Dentro
de nuestro quehacer profesional, la arquitectura, es oportuno comentar
que el famoso arquitecto del momento Daniel Libeskind, en su carta abierta,
dirigida a los profesores y estudiantes de esta disciplina, bien nos dice
que:
“La arquitectura no debe sucumbir para ser el producto degradado de la necesidad proveída por los técnicos de utopías educativas y monetarias.” “La arquitectura, como se enseña y practica hoy en día, no es más que una ficción gramatical. Basta con ver el abismo que separa lo que se enseña (¡y como!) y lo que se construye (¡y porqué!) para entender que en algún lugar una mentira está siendo perpetrada. Sólo un método sofístico podría enmascarar una situación donde tantos gastan tanto para hacer tan poco, con tan dañinos resultados.” “Los estudiantes son corrompidos tempranamente al hacerles creer que sólo lo que tiene éxito es un paradigma. Son preparados dentro de estructuras simuladas donde el éxito futuro puede ser asegurado. Esto constituye una precondición para la habilidad de la escuela para sustraer sistemáticamente a cada estudiante de su problema. Para cuando se convierten en “profesionales”, el proceso ha concluido con su lavado de cerebro, de manera que ya no son capaces ni siquiera de recordar que hay un problema: el problema de la existencia de la arquitectura en una sociedad corrupta y el de cómo resistir ésta corrupción.” El arquitecto comprometido con su profesión y al servicio de la sociedad, no detiene el aprendizaje durante su existencia. Tiene que conocer para innovar. Permanentemente debe seguir estudiando la realidad y los avances tecnológicos, para forjar una plataforma sobre la cual se aporten respuestas creativas de solución a los problemas del hábitat humano para la salud. Para tener tal capacidad de aprendizaje continuo, el arquitecto ha de dotarse de una gran humildad, dejar a un lado la arrogancia y prestar atención a los habitadores, los sitios y los objetos. Solamente así se puede observar, concebir y materializar la arquitectura. Ser arquitecto es saber reconocer e interpretar la realidad que nos rodea, pero también ser capaz de imaginar cosas que aún no existen, es decir, conjugar los mundos de la realidad y la imaginación, tener los pies bien asentados en la tierra, conocer todas las limitaciones con las que nos movemos para ser capaces de superarlas y crear nuevas realidades que mejoren nuestro entorno. Virtuosamente debemos encarar la deplorable situación de la infraestructura física para salud. Para esto hay que impedir que la transformación deforme la esencia utilitaria y el significado del objeto arquitectónico para la comunidad circundante, es decir, dirigir y conciliar aquel objeto del pasado con el que conviene que sea para el futuro, para que en el presente la transformación sea vivida orgullosamente por la población beneficiada. Esto será posible mediante el reto de intervenciones mínimas con máximas transformaciones en el uso y la imagen de los edificios, estudiando y resolviendo, simultáneamente con un espíritu crítico y creativo, lo habitable añadiendo lo expresivo volumétrico y la innovación tecnológica, sin olvidar que es la razón de ser y el fin del objeto arquitectónico. |