Vol. 26, núm. 3 mayo-julio 2025

Una mirada a la duna y a sus flores de arena

Nadia Castro Cárdenas, Daniel Sánchez, Pactli Fernando Ortega González y Sonia Vázquez Santana Cita

Resumen

Las dunas costeras son ecosistemas dinámicos y únicos, que albergan una gran variedad de formas de vida adaptadas para vivir en la arena, por lo que, es muy común que residan especies singulares. En las dunas costeras mexicanas, las plantas son interesantes por las relaciones que tienen con varios grupos de animales, incluyendo a los insectos. Un grupo poco estudiado y de interés son las plantas que parasitan a otras plantas, debido a que son consideradas perjudiciales, pero aportan al suelo nutrimientos y presentan relaciones positivas con insectos y otros organismos. Aquí damos a conocer algunos aspectos de las especies de la familia Lennoaceae, plantas parásitas distribuidas en las dunas costeras de México y poco estudiadas en comparación con otras plantas parásitas. En particular, sobre la importancia de los aromas florales para la atracción de polinizadores.
Palabras clave: aromas florales, dunas costeras, plantas parásitas, polinizadores.

A look at the dune: the sand flowers and their pollinators

Abstract

Coastal dunes are dynamic and unique ecosystems that host a wide variety of life forms adapted to live in sandy environments, which often include rare and distinctive species. In Mexican coastal dunes, plants are particularly interesting due to their interactions with various groups of animals, like insects. One understudied and noteworthy group is parasitic plants, which are often considered harmful but actually contribute nutrients to the soil and have positive relationships with insects and other organisms. Here, we present some aspects of species from the Lennoaceae family, parasitic plants found in Mexican coastal dunes that have been relatively understudied compared to other parasitic plants. In particular, we focus on the importance of floral scents in attracting pollinators.
Keywords: floral scents, coastal dunes, parasitic plants, pollinators.


Las dunas costeras

Para muchos, las vacaciones ideales incluyen un descanso en la playa, recostado en la arena disfrutando de la brisa marina. Pero ¿sabías que, detrás de la mayoría de las playas de arena, se encuentra un ecosistema llamado dunas costeras? Las dunas costeras son grandes acumulaciones de arena que se forman cercanas al mar. Sus formas y tamaños se deben a la acción y fuerza del viento. Estas regiones representan un hábitat único para ciertas especies de animales y plantas. Sin embargo, estas grandes o pequeñas montañas de arena son sitios frágiles y a menudo se encuentran amenazados por el desarrollo humano o la degradación ambiental.

Las dunas costeras actúan como barreras naturales, protegiendo las playas de tormentas, marejadas y del aumento del nivel del mar. Además, la vegetación que crece sobre la arena ayuda a disminuir el impacto y fuerza de las grandes olas y reduce que se pierda la arena en las playas. En México, podemos disfrutar de estos ecosistemas únicos; no obstante, estos sitios están siendo afectados por las actividades humanas, como el cambio del uso de suelo, el incremento del nivel del mar o por la introducción de especies exóticas. Algunas áreas naturales protegidas de nuestro país incluyen regiones con dunas costeras. En el sitio web de la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (conabio), puedes consultar su ubicación y algunas especies de plantas y animales que caracterizan cada área natural. Mientras tanto, te contamos sobre algunas de las plantas con flores que habitan en las dunas costeras de México.

Las dunas costeras y las especies que las habitan

Recordemos que, las dunas costeras son lugares que se encuentran en la interfaz entre el océano y el continente. Estas formaciones de arena son dinámicas y albergan una importante diversidad de plantas con adaptaciones únicas para sobrevivir. El conjunto de estas plantas funciona como barrera natural que evita que se pierda la arena por el movimiento constante de agua y viento, por medio de sus raíces y tallos horizontales. De esta manera, se favorece el establecimiento de plantas que facilitan la retención del sustrato, es decir, la base de tierra donde crecen y se desarrollan. Sin embargo, para que una planta crezca en la arena, se debe de considerar la salinidad del suelo, la exposición al viento, el nivel del agua, la temperatura, la precipitación, la radiación solar, la elevación de la duna, así como las relaciones con los animales, entre ellos los insectos (Jiménez-Orocio et al., 2015).

En México se han contado cerca de 2,075 especies diferentes de plantas que crecen sobre las dunas costeras en los diferentes estados de la República mexicana (Espejel et al., 2017). Estas plantas se han categorizado en pioneras, halófilas (que pueden vivir en ambientes con alta presencia de sales), tolerantes al viento, herbáceas, arbustivas, arborescentes y trepadoras (Pedroza et al., 2013). Entre las especies de plantas pioneras, es decir, plantas que colonizan ambientes desolados, se encuentran el bejuco rastrero de playa (Ipomoea pes-caprae), el chamizo (Atriplex leucophylla), la verdolaga de playa (Sesuvium portulacastrum), la hierba de jabalí (Croton punctatus), la alfombrilla (Abronia maritima) y algunas especies de pastos como Uniola pittieri.

Las plantas de las dunas costeras cuentan con adaptaciones morfológicas y fisiológicas que las ayudan a sortear las inclemencias del ambiente y la depredación. Por ejemplo, existen plantas que facilitan que otras puedan crecer en la arena, al aportar nutrientes y generar condiciones más amigables para que germinen sus semillas, como la leguminosa llamada tamarindillo (Chamaecrista sp., Fabaceae) en alusión a su fruto en forma de vaina, el clavelillo de mar Palafoxia lindenii, de Asteraceae, la familia más diversa de las plantas con flores, a la cual pertenece el girasol, el cempasúchil o el limoncillo. Asimismo, la especie conocida como chícharo de playa (Chamaecrista chamaecristoides, Fabaceae) puede ser capaz de sobrevivir a la falta de agua hasta por tres meses (Martínez et al., 1994; Pedroza et al., 2013).

Ahora bien, existen otras plantas que se encuentran en estos ecosistemas, pero de las que se conoce poco por considerarse perjudiciales. Se trata de las plantas parásitas, que crecen sobre otras plantas, que se adhieren y conectan físicamente para obtener el agua y nutrientes necesarios para crecer, florecer y formar frutos y semillas. Existen diferentes tipos: las que llevan a cabo fotosíntesis (y que son verdes) y las que no fotosintetizan (y no son verdes). Algunos ejemplos son Orobanche ramosa o especies de Pedicularis (ambas de la familia Orobanchaceae) que parasitan raíces de plantas fotosintéticas. Otras plantas parásitas, son los fideos o cabello de ángel (especies de Cuscuta, Convolvulaceae), que presentan tallos filamentosos y amarillentos sin hojas, ni clorofila. Todas estas plantas parasitan tallos de una infinidad de plantas hospederas y son conocidas por afectar cultivos de importancia alimentaria o arbolados urbanos y forestales. Sin embargo, también las plantas parásitas pueden contribuir positivamente al ambiente, ya que abonan nutrientes al suelo e interactúan con una gran variedad de micro y macroorganismos.

Si quieres conocer con más detalle la morfología de estas especies pioneras de las dunas o plantas parásitas, puedes entrar al sitio de ciencia ciudadana iNaturalistMX, teclea su nombre científico y revisa las observaciones hechas por otros usuarios. Enseguida, te contaremos algunos detalles de un grupo de plantas parásitas que habitan en las dunas costeras.

Las plantas parásitas en las dunas costeras

En las dunas costeras las condiciones para vivir pueden ser difíciles debido a la salinidad, la falta de agua dulce y la pobreza de nutrientes en el suelo (ver figura 1A-C). A pesar de ello, algunas especies de plantas pueden establecerse y llevar a cabo su ciclo de vida; por ejemplo, las plantas holoparásitas de raíz. Estas son un tipo de plantas parásitas que no tienen tallos ni hojas, y, por lo tanto, no llevan a cabo la fotosíntesis; obtienen su alimento conectando sus tejidos al sistema conductor de agua y nutrientes y de los productos de la fotosíntesis de las plantas que parasitan (Heide-Jørgensen, 2008). Generalmente, en las plantas holoparásitas sólo vemos las flores de colores llamativos, las cuales emergen de las raíces de las plantas que parasitan (ver figura1D-F), el resto de su cuerpo vegetativo permanece inserto en las raíces de las plantas que las hospedan.

Dunas costeras en Mexico

Figura 1. Dunas costeras de México. A) Playa el Naranjo, Nayarit. B) El Socorrito, Baja California. C) Golfo de Santa Clara, Sonora. D) Lennoa madreporoides. E) Pholisma arenarium. F) Pholisma sonorae.
Crédito: Nadia Castro-Cárdenas.

En las dunas costeras encontramos a una familia botánica de plantas parásitas llamada Lennoaceae. Se trata de un grupo pequeño conformado por cuatro especies que tienen distribución en Estados Unidos, México, Centroamérica y Colombia. Los nombres de las plantas hacen referencia al lugar donde crecen. Por ejemplo, la flor de arena californiana (Pholisma arenarium) crece desde el oeste de Arizona, sur de California, Estados Unidos, hasta el norte de Baja California en México. La flor de arena sinaloense (Pholisma culiacana) se encuentra en los estados de Sinaloa y Sonora (México). La flor de arena sonorense (Pholisma sonorae) se encuentra en el sur de Arizona, California, Estados Unidos, la parte adyacente a Baja California y cabecera del Golfo de California en Sonora, México. Mientras que, el Tlachiolote (Lennoa madreporoides) presenta una distribución más amplia y está presente en los estados de Chiapas, Colima, Estado de México, Guerrero, Jalisco, Michoacán, Morelos, Nayarit, Oaxaca, Puebla, San Luis Potosí, Sinaloa y también en varios países de Centroamérica y Colombia.

La familia Lennoaceae parasita las raíces de sus plantas hospederas, por lo que, al estar enterradas, no es fácil ver la conexión con sus plantas hospederas a simple vista (ver figura 1F). Como biólogos interesados en las interacciones de este grupo de plantas, hemos identificado algunos hospederos de este grupo de flores de arena. Hemos observado a la hierba mora (Okenia hypogaea) y el gigantón (Tithonia tubiformis), como hospederos de Lennoa madreporoides. Por su parte, Pholisma sonorae parasita a la verbena de desierto (Abronia maritima) y el Crinklemat (Tiquilia plicata). Por otra parte, el arbusto hojas de agracejo y el arbusto dorado (Hazardia berberidis e Isocoma menziesii) son hospederos de Pholisma arenarium. Finalmente, Pholisma culiacana crece en raíces de diferentes especies de la planta sangre de drago, sangregado o torito que habitan en el estado de Sinaloa (Jatropha sp.).

Las flores de arena surgen en diferentes épocas del año. La flor de arena californiana y la sonorense (Pholisma arenarium y Pholisma sonorae) florecen en los meses de mayo y junio, mientras que el tlachiolote (Lennoa madreporoides) puede encontrarse más fácilmente desde junio hasta octubre, debido a su amplia distribución. Por su parte, Pholisma culiacana florece en septiembre y octubre, durante la temporada de lluvia. Este tipo de flores, son un refugio para muchas especies de insectos, como abejas, arañas, avispas, escarabajos y hormigas (ver figura 2A-D). Además, pueden ser una fuente alimento para muchos insectos que consumen las flores, el polen y el néctar. Por su parte, los insectos polinizan las flores cuando transportan el polen de una flor a otra y así se producen frutos y semillas. Este tipo de interacciones, aunque temporales, son fundamentales en las dunas costeras, donde los recursos son limitados y las condiciones ambientales desafiantes. Pero, te has preguntado ¿cómo logran los insectos encontrar las flores de arena entre tanta arena?

Visitantes y posibles polinizadores de las flores de arena

Figura 2. Visitantes y posibles polinizadores de las flores de arena (Lennoaceae). A) Escarabajo (flecha roja) sobre Pholisma arenarium. B) Mosca. C-D) Abejas polinizando a Pholisma sonorae.
Crédito: A y D: Nadia Castro-Cárdenas y B y C: Daniel Sánchez.

Las plantas parásitas, los aromas florales y sus interacciones con los polinizadores

Las plantas presentan sistemas visuales o químicos para la atracción de polinizadores. La atracción visual es promovida por los colores y texturas, mientras que el mensaje químico es dado por sustancias producidas en algunas células especializadas de las flores. El sistema de alerta químico es emitido al ambiente para que los polinizadores lo detecten y localicen las flores más fácilmente. Entre las señales químicas que producen las plantas para la atracción de polinizadores, encontramos los aromas florales.

Los aromas florales son moléculas pequeñas y ligeras que en conjunto forman mezclas complejas para atraer a polinizadores o para la comunicación planta-planta (Knudsen et al., 2006). Todas las plantas producen este tipo de compuestos en combinaciones y concentraciones distintas, por lo que cada especie tiene un único código de aroma (Dudareva y Pichersky, 2000). Lo anterior significa que los aromas florales pueden actuar como una forma de comunicación a través de la cual la planta emite una señal química que otro organismo es capaz de percibir. Los polinizadores detectan los deliciosos aromas de las plantas a través de estructuras especializadas en sus antenas, o en ocasiones con sus partes bucales (Pichersky, 2004). En ciertos grupos como las abejas, la detección de los aromas es aprendido, lo que hace más eficiente la polinización (Cunningham et al., 2006).

Es sorprendente que cada especie de plantas produce aromas florales únicos para atraer a polinizadores particulares (ver figura 3). Por ejemplo, las abejas y mariposas pueden detectar aromas dulces, debido a la mezcla de compuestos químicos como el limoneno, pineno o geraniol, los cuales podemos encontrar en las flores de lavanda, del limón, cerezos, ciruelos, etcétera. Por otra parte, existen flores que emiten olores desagradables al olfato humano, derivados de compuestos con azufre y nitrógeno, que imitan a la carne podrida para atraer moscas, a las cuales les parece delicioso; tal es el caso de la flor de la carne, la flor más grande del mundo, Rafflesia arnoldii.

Respecto a las flores de arena, se han detectado preliminarmente algunos compuestos en los aromas florales, como el limoneno, copaeno, mirceno y derivados del benceno, que al parecer son los responsables de la atracción de abejas, moscas y escarabajos (ver figura 2; Castro-Cárdenas et al, comunicación personal).

Ilustracion de la emision de los aromas florales para atraccion de polinizadores

Figura 3. Ilustración de la emisión de los aromas florales en especies vegetales para la atracción de polinizadores en las dunas costeras. En algunos casos, los polinizadores, como los colibrís, serán atraídos por la combinación de colores llamativos y aromas florales de las flores.
Crédito: Nadia Castro-Cárdenas.

Consideraciones finales

La pérdida constante de la vegetación de las dunas costeras tiene fuertes implicaciones en la pérdida de las playas, lo que obliga a incrementar el conocimiento de cobertura vegetal porque es un componente prioritario, que cada vez tiene mayor relevancia en los beneficios que las dunas costeras brindan a la sociedad. La conservación de las plantas en las dunas requiere una combinación de esfuerzos a nivel local, regional y global, y la colaboración entre los diferentes niveles de organización de justicia son claves para garantizar la sostenibilidad a largo plazo de estos valiosos ecosistemas.

Hasta ahora sólo conocemos algunas de las interacciones que ocurren en las dunas costeras, pero hay que tener en cuenta que entre el 70% al 90% de las dunas costeras a nivel mundial están siendo afectadas, por lo que conocer la vegetación en estos sitios es de vital importancia para generar información que ayude a llamar la atención y frenar la pérdida de la biodiversidad en un futuro cercano (Pedroza et al., 2013). La Universidad Nacional Autónoma de México cuenta con la Estación de Biología Tropical Los Tuxtlas y la Estación de Biología Chamela, las cuales se ubican, respectivamente, en la Reserva de la Biósfera Los Tuxtlas, en Veracruz y la Reserva de la Biósfera Chamela-Cuixmala, en Jalisco. Ambas estaciones proveen de una excelente oportunidad para investigar la biología reproductiva, interacciones ecológicas y otras cuestiones, de las comunidades vegetales que forman las dunas costeras de estas regiones.

Ahora que sabemos un poco más de estas relaciones que suceden en las dunas costeras y particularmente con ciertos grupos de plantas tenemos que involucrarnos en el cuidado de estos frágiles ecosistemas, realizando pequeñas tareas. Por ejemplo, podemos no pisar, ni arrancar o dañar a las plantas en las playas, mucho menos pasear en vehículos todo terreno, no matar ni extraer insectos por muy llamativos o feos que sean, tampoco sustraer arena o plantas. Todo lo anterior perjudica las playas porque altera las relaciones entre los organismos y afecta la vida misma de estos ecosistemas. No perturbar las playas es el primer paso que debemos seguir para poder disfrutarlas aún en el futuro.

Por último, debemos promover una cultura hacia el cuidado y respeto de las zonas costeras, donde se puedan implementar programas de sensibilización comunitaria, así como promover un turismo responsable. Se debería concientizar y comunicar los avances de las investigaciones científicas en las zonas, así como el conocimiento sobre las áreas protegidas e impulsar las leyes que protejan las dunas costeras.

Agradecimientos

Este trabajo fue financiado por el proyecto otorgado a svs: Morfoanatomía reproductiva y polinización de plantas holoparásitas en México papiit in-222021. N. C. C. agradece a dgapa-unam (Dirección General de Asuntos del Personal Académico – Universidad Nacional Autónoma de México) por la asignación de la beca postdoctoral.

Referencias

  • Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (conabio). (2024). Dunas costeras. Biodiversidad Mexicana. https://www.biodiversidad.gob.mx/ecosistemas/dunasCosteras#
  • Cunningham, J. P., Moore, C. J., Zalucki, M. P., y Cribb, B. W. (2006). Insect odour perception: recognition of odour components by flower foraging moths. Proceedings of the Royal Society, 273(1597), 2035-2040. https://doi.org/10.1098/rspb.2006.3559
  • Dötterl, S., y Gershenzon, J. (2023). Chemistry, biosynthesis and biology of floral volatiles: roles in pollination and other functions. Natural Product Reports, 40(12), 1901-1937. https://doi.org/10.1039/d3np00024a
  • Dudareva, N., y Pichersky, E. (2000). Biochemical and molecular genetic aspects of floral scents. Plant Physiology, 122(3), 627-633 https://doi.org/10.1104/pp.122.3.627
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  • Heide-Jørgensen, H. (2008). Parasitic flowering plants. Brill.
  • iNaturalistMX. https://mexico.inaturalist.org
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  • Martinez, M. L., Moreno-Casasola, P., y Rincon, E. (1994). Sobrevivencia y crecimiento de plántulas de un arbusto endémico de dunas costeras ante condiciones de sequía. Acta Botanica Mexicana, (26), 53-62. https://doi.org/10.21829/abm26.1994.691
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  • Pichersky, E. (2004). Plant Scents: What we perceive as a fragment perfume is actually a sophisticated tool used by plants to entice pollinators, discourage microbes and fend off predators. American Scientist, 92(6), 514-521. https://www.jstor.org/stable/27858479


Recepción: 2024/02/22. Aceptación: 2025/03/26. Publicación: 2025/05/09.

Vol. 26, núm. 3 mayo-julio 2025

Si el suelo hablara: claves para entender su salud y su importancia

Pamela Fernanda Mejía Leyva, Nathalie Socorro Hernández Quiroz y Alfredo Pinedo Álvarez Cita

Resumen

Bajo nuestros pies, ocurre una historia silenciosa que sostiene la vida tal como la conocemos. El suelo —ese recurso que muchas veces ignoramos— es vital para cultivar alimentos, filtrar el agua y mantener en equilibrio a los ecosistemas. Pero hoy, su salud está en peligro. La presión de las actividades humanas ha provocado su degradación, afectando la fertilidad, acelerando la erosión y volviéndonos más vulnerables ante fenómenos como las sequías y las inundaciones. ¿Cómo saber si un suelo está sano? En este artículo te contamos sobre cuatro indicadores sencillos, pero poderosos, que permiten evaluar su estado: la textura, la infiltración del agua, la estabilidad de los agregados y la estructura. Lo mejor es que no necesitas ser especialista para observarlos: con herramientas básicas y algo de curiosidad, cualquiera puede acercarse a este recurso desde una mirada más consciente. Este texto es una invitación a reconectar con la tierra, a entenderla y a cuidarla. Porque proteger el suelo es proteger la vida —la nuestra y la de las generaciones que vendrán.
Palabras clave: salud del suelo, degradación, sostenibilidad, indicadores del suelo, conservación.

If the soil could talk: keys to understanding its health and importance

Abstract

Beneath our feet, a silent story unfolds that sustains life as we know it. The soil —a resource we often overlook— is vital for growing food, filtering water, and maintaining ecosystem balance. But today, its health is in jeopardy. The pressure of human activities has led to its degradation, affecting fertility, accelerating erosion, and making us more vulnerable to phenomena like droughts and floods. How can we know if soil is healthy? In this article, we share four simple yet powerful indicators that allow us to assess its condition: texture, water infiltration, aggregate stability, and structure. The best part is that you don’t need to be an expert to observe them: with basic tools and a bit of curiosity, anyone can approach this resource with a more mindful perspective. This text is an invitation to reconnect with the earth, to understand it, and to care for it. Because protecting the soil is protecting life —both ours and that of future generations.
Keywords: soil health, degradation, sustainability, soil indicators, conservation.


Sobre lo que estamos parados… ¿Qué es el suelo, en realidad?

Cada vez que damos un paso, nos apoyamos en algo más que una superficie plana. Nuestros pies, al moverse, tocan algo que usualmente damos por sentado: el suelo. Pocas veces nos detenemos a pensar en esa capa invisible que sostiene nuestra vida. Pero ¿alguna vez te has preguntado qué es realmente el suelo? ¿Por qué importa tanto en nuestro día a día? ¿Y cómo afecta nuestro futuro, incluso si no lo vemos? Este artículo busca que reflexionemos sobre este recurso esencial que, aunque muchas veces ignorado, juega un papel crucial en nuestra existencia. Más que un simple “lugar donde pisamos”, el suelo es un pilar que sostiene nuestra vida, nuestra comida, e incluso nuestro futuro.

Perfil de suelo observado en la localidad de Assens

Figura 1. Perfil de suelo observado en la localidad de Assens, Dinamarca, donde se aprecian las capas que lo componen.
Crédito: Elaboración propia.

El suelo no es sólo tierra. Es el resultado de procesos naturales complejos. Se forma cuando las rocas se desintegran y se descomponen, gracias a la acción del clima, la topografía, el tiempo y los pequeños, pero poderosos microorganismos que lo habitan (Hillel, 1998). Estas interacciones físicas y químicas lo transforman en algo mucho más que arena o barro. Se convierte en un compuesto único de materia mineral (como arena, limo y arcilla), materia orgánica, agua, gases y, por supuesto, los microorganismos que lo hacen vibrar de vida. Sin embargo, no todo el suelo es igual. La proporción de sus componentes varía, y con ella, su capacidad para sostener la vida (Moebius-Clune et al., 2016). Por ejemplo, en México, casi el 52% de la superficie nacional está cubierta por suelos poco desarrollados, como los Leptosoles, que tienen una profundidad de menos de 25 centímetros, o los Regosoles, que son pedregosos y con poca materia orgánica. Pero, si buscamos fertilidad, ahí están los Phaeozems, Luvisoles y Vertisoles, suelos que dan vida a los cultivos que nos alimentan (semarnat, 2010).

La base de todo: la importancia del suelo en nuestra vida diaria

Es fácil olvidar cuán crucial es el suelo para nuestra supervivencia, ya que está bajo nuestros pies, fuera de nuestra vista cotidiana. Pero cuando lo observamos desde una perspectiva más amplia, nos damos cuenta de que el suelo es responsable de una de las contribuciones más vitales de la naturaleza: la provisión de alimentos. Sin el suelo, los más de 8000 millones de seres humanos que habitamos el planeta no tendríamos qué comer (Rabot et al., 2018). De hecho, el 95% de los alimentos que consumimos provienen directamente del suelo, y este, además, nos da los nutrientes que necesitamos para mantenernos saludables (fao, 2015; Pozza y Field, 2020). Así que, cada vez que saborees una zanahoria o disfrutes de un platillo, recuerda que el suelo es el lugar donde todo comenzó.

Pero el suelo no sólo nos alimenta; también nos da agua. Imagínate el suelo como una esponja gigante que captura y almacena el agua de lluvia, recargando los mantos acuíferos que nos dan el agua potable que necesitamos para vivir (Adhikari y Hartemink, 2016). Además, cuando el suelo capta, retiene y drena el agua, juega un papel fundamental en la prevención de inundaciones, que pueden causar estragos. De 1994 a 2013, alrededor de 2500 millones de personas se vieron afectadas por inundaciones, y el costo de los daños asciende a 40 mil millones de dólares por año (cred, 2015; oecd, 2016).

Finalmente, el suelo es el hogar de una increíble diversidad de microorganismos. Estos pequeños habitantes son la base de muchos de los antibióticos que usamos para curar enfermedades y salvar vidas (Kraamwinkel et al., 2021; Nieder et al., 2018). Es por todo esto que podemos decir, con certeza, que el suelo es mucho más que tierra bajo nuestros pies: es un recurso vital para nuestra salud, bienestar y el equilibrio del planeta.

¿Qué significa tener un suelo sano?

Cuando hablamos de salud, lo primero que solemos pensar es en nuestro cuerpo: si comemos bien, si dormimos lo suficiente, si nos sentimos con energía. Pero, ¿y el suelo? ¿Puede un pedazo de tierra estar sano o enfermo? La respuesta es sí.

El Departamento de Agricultura de Estados Unidos lo define como “la capacidad continua del suelo de funcionar como un ecosistema viviente que sustenta a las plantas, animales y humanos” (usda, 2009). Y esa idea —la del suelo como un ecosistema vivo— cambia por completo nuestra manera de entenderlo. Porque, aunque no lo veamos a simple vista, bajo nuestros pies hay millones de organismos realizando funciones vitales para el planeta. Banerjee y van der Heijden (2023) identificaron más de 40 funciones microbianas que impactan directamente no sólo la salud del suelo, sino también la nuestra, la de los animales y las plantas.

Un suelo saludable no necesariamente tiene que ser “virgen” o intocado. También puede ser un suelo manejado por las personas, siempre que conserve su capacidad de brindar servicios ecosistémicos —como filtrar el agua, alimentar cultivos o capturar carbono— y tenga la resiliencia necesaria para recuperarse después de eventos dañinos (Lehmann et al., 2020). En otras palabras, un suelo sano es un suelo con vida, dinámico, capaz de adaptarse y seguir funcionando. Por eso, más allá de la ciencia, respetarlo y cuidarlo es un compromiso ético. Porque si cuidamos al suelo, nos cuidamos a nosotros mismos.

Estado actual del suelo: ¿es momento de alarmarnos?

La verdad es que sí. Y mucho. Porque aunque el suelo parezca eterno, no lo es. De hecho, es un recurso no renovable a escala humana. Se estima que puede tomar hasta mil años formar tan sólo un centímetro de suelo fértil (Bartz et al., 2015; fao, 2017). Y si lo pensamos bien, eso significa que lo que hoy pisamos es el resultado de procesos que empezaron siglos —o incluso milenios— atrás. Lo menos que podemos hacer es protegerlo.

Sin embargo, la realidad actual es preocupante. A nivel global, se estima que alrededor del 40% de los suelos están degradados (unccd, 2022). ¿Por qué? Principalmente por actividades humanas: prácticas agrícolas intensivas, deforestación, pastoreo excesivo, contaminación y expansión urbana. Todo eso ha llevado al deterioro de este recurso vital.

Las amenazas son muchas: erosión, pérdida de materia orgánica, salinización, compactación, acidificación, desertificación, contaminación química… cada una va minando poco a poco la capacidad del suelo para sostener la vida. Y cuando esa capacidad se pierde, también se pierden oportunidades: de producción de alimentos, de desarrollo rural y de bienestar. En algunos casos, la degradación del suelo obliga a millones de personas a abandonar sus hogares en zonas rurales (Angerer et al., 2023), y si seguimos así, entre 50 y 700 millones más podrían verse afectadas para el año 2050 (Prăvălie et al., 2021).

Veámoslo con un ejemplo concreto: cuando dejamos el suelo desprotegido —sin vegetación que lo cubra—, el viento y el agua se lo llevan. Así de simple. Lo que se pierde primero es la capa orgánica, esa tierra oscura cargada de nutrientes (Kumarasinghe, 2021). Y con ella, perdemos fertilidad. Se estima que si un suelo pierde apenas el 0.01% de su carbono, el efecto sería equivalente a poner 100 millones de autos más circulando por el mundo (European Commission et al., 2020).

Otro problema serio es la compactación, causada por el uso excesivo de maquinaria agrícola o por el sobrepastoreo del ganado. Esto reduce los espacios por donde circula el aire y el agua, asfixiando a los microorganismos y limitando el crecimiento de las plantas (Krümmelbein et al., 2009). Y si a eso le sumamos la deforestación, que elimina la cubierta vegetal que protege y alimenta el suelo, el resultado es una pérdida de servicios ecosistémicos. Es decir, el suelo deja de hacer lo que normalmente haría: regular el agua, sostener cultivos, mantener la biodiversidad.

Y eso tiene consecuencias: los suelos degradados son más vulnerables a inundaciones, tolvaneras, sequías y otras catástrofes naturales que se intensifican con el cambio climático.

Afortunadamente, todavía estamos a tiempo de cambiar el rumbo. Existen prácticas sostenibles que pueden frenar —e incluso revertir— la degradación del suelo. Algunas de ellas son la rotación de cultivos, el ajuste de la carga animal en el pastoreo, y el manejo forestal integral. Pero igual de importante es crear conciencia. Porque no podemos cuidar lo que no conocemos, ni valorar lo que damos por hecho.

Y aquí surge una pregunta clave: ¿Cómo podemos saber si un suelo está sano o degradado? ¿Qué herramientas tenemos para monitorear su condición? De eso hablaremos a continuación.

¿Cómo saber si un suelo está sano? Las señales que nos da

Conocer la salud de un suelo es un poco como tratar de entender el pulso de la Tierra: hay que observar, escuchar, tocar y hasta oler. ¿Está vivo, respira, guarda humedad, ofrece sustento? La respuesta no está en una sola señal, sino en un conjunto de indicadores que, juntos, nos hablan del estado físico, químico y biológico del suelo. Estos indicadores no son sólo datos fríos: son pistas que nos permiten decidir cómo cuidarlo, cómo restaurarlo, cómo convivir con él sin dañarlo.

Entre los más reconocidos están la materia orgánica —esos restos de vida que aún dialogan con el presente— y el carbono orgánico, esa porción del carbono que queda atrapada en la materia orgánica como testimonio de los ciclos vitales. Pero también existen otros indicadores más inmediatos, sencillos de observar, con los que podemos comenzar a leer el lenguaje del suelo sin necesidad de laboratorios: la textura, la infiltración, la estabilidad de los agregados y la estructura. Vamos con ellos.

Textura del suelo

¿Rugoso, suave o quebradizo?

La textura del suelo es su huella digital. Se refiere a la proporción de tres tipos de partículas: arcilla (las más pequeñas), limo (de tamaño intermedio) y arena (las más grandes) (fao, 2023). Cada suelo tiene su propia mezcla, y esa mezcla determina su carácter: si es fértil o pobre, si retiene agua o la deja escapar, si respira con facilidad o se asfixia con cada lluvia.

Sentir el suelo entre los dedos —su suavidad, su aspereza, su capacidad de formar bolitas— es una forma ancestral y efectiva de leer su textura. Y aunque hay métodos más técnicos, también puedes hacer una prueba casera para identificarla. El siguiente enlace ofrece una guía sencilla para descubrir de qué está hecho tu suelo: textura del suelo.

Infiltración

Si tuvieras sed, ¿tu suelo sería capaz de saciarla?

El agua llega a la superficie, pero… ¿Qué tan rápido penetra? Eso es la infiltración: la velocidad con la que el agua entra al suelo y deja de ser charco para convertirse en vida subterránea. Por ejemplo, una tasa de infiltración de 15 mm/h indica que el suelo absorbe una capa de agua de 15 mm en una hora (cimmyt, 2013). No es sólo una cifra: es una señal de cuán preparado está el suelo para recibir el agua, almacenarla y compartirla con las raíces.

Medir la infiltración puede ser tan sencillo como jugar con agua y tiempo. El método de anillo simple requiere sólo un tubo (de unos 15 cm de diámetro y altura), agua (444 ml), un cronómetro y una bolsa de plástico. Se clava el tubo en el suelo unos 2 o 3 cm, sin alterarlo demasiado. Luego se cubre la superficie interna con la bolsa para amortiguar el golpe del agua, se vierte el líquido, se retira la bolsa y se pone en marcha el cronómetro. Si el agua desaparece rápido, es una buena señal. Si no, algo está fallando. Repite el experimento varias veces para obtener una tasa de infiltración constante.

Tasas de infiltración en distintos tipos de suelo

Tabla 1. Tasas de infiltración en distintos tipos de suelo, útiles para evaluar su capacidad de absorción de agua.
Crédito: Brouwer et al. 1988.

Estabilidad de agregados

¿Qué tan resistente es tu casa?

Imagina tu suelo como una casa hecha de pequeños bloques. Esos bloques son los agregados, o terrones, y su capacidad para mantenerse unidos ante la lluvia o la pisada de una vaca dice mucho sobre su salud. Si se desmoronan con facilidad, como un muro mal construido, el suelo está en riesgo. Pero si resisten, son signo de fortaleza.

Agregados estables significan raíces más profundas, agua mejor aprovechada, carbono capturado y una biodiversidad activa debajo de nuestros pies. Su resistencia depende, entre otros factores, de su textura y del contenido de materia orgánica.

Evaluación de la estabilidad de agregados del suelo

Figura 2. Evaluación de la estabilidad de agregados del suelo: un terrón sumergido en agua para observar su desintegración.
Crédito: Elaboración propia.

Para evaluar esta estabilidad, se puede hacer una prueba muy sencilla: en un vaso de cristal con agua se coloca una malla (tipo tela mosquitera) que sirva de sostén. Sobre ella, se pone el agregado y se deja reposar cinco minutos. Si se deshace en menos de un minuto, está en malas condiciones. Si se mantiene de uno a cinco minutos, puedes confiar en su estructura.

Estructura del suelo

El arreglo final de los ladrillos

Si los agregados son los bloques, la estructura del suelo es el diseño con el que están dispuestos. Es el plano arquitectónico subterráneo. De esta organización depende que haya huecos —poros— por donde circule el aire, fluya el agua y crezcan las raíces. Un suelo sano combina terrones pequeños con poros abundantes (figura 3 a). Pero si se compacta, si recibe demasiada presión, sus terrones se agrandan (figura 3 b), los poros se cierran y el suelo se convierte en una cárcel para la vida.

Comparación visual de dos suelos

Figura 3. Comparación visual de dos suelos: a) con terrones pequeños y poca cohesión; b) con terrones grandes y buena estructura.
Crédito: Elaboración propia.

Para conocer la estructura del suelo basta una pala y algo de atención. Extrae un bloque y observa: ¿cómo están organizados los terrones?, ¿hay poros visibles?, ¿se desmorona fácilmente o está apelmazado?

Este método de evaluación visual incluye ocho indicadores fáciles de observar. El siguiente enlace te guía paso a paso: evaluación visual. Al final, obtendrás una calificación que resume la salud estructural de tu suelo.

Lo que el suelo nos dice, si sabemos escuchar

El suelo es mucho más que el polvo bajo nuestros pies: es un recurso vital, insustituible y lleno de vida. Sin embargo, la forma en que lo hemos tratado —a través de prácticas agrícolas intensivas, deforestación, urbanización y contaminación— ha puesto en riesgo su salud y, con ella, la de todo el ecosistema del que formamos parte.

Conocer y aplicar los cuatro indicadores que aquí presentamos no sólo nos permite evaluar su condición, sino que también nos invita a mirar el suelo con otros ojos: como una plataforma viva que sostiene nuestra existencia. Estos métodos sencillos abren la puerta a estudios colaborativos, al fortalecimiento de la ciencia ciudadana y, sobre todo, a una reconexión urgente con la tierra.

Cuidar el suelo es cuidar la vida. Desde las raíces más pequeñas hasta las comunidades humanas más complejas, todo depende de ese delgado, pero poderoso manto que cubre al planeta. Que esta lectura no sea un punto final, sino el inicio de una curiosidad fértil por seguir aprendiendo, observando y protegiendo lo que sostiene nuestros pasos.

Referencias



Recepción: 2024/11/06. Aceptación: 2025/02/10. Publicación: 2025/05/05.

Vol. 26, núm. 3 mayo-julio 2025

De la espiga al hisopo: ¿cómo se detecta la COVID-19?

Blanca Ortiz-Quintero Cita

Resumen

Cansancio, fiebre, tos, diarrea, pérdida del olfato, entre otros síntomas combinados o aislados… ¿Cómo saber si tenemos covid-19? La única forma de responder esta pregunta es realizando una prueba diagnóstica que detecte la presencia del virus que produce el covid-19, el sars-CoV-2. En el mercado existen diferentes tipos de pruebas, ¿cuál debemos escoger? Este artículo de divulgación describe cuáles son los tipos disponibles, sus características, qué es lo que detectan, de qué parte del cuerpo se toma la muestra, en qué casos están indicadas, y su significado. Para comprender con claridad lo anterior, se incluye una descripción simplificada de la identidad del sars-CoV-2, cómo infecta y el tiempo en el que aparecen los síntomas.
Palabras clave: pruebas, covid-19, diagnóstico, virus, sars-CoV-2, pandemia.

From spike to swab: how is COVID-19 detected?

Abstract

Fatigue, fever, cough, diarrhea, loss of smell, among other combined or isolated symptoms… How can we know if we have covid-19? The only way to answer this question is by performing a diagnostic test that detects the presence of the virus that causes covid-19, sars-CoV-2. There are different types of tests available on the market; so, which one should we choose? This article describes the available types of tests, their characteristics, what they detect, from which part of the body the sample is taken, in which cases they are indicated, and what their results mean. To clearly understand this, the article includes a simplified description of the identity of sars-CoV-2, how it infects, and the timeline of symptom appearance.
Keywords: tests, covid-19, diagnosis, virus, sars-CoV-2, pandemic.


Sobre los virus y COVID-19

Los virus son entes microscópicos incapaces de reproducirse por sí mismos, por lo que infectan a las células de algún organismo animal, vegetal o a una bacteria y obligan a las células a producir más virus. Este proceso, conocido como replicación viral mata a las células infectadas, induciendo diversas enfermedades en los organismos afectados. Los virus están compuestos básicamente de ácidos nucleicos que contienen su información genética y moléculas proteicas (proteínas) que forman la estructura del virus.

El sars-CoV-2 (ver figura 1) contiene su material genético en el ácido ribonucleico (arn), presenta cuatro proteínas estructurales importantes, y está cubierto por una membrana lipídica, por lo que se conoce como un virus envuelto tipo arn. Estas cuatro proteínas estructurales son: la proteína espiga (S), la proteína de envoltura (E), la proteína de membrana (M), y la proteína de nucleocápside (N). Las proteínas espiga sobresalen en la superficie del virus semejando una corona, de ahí el nombre de coronavirus. La proteína S se une a la molécula conocida como la enzima convertidora de angiotensina 2 (ACE2) que está presente en varias células humanas y de esta forma puede infectarlas. La proteína E es esencial para el ensamblaje de los virus nuevos, la proteína M participa en la formación de la envoltura e interacciona con la proteína E en el ensamblaje de los virus nuevos. La proteína N se asocia al arn viral para ensamblarlo en un complejo de ribonucleoproteínas llamado la cápside (Hu, Guo, Zhou, y Shi, 2021; Satarker y Nampoothiri, 2020; Tebha, Tameezuddin, Bajpai, y Zaidi, 2024).

¿Por qué es relevante conocer los componentes del virus? Porque los componentes que distinguen al sars-CoV-2 de otros virus o microorganismos son los usados para desarrollar una prueba diagnóstica, aquella que indica la presencia de una condición, ya sea una enfermedad o una infección.

SARS-CoV-2 componentes

Figura 1. Representación esquemática del SARS-CoV-2 y sus principales componentes.
Crédito: elaboración propia.

La infección por el SARS-CoV-2

El virus sars-CoV-2 se transmite directamente de persona a persona a través de las gotitas que un individuo infectado expele al estornudar y toser. La infección ocurre cuando las gotitas que contienen el virus entran en contacto con la mucosa de la nariz y de la boca, o bien a través de los ojos de otra persona. La mucosa es el tejido que recubre las partes del interior del cuerpo que están en contacto con elementos del exterior, como la nariz, la boca, las vías respiratorias, las vías digestivas y urinarias (ver figura 2A) (da Silva Torres et al., 2022). El virus también se transmite de forma indirecta cuando tocamos con las manos las superficies u objetos contaminados con dichas gotitas y después nos tocamos la mucosa de la nariz, de la boca o los ojos.

La proteína S del virus se une a la molécula ACE2 presente en las células de la mucosa de las vías respiratorias y las infecta, iniciando el ciclo de replicación viral. En el humano, las células alveolares tipo i y ii (localizadas en el pulmón), las células epiteliales, los fibroblastos, las células endoteliales y los macrófagos presentan la molécula ACE2. Las células alveolares tipo ii son las que expresan la mayor cantidad de ACE2, por lo que el pulmón es el sitio de mayor replicación del virus sars-CoV-2 (ver figura 2A) (da Silva Torres et al., 2022; Hu et al., 2021).

Los síntomas del covid-19 tales como cansancio, fiebre, tos, diarrea, pérdida del olfato, entre otros, aparecen alrededor de 3 a 5 días después de la infección. A este tiempo, entre la entrada del virus y la aparición de los síntomas, se le conoces como período de incubación. Los estudios indican que cuando la persona infectada presenta el máximo de síntomas es cuando el número de virus es más alto en el cuerpo, especialmente en la zona de la faringe, por lo que éste es el sitio donde se colecta la muestra para hacer las pruebas que detectan a los componentes del virus (ver figura 2B) (He X et al, 2020). Las muestras se toman de la zona de la nasofaringe u orofaringe, mediante el raspado de la mucosa de esas zonas con un hisopo largo, que es una varilla con la punta recubierta con algodón (ver figura 2B).

SARS-CoV-2 infección

Figura 2. La infección por el SARS-CoV-2. A) Sitios de infección por del SARS-CoV-2 en el cuerpo humano. Los pulmones son el sitio principal donde el virus se replica, pero el virus puede afectar el bulbo olfatorio, el cerebro y el corazón. B) La muestra para la prueba de COVID-19 se toma de la zona de la nasofaringe.
Crédito: elaboración propia.

El ciclo de infección del virus nos indica el tiempo cuando se producen eventos tales como la entrada del virus a nuestro cuerpo, la cantidad de virus que se replican dentro del mismo, cuándo aparecen los síntomas de la enfermedad, el período cuando podemos infectar a otras personas sanas (período infeccioso) y la eliminación de virus en el caso de las personas que logran sanar. Describir este ciclo es relevante en este artículo porque nos proporciona parámetros para saber en qué tiempo se deben realizar las pruebas covid-19 para tener un resultado confiable. La figura 3 muestra el ciclo de infección del sars-CoV-2: el virus entra al cuerpo en un tiempo cero (eje de las X), infecta a las células y comienza a replicarse, incrementado la cantidad de virus en el cuerpo (eje de las Y). Debido a que es imposible conocer el día exacto cuando el virus entra al cuerpo, el tiempo de aparición máxima de síntomas es un punto de referencia en medicina y se usa para identificar el período infeccioso (ver figura 3) (He et al., 2020; Puhach, Meyer, y Eckerle, 2023; Zou et al., 2020). Si la persona monta una respuesta de defensa efectiva contra el virus (respuesta inmune), éste es eliminado en aproximadamente 15 días en la mayoría de los casos.

SARS-CoV-2 ciclo de infección

Figura 3. Ciclo de infección del SARS-CoV-2 y los períodos de detección de las pruebas COVID-19. El eje de las X indica el tiempo cuando entra el SARS-CoV-2 al cuerpo (tiempo cero) hasta que es eliminado (alrededor de 15 días) por las defensas naturales. El eje de las Y indica la cantidad de virus que entra al cuerpo, el incremento del número debido a la replicación viral (formación de nuevos virus) y el momento en el que ya no hay virus en el cuerpo. La prueba de PCR detecta al virus antes de que la persona presente síntomas (antes del período infeccioso), durante la aparición de síntomas (período infeccioso), y después de que éstos hayan disminuido o desaparecido. La prueba de antígeno es capaz de detectar al virus sólo cuando hay síntomas, siendo más confiable en el pico de la aparición de estos.
Crédito: La figura es una adaptación de las figuras publicadas en He X et al. 2020; Mina et al., 2020; y Sethuraman, Jeremiah, y Ryo, 2020.

¿Cuáles son los tipos de pruebas COVID-19 disponibles?

Hay tres tipos principales de pruebas covid-19: 1) la prueba de pcr, 2) la prueba rápida de antígeno y 3) la prueba de anticuerpos o serológica.

La prueba de pcr (por sus siglas de polymerase chain reaction, término en inglés que se traduce como reacción en cadena de polimerasa) detecta directamente al sars-CoV-2 mediante la identificación de su material genético. El arn identficado es único y distinguible de otro arn proveniente de diferentes virus o microorganismos que pudieran estar presentes. Debido a que el virus infecta las células de la mucosa que recubre la faringe, la muestra se obtiene de la nasofaringe u orofaringe mediante un raspado con un hisopo largo para llegar a la zona.

La prueba rápida de antígeno identifica a una proteína estructural específica del sars-CoV-2, que puede ser la proteína N o bien la S, en muestras de mucosa de la nasofaringe de personas infectadas.

La prueba de anticuerpos o serológica no detecta al sars-CoV-2 sino que identifica un tipo de componente de la respuesta inmune del organismo humano: los anticuerpos. Los anticuerpos se encuentran en mayor concentración en la sangre, por lo que la muestra para esta prueba se toma mediante una picadura de aguja en una vena del brazo.

¿Cuál prueba COVID-19 es más confiable para saber si estoy infectado o no?

Las pruebas de pcr y de antígeno son las únicas capaces de detectar si estamos infectados por el sars-CoV-2, ya que identifican al virus directamente. Ambas son confiables, pero esto depende del momento en el que se realice la prueba. Debido a que no podemos saber el momento exacto de la entrada del virus al cuerpo, el período de aparición máxima de los síntomas es el parámetro usado como referencia.

Revisando nuevamente la figura 3 observamos que la prueba de pcr detecta al virus durante un período mayor comparado con la prueba de antígeno. Esto se debe a que la prueba de pcr usa herramientas que detectan pequeñísimas cantidades del virus, de manera que cuando el virus entra al cuerpo y se replica a una cantidad suficiente, esta prueba es capaz de detectarlo, aún si no tenemos síntomas evidentes todavía. La detección es mucho mejor cuando la cantidad de virus se incrementa en el cuerpo y será óptima cuando el virus está en su cantidad máxima. Los estudios indican que la prueba de pcr puede detectar al virus en un período de tiempo que incluye unos días antes del periodo infeccioso, durante, y unos días después; lo cual coincide con el período que incluye antes de la aparición de los síntomas, durante la máxima sintomatología, y poco después de que los síntomas hayan disminuido considerablemente (He et al., 2020; Mina, Parker, y Larremore, 2020; Sethuraman, Jeremiah, y Ryo, 2020).

La prueba de pcr es la prueba más sensible que existe, por lo cual debe usarse para confirmar un diagnóstico de infección por el virus sars-CoV-2. Una prueba positiva de pcr confirma la presencia del virus sars-CoV-2. Una prueba negativa de pcr indica que la persona no está infectada o que ya eliminó al virus del cuerpo. Desafortunadamente este tipo de prueba tiene un costo elevado para el público, ya que se requiere de equipo y reactivos caros y de personal altamente calificado para realizarla. Por las mismas razones, la prueba de pcr requiere más tiempo para realizarse y los resultados tardan más tiempo en otorgarse (24 a 48 horas, dependiendo del laboratorio), comparando con la prueba de antígeno (ver tabla 1).

La prueba rápida de antígeno es menos sensible que la prueba de pcr, ya que requiere que el virus esté en cantidades grandes en el cuerpo para poder detectarlo. La cantidad necesaria del virus para que sea detectable por esta prueba coincide con el período de mayor número e intensidad de los síntomas de la enfermedad, y con el período infeccioso. La gran ventaja de esta prueba es que requiere mucho menos tiempo que la prueba de pcr. Los resultados de la prueba rápida de antígeno suelen entregarse en 1 a 2 horas, dependiendo del laboratorio. Incluso hay algunas pruebas rápidas de antígeno que requieren solo de 15 a 30 minutos para obtener un resultado (Sabat et al., 2023). El costo de la prueba de antígeno es aproximadamente el 30 y 35% del costo de la prueba de pcr. Por estas razones, la prueba de antígeno suele ser la opción elegida cuando la persona tiene síntomas y se requiere un diagnóstico rápido y a costo accesible. Es importante recordar que esta prueba es confiable cuando se realiza durante el período de mayor intensidad de los síntomas. Por tanto, un resultado negativo puede ser falso si la prueba se realiza antes o después de éste (ver tabla 1) (Sabat et al., 2023).

Resumen de las características de las pruebas  COVID-19

Tabla 1. Resumen de las características de las pruebas COVID-19.
Crédito: elaboración propia.

La prueba de anticuerpos o serológica nos indica si hemos estado infectados por el virus al detectar la presencia de anticuerpos que el cuerpo produce contra dicho virus. También se llama serológica porque la muestra que se analiza es el suero, que es la parte líquida de la sangre. Por su fundamento, pertenece a la categoría de pruebas conocidas como elisa por sus siglas en inglés enzyme-linked immunoassay, que se traduce al español como ensayo inmunoenzimático de absorción.

En este tipo de prueba, la muestra se coloca en una placa que contiene antígenos del virus. Si los anticuerpos contra el virus están presentes en la muestra, se unirá a los antígenos en la placa. Esta prueba se considera altamente sensible, y actualmente se usa principalmente para realizar estudios epidemiológicos dirigidos a saber el número de personas que han estado en contacto con el sars-CoV-2 (Kundu et al., 2022). Es importante saber que esta prueba puede ser positiva si estamos vacunados, por lo que su utilidad en estudios epidemiológicos es ahora limitada (Hayden et al., 2024). La mayoría de las personas producen anticuerpos como respuesta de defensa contra el sars-CoV-2; la cantidad de anticuerpos y su duración varía grandemente entre la población (Lapuente, Winkler, Y Tenbusch, 2024; Roltgen y Boyd, 2024), pero existen estudios que indican el comportamiento general de la producción de anticuerpos a través del tiempo (cinética).

Hay 5 tipos de anticuerpos, también llamados inmunoglobulinas, pero aquí sólo hablaremos de la inmunoglobulina M e inmunoglobulina G (IgM e IgG). El cuerpo humano requiere de días e incluso semanas para poder producir anticuerpos en cantidades suficientes para combatir a la infección. La figura 4 muestra la cinética de producción de anticuerpos IgM e IgG contra el sars-CoV-2 (Chvatal-Medina, Mendez-Cortina, Patino, Velilla, y Rugeles, 2021; Post et al., 2020). Las IgM son los primeros anticuerpos que el cuerpo produce en respuesta a una infección, y esta respuesta de producción de IgM tiene una duración relativamente corta en el cuerpo. Por otro lado, la producción de la IgG se inicia después, pero alcanza niveles mucho más altos y dura mucho más tiempo. La respuesta protectora de anticuerpos a largo plazo la proporcionan los anticuerpos IgG, y es lo que conocemos como inmunidad.

Cinética de producción de anticuerpos

Figura 4. Cinética de producción de anticuerpos IgM e IgG en respuesta a la infección por el SARS-CoV-2.
Crédito: elaboración propia a partir de la información de Chvatal-Medina et al., 2021 y Post et al., 2020.

Una persona que ha desarrollado inmunidad será capaz de reconocer rápidamente al virus y disparar las defensas del organismo lo suficientemente fuerte para evitar que vuelva a enfermarse (Lapuente et al., 2024). La cinética nos ayuda a entender que los anticuerpos son detectables hasta alrededor de 2 semanas posteriores a la aparición máxima de los síntomas de la enfermedad (ver figura 4). También podemos observar que después de un tiempo los anticuerpos disminuyen y puede llegar a ser indetectables. Las pruebas comerciales ofrecen la determinación de IgG, de IgM o de ambos tipos de anticuerpos (anticuerpos totales) (ver tabla 1). Las pruebas de anticuerpos comerciales no son capaces de determinar el tiempo cuando estuvimos infectados o cuando fuimos vacunados, tampoco si estamos protegidos ante infecciones posteriores.

Conclusiones

Es relevante comprender la variedad de pruebas diagnósticas disponibles para covid-19 y cómo elegir la más adecuada según las circunstancias individuales. Las pruebas de diagnóstico, como la de pcr, las pruebas rápidas de antígenos y la de anticuerpos, ofrecen diferentes ventajas en cuanto a sensibilidad, rapidez y propósito de uso. Por ejemplo, las pruebas de pcr son altamente sensibles y específicas, ideales para detectar la infección activa, mientras que las pruebas de antígenos son más rápidas y convenientes para la detección temprana en entornos de alta transmisión. Las pruebas de anticuerpos pueden indicar exposición previa al virus. Seleccionar la prueba adecuada depende de factores como los síntomas presentados, la exposición potencial al virus y la necesidad de resultados rápidos.

No hay que olvidar que el precio de las pruebas es un factor importante. Por ejemplo, la prueba rápida de antígeno es mucho más barata que las otras pruebas disponibles. En este contexto, las pruebas rápidas pueden ser las pruebas de elección por su bajo costo y rapidez de resultados, y pueden ser útiles en áreas de alta transmisión del virus y para detecciones masivas. Sin embargo, las autoridades sanitarias internacionales y mexicanas respaldan oficialmente el uso de la prueba de pcr como estándar de oro para el diagnóstico de covid-19, debido a su precisión y fiabilidad en la detección del virus.

En conclusión, es esencial consultar con profesionales de la salud para determinar cuál es la prueba más apropiada en cada situación, asegurando así una detección precisa y una gestión efectiva de la enfermedad. Además, comprender las limitaciones y características de cada prueba contribuye a una toma de decisiones informada y una respuesta eficaz frente al covid-19.

Referencias

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Recepción: 2024/04/05. Aceptación: 2024/04/18. Publicación: 2025/05/09.

Vol. 26, núm. 3 mayo-julio 2025

Antártida: el continente que recuerda

Rafael Antonio López Martínez Cita

Resumen

Envuelta en hielo y misterio, la Antártida guarda en sus rocas la memoria del planeta. En esta crónica científica, un geólogo de la unam narra su participación en una expedición al límite Jurásico/Cretácico, uno de los pasajes menos comprendidos de la historia geológica. Junto a un equipo argentino, vivió semanas en campamentos aislados, sobre nunataks rodeados de glaciares, recolectando fósiles y fragmentos de un pasado marino oculto bajo millones de años de sedimentos. Entre temperaturas extremas, ráfagas de viento y una rutina sin internet ni electricidad, la vida cotidiana se transforma en supervivencia, ciencia y comunión con el paisaje. La Antártida, lejos de ser un páramo inmóvil, revela historias de bosques antiguos, pingüinos gigantes y océanos templados. Hoy, sus hielos también registran el impacto del cambio climático. Este relato no sólo explora una expedición científica, sino también la forma en que el pasado profundo nos habla del presente —y del futuro— del planeta.
Palabras clave: Antártida, Geología, cambio climático, fósiles, Paleontología.

Antarctica: the continent that remembers

Abstract

Wrapped in ice and mystery, Antarctica holds the memory of the planet in its rocks. In this scientific chronicle, a geologist from the unam narrates his participation in an expedition to the Jurassic/Cretaceous boundary, one of the least understood passages in geological history. Alongside an Argentine team, he spent weeks in isolated camps, on nunataks surrounded by glaciers, collecting fossils and fragments of a marine past hidden under millions of years of sediment. Amid extreme temperatures, gusts of wind, and a routine without internet or electricity, daily life becomes survival, science, and communion with the landscape. Antarctica, far from being a static wasteland, reveals stories of ancient forests, giant penguins, and temperate oceans. Today, its ice also records the impact of climate change. This account not only explores a scientific expedition but also the way deep time speaks to us about the present—and the future—of the planet.
Keywords: Antarctica, Geology, Climate Change, Fossils, Paleontology.


“Se buscan hombres para un viaje peligroso. Sueldo escaso. Frío extremo. Largos meses de completa oscuridad. Peligro constante. No se asegura el regreso. Honor y reconocimiento en caso de éxito”

Ernest Shackleton (1907)

La Antártida fue el último continente en ser conquistado y aún está envuelta en muchos misterios. Sus territorios inexplorados permanecen resguardados por un frío intenso y vientos constantes. Pero si logras vencer esas condiciones extremas, se revela un mundo sorprendente, incomparable con cualquier otro: animales únicos y paisajes que asombran a cada paso.

La Antártida

Figura 1. La Antártida es un lugar único, que sorprende cada día con su majestuosidad.
Crédito: Rafael López Martínez.

Esta expedición científica comenzó muchos años atrás, cuando yo era un niño que se maravillaba viendo documentales sobre el Continente Blanco, leyendo historias sobre sus exploraciones y observando fotos antiguas de meteoritos y fósiles recolectados por los primeros aventureros. Esas imágenes y relatos transformaron mi forma de ver el mundo, y mi vida no fue la excepción.

Pasaron varios años hasta que se presentó la oportunidad de estudiar esta región remota. Nos esperaba una experiencia de supervivencia y ciencia, alejados de todo, viviendo en tiendas de campaña.

Así arrancó esta aventura científica, integrada por Gustavo Lezcano, profesor antártico con amplia experiencia en el continente; el Suboficial Mayor Diego Zapata, buzo y comando del Ejército Argentino; Marina Lescano, micropaleontóloga de la Universidad de Buenos Aires; y yo, geólogo de la unam. La expedición fue dirigida por la Dra. Andrea Concheiro, micropaleontóloga y artífice del proyecto. Nuestro objetivo: estudiar el límite Jurásico/Cretácico en la Antártida.

¿Y eso qué significa? Los geólogos rara vez hablamos en años concretos. En cambio, usamos una escala temporal geológica con nombres para distintas eras y periodos. El Jurásico, por ejemplo, es conocido por películas como Parque Jurásico y abarca desde hace 201 hasta 145 millones de años. El Cretácico, por su parte, va de los 145 a los 66 millones de años, y finaliza con la caída del meteorito de Chicxulub, en Yucatán, que provocó la extinción de los dinosaurios. Sin embargo, el límite entre ambos periodos es menos conocido, ya que no se caracteriza por cambios abruptos, lo que lo convierte en uno de los más enigmáticos de la geología. Con esto en mente, nos trasladamos a la Antártida para estudiar sus rocas y fósiles y así descifrar sus misterios.

Llegar a la Antártida no es sencillo. Primero, se toma un avión militar, un Hércules, hasta la Base Marambio, puerta de entrada a la Antártida Argentina. Desde allí, nos trasladan en helicóptero hasta nuestros destinos, donde montamos los campamentos que serán nuestro hogar durante los meses de investigación.

Cuando imaginamos la Antártida, solemos pensar en un territorio completamente cubierto de hielo. Pero no debemos olvidar que es un continente con extensas áreas emergidas. Una de sus formaciones más singulares son los nunataks, porciones de tierra rodeadas completamente de hielo. Es en estos lugares donde los geólogos concentramos nuestros estudios.

Nunataks

Figura 2. Los nunataks son porciones de tierra rodeadas de hielo que permiten el estudio de las rocas expuestas. Nunatak Longing Gap, Antártida Argentina.
Crédito: Rafael López Martínez.

También preferimos montar nuestros campamentos sobre estos nunataks, ya que los glaciares están en constante movimiento: se desplazan, se agrietan y liberan toneladas de hielo que caen al mar cada día.

¿Y cómo es la vida en esas condiciones? Difícil. La zona que nos interesaba estaba lejos de cualquier base, por lo que era necesario montar un campamento autónomo con tiendas especiales, capaces de resistir los fuertes vientos antárticos y las bajas temperaturas.

Tienda de campaña para dormir

Figura 3. Tienda de campaña para dormir y, al fondo, nuestra tienda-baño.
Crédito: Rafael López Martínez.

Pero vivir en la Antártida implica también un compromiso con su preservación. Es un continente protegido, y el impacto humano debe ser mínimo. Por ello, seguimos normas ambientales estrictas: antes de partir, lavamos, desinfectamos y aspiramos cuidadosamente todo el equipo para evitar llevar accidentalmente larvas o insectos en nuestra ropa o calzado. Los desechos deben retirarse al final de la estancia, sin dejar rastro. Incluso las necesidades fisiológicas deben recogerse y ser transportadas de regreso a la base principal.

La rutina en el campamento es muy distinta a la de la vida cotidiana. No hay electricidad, internet ni señal de celular. Nuestra única comunicación se da en las rondas de radio, a las siete de la noche, donde recibimos el pronóstico del clima para el día siguiente y aprovechamos para hablar con otros campamentos. Incluso jugamos partidas de Batalla Naval por radio. Así, se crea una especie de hermandad antártica, difícil de explicar, pero muy real.

Cuando el clima lo permite, trabajamos intensamente en el campo. Las condiciones pueden cambiar de un momento a otro, y a veces resulta imposible salir durante varios días.

¿Y qué hacemos exactamente los geólogos allí? La geología es una disciplina muy diversa: algunos se dedican a cartografía, otros a volcanes, fósiles o tectónica de placas. En nuestro equipo, nos enfocamos en la sedimentología, cartografía y paleontología.

Nuestro trabajo consiste en estudiar las capas de sedimento depositadas en los antiguos mares de la Antártida. Estas capas son como páginas de un libro que nos permiten contar la historia del planeta. Al estar dispuestas en orden cronológico, podemos rastrear cómo evolucionaron los ambientes marinos, analizando fósiles de peces, moluscos, plantas y más. Además, estudiamos la composición química de las rocas para conocer la temperatura, salinidad, oxigenación y dinámica marina de esas épocas.

Buscamos afloramientos de roca, medimos sus capas, recolectamos muestras para análisis posteriores y buscamos fósiles golpeando las rocas hasta que comienzan a aparecer.

Fósiles

Figura 4. Algunos de los fósiles encontrados durante la expedición. A: Restos fosilizados de un pez del Jurásico. B: Concha de ammonite, molusco cefalópodo que conserva su concha original. C: Restos fosilizados de madera. D: Conchas de moluscos bivalvos de una antigua “playa” fosilizada.
Crédito: Rafael López Martínez.

Además, realizamos mapas geológicos para identificar y registrar los tipos de roca del área. Esta labor requiere recorrer grandes distancias, documentando cada cambio en el terreno, para luego volcar esa información en esquemas que, con el tiempo, se transforman en mapas.

Cuando regresamos al campamento, procesamos la información recolectada, y aprovechamos los días de mal clima para hacer trabajo de gabinete.

Trabajos de gabinete

Figura 5. Trabajos de gabinete donde procesamos la información obtenida en el campo.
Crédito: Rafael López Martínez.

¿Y todo esto para qué?

La Antártida es un territorio clave para la ciencia. Su estudio ha sido reconocido en tratados internacionales que buscan protegerla. La geología no es la excepción: las expediciones recopilan información esencial para entender fenómenos globales como el cambio climático, tanto el actual como el del pasado geológico.

Gracias a estos estudios, sabemos que la Antártida no siempre fue como la conocemos. Hubo épocas mucho más cálidas, con bosques parecidos a los de los Andes, y otras en las que casi se congeló, aunque sin lograrlo completamente. Fue hace unos 35 millones de años cuando comenzó su separación de América del Sur y se formó el paso de Drake (Francis et al., 2008). Este proceso desencadenó su enfriamiento gradual, hasta quedar cubierta de hielo.

La fauna también cambió drásticamente. La separación continental y el enfriamiento provocaron la extinción de especies como pingüinos gigantes de 1.70 metros (Hospitaleche et al., 2019) o incluso sapos (Mörs et al., 2020).

Así se configuraron su clima actual y su ecosistema, dominado por pingüinos, focas y lobos marinos.

Fauna común en la Antártida

Figura 6. Fauna común en la Antártida. A: Pingüino Adelia con una cría que aún no muda su pelaje. B: Lobo marino. C: Foca de Weddell. D: Foca cangrejera.
Crédito: Rafael López Martínez.

Sin embargo, la Antártida también está sintiendo los efectos del calentamiento global. En 2022, se registró una ola de calor sin precedentes, con temperaturas hasta 39 °C por encima de lo esperado en algunas estaciones (Blanchard‐Wrigglesworth et al., 2023). Este aumento podría tener consecuencias devastadoras para los ecosistemas y sus ciclos naturales, por lo que urge tomar medidas para su protección…

Lecciones del pasado

Aún sabemos muy poco sobre la Antártida. Cada año, distintas expediciones científicas enfrentan el clima extremo y las condiciones de vida en zonas remotas para intentar descifrar los misterios del continente blanco. Gracias a estas investigaciones, hoy sabemos que, hace millones de años, la Antártida tenía un clima cálido y estaba cubierta por extensos bosques. Este conocimiento no solo es fundamental para entender la historia geológica del planeta, sino también para enfrentar los retos actuales del cambio climático, que ya están afectando a este ecosistema único.

Agradecimientos

Agradezco al Instituto Antártico Argentino, a la Universidad de Buenos Aires y a todas las personas que hicieron posible esta expedición. De manera especial, agradezco al proyecto papiit in109323, cuyo financiamiento ha sido fundamental para llevar a cabo esta investigación.

Referencias

  • Blanchard-Wrigglesworth, E., Cox, T., Espinosa, Z. I., y Donohoe, A. (2023). The largest ever recorded heat wave—Characteristics and attribution of the Antarctic heatwave of March 2022. Geophysical Research Letters, 50(17), e2023GL104910. https://doi.org/10.1029/2023GL104910.
  • Francis, J. E., Marenssi, S., Levy, R., Hambrey, M., Thorn, V. C., Mohr, B., … y DeConto, R. (2008). From greenhouse to icehouse–the Eocene/Oligocene in Antarctica. Developments in Earth and Environmental Sciences, 8, 309-368. https://doi.org/10.1016/S1571-9197(08)00008-6.
  • Hospitaleche, C. A., Haidr, N., Paulina-Carabajal, A., y Reguero, M. (2019). The first skull of Anthropornis grandis(Aves, Sphenisciformes) associated with postcranial elements. Comptes Rendus Palevol, 18(6), 599-617. https://doi.org/10.1016/j.crpv.2019.06.003.
  • Mörs, T., Reguero, M., y Vasilyan, D. (2020). First fossil frog from Antarctica: Implications for Eocene high latitude climate conditions and Gondwanan cosmopolitanism of Australobatrachia. Scientific Reports, 10(1), 5051. https://www.nature.com/articles/s41598-020-61973-5.


Recepción: 2023/11/16. Aceptación: 2024/12/16. Publicación: 2025/05/05.

Vol. 26, núm. 3 mayo-julio 2025

Alegría que resiste: ecos de mujeres en la costa durante la pandemia

Adriana Fournier Uriegas Cita

Resumen

¿Qué pasa cuando la ciencia y las voces locales se encuentran? Este texto recoge las experiencias de mujeres de la costa sur de Jalisco durante la pandemia de covid-19, invitándonos a escuchar sus historias como una forma de resistencia y aprendizaje. A través de sus vivencias, reflexionamos sobre cómo la información científica circula (o no) en comunidades con acceso limitado a conocimientos técnicos, en un país lleno de desigualdades. Con un enfoque cualitativo, el texto explora las brechas en la comprensión de fenómenos como la salud pública y el medio ambiente, y cómo estas mujeres, resilientes por naturaleza, enfrentan cada desafío. La pandemia fue sólo una más de las adversidades que han enfrentado a lo largo de los años, pero su capacidad para adaptarse y resistir demuestra el poder de la comunidad. Este artículo no sólo pone en evidencia las tensiones entre el conocimiento académico y el local, sino que también nos invita a repensar la manera en que nos vinculamos con la ciencia. Una invitación a aprender de los que, a menudo, quedan al margen de las grandes conversaciones.
Palabras clave: ciencia, resiliencia, pandemia, comunidades, conocimiento.

Joy that resists: echoes of women on the coast during the pandemic

Abstract

What happens when science and local voices meet? This text gathers the experiences of women from the southern coast of Jalisco during the covid-19 pandemic, inviting us to listen to their stories as a form of resistance and learning. Through their experiences, we reflect on how scientific information circulates (or doesn’t) in communities with limited access to technical knowledge, in a country full of inequalities. With a qualitative approach, the text explores the gaps in understanding phenomena such as public health and the environment, and how these women, resilient by nature, face each challenge. The pandemic was just one more adversity they have faced over the years, but their ability to adapt and resist demonstrates the power of community. This article not only highlights the tensions between academic and local knowledge but also invites us to rethink how we connect with science. An invitation to learn from those who are often left out of major conversations.
Keywords: science, resilience, pandemic, communities, knowledge.


El principio de una historia de resistencia

Tal vez la pandemia por sarscov-2 ya nos parezca un recuerdo remoto, una historia que ocurrió en otro tiempo. Sin embargo, como toda crisis profunda, dejó marcas visibles e invisibles en la vida de millones. Una de las lecciones más poderosas que nos dejó fue el recordatorio —tan simple como implacable— de que la vida puede cambiar en cualquier momento. Nuestra cotidianidad es frágil. Se transforma, se rompe, se reconstruye.

Yo no anticipé nada de lo que vino. No imaginé que aquella crisis mundial me llevaría a estudiar una maestría enfocada en la relación entre bienestar y ambiente en la costa sur de Jalisco. Menos aún que ese proyecto me ofrecería la posibilidad de conocer, conversar y compartir tiempo con veintiocho mujeres de cinco comunidades rurales. En esas charlas, tejidas con confianza, conversamos sobre la pandemia y sus experiencias del día a día, en el trabajo, sus creencias y sus emociones. Porque aunque las noticias parecían siempre hablar desde y para las grandes ciudades, la crisis sanitaria también atravesó los caminos de tierra, los esteros, las cocinas comunitarias.

A veces, sus respuestas me desconcertaban. ¿Cómo que no fue tan grave? ¿Cómo que no se vacunaron? ¿Cómo que no era un tema que les quitara el sueño? Esa aparente indiferencia escondía otra historia: la de una vida ya acostumbrada a la incertidumbre, a los riesgos, a la ausencia del Estado. Cada testimonio que escuché fue una invitación a cuestionar lo que entendemos por bienestar, por salud, por resiliencia.

Me gustaría contar las veintiocho historias, pero los límites de este espacio me obligan a elegir. Compartiré aquí fragmentos de la cotidianidad de cuatro mujeres —de edades, oficios y comunidades distintas— que ayudan a dibujar el paisaje humano que encontré. A lo largo del texto, sus voces se entrelazan con las de las demás, agrupadas en seis ejes que fueron emergiendo a lo largo de nuestras conversaciones: (1) la cotidianidad, (2) la desconfianza y falta de certezas, (3) la doble jornada laboral, (4) el bienestar, (5) la fe y (6) la resistencia.

La intención de este artículo es sencilla, pero no por eso menos urgente: compartir las percepciones de un grupo de mujeres sobre la pandemia, partiendo de la convicción de que toda vida tiene algo que enseñarnos. En cada relato se asoma no sólo la historia personal, sino también la memoria de un territorio y de quienes lo habitan.

Cotidianidad: entre el miedo y la rutina

Para muchas personas, la pandemia fue una experiencia inédita: miedo, encierro, pérdida, desconfianza. Pero en los relatos de estas mujeres descubrí que esas emociones no les eran ajenas. No llegaron con la crisis sanitaria; estaban ya ahí, como parte del paisaje emocional de una vida marcada por otras amenazas. Lo que sí trajo la pandemia fue una nueva forma de habitar su día a día, una prueba más que enfrentaron con una mezcla de fortaleza, creatividad y cansancio.

Nadia,1 por ejemplo, vive en una comunidad costera de no más de 800 habitantes. Tiene una estética, es madre de dos pequeños y está casada. A sus 38 años, lleva una vida llena de tareas —preparar el desayuno, alistar a los niños, limpiar la casa, atender su negocio, desplazarse a dar servicios a hoteles o villas cercanas—, pero nada de eso parece agobiarla. Siempre sonriente, dice disfrutar de su trabajo, de los paseos con sus hijos, de la playa y de los recorridos en bicicleta. Durante la pandemia, su carga de trabajo se triplicó. Decidió no vacunarse; el miedo no era al virus, sino a las consecuencias desconocidas de una vacuna que le generaba desconfianza. Toda su familia se contagió, pero los síntomas fueron leves. Y así, entre el miedo y la rutina, siguieron adelante.

Plaza vacía en la localidad de San Mateo, Jalisco

Figura 1. Plaza vacía en la localidad de San Mateo, Jalisco.
Crédito: Adriana Fournier Uriegas.

Doña Meli tiene 70 años y sigue al frente de un pequeño restaurante en otra comunidad costera. Rodeada de palmeras, familia y amigas, dice que ahora descansa más. Pero su historia no ha sido fácil. Cuidó durante décadas a su esposo enfermo y sacó adelante a sus siete hijos. Es una mujer firme, generosa, con una mirada que transmite serenidad. Me habló de dolores profundos con una entereza conmovedora, y aunque durante la pandemia los clientes desaparecieron y ella misma se enfermó, se recuperó con sus propios remedios, los mismos que ha compartido toda la vida con su comunidad.

Mariana tiene 40 años. Trabajó durante 16 como empleada doméstica en una villa de lujo en Careyes, uno de los destinos más exclusivos del Pacífico mexicano. Allí vivía, cuidaba, cocinaba. Era un trabajo estable, pero durante la pandemia, replanteó su vida. Decidió renunciar y regresar a su comunidad para hacerse cargo de la tienda de abarrotes familiar. Cambió un ingreso mayor por la posibilidad de estar cerca de su hija, de caminar por su pueblo, de recuperar un tiempo que se le escapaba entre los muros del resort. Hoy, atiende la tienda, limpia, cocina, cuida, y cuando puede, sale a caminar sin más compañía que la brisa y su niña.

Doña Paz, de 53 años, vive en una comunidad pesquera. Sus días empiezan antes del amanecer, cuando prepara el almuerzo de su esposo pescador. Luego, se dedica a reparar trasmallos, una labor que requiere paciencia y maestría. Ha criado a seis hijos, todos nacidos sin asistencia médica. Ahora cuida a su nieta. Vive al borde del estero, en una casa rodeada por los compañeros de su cooperativa pesquera. Habla con claridad sobre su historia: una infancia dura, años de trabajo incesante, una fatiga acumulada por la desigualdad y la falta de apoyo. Durante la pandemia, los ingresos bajaron y la información era escasa y confusa. Su cansancio no es ningún obstáculo ni motivo de mal humor. Nos recibió siempre con los brazos abiertos y nos (com)partía cocos para el calor.

Desconfianza: cuando la pandemia alcanzó la costa

Cuando las primeras noticias de una pandemia comenzaron a filtrarse a través de las pantallas de televisión y los hilos de las redes sociales, en aquellas comunidades costeras de Jalisco no se encendieron las alarmas. A lo lejos, desde el otro lado de la sierra y del concreto, el virus parecía una historia ajena, una más de las tantas que se cuentan desde el centro del país. “Eso no nos va a llegar a nosotros”, pensaban muchas. Rodeadas de mar y monte, habituadas a la vida que transcurre sin prisa entre la brisa salada y los caminos de tierra, confiaban en que la distancia era también una barrera.

Pero con los turistas llegaron los rumores, y con los rumores, los síntomas. Primero, casos sueltos, después la certeza. La enfermedad se abría paso como lo hacen las mareas: silenciosa, insistente, inevitable. La incredulidad inicial dio paso al miedo, a la sospecha, a la desorientación.

“Si uno está bien alimentado, no le va a pegar esa cosa”, decía con convicción Doña Eve, mientras acomodaba su delantal. “Eso sólo hace daño a los que ya están mal de otras cosas”. A su lado, Doña Paz negaba con la cabeza, ceñuda: “No, no… te digo que a lo mejor es falso todo eso. ¿Entonces cómo va a confiar uno si nadie ha venido a decirnos: mira, va a pasar esto y esto?”. Su voz arrastraba una historia de abandono: nadie les había explicado nunca nada, ¿por qué confiar justo ahora?

Para cuando las playas se cerraron por decreto y los turistas desaparecieron, la desconfianza seguía tan viva como el virus. Las pérdidas fueron inmediatas: empleos detenidos, restaurantes cerrados, escuelas suspendidas. El golpe económico no tardó en sentirse. En una zona donde el turismo sostiene la vida cotidiana, el cierre significó un cambio abrupto y brutal.

Frente a la crisis sanitaria, una de las pocas instituciones que intentó hacer frente fue la Clínica Careyes, ubicada dentro de un complejo turístico de lujo. Ahí, la doctora a cargo recuerda con claridad la cronología de la tragedia: “En la primera tanda, sólo los extranjeros venían con covid. Eso fue en marzo. Eran casos sospechosos porque no había pruebas… se mandaban a hacer pcr a la Ciudad de México o incluso a Estados Unidos. Después, en la segunda ola, fueron casos del personal que trabajaba en las casas de turistas, y luego, obviamente, de personas de los pueblos. En la tercera ola murieron muchísimos. Afectó principalmente a la gente de las comunidades, más que a los extranjeros. Hicimos miles de pruebas.”

Las vacunas llegaron tarde, como suele ocurrir en los márgenes. Para el escaso personal médico de las comunidades, los meses fueron una mezcla de agotamiento, miedo y frustración. No bastaba con ofrecer información o advertencias, porque la desconfianza —esa herencia pesada— contaminaba todo

Más trabajo, menos recompensa

Mientras tanto, en las casas, las mujeres hacían malabares imposibles. Mariana, Nadia, Doña Paz y muchas otras tuvieron que improvisar salones de clase, volverse maestras sin haberlo pedido, multiplicar las tareas del hogar, sostener el ánimo familiar y, además, buscar maneras de seguir ganando dinero. Cocinar, limpiar, educar, cuidar, consolar, trabajar: todo a la vez y sin tregua.

Ya antes de la pandemia, las mujeres mexicanas dedicaban el triple de horas que los hombres a las tareas domésticas y de cuidado, según el Boletín del Instituto Nacional de las Mujeres (2020). La llegada del confinamiento sólo exacerbó esa desigualdad. Además, muchas de ellas se empleaban en sectores vulnerables: comercio, turismo, servicios. Cuando esos sectores se detuvieron, también lo hizo su ingreso.

Dana, por ejemplo, dejó sus estudios y las salidas de pesca con su padre para buscar trabajo en un oxxo. “Fue de los pocos lugares que no cerraron”, me dice, encogiéndose de hombros. La necesidad no da tiempo para lamentaciones. Como ella, decenas de personas se quedaron sin trabajo cuando cerraron los restaurantes, los hoteles, los mercados.

Alena, desde su experiencia en una cooperativa pesquera, resume así la cadena de desgracias: “Al comenzar fue lo más duro, yo creo que para todos. Somos comerciantes del negocio del turismo. Este es un pueblo que prácticamente vive del turismo, tanto de la pesca como del turismo. Sí, nos pegó bastante. Ha sido un año difícil para nosotros porque después de la pandemia nos pegó un huracán muy fuerte. Nos tumbó el restaurante, fue un tiempo, pues que a veces no veíamos ni la salida… pero trabajamos de alguna manera u otra y logramos salir adelante otra vez”.2

Bienestar: lo ordinario y lo compartido

El bienestar de estas mujeres, en muchos casos, estaba intrínsecamente ligado a sus prácticas cotidianas, esas que les otorgaban una sensación de felicidad y plenitud. Mientras en las ciudades las personas extrañaban la vida acelerada de las plazas comerciales, las oficinas o los parques, ellas añoraban la sencillez de sus paseos al río, los baños en la playa con la familia, o las caminatas por el monte. Extrañaban también su trabajo, que para muchas de ellas representaba mucho más que una fuente de ingresos: era una manifestación de su independencia económica, de la utilización de sus talentos y capacidades, y de una conexión profunda con su comunidad. No era el cansancio físico lo que les atraía, sino el disfrute mismo de desempeñar su labor, de sentirse útiles, capaces, activas. La pandemia no sólo las privó de sus ingresos, sino también de sus motivaciones cotidianas que las impulsaban a levantarse cada mañana.

La señora Elva, quien regenta una paletería, me confesó con un tono cálido la alegría que sentía al regresar a su trabajo: “A mí me gusta mucho estar aquí. En mi casa vivo sola, está lejos mi casa. Más que caballos y vacas, no hay nada. No pasan carros, nada. Yo disfruto venir para acá, además de que hago algo, estoy activa […] entonces no me enfado y además no falta quien venga y me acompañe, como esa señora que acaba de venir y se queda un rato, se desenfada ella de estar encerrada”. El trabajo no sólo les proveía de un ingreso, sino que les ofrecía un espacio vital para interactuar, para conectarse con otros seres humanos y con su entorno.

Las vecinas, entonces, se convirtieron en aliadas esenciales durante estos tiempos de incertidumbre. Se ayudaban mutuamente con las compras y el cuidado de los enfermos. Cuando el virus tocaba sus puertas, las prácticas ancestrales de la comunidad, como los remedios caseros, cobraban una nueva relevancia. En muchas ocasiones, el apoyo de la familia y una alimentación adecuada fueron fundamentales para quienes atravesaron cuadros graves de la enfermedad, aún cuando el apetito había desaparecido y el sentido del gusto se desvaneció.

Caminata por el río

Figura 2. Caminata por el río. Estudiante del Posgrado en Ciencias de la Sostenibilidad y mujer oriunda de Costa Sur de Jalisco.
Crédito: Adriana Fournier Uriegas.

Vacuna y fe: entre la información y la desconfianza

La llegada de la vacuna no fue sólo un alivio para muchos, sino también una fuente de confusión, miedo e incertidumbre. Se tejieron historias extrañas que volaban de boca en boca: algunos creían que la vacuna era un medio para insertar un chip en las personas, otros decían que el gobierno planeaba usarla como un experimento en el que todos los vacunados seríamos conejillos de indias, y había quienes pensaban que se nos convertiría en robots. Doña Cayo, que sí se vacunó, se lo tomaba con humor: “Pues si nos convertimos en robots, no pobres de nosotros, pobres de los que se habrán quedado humanos”.

Estas creencias, aunque aparentemente absurdas, invitan a reflexionar sobre el poder de la transmisión de información de boca en boca, sobre cómo el miedo colectivo puede nublar el juicio y la toma de decisiones. Las dudas sobre la vacuna no eran sólo sobre lo que se nos estaba ofreciendo, sino sobre la falta de confianza en las instituciones y en quienes difunden la información científica.

La fe en Dios jugó un papel crucial en la decisión de muchas mujeres sobre si vacunarse o no. Frases como “Será lo que Dios quiera”, “Me encomiendo a Dios”, “Diosito sabe mi hora” eran comunes entre ellas. Bety, quien decidió no vacunarse, explicó: “No me quise vacunar porque ya ve que hay unos que decían ‘no se vacunen’ y otros que sí, y yo le dije a mi marido —porque él sí se vacunó— yo no, yo se lo dejo a Dios. Si Él quiere que yo muera, de eso voy a morir y si no, no. Yo tengo mucha fe y Él es el que me va a ayudar.”

Por otro lado, doña Lety, quien trabaja en el sector salud, compartió su frustración con aquellos que aún se oponían a la vacuna, explicando: “Todavía hay mucha gente que no se vacuna y todavía hay gente, te lo juro, que piensa que le van a poner un chip. Como si un microchip fuera un recurso accesible y como si fuera importante. O sea, ya te están vigilando con tu chip que tú propio te conectaste [refiriéndose al celular]. O sea, si quieren vigilarte aquí te tienen, pa’ qué chingados te meten uno que cuesta una fortuna.” Su desazón me lleva a cuestionar lo que a veces llamamos “ignorancia”. Tal vez el rechazo a la vacuna no sea una cuestión meramente de falta de información, sino de desconfianza profunda.

Bullen (2022) argumenta que la oposición a las vacunas y a las medidas de precaución durante la pandemia no se debía a una ignorancia azarosa, sino a una incomprensión más profunda de las relaciones causales y procesos fisiológicos. Las creencias, aunque desconcertantes, tienen raíces más complejas en la historia de las comunidades y en la manera en que la información científica es difundida o, mejor dicho, es ignorada.

En las localidades donde residen estas mujeres, el gobierno y el turismo siempre han sido actores clave, pero no han mostrado un genuino interés por el bienestar de sus poblaciones. A pesar de la presencia de escuelas, centros de salud y complejos turísticos de lujo, la desconfianza hacia las instituciones y la información que ofrecieron durante la pandemia es palpable. Durante mis entrevistas, recordé una frase que había escuchado durante mis estudios de maestría, que resonó en mi mente con fuerza: “La mayoría de los que niegan la ciencia no tienen un déficit de información, sino un déficit de confianza. Y la confianza debe construirse con paciencia, respeto, empatía y conexiones interpersonales” (McIntyre, 2021, p. 165).

Resistencia: una vida de pie

Durante el tiempo que conviví con estas mujeres, una verdad más profunda fue revelándose. Al principio, percibí su aparente indiferencia hacia la pandemia, y la idea de que el covid-19 había tenido menos impacto en la costa que en las ciudades. Sin embargo, pronto comprendí que esa percepción era mucho más compleja de lo que imaginaba. En las comunidades de la costa sur de Jalisco, el bienestar no había sido amenazado por primera vez con la llegada de la pandemia. De hecho, la historia de estas mujeres y sus pueblos es una de constantes amenazas a su supervivencia. La pandemia fue sólo otro eslabón en una cadena de desafíos mucho más antiguos.

Es imposible en este espacio abordar en profundidad todas las formas en que se ha invadido su territorio, pero vale la pena mencionar algunos de los impactos más notorios: la usurpación de tierras y playas para construir complejos turísticos como Careyes y Cuixmala, los efectos destructivos de huracanes cada vez más frecuentes, y la implementación de miles de hectáreas declaradas como reservas naturales. Aunque este último proceso no es intrínsecamente negativo, su falta de consulta con los habitantes locales sobre sus necesidades y preocupaciones lo convierte en un problema. Así, este texto, centrado en las vivencias durante la pandemia, está impregnado de un contexto más amplio, donde las luchas sociales, políticas y ambientales de estas comunidades exigen ser examinadas a fondo.

La pandemia no fue más que otro fenómeno dentro de una serie de eventos desconcertantes para la región. Las mujeres, en particular, demostraron una resiliencia que no surgió de la noche a la mañana, sino de años de enfrentarse a desafíos. Sus vidas no han sido fáciles, pero están acostumbradas a sortear adversidades. Aunque la crisis económica provocada por la pandemia afectó sus ingresos, no era la primera vez que una amenaza externa las empujaba a adaptarse y encontrar nuevas formas de subsistir.

Alena lo explica con una sabiduría que sólo se gana con el tiempo: “La vida misma te va haciendo, vas aprendiendo muchas cosas, vas madurando, vas viendo la vida de otra manera, por situaciones que quizás le pasan a uno. Entonces siento que son esas cosas que te van sirviendo para no volver a cometer quizás algunos errores que cometías antes. Para mí, la misma vida, las circunstancias de la vida a veces te llevan, no toda la vida es perfecta, ni toda la vida, vamos a vivir color de rosas; hay subidas y bajones. Entonces siento que la misma vida es la que te enseña a enfrentarla y hasta que la sobrelleves de alguna otra manera, aunque a veces hay momentos en que sientas que no quieres saber nada de nada, son momentos, pero… cuenta mucho cómo los sepas afrontar. Ese es mi modo de pensar.”

Estas palabras reflejan una filosofía que he observado en cada conversación, en cada encuentro, y que me hizo entender que la capacidad para enfrentar las adversidades fue, durante la pandemia, uno de los pilares del bienestar local. Mi experiencia académica me permitió convivir diariamente durante dos meses con las mujeres de la costa sur de Jalisco, y a través de esa convivencia, pude conocer lo esencial que es para ellas su entorno. Esas comunidades no sólo sobreviven; resisten con creatividad, con alegría, con el valor de seguir adelante a pesar de las dificultades.

La resistencia, para ellas, no sólo se manifiesta en la lucha contra las crisis externas. También es una actitud constante de resistencia interna, una forma de encontrar el bienestar en medio del caos. Lo vi en sus miradas, en sus sonrisas, en la manera en que transformaban cada obstáculo en una oportunidad para seguir adelante.

Madre e hija

Figura 3. Madre e hija. Pescadoras de la comunidad de Chamela, Jal.
Crédito: Adriana Fournier Uriegas.

Agradecimientos

Esta publicación es producto de mi investigación de maestría titulada “Relación bienestar-ambiente desde las perspectivas y experiencias de mujeres de la costa sur de Jalisco”, realizada con el apoyo del Programa papiit-unam, proyecto IN300422: “Interacciones ciencia-sociedad en el manejo costero: análisis de representaciones sociales, redes de conocimiento y comunicación”.

Agradezco profundamente a mi tutora, Alicia Castillo, y al grupo de trabajo Socioecología y Comunicación para la Sustentabilidad del iies-unam. De manera especial, agradezco a las mujeres que me abrieron las puertas de sus casas y compartieron conmigo sus historias de vida.

Lecturas sugeridas

Referencias

  • Bullen, A. (2022). Un afortunado accidente: Un reencuentro con un hombre unidimensional. En E. Castro (Coord.), Lecturas de la fragilidad: Educación ambiental y pandemia (pp. 132–157). La Zonámbula.
  • Instituto Nacional de las Mujeres (INMujeres). (2020, 12 de diciembre). Las mujeres y el trabajo en el contexto de la pandemia en México. http://cedoc.inmujeres.gob.mx/documentos_download/BA6N12.pdf.
  • McIntyre, L. (2021). Talking to science deniers and sceptics is not hopeless. Nature, 596(7871), 165. https://doi.org/10.1038/d41586-021-02152-y.


Recepción: 2024/11/06. Aceptación: 2025/02/10. Publicación: 2025/05/05.

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Revista Digital Universitaria Publicación bimestral Vol. 18, Núm. 6julio-agosto 2017 ISSN: 1607 - 6079