Análisis

Dime lo que comes, y te diré quién eres2

Almudena Grandes dice en el prólogo a su libro Modelos de mujer: “Entre todas las imágenes que guardo de mi infancia, ninguna me conmueve tanto como la aplicación de esa niña muy gorda y muy morena [ … ]” (Grandes: 7)3.

Almudena se refiere a sí misma como una niña gorda, un adjetivo de connotación más bien peyorativa (es políticamente incorrecto llamar gordo a alguien, es ofensivo4), pero existe una relación directa con el cuento: el aspecto “parcialmente autobiográfico” de Malena, una vida hervida se refiere, presumiblemente, a la gordura de la protagonista, descrita de la siguiente manera: “[ … ] Malena, quince años recién cumplidos, ciento setenta y tres centímetros de altura, ochenta y dos kilos de peso, una auténtica vaca. (38)”. Descripción nada halagüeña, aunque divertida, si se asume con la dosis de ironía y humor negro que la autora imprime a todo el cuento. Además, la gordura de Malena es el origen de todas sus desventuras, pero también el detonante de la historia. Cuando por fin decide ponerse a dieta el doctor le advierte: “Te voy a poner un régimen muy duro. Si lo haces a rajatabla, adelgazarás, y te quedarás con buen tipo, eso seguro. Pero tienes que cambiar de mentalidad, y de manera de vivir [ … ] (41)”. Y sí, hizo el régimen a rajatabla y quedó ‘con buen tipo’, pero el verdadero problema vendría después.

El epígrafe que usa la autora en este cuento es parte de la clave para desentrañarlo: “En el fondo, el placer de follar no supera al de comer. Si estuviera prohibido comer como está lo otro, habría nacido toda una ideología, una pasión del comer, con normas caballerescas. Ese éxtasis del que hablan —el ver, el soñar cuando follas— no es sino el placer de morder un níspero o un racimo de uvas (Pavese en Grandes, Modelos de mujer: 38)”. Personalmente, creo que sí existe una pasión del comer, aunque socialmente hay una enorme diferencia entre la pasión por los placeres de la cama y la pasión por los placeres de la mesa, por decirlo de algún modo (Pavese, desde luego, tenía razón); pero en este texto Almudena Grandes deja bien claro que su protagonista, mucho más interesada en la comida que en el sexo, lleva su pasión culinaria a extremos quizá poco comprensibles dentro de nuestra cultura.

Casi podría atreverme a asegurar que un altísimo porcentaje de mujeres nacidas después de la mitad del siglo veinte hemos sufrido en mayor o menor grado un tipo de anorexia o de desorden alimenticio. En un contexto social que nos presiona para estar delgadas —sinónimo de hermosura— y anuncia por todos lados dietas varias, cremas adelgazantes y productos light, sin grasa ni sal ni azúcar ni harina ni sodio ni… nada, no es difícil entender por qué la comida “real” acaba por dar miedo y causar rechazo. Miren Alcedo afirma: “Es decir, que la belleza no la proporciona necesaria ni únicamente la biología, sino que el cuerpo debe ser modelado”(Alcedo: 448). Y una de las formas de modelar ese cuerpo es evitando engordar, el extremo, desde luego, es dejar por completo de comer. Podemos ver en la anorexia una manifestación de la freudiana pulsión tanática, pues al fin y al cabo la consecuencia de la inapetencia o de la falta de alimentación es la muerte. Y entonces se puede presentar un caso como el de Malena: una adolescente gorda que necesita convertirse en “sílfide”, a pesar de que no se le quite nunca el hambre y esto la haga sufrir.

Ahora, Malena no deja de comer por falta de ganas, es decir, no padece inapetencia. Su objetivo es estar delgada para obtener su objeto de deseo: Andrés. Sus motivos para no comer van más allá de sí misma, obedecen a un canon de belleza, sí, pero también a un objetivo fijado en un tercero. A efectos prácticos Malena no come, está constantemente preocupada por su peso y su aspecto, se sigue viendo gorda a pesar de que ya no lo es y aún así mantiene una rigurosísima dieta: todas estas características “oficiales” de la anorexia. ¿La convierte esto en anoréxica?, de ninguna manera. El Diccionario de la RAE define la anorexia como: “Pérdida anormal del apetito”; y la anorexia nerviosa o mental: “Med. Síndrome de rechazo de la alimentación por un estado mental de miedo a engordar, que puede tener graves consecuencias patológicas”. Malena no pierde el apetito y, en realidad, no rechaza el alimento, más bien lo busca con cierta desesperación, aunque no se lo coma.

La RAE define la palabra fetichismo, en sus segunda acepción, como: “Idolatría, veneración excesiva”; y en la tercera como “Desviación sexual que consiste en fijar alguna parte del cuerpo humano o alguna prenda relacionada con él como objeto de la excitación y el deseo”. Malena establece una relación fetichista con la comida, en ambos sentidos. Todo empieza porque tiene hambre, durante la dieta, mientras espera a Andrés y después, cuando ya había conseguido adelgazar, seguía sin comer: “Y yo no sé por qué, no entiendo lo que me pasaba, pero a medida que aquel cretino se iba enredando en todas las estupideces posibles, yo tenía cada vez más hambre, y no podía comer, no podía [ … ] fue entonces cuando empecé con lo de las manías sustitutorias, es difícil de explicar, usted a lo mejor no lo entiende, pero yo me consolaba... (44)5 ”. Y es que, hasta que aquel “hombre de sus sueños” no llegara, ella no podía permitirse comer de nuevo. Mientras sigue con su espera se va inventando recursos desesperados para sobrevivir. Sólo come preparados vitamínicos, apenas se puede decir que coma. Pero de alguna forma traslada o enfoca toda su energía pasional, sus impulsos vitales, en la comida. Incluso llega a hacer una especie de representación culinaria de la gente:

Mientras tanto, ella había empezado ya a asignar un sabor y un olor determinados a cada persona, y se esforzaba por recordarlos con precisión cada vez que se tropezaba con cualquiera de sus portadores. Su madre sabía a tarta de limón con merengue tostado por encima, su padre a callos recién hechos y un poco picantes, su hermano mayor a besugo asado a la espalda, con mucho ajo...
[ ... ] era demasiado duro masticar la pulpa aburrida y fría, estando rodeada de un festín viviente (44).

Hasta cuando conoce a Aleister le asigna de inmediato un sabor: “un hombre moreno de unos veinticinco años, con los labios tan finos, la nariz tan grande, las manos tan huesudas, que ella le adjudicó sin dudar un sabor estrella, magret de pato con salsa agridulce de ciruelas como mínimo” (46).

Luego pasa al siguiente nivel. Ya se había decidido a casarse con Aleister, porque Andrés no tiene para cuando regresar, cuando descubre un último recurso, que le permite, por fin, estar en contacto con todos los platillos que desee, sin engordar, porque no se los come. Una tarde, por accidente, hace su primer descubrimiento, la sensación táctil de la leche condensada le produce placer:

Malena encontró por fin lo que andaba buscando, todo un recurso para sobrevivir6. [ … ] Al intentar recuperar el equilibrio, Malena metió sin querer un dedo hasta el nudillo en la dulce crema blanca, fría y suave, espesa, y experimentó una sensación deliciosa. El sabor de la leche condensada, la última dosis devorada a hurtadillas y sin remordimientos, conquistó en un instante su memoria, inundando su boca de placer (47).

Y luego viene la clave el cuento, clave relacionada con el epígrafe de Pavese y con el fetichismo de Malena. Clave que puede ser descifrada desde el punto de vista freudiano y desde el punto de vista gastronómico: el desplazamiento de Malena de la comida como alimento, relacionado con el sentido del gusto, a la comida como fuente de placer y como el centro de su práctica cotidiana: “Desde entonces, Malena se esforzó por reemplazar el sentido del gusto con los otros cuatro sentidos corporales” (47). Y el relato de esta sustitución entra de plano en el terreno de la transgresión social y cultural (incluso física), pero también da cuenta de una serie de recursos in crescendo que pueden ir de lo ingenioso a lo asqueroso, según el estómago del lector.

Malena sigue sin comer, pero se dedica a satisfacer esa necesidad con todo el cuerpo, literalmente, y con los otros cuatro sentidos, el tacto, el olfato, la vista, el oído. Empieza por tocar la comida “de los festines más simples —hundir las manos en una cacerola llena de ensaladilla rusa— hasta los más barrocos —sumergirse completamente desnuda en una bañera alfombrada de espaguetis tibios con mucha mantequilla” (48). Luego, cuando ya no le es suficiente, apura los aromas: “Como tienen la costumbre de especiar mucho la comida, mi nariz ya estaba ahíta cuando me sentaba a comer unas hojas de parra hervidas con un poco de vino blanco, que tampoco estaban mal, [ … ]” (50). Después describe la era del oído:

Sus oídos se llenaron entonces de un magnífico sonido capaz de alcanzar su paladar, una sensación que llegó a hacerse familiar, porque en los días sucesivos repitió el experimento con diversos materiales, y apreció sobre todo la sonora muerte de los merengues recién cocidos, los pescados a la sal, y el cochinillo asado bajo una gruesa capa de grasa dorada, definitivamente irresistible al quebrarse (51).

Y, al final, cuando se decanta por el sentido de la vista, llega al extremo de contratar a un adolescente para mirarlo mientras él se dedica a engullir:

Entonces, siéntate y come, sentenció ella, ocupando una de las cabeceras de la mesa engalanada, repleta de fuentes de comida recién hecha. [ ... ] Estaba ahíta. Verle comer, estar simplemente ahí, mirándole, la había saciado más profundamente de lo que esperaba. Se acercó a él y le alargó el billete. Muchas gracias, dijo, verte comer me ha hecho mucho bien (53).

Y hay que recordar, ya que las menciones al diccionario de la Real Academia abundan, que de los sentidos se deriva lo sensual, relativo también a lo erótico.

 

2También del libro de Brillat-Savarin, que consigna esta sentencia como uno de sus aforismos de catedrático.

3Todas las citas de Almudena Grandes están tomadas del mismo libro Modelos de mujer, la ficha completa se consigna en la bibliografía final. Para facilitar las referencias en las citas sólo se apunta, entre paréntesis, el número de página

4Igual que ahora lo correcto sería que yo no dijera, ofensivamente, que mi bisabuela era sorda y mi abuela se quedó ciega. Tendría que decir que eran de “capacidades diferentes”, lo que me parece estúpido, por decir lo menos. Pero esa es otra historia.

5Las cursivas son del original.

6Las cursivas son mías.

 

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