10 de marzo de 2004, Vol. 5, No. 2 ISSN: 1607-6079
[contenidos de RDU...] [Ver ejemplares anteriores de RDU...] [Volver a la portada de RDU] [Busca en los archivos de RDU] [Recomienda RDU a un amigo] [Vínculos]




 
Objeciones generales


El eje de cada una de estas posturas es, sin duda, la concepción ontológica. Pero precisamente en este ámbito se muestran algunas limitaciones de una y otra. ¿Podemos concebir hoy en día, después de los esfuerzos de recuperación de la inmanencia realizados por la fenomenología, un ser que no lleve en sí mismo el tiempo y el devenir como parte integrante y no como mero accidente? En sentido inverso, también cabe preguntar: ¿podemos concebir la conformación del ser sólo en el paso del tiempo y negarle ser al inicio? Si negamos la intervención intrínseca del tiempo en la conformación del embrión tenemos que aceptar que la persona o al menos la individualidad cabal está presente desde el inicio y que intervenir en el cigoto es cometer un asesinato. Pero ¿es eso así?

Si, por el contrario, negamos la presencia del ser en el inicio caemos en el grave problema de determinar arbitrariamente un momento en que se comienza a ser y negar con ello la continuidad temporal. Como lo han señalado múltiples filósofos y especialistas de otras áreas, la pregunta más grave aquí es ¿qué somos antes de los catorce días o los tres meses? De suerte que ni una ni otra posición parecen del todo satisfactorias.

Quizá el problema resida en que se pretende pensar la condición del embrión desde los absolutos: o puro ser, o puro devenir. Pero la ontología contemporánea, basada en la fenomenología: en la atención a la estructura radical de los hechos concretos, nos hace ver que se ha acabado la época de los absolutos y las dicotomías: estamos obligados a pensar lo relativo: el conjunto de relaciones complejas en el que se da la existencia de los seres –según nos hace ver Husserl en la Crisis de las ciencias europeas, y a partir de él toda la fenomenología posterior.

Comprender ontológicamente al embrión desde la interrelación de sus múltiples aspectos es tarea aún por hacer para los filósofos contemporáneos. Se trata de reunir de manera plena el ser con el tiempo, para lo cual parece indispensable, según nuestra perspectiva, pensar a fondo el carácter totipotencial del cigoto. Junto con la postura sustancialista hemos de aceptar que en este carácter está la posibilidad de dar lugar a una individualidad, pero precisamente el problema reside en que el cigoto contiene sólo la posibilidad o la potencia. Desde Aristóteles sabemos que la potencia reúne ser y no-ser y debido a la implicación del no-ser resulta difícil admitir que la intervención en el cigoto sea equivalente a asesinar a una persona. Como lo admite el Comité Consultative de bioèthique de la UNESCO, el cigoto “no tiene la cualidad plena de persona. En consecuencia, junto con la postura procesal, podemos admitir que el tiempo es un factor determinante en la conformación de la individualidad.

Sin embargo, al aceptar esto surgen muchas otras preguntas: si no somos individualidad humana desde el inicio, entonces –como ya dijimos- ¿qué somos? Asimismo, ¿se comprende bien el carácter totipotencial del cigoto cuando se le desconoce la capacidad de dar lugar a una individualidad? Es preciso reunir la plenitud del toti con el aún no-ser de la potencia, es decir, hay que reunir el ser con el tiempo.

Este intento, no parece lejano a la biología contemporánea. Al menos así parece indicarlo la siguiente descripción de Jacob sobre nuestro ser en relación con el cigoto:

La formación del ser humano es un proceso que, a partir de la primera célula, inicia una serie de divisiones hasta formar lo que somos. Gracias a esta célula aprendemos a hablar, a leer, a escribir y a contar, así como a tocar el piano, atravesar una calle, o ir a dar una conferencia al otro extremo del mundo [ ...]. Se trata ciertamente del problema más desconcertante de todos, del cual sabemos muy poco, y no obstante, contiene la historia más sorprendente que podemos narrar en este mundo.