La enseñanza eficaz y las competencias docentes

Las competencias que se consideran valiosas para catalogar a un profesor como “bueno” o a su enseñanza como “eficaz”, han cambiado a lo largo de la historia (Olson y Wyett, 2000), privilegiándose en algunas épocas, los aspectos afectivos por sobre los cognitivos y viceversa. Así, en los años cincuenta, se consideraba que los profesores debían contar con conocimientos sólidos de matemáticas y ciencias, en vista de que existía una competencia entre los países desarrollados en relación con la carrera espacial. Muy pronto se evidenció que el conocimiento sobre el contenido de la materia de estudio no era suficiente para que los alumnos lograran niveles óptimos de aprendizaje. En los años sesenta y setenta, a los que Olson y Wyett (2000) denominan la era del “potencial humano”, el énfasis se colocaba en las habilidades afectivas de los maestros. No obstante, de la misma manera que había ocurrido con la etapa anterior, priorizar los aspectos afectivos y promover el potencial humano, trajo como consecuencia que se descuidaran los aspectos cognitivos y que la enseñanza no tuviera el impacto deseado.

Este ir y venir entre lo cognitivo y lo afectivo respecto de las habilidades de los maestros eficaces, se ha repetido varias veces a lo largo de la historia de la enseñanza. A partir de los años ochenta, se ha sobre-enfatizado la necesidad de desarrollar habilidades cognitivas en los maestros y alumnos. Así, se ha hablado, por el lado del aprendizaje, de estrategias cognitivas, metacognitivas, auto-regulatorias y de solución de problemas, entre otras. Por el lado de la enseñanza, se ha hablado de enseñanza estratégica, modelamiento, andamiaje y tutoreo, entre otras. Paralelamente al énfasis en lo cognitivo, particularmente en los últimos diez años, ha crecido el interés de los educadores por valorar el impacto que tienen las dimensiones afectivas en el desempeño docente. Estas dimensiones involucran: 1) La habilidad para percibir en sí mismo y en los demás, emociones y sentimientos, y 2) La habilidad para expresarlos de manera propositiva y autorregulada en la relación con los alumnos. Estas habilidades pueden equipararse a lo que Howard Gardner considera como inteligencia intra e interpersonal y que posteriormente fue denominado por Goleman (1995) como inteligencia emocional, la cual se considera fundamental para la generación de climas sociales propicios para el aprendizaje.

¿Qué aspectos están involucrados en la afectividad?

De acuerdo con Oliveira, Rodríguez y Touriñán (2006), la afectividad designa una fenomenología tanto personal o endógena como relacional o exógena. Para estos autores, la cognición y el afecto son esferas interactivas, ya que el ser humano no admite interpretaciones sectoriales, sino que todas las funciones internas generan un proceso evolutivo integrado, equilibrado e interfuncional (sensorio-perceptual, memoria, pensamiento, lenguaje, cognición, afecto, etcétera.). Una tonalidad afectiva estable entre emociones y sentimientos genera unidad en las personas, promueve su integración como seres humanos. Los autores señalan que el vínculo afectivo es una necesidad primaria significativa que constituye la base para crear los lazos entre el individuo y su grupo social de referencia, y que sólo puede ser satisfecho dentro de la sociedad.

Los términos emoción, sentimiento y afecto se utilizan en el lenguaje coloquial e incluso en el científico, casi como sinónimos (Bisquerra, 2000). La emoción suele entenderse como un fenómeno que tiene tres características: los cambios fisiológicos, las tendencias a la acción y la experiencia subjetiva, a la que Lazarus (1991) denomina afecto. Los afectos y los sentimientos se consideran generalmente en el contexto del marco general de las emociones, en vista de que éstas se conciben normalmente en sentido muy amplio. Los afectos son considerados por Lazarus (1991) como la calidad subjetiva de una experiencia emocional.

De acuerdo con Bisquerra (2000), el proceso que explica la experiencia subjetiva de la emoción, puede ejemplificarse de la siguiente manera: encontrarse con una persona puede producir una emoción aguda que tiene una corta duración. La emoción inicial puede convertirse en sentimiento, mediante una apreciación subjetiva del sujeto que experimenta la emoción (interpretación); en otras palabras, la emoción inicial puede dar lugar a una actitud que puede persistir, incluso en ausencia de la persona que originalmente ocasionó la emoción, y que es, más duradera y estable.

Esta situación ocurre también en el contexto del aula, en el que las interacciones entre profesor y alumnos y entre los propios alumnos generan emociones, sentimientos y actitudes hacia sí mismos, hacia los demás y hacia la materia objeto de estudio. En vista de que estas actitudes persisten con el tiempo, resulta importante analizar las dimensiones de la docencia que se vinculan con el dominio afectivo de la enseñanza y el aprendizaje.

 

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