10 de abril de 2004 Vol. 5, No. 3 ISSN: 1607 - 6079
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La autonomía del individuo

La autonomía del individuo radica en su voluntad libre y racional, vía la cual destruye y reconstruye el orden del mundo; en el caso particular de las acciones, tropezar, rectificar y encauzarse constantemente por el camino adecuado es la situación concreta que define al hombre, que mejor expresa su autonomía; tal es el alcance del voluntarismo cartesiano, pues, como ha sido expresado en Las pasiones "No hay alma tan débil que no pueda, bien conducida, adquirir un poder absoluto sobre sus pasiones. (14)" No se trata -y en ello quiero insistir- de una autonomía abstracta, que no tome en cuenta los cambios cotidianos ni los bienes de la fortuna -dado su valor despreciable en comparación con los bienes del alma, con el gozo intelectual de la verdad-, por el contrario, es precisamente por tomarlos en cuenta, reconocer el sustrato corporal y las experiencias particulares de los sujetos, que se accede a la conciencia de esta autonomía. Señala Descartes:

En cuanto a las cosas que no dependen en modo alguno de nosotros, por buenas que puedan ser, no debemos jamás desearlas con pasión, no sólo porque podemos no lograrlas, y afligirnos así tanto más cuanto más las hayamos deseado, sino principalmente porque, ocupando nuestro pensamiento, nos apartan de poner nuestro afecto en otras cosas cuya adquisición depende de nosotros. (15)

¡Qué gran distancia hay entre la certeza moral y la certeza de las proposiciones cuya verdad deriva de los principios más universales! Lo que importa es que el sujeto se sienta satisfecho de haber obrado virtuosamente, esto es, de haber juzgado siempre lo mejor, y eso debe bastarle para alcanzar la felicidad, el mayor contento posible. Enfatiza Descartes:

Pues todo el que haya vivido de tal modo que su conciencia no pueda reprocharle que haya dejado nunca de hacer todo lo que ha juzgado lo mejor (que es lo que llamamos aquí seguir la virtud), recibe una satisfacción tan poderosa para hacerle feliz que ni los más violentos esfuerzos de las pasiones tienen jamás bastante poder para turbar la tranquilidad de su alma. (16)

Se está, pues, lejos de la visión abstracta y unilateral, que suele atribuírsele a la antropología cartesiana. Descartes construye una filosofía que abraza al hombre mismo, considerándolo no únicamente como punto de partida, esto es, como sujeto de razones, sino también al término de sus análisis, y esta vez revestido de su individualidad singular y concreta, y en la que Descartes encuentra el valor irreducible de la libertad humana; el poder de la voluntad racional constituye, de esta manera, la superación de la diferencia y la particularidad ciega, siempre sujetas a los caprichos del libre arbitrio, de la fuerza y la fantasía, para procurar, en su lugar, hacer prevalecer un mundo constituido a la medida de los individuos, perfectamente asequible, humano y digno de vivirse.