos y las sustancias producidas se llaman metabolitos primarios. Estos últimos están directamente implicados en el crecimiento, desarrollo y reproducción. Como ejemplo de estos compuestos están los azúcares, proteínas, aminoácidos y ácidos nucleicos (Adeyemi, 2011). Sin embargo, las plantas, también cuentan con un metabolismo secundario, que les permite producir y acumular compuestos de naturaleza química diversa (Ávalos y Pérez-Urria, 2009), que si bien, no son imprescindibles para la vida como los primarios, sí juegan un papel muy importante en la adaptación al estrés ambiental y en la defensa frente a potenciales predadores y patógenos (Valares Masa, 2011). A los compuestos que resultan de este proceso se denominan metabolitos secundarios y son los que les proporcionan superpoderes a las plantas.

Lo curioso es que estos metabolitos secundarios no están presentes en cualquier planta. Algunos sólo se encuentran en una especie, en un género o en una familia de plantas, por lo que han sido considerados al momento de identificar taxonómicamente a las especies vegetales. Además, los metabolitos secundarios se caracterizan por su baja abundancia (Bourgaud et al., 2001). Podemos decir, entonces, que algunas especies tienen más superpoderes que otras. Asimismo, aplica la frase: “lo que no te mata te hace más fuerte”, debido a que las plantas que se encuentran bajo estrés, es decir, en condiciones externas que afectan negativamente su crecimiento, desarrollo o productividad (Gull et al., 2019), producen una gama específica de metabolitos secundarios que inciden directamente en su capacidad de supervivencia.

Las plantas han evolucionado y se han seleccionado estrategias que les permiten protegerse para perpetuar su especie. Cuando las plantas se encuentran amenazadas, ya sea por el daño causado por otros organismos vivos (bacterias, virus, insectos y malezas), por factores no vivos (radiación ultravioleta, temperaturas extremas) o por desastres naturales (inundaciones, tornados), éstas hacen uso de sus superpoderes para evitar que sus procesos de crecimiento, desarrollo y reproducción se alteren (Rioja Soto, 2020; Gull et al., 2019; Taiz y Zeiger, 2010; Sepúlveda et al., 2003; Singer et al., 2003). Las plantas sólo pueden usar sus superpoderes con la ayuda de los metabolitos secundarios para responder a las amenazas mencionadas anteriormente, ante las cuales, a menudo salen victoriosas. Entonces, ¡las plantas sí se defienden! No tienen manos, pero sí superpoderes.

Ataque al enemigo

Pero… ¿Cómo se dan cuenta las plantas de que se encuentran ante alguna amenaza? Es interesante la manera en que pueden distinguir entre las heridas generales (como las causadas por una enfermedad) y las puntuales (como las producidas por la alimentación de insectos) (Adeyemi, 2011). Para defenderse del daño provocado por cualquiera de estos organismos, las plantas cuentan con un sistema de vigilancia, que les permite reconocer la amenaza: identifican las señales y generan una respuesta (Lamb et al., 1989).

Por ejemplo, las plantas reconocen a los compuestos químicos presentes en la saliva de insectos y ácaros, y responden incrementando los niveles de metabolitos secundarios y con la posterior emisión de Compuestos Volátiles Orgánicos Inducidos por Herbívoros (cvoih), que son una mezcla de terpenos (compuestos que dan aroma y sabor a las plantas) y de compuestos aromáticos, que pueden repeler a los insectos dañinos o incluso atraer a sus enemigos naturales, como depredadores y parasitoides que eliminan la plaga que aqueja a la planta (Rioja Soto, 2020; Adeyemi, 2011).

Algunas plantas, para estar más protegidas, cuentan también con “armadura”, que consiste en estructuras especiales que dificultan el ataque de sus depredadores. Como ejemplos podemos encontrar las espinas, espigas, o tricomas (también llamados pelos vegetales que permiten a las plantas tolerar condiciones de alta radicación o sequía) (Sepúlveda et al., 2003).

Pero, aquí no acaba la historia. Los metabolitos secundarios no sólo sirven a las plantas para su adaptación y defensa. Además, cumplen otras funciones: como agentes alelopáticos, es decir, que provocan un efecto perjudicial o benéfico sobre la germinación, el crecimiento o el desarrollo de otras plantas en los alrededores (Blanco, 2006), o funcionan como atrayentes de polinizadores o dispersores de semillas y protegen a la planta de las radiaciones uv (Valares Masa, 2011).

El equipo de defensa

Hasta ahora se han descubierto más de 50,000 metabolitos secundarios en las plantas (Teoh, 2016). La enorme diversidad vegetal existente es proporcional a la gran variedad de metabolitos secundarios descubiertos.

Existen distintas clasificaciones de los metabolitos secundarios según su diversidad en estructura, función y biosíntesis (proceso en el que compuestos simples se convierten en otros más complejos). Adeyemi (2011) y Hopkins (2003) los clasifican en tres grandes clases químicas: terpenoides (compuestos aromáticos y volátiles que dan aroma y sabor a las plantas), fenólicos (compuestos que tienen función de protección frente a otros organismos, así como de generador de colores atractivos para la polinización de las plantas y dispersión de semillas), y alcaloides (compuestos naturales para alejar a los organismos herbívoros) (ver figura 1).



Figura 1. Funciones ecológicas de los principales metabolitos secundarios. Elaboración propia con datos de Chomel et al., 2016.

Un gran potencial

Actualmente, los metabolitos secundarios se emplean en la elaboración de productos farmacéuticos (antibióticos, agentes antitumorales, antimicrobianos), para cosméticos (fragancias, tintes), para mejorar la productividad agrícola (plaguicidas, insecticidas), como promotores del crecimiento de plantas y animales, en la fórmula de productos químicos finos y, más recientemente, para ampliar la pirámide de nutrición saludable, al formar parte de pigmentos y nutracéuticos (Thirumurugan et al., 2018; Bourgaud et al., 2001). Así, los metabolitos secundarios, no sólo dan superpoderes a las plantas, sino que también tienen un gran potencial en diversas áreas de investigación y aplicación para la solución de problemas socioambientales, por lo que representan productos de gran valor económico (Thirumurugan et al., 2018), de manera que se requiere de mayor investigación científica sobre ellos.

A pesar de los avances en la investigación sobre el potencial de los metabolitos secundarios de las plantas, aún existen campos poco explorados, como la evaluación de la actividad pesticida de plantas con uso tradicional como insecticida y medicinal, y como desarrolladores de enzimas degradantes de contaminantes orgánicos (biorremediación) (Singer et al., 2003). Otro tema poco estudiado es el análisis de los compuestos de las plantas que crecen en ambientes desérticos, debido a que éstas presentan defensas adicionales para atenuar los efectos de altas temperaturas, rayos ultravioletas, sequía y salinidad (Rioja Soto, 2020).

Un problema que se puede presentar en un futuro no muy lejano es el aumento del estrés en las plantas, causado por el cambio climático. Considerando que las especies vegetales cumplen una función muy importante no sólo para mantener en equilibrio de los ecosistemas terrestres y marinos, sino que aportan múltiples beneficios a los seres humanos, es necesario también investigar cómo los metabolitos secundarios inciden en el ajuste de la función y la estructura de las plantas bajo estrés, en su interacción ecológica con otras especies (como la polinización, dispersión y germinación de semillas), y en su supervivencia.

Gracias a sus superpoderes, las plantas han prosperado en nuestro planeta. A la par, nuestras sociedades han aprovechado sus metabolitos secundarios, así como sus múltiples bienes y servicios ecosistémicos, como alimentos, agua, madera y fibras, regulación del clima y valores recreativos, todos los cuales contribuyen a nuestro bienestar espiritual, a la formación del suelo, la fotosíntesis y el ciclo de los nutrientes. Sin embargo, nuestra intervención en el medio ambiente ha provocado un fuerte desequilibrio ecológico y una enorme crisis ambiental. Está en nuestras manos promover la conservación de la diversidad biológica, que facilitará la regeneración de los ecosistemas y, con ello, la restauración de sus interacciones ecológicas, indispensables para la vida en el planeta.

Referencias

  • Adeyemi, M. (2011). A review of secondary metabolites from plant materials for post harvest storage. International Journal of Pure Applied Sciences Technology, 6(2), 94–102.
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  • Blanco, Y. (2006). La utilización de la alelopatía y sus efectos en diferentes cultivos agrícolas. Cultivos Tropicales, 27(3),5-16.
  • Bourgaud, F., Gravot, A., Milesi, S., y Gontier, E. (2001). Production of plant secondary metabolites: A historical perspective. Plant Science, 161(5), 839-851. https://doi.org/10.1016/S0168-9452(01)00490-3.
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  • Hopkins, W. G. (2003). Physiologie Vegetale. De Boeck y Larcier.
  • Lamb, C. J., Lawton, M. A., Dron, M., y Dixon, R. A. (1989). Signals and transduction mechanism for activation of plant defenses against microbial attack. Cell, 56, 215-224.
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  • Molina, A. (2018). La influencia del estrés abiótico en la síntesis de metabolitos secundarios de plantas medicinales [Trabajo de fin de grado. Universidad de la Laguna].
  • Rioja Soto, T. C. (2020). Los metabolitos secundarios de las plantas y potencial uso en el manejo de plagas agrícolas en agroecosistemas desérticos. Idesia (Arica), 38(1), 3-5. https://doi.org/10.4067/S0718-34292020000100003.
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  • Zavala, J. A. (2010). Respuestas inmunológicas de las plantas frente al ataque de insectos. Revista Ciencia Hoy, 20(117), 53-59.


Recepción: 12/9/2018. Aprobación: 4/10/2018.

Vol. 23, núm. 2 marzo-abril 2022

Antropología ecológica: ¿mezcla de ciencias o déjà vu?

María Esther Nava-Bringas Cita

Resumen

El presente artículo narra las asombrosas similitudes que encontré entre una ciencia ambiental y una ciencia social. Como bióloga, estudiar antropología ecológica se convirtió en un déjà vu al descubrir que compartía los conceptos, intereses, percepciones e incluso esfuerzos de dicha disciplina, al estudiar aquellos fenómenos que nos permitirán construir un mundo mejor, mediante la educación para la sustentabilidad. Comprender que necesitamos unos de otros para la generación de nuevos saberes y compartir los existentes es el inicio de una visión real multidisciplinaria en la academia, lejos de vicios y egoísmos arraigados, que sólo han obstaculizado los esfuerzos hasta ahora realizados para alcanzar la aún utópica sustentabilidad de nuestro planeta.
Palabras clave: antropología, ecología, sustentabilidad, educación.

Ecological anthropology: science combination or déjà vu?

Abstract

This article recounts the striking similarities I found between an environmental science and a social science. As a biologist, studying Ecological Anthropology became a déjà vu as I discovered that both disciplines share concepts, interests, perceptions and even efforts, to study those phenomena that will allow us to build a better world through education for sustainability. Understanding that we need each other to build new knowledge and share the existing one is the beginning of a real multidisciplinary vision in the academy, far from ingrained vices and selfishness that have only hinder the efforts to achieve the still utopian sustainability in our planet.
Keywords: anthropology, ecology, sustainability, education.

Viviendo un déjà vu

¿Te ha pasado que experimentas un episodio y tienes la sensación de haberlo vivido antes? A mí me sucedió en una práctica de campo, en la que, desde que bajé del autobús escolar hasta que subí una pequeña colina, experimenté sensaciones que parecía haber vivido anteriormente en ese mismo orden. No obstante, donde me encontraba era un sitio que no había visitado nunca (ver figura 1).

Laguna Atexcac, Puebla

Figura 1. Laguna Atexcac, Guadalupe Victoria, Puebla. a. Mi primer déjà vu hace 20 años. b. Mismo lugar, 2020.

Cuando me inscribí al curso de Antropología Ecológica, estaba bastante nerviosa y un tanto renuente. Ahora sé que se debía, principalmente, a lo poco que sabía hasta hace unos meses sobre la antropología como una ciencia. Al existir un Museo de Antropología en mi ciudad y haberlo visitado innumerables veces desde mi niñez, según yo, era algo que no tenía relación alguna con mis gustos, aptitudes o habilidades. Me llevé una gran sorpresa cuando, con el avanzar de las clases, descubrí que ésta tenía más cosas en común con mi formación de lo que creía.

Como bióloga de profesión y maestra de la materia de Ecología en mi universidad, siempre he tenido muy claro cuál es el objetivo de las ciencias ambientales. Al entrar a un posgrado cuyas raíces son netamente sociales, me vi en la necesidad de escoger entre las materias optativas que me entregaron al iniciar el semestre. De inicio, y sin pensarlo, descarté Antropología ecológica y Sustentabilidad, sin embargo, debíamos acordar con nuestros asesores qué materia nos ayudaría más en nuestro proyecto, por lo que, casi por mero requisito, mandé un correo con la lista de las materias ofertadas, solicitando el aval de aquellas que consideraba serían las mejores opciones para mí. El correo de respuesta me cayó cual balde de agua fría: leí que debía entrar a la materia de Antropología, pues me ayudaría con mi “visión social”. No me quedó de otra y, entonces, me inscribí a dicho curso (ver video).



Introducción a la materia de Antropología ecológica (Divulgando el Patrimonio, 2022).


Para una bióloga inquieta como yo, el inicio fue un tanto lento, pero era necesario comprender la historia, así como las bases de la antropología para poder ligarla con la ecología. Fue cuando abordamos la definición de antropología ecológica me enganché. Al escuchar el objeto de estudio como ciencia, pedí la palabra y comenté que así, tal cual, estaba oyendo el concepto de ecología “pura”, casi para promover una pelea desde la tercera cuerda de un ring entre estas dos ciencias. Así continué un par de clases más, cerrada a la idea de que se trataba más de un plagio o un déjà vu de conceptos.

Con el paso de las clases empecé a visualizar que, si bien tenían evidentes similitudes conceptuales, los biólogos hacemos ecología con bichos y plantas, mientras que los antropólogos hacen lo mismo con humanos. ¡Entonces, no era un plagio, mucho menos un déjà vu! Comencé a visualizar a la antropología ecológica como una ciencia perfectamente mezclada, en donde se comparten los sabores de los ingredientes para generar un resultado maravilloso.

Lo maravilloso de esta ciencia es que se basa justamente en estudiar a los humanos: esos seres que se distinguen de los demás por tener la capacidad de razonar y que, además, ¡conforman el grupo al cual pertenezco! Resultó una sensación muy extraña el despertar de una bióloga a las ciencias sociales, pues, ¡nunca me había visualizado como un objeto de estudio! Podía, en consecuencia, exponerles a mis alumnos cómo nosotros, un grupo de seres racionales, hemos hecho tanto daño a nuestra única casa, nuestro planeta, al grado de experimentar daños en todos los sentidos de nuestra vida, ya que, no me había detenido a pensar que justo la antropología estudia nuestros comportamientos, acciones y consecuencias).

La clave está en los conceptos

Revisemos juntos las definiciones de ambas ciencias, estoy segura de que con ello comprenderán mi sentir. La antropología es definida de manera general como la ciencia que estudia, analiza y diagnostica la variabilidad cultural y biológica del hombre en el espacio y en el tiempo (Jiménez, 2016). Por otro lado, tenemos a la ecología, definida como la ciencia que estudia las relaciones de los organismos o grupos de organismos con su medio (Odum, 1972). En ambas ciencias el objeto de estudio son los seres vivos y su relación con el espacio/ambiente en el cual se desarrollan, es decir, ambas se preocupan por la vida como punto de partida.

Entre la década de los cincuenta y los setenta, de manera paralela al surgimiento de la preocupación mundial por la crisis ambiental, se desarrolló la antropología ecológica en respuesta a la ecología cultural,1 un subcampo de la antropología dirigido por el antropólogo Julian Steward. Al mismo tiempo, el antropólogo Roy Rappaport recuperó de la ecología el concepto de ecosistema para la antropología ecológica, considerándolo como “el total de las entidades vivientes y no vivientes íntimamente relacionadas en intercambios materiales dentro de una porción definida de la biósfera” (Rappaport, 1971:238).

La antropología ecológica surge, entonces, como una disciplina académica en torno a los debates para superar la dicotomía naturaleza + cultura en el estudio de las relaciones humanas y ambientales. Su objeto de estudio son las interacciones entre el sistema ambiental y el sociocultural en un territorio determinado (Jiménez, 2016). Los primeros estudios de la antropología ecológica exploraban la idea de que los humanos, como poblaciones ecológicas, debían ser la unidad de análisis de estudio. Así, la cultura se convirtió en el medio por el cual la población altera y se adapta al ambiente (Ingold, 2021). Por lo tanto, lo que los biólogos hacemos con las poblaciones de aves, cícadas, hormigas, orquídeas o serpientes, los antropólogos lo han visualizado con los humanos. Entonces, nosotros (los biólogos) únicamente hemos estudiado las consecuencias de nuestro existir.

Quienes estudiamos biología tenemos la necesidad de comprender qué hay y qué sucede en el ambiente, a veces a nivel micro (bacterias, hongos) o a nivel macro (cualquier bicho o planta). Algunos otros hemos incluso estudiado la conducta de los animales, cuyos resultados nos han ayudado a comprender cómo los humanos nos comportamos con nuestro ambiente, con otros seres vivos y entre nosotros mismos. Con ello, es inevitable que los biólogos tengamos “en la punta de la lengua” el cambio climático global, sus consecuencias y el cómo podemos revertirlas si adoptamos en nuestras acciones cotidianas el concepto de desarrollo sostenible.2

Figura 2. Escultura de estrella en el Museo de sitio de Xochicalco, Morelos.

Sin embargo, para variar, el nacimiento de la antropología ecológica tiene mucho en común con el concepto de desarrollo sostenible: los dos surgieron por la preocupación de las acciones de los humanos en su entorno y en ambos casos se busca comprender las relaciones entre los humanos (humanos–humanos), así como su entorno (humanos–otros seres vivos y humanos–entorno) en el tiempo y espacio, de modo que este medio perdure y se mantenga. Lo anterior fue otro golpe a mi ego ambientalista y ecologista: ¿por qué los antropólogos sí pudieron construir una disciplina que sumara a ambas ciencias y los ecólogos no? ¿No podía ser ecología antropológica en lugar de antropología ecológica?

Otro impacto se dio cuando entramos al tema de la cultura: la antropología ecológica hace evidente la necesidad de comprender e integrar la cultura en sus estudios, entendida como un conjunto de reglas, comportamientos y cosmovisiones, en la cual las personas dan forma a su acción social. En este sentido, al contrario de lo que ocurre con el concepto inicial de desarrollo sostenible —en el cual no se contempló integrar a la cultura como el elemento social más importarte—, el concepto actual de sustentabilidad incluye cuatro ejes principales: ambiental, social, económico y cultural.

Cabe mencionar que el concepto de cultura es flexible y depende de las particularidades de cada población. No podríamos terminar este artículo si tratáramos de definir su importancia, pero puedo introducirles que fue Marvin Harris quien, a finales del siglo xx, la definía como adaptativa, con la cual el ser humano es parte de la naturaleza que lo rodea y, por ello, debe seguir sus normas, lo cual le permite sobrevivir y, al mismo tiempo, desarrollarse dentro y con ella. Con Harris nació, a finales de los sesenta, una corriente denominada materialismo cultural, que centra su atención en la interacción entre la conducta y el entorno físico establecido a través del organismo humano y de su aparato cultural (Harris, 2001). Se trata de un pensamiento contemporáneo al creciente movimiento ambiental que daría origen a la concepción de desarrollo sostenible, en donde se buscaban las causas de las diferencias y similitudes del pensamiento humano, reelaborando las perspectivas teóricas de Marx, White y Steward. El materialismo cultural de Harris puede contribuir a la búsqueda de posibles soluciones para alcanzar el desarrollo sostenible.

Hoy comprendo que la antropología ecológica y el concepto de desarrollo sostenible nacieron en el mismo contexto, buscando analizar las acciones de los humanos, conceptualizándonos como los seres vivos que, siendo parte de un ambiente, hemos generado impactos negativos e irreversibles, los cuales podrían llevarnos a nuestro fin si no se toman acciones integrales reales. Es curioso que una de mis justificaciones sobre la importancia de la ecología en mis clases consistía en decirles a mis alumnos que debemos visualizarnos como parte de una cadena, en donde si falta un eslabón, ésta se rompe y es difícil componerla para que quede igual que al principio; allí estaba yo metiendo las ideas de antropología en mis clases de ecología sin darme cuenta.

Educación ambiental

Dentro de todo este despertar entre la ecología, la antropología y el desarrollo sostenible, es inevitable hablar de otro tema fuertemente relacionado con la antropología ecológica: la educación ambiental. De acuerdo con Macedo y Salgado (2007), la educación ambiental focaliza los problemas ambientales derivados de las actividades humanas, enfatiza la necesidad de conservar el ambiente y, en cierta manera, individualiza las acciones y comportamientos para el ambiente, al separar los problemas en temas específicos.

Resulta que la educación ambiental surgió en el mismo período que la antropología ecológica y el desarrollo sostenible, también como resultado de la preocupación mundial por el medio ambiente, y ha sido usada como un proceso mediante el cual todas las personas pueden adquirir conciencia de la importancia de preservar su entorno para realizar cambios en sus acciones y conductas. Así comenzaron diversos esfuerzos a nivel mundial por integrar el conocimiento ambiental en las escuelas, inicialmente en el nivel básico y con un eslogan que todos hemos escuchado alguna vez: “los niños son el futuro del mundo”. Por ello, la educación ambiental se focalizó en los infantes.

Sin embargo, como Jiménez (2016) menciona en su libro Antropología ecológica: “educar es aprender a criticar” (Jiménez, 2016: 23). Esta premisa nos permite considerar que es posible cambiar las cosas. Haciendo referencia a Lewis Mumford, Jiménez (2016) también nos dice que “las ideas son el motor real de las transformaciones de la humanidad” (Jiménez, 2016:35). Con el paso de los años la educación ambiental ha evolucionado y hoy se habla de educación ambiental para la sustentabilidad, que, a diferencia de la educación ambiental, contempla una educación en todos los niveles, a lo largo de toda la vida (o sea, que se sostenga por todos en todo momento), de manera participativa, incluyente, equitativa y segura, certificando el desarrollo humano y contribuyendo a cambios sociales o culturales (Dieleman y Juárez-Nájera, 2008; Maldonado Salazar, 2018).

Actualmente se observan los problemas ambientales de modo integral, no como resultado de las acciones humanas, sino como consecuencia del conflicto existente entre los objetivos y las necesidades de la humanidad. Esta educación integra a la diversidad cultural, social, económica y biológica, tratando de alcanzar una meta: calidad de vida. Además, “desarrolla sus acciones para el ambiente y busca la participación de todos los niveles” (Macedo y Salgado, 2007; Maldonado Salazar, 2018). Si bien, estos conceptos y procesos de cambio se han planteado desde hace más de treinta años, no nos hemos acercado al fin de construir un planeta sostenible. ¿Entonces, en qué hemos fallado?

Perspectivas integrales para la contemporaneidad y el futuro

Hoy en día seguimos enfrentando la contaminación, los desequilibrios insostenibles, el agotamiento de recursos y la violencia. Éstas se encuentran asociadas al individualismo, con el que solamente se desea obtener beneficios particulares a corto plazo, dejando de lado la responsabilidad colectiva con el presente y el futuro (Sarmiento Medina, 2013), así como lo busca la sustentabilidad.

Si pensamos en un planeta sustentable, veremos que sigue siendo una meta difícil de alcanzar. La antropología ecológica nos muestra que la sustentabilidad necesita ser flexible y adaptarse regionalmente, lo cual puede ser estudiado a través de la cultura de cada pueblo, de cada región. Es a través de la cultura que seguramente podremos descubrir cómo en los saberes tradicionales continúan presentes las ideas de respeto por el ambiente. Si retomamos esos saberes y los replicamos, seguramente podríamos observar poblaciones, comunidades y regiones sustentables en menor tiempo.

Figura 3. Zona arqueológica de Quiahuiztlán, Villa Rica, Veracruz.

La educación como herramienta de cambio debe, entonces, ser siempre visualizada de manera integral y transversal; el eje ambiental les compete a todos los seres vivos del planeta, pero los seres humanos somos quienes transformamos los ecosistemas para satisfacer nuestras necesidades. Por ello, debemos tomar acciones que nos ayuden a mitigar y también a compensar los efectos dañinos en nuestro entorno. La educación debe ser concebida bajo una perspectiva por la dignificación humana, partiendo de las necesidades o intereses del propio proceso de desarrollo humano (Martínez Gómez, 2017).

Debemos entonces desaprender, dejar ir ciertos conocimientos, supuestos, destrezas, modos de pensar, y permitir que afloren y se desarrollen nuevos marcos mentales o destrezas que nos permitan retomar el rumbo hacia la sustentabilidad. Resulta importante desaprender en este mundo que hemos cargado de egoísmo, en donde cada uno de nosotros, en algún momento, nos hemos sentido mejores o superiores a algo o a alguien, donde seguimos creyendo que al estudiar en cierta área o profesión no necesitaremos de nadie y de nada más.

El pedagogo y filósofo brasileño Paulo Freire visualizó la educación como la herramienta que enseña a las personas a pensar, pues somos quienes cambiamos el mundo. Freire decía que nadie podía educar a otra persona si primero no se educaba a sí misma y que, además, la educación se lleva a cabo entre las personas, siempre con la mediación del entorno en el cual se desarrollan (Freire, 1971). Por eso debemos comprender que nadie puede ser todólogo, siempre necesitaremos de los conocimientos, capacidades, habilidades y destrezas de los demás; hay que aprender a trabajar en equipos multidisciplinares para sobrevivir y salir adelante.

La educación es —y debe ser— un tema transversal que integre el manejo de valores con una visión holística y que proporcione así elementos sólidos para cubrir los cuatro pilares de la educación: aprender a ser, aprender a conocer, aprender a hacer dentro del ámbito personal, y, aprender a vivir juntos en el ámbito social (Martínez Gómez, 2017).

Desde la escuela se puede contribuir a la generación de la cultura y, por lo tanto, a la demanda de cambio hacia la sustentabilidad. La tarea de las escuela consiste en formar personas con conciencia de los límites del planeta conocidos y que sepan que existe otra manera de relación con el sistema natural: la relación sustentable (Luffiego García, M., y Rabadán Vegara, 2000). Debemos formar personas que posean conocimientos acerca de los sistemas complejos del ambiente que nos rodea, pero buscando un cambio actitudinal y de estilo de vida.

Conclusión

La antropología ecológica me ha permitido comprender que, si visualizamos todos los aspectos particulares de una región, es posible alcanzar la sustentabilidad en ella, pues su análisis permite encontrar de manera estructurada e integral los componentes sociales, ambientales, económicos y culturales de una población en particular y de ellos se pueden encontrar los saberes que necesitan ser reaprendidos y reconocidos por sus integrantes, desechando, por otro lado, aquellos conocimientos que con la globalización se han arraigado y no toman en cuenta el respeto por el ambiente.

Sólo si consideramos cambiar nuestros comportamientos hacia una concepción integral y holística, seremos capaces de alcanzar la aún útopica sustentabilidad en nuestro planeta. De este modo, construiremos sociedades capaces de trabajar en conjunto, al aprovechar los conocimientos, capacidades y destrezas de cada uno de nosotros, y dejar a un lado el egoísmo personal y profesional que nos mantiene ciegos ante nuestra catastrófica realidad.

Referencias

  • Dieleman, H., y Juárez-Nájera, M. (2008). ¿Cómo se puede diseñar educación para la sustentabilidad? Revista Internacional de Contaminación Ambiental, 24(3), 131-147. https://cutt.ly/FAe73Mb.
  • Freire, P. (1971). La educación como práctica de la libertad. Siglo XXI.
  • Divulgando el Patrimonio. (2022, 25 de enero). Antropología ecológica. Introducción . YouTube. https://youtu.be/xLSaX23fmY8.
  • Harris, M. (2001). Cultural materialism: The struggle for a science of culture. AltaMira Press.
  • Ingold, T. (2001). The Perception of the Environment. Essays on Livelihood, Dwelling and Skill. Routledge. https://doi.org/10.4324/9781003196662.
  • Jiménez, F. (2016). Antropología ecológica. Dykinson.
  • León Estrada, X.A. (2022). Enmarcando el desarrollo y la sustentabilidad desde la antropología y la cultura. Interconectando Saberes, (13),141-150. https://doi.org/10.25009/is.v0i13.2722.
  • Luffiego García, M., y Rabadán Vegara, J. M. (2000). La evolución del concepto de sostenibilidad y su introducción en la enseñanza. Enseñanza de las ciencias: revista de Investigación y Experiencias Didácticas, 18(3), 473-486. https://raco.cat/index.php/Ensenanza/article/view/21701.
  • Macedo, B., y Salgado, C. (2007). Educación ambiental y educación para el desarrollo sostenible en América Latina. Revista de la Cátedra Unesco Sobre Desarrollo Sostenible, 1, 29-38.
  • Maldonado Salazar, T. del N. J. (2018). Educación ambiental para la sustentabilidad. didac, 71, 13-20. https://cutt.ly/OAe6Qgt.
  • Martínez Gómez, M. Y. (2017). Educación Ambiental para el desarrollo humano. x Congreso Nacional de Investigación Educativa. https://cutt.ly/DAe69Lw.
  • Odum, E. P. (1972). Ecología. Nueva Editorial Interamericana.
  • ONU. (1987). Nuestro futuro común. Alianza Editorial
  • Rappaport, R. (1971). Nature, Culture and Ecological Anthropology. En H. L. Shapiro (ed.) Man, Culture and Society, pp. 237-267. Oxford University Press.
  • Sarmiento Medina, P. J. (2013). Bioética ambiental ecopedagogía: una tarea pendiente. Acta Bioethica, 19(1), 29-38. https://doi.org/hjcx.

Material de interés

  • Antropociencia (Revista La Ciencia y el Hombre, Universidad Veracruzana)

Agradecimientos

Agradezco infinitamente el apoyo e impulso brindado por la Dra. Xochitl León-Estrada, Profesora Investigadora de El Colegio de Veracruz, quien gracias a su entusiasmo académico y su visión transdisciplinar, generó un verdadero cambio en el pensamiento de la autora.



Recepción: 12/9/2018. Aprobación: 4/10/2018.

Vol. 23, núm. 2 marzo-abril 2022

Los servicios ambientales

Nathalie Cristina Sánchez Esparza Cita

Resumen

En esta infografía se dan a conocer qué son los servicios ambientales o ecosistémicos, cómo se clasifican y los beneficios que nos brindan.
Palabras clave: biodiversidad, servicios, ambientales, conservación, ecosistemas.

Ecosystem services

Abstract

This infographic reveals what ecosystem services are, how they are classified and the benefits they provide us.
Keywords: ecosystem services, biodiversity, conservation, ecosystems.

Introducción

La divulgación de la ciencia es una actividad que considero necesaria para el bienestar de la sociedad. El conocer los procesos de la ciencia es tan importante (o incluso más) que conocer datos duros y definiciones científicas. Mi meta, cada vez que planeo un producto de divulgación, es dar a entender cómo funciona la ciencia y la manera en la que nos rodea en la vida diaria. Cómo la ciencia no es una actividad aislada y un privilegio de pocos, sino una actividad de cooperación y un derecho humano para todos. Si cada día logro acercar más la ciencia a mi comunidad, me puedo sentir satisfecha por haber cumplido una de mis metas como científica.

La idea detrás de esta infografía es dar a conocer todos los beneficios que nos brindan los ecosistemas. En lo personal, pienso que cuando hablamos de cuidar los ecosistemas siempre pensamos en los beneficios inmediatos y económicos de los mismos: los recursos materiales que podemos obtener de un área natural y cuánto dinero nos puede generar. Los servicios ambientales o ecosistémicos son más que eso: son beneficios culturales por su belleza, son procesos de limpieza y renovación de recursos como el agua. Son salud y bienestar para los humanos y la base de nuestro sistema social y económico como lo conocemos. Los servicios ambientales o ecosistémicos, igual que la naturaleza, son variados, complejos y necesarios para el desarrollo humano.



Referencias

  • Millenium Ecosystem Assessment (Program). (2005). Ecosystems and human well-being. Island Press.

Sitios de interés



Recepción: 29/11/2021. Aprobación: 23/02/2022.

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Revista Digital Universitaria Publicación bimestral Vol. 18, Núm. 6julio-agosto 2017 ISSN: 1607 - 6079