Entiendo
aquí por antagonismo la insociable sociabilidad de los hombres,
esto es, el que su inclinación a vivir en sociedad sea inseparable
de una hostilidad que amenaza constantemente con disolver esa sociedad.
(...) El hombre tiene una tendencia a socializarse, porque en
tal estado siente más su condición de hombre (...) Pero
también tiene una fuerte inclinación a individualizarse
(aislarse), porque encuentra simultáneamente en sí mismo
la insociable cualidad de doblegar todo a su mero capricho (...) Pues
bien, esta resistencia es aquello que despierta todas las fuerzas del
hombre y le hace vencer su inclinación a la pereza, impulsándole
por medio de la ambición, el afán de dominio o la codicia,
a procurarse una posición entre sus congéneres, a los que
no puede soportar, pero de los que tampoco es capaz de prescindir.1
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