Planteamiento

De la mesa del viejo gastrónomo al diván del moderno psicoanalista

El Universo no es nada sin la vida, y cuanto vive se alimenta
Brillat-Savarin

El argumento del cuento que nos ocupa es simple: Malena es una adolescente pasada de peso, decide ponerse a dieta para que le haga caso Andrés, el muchacho que le gusta. Pasan treinta años, literalmente, durante los cuales Malena recibe esporádicas noticias de Andrés, por terceras personas, mientras ella sigue esperándolo vagamente, a pesar de que termina la carrera, se casa, enviuda, en fin, sigue con su vida. La cuestión central es que el régimen que le pone el doctor es muy riguroso y Malena, en vista de que casi no puede comer prácticamente nada, se dedica a sustituir, a lo largo de esos treinta años, la ingesta de alimentos con otras formas de relación con la comida, con base en los sentidos; establece una relación fetichista con la comida, una cierta relación pervertida con los guisos. A los cuarenta y seis años se da cuenta de que todo ha sido inútil: Andrés no es el hombre de sus sueños, más bien todo lo contrario; ya no necesita seguir a dieta, porque ahora su metabolismo invirtió el proceso y no puede engordar; básicamente toda esa energía invertida fue en balde. Escribe una nota de suicidio y pospone su muerte para después de una fiesta, donde se encuentra al sobrino de Andrés, un jovencito idéntico al adolescente del que ella se enamoró. La resolución del cuento se da hasta el párrafo final, cuando Malena entiende que no necesita seguir viviendo de la misma forma, pero el suicidio tampoco es la salida. Mientras todo se desarrolla, asiste el lector al espectáculo de ver pasar un sinfín de platos, en su mayoría desperdiciados, como ya se verá.

La gula es al acto de nutrirse lo que la lujuria al instinto de reproducción: comemos más de lo “estrictamente necesario”, simplemente porque nos gusta hacerlo. Si comiéramos sólo por necesidad y lo mínimo para sobrevivir, la gastronomía no tendría cabida en el mundo, de la misma manera que la Gioconda no tendría razón de ser, si sólo hiciéramos cosas utilitarias. Se supone que todo en exceso es dañino, comer en exceso puede traer severas consecuencias de salud. Pero ¿qué pasa cuando no se come en absoluto? En realidad, ningún extremo es bueno, siempre será mejor encontrar un término medio. Malena prácticamente deja de comer. Pero no puede abandonar la comida. ¿Por qué?, si su cuerpo no necesita alimentarse de la manera tradicional para mantenerse en buen funcionamiento, ¿cuál es la razón de que ella necesite asignar un sabor a cada conocido, a cada familiar?, ¿por qué entonces tiene tanta hambre, si vive perfectamente con su rigurosísima dieta? ¿Por qué, en resumen, necesita seguir en contacto con la comida? La primera respuesta se antoja obvia: porque acostumbrada como estaba, a ser glotona, le costó dejar el hábito. Pero hay otra razón, ella necesitaba de la comida porque comer es un acto vital, emocionalmente necesario, vinculado con el placer, con el gusto y con una sensación de bienestar. Malena se negó a abandonar la comida por un impulso vital, erótico, aunque no pudiera ingerirla.

La RAE define erótico, en sus diversas acepciones, como: “1.Perteneciente o relativo al amor sensual. 2. Que excita el apetito sexual. [ ... ] 6. Atracción muy intensa, semejante a la sexual, que se siente hacia el poder, el dinero, la fama, etc.”. El concepto de erótico proviene, desde luego, del eros de la mitología griega:

Eros. El dios «amor» en la mitología griega, entendido como «deseo pasional». La cosmogonía de Hesíodo, originario de Beocia, región donde se daba culto a Eros, lo presenta como la fuerza cósmica que preside la constitución del universo, que procede por unión de contrarios o por separación de contrarios previamente unidos, dando como resultado elementos naturales a los que —todavía— se les da nombres de dioses. En las cosmogonías órficas, en cambio, en las que el universo comienza con la separación en dos mitades de un huevo primigenio, para formar el cielo y la tierra, Eros nace de él para dar origen a los dioses inmortales y con la función, al parecer, de reunir de alguna manera las dos mitades del cielo y la tierra, o de unir lo mortal con lo inmortal (Diccionario de Filosofía Herder).

Ahora, la idea del impulso vital como pulsión erótica tiene su origen en un texto de Freud, perteneciente a “Más allá del principio del placer”:

Supimos qué eran las «pulsiones» sexuales por su relación con los sexos y con la función de reproducción. […] Con la tesis de la libido narcisista y la extensión del concepto de libido a la célula individual, la pulsión sexual se nos convirtió en Eros, que procura esforzar las partes de la sustancia viva unas hacia otras y cohesionarlas; y las comúnmente llamadas pulsiones sexuales aparecieron como la parte de este Eros vuelta hacia el objeto. Según la especulación, este Eros actúa desde el comienzo de la vida y, como «pulsión de vida», entra en oposición con la «pulsión de muerte», nacida por la animación de lo inorgánico (Freud: 211).

En contraposición con el Eros está el Tánatos. El impulso tanático sería equivalente a lo que Freud llamó «pulsión de muerte» (vid infra); lo anterior tiene una mejor explicación en la cita que sigue:

En el psicoanálisis Freud recurre al nombre de Eros para designar el conjunto de instintos o pulsiones —sexuales, de autoconservación, de la libido, del yo, del principio del placer, etc.— que […] identifica como pulsión de vida, cuya característica es la tendencia a la conservación de la vida, función que coincide «con el “eros” de los poetas y filósofos, que mantienen unido todo lo animado». Al Eros, o pulsión de vida, opone frontalmente la pulsión de muerte, a la que también denomina Thanatos, y entre la tensión y lucha que se crea entre ambos discurre la vida, no sólo del individuo, sino de la misma sociedad humana (Diccionario de Filosofía Herder).

Y también es parte de la vida del individuo y de las sociedades la cultura de lo culinario. La relación entre comida y literatura, aunque pueda parecer obvia, en realidad no está muy documentada, académicamente hablando. Muchos escritores la han incluido en sus narraciones, pero menos doctos se han ocupado de ponerla bajo la lupa del análisis. Sucede un poco lo mismo con la literatura sobre gastronomía, hay libros de recetas, de cocina, de cuestiones nutricias o económicas, pero pocos libros hablan, desde el punto de vista literario, de la gastronomía como práctica de vida. Del lado científico y antropológico la historia cambia, la alimentación, al ser parte de la vida, la cultura e incluso la estructura del ser humano, ha sido estudiada con más amplitud. Miren Alcedo, en un artículo sobre anorexia y bulimia, afirma que:

Naturalmente, comer no implica sólo satisfacer unas necesidades biológicas, sino que todo, desde la manera en que se obtiene el alimento a cómo se condimenta y cómo se deglute, está marcado por el contexto cultural. El proceso de comer implica varios rituales complementarios. Además el alimento y la forma en que nos alimentamos tienen un inmediato reflejo sobre nuestro cuerpo [...] Como la imagen del cuerpo y los conceptos de enfermedad y salud están determinados culturalmente, podemos afirmar que también los trastornos en la alimentación, y hasta su diagnóstico y tratamiento, vienen determinados por la cultura de la que el sujeto es parte (Alcedo: 446).

Ya en el siglo XVIII Jean Anthelme Brillat-Savarin —un juez y gastrónomo de la alta burguesía francesa— escribió Fisiología del gusto, una suerte de tratado gastronómico - literario que engloba un punto de vista científico, algo de médico y mucho de anecdótico; en este libro se encuentra una amplia visión de la comida en relación con la vida del ser humano. En su Fisiología, Brillat-Savarin afirma que son seis (no sólo cinco) los sentidos que posee el ser humano. Después de enumerar y describir brevemente la vista, el oído, el olfato, el gusto y el tacto, añade:

Por último, el sentido generador, o sea el amor físico, que atrae a ambos sexos opuestos, teniendo por fin la propagación de la especie. [...] Radica en aparato tan completo como la boca o los ojos; y es raro que, presentándose en cada sexo todo lo necesario para experimentar esta sensación, se requiera además necesariamente que ambos se junten a fin de conseguir el objeto de la naturaleza. [...] Demos en consecuencia a lo generador el sitio correspondiente, que no puede negársele, y confiemos en que nuestros descendientes le asignarán el rango debido (Brillat-Savarin: 34-35).

Brillat-Savarin incluso le da carácter y rango de sentido, a la par que el tacto o la vista, a lo que él llama el sentido generador, relacionado con la idea de la libido como la entiende la psicología, especialmente después de Freud. Y este sentido generador, este impulso vital, se relaciona también con el contexto cultural de cada persona, igual que la práctica alimentaria.

 

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